Foto de Felo Peña, combatiente de Playa Girón,con su nieta (tomada de Trabajadores)
Amilcar Pérez Riverol
La Calle del Medio 21
A mi tío Pedrito.
Soy de los que piensan que la Historia de una nación debe ser narrada y transferida tal y como fue (es). Con luces y sombras. Sin héroes o villanos de blanco y negro. Sin retoques ni omisiones. Por esa razón disfruto y aplaudo la sinceridad con la que el cine cubano ha narrado los últimos 20 años de la nuestra. Me gusta que no haya intentado higienizarla.
Sin embargo, falla esa sinceridad cuando se muestra a alguno de sus protagonistas con sólo una parte de la verdad. Voy al punto. Más que un buen rato de humor agridulce, El Cuerno de la Abundancia (2008), de Juan Carlos Tabío, dejó en mí la certeza de que yo ya conocía a Bernardo Castiñeiras, el «Combatiente». Me lo habían presentado antes los filmes Dos Hermanos (Carlos Alberto), Páginas del Diario de Mauricio (Mauricio y Guillermo), Hacerse el Sueco (Amancio Venegas) y Video de Familia (Cristóbal Méndez Capote). La sistematicidad con la que el arquetipo se ha establecido en el cine cubano ha llegado a tal punto, que en la mayoría de estos filmes el «Combatiente» ha sido interpretado por el mismo actor, Enrique Molina.
No dispongo del espacio que me permita realizar una descripción detallada de cada uno los personajes mencionados. Apelo al ejercicio de la memoria en el lector, y me atrevo a invitarlo a revisitar los filmes.
Tengo claro (me son cercanos los ejemplos) que en Cuba subsisten miles de «Combatientes» como los que intentan representar con mayor o menor suerte estas películas. Lo que no comparto es esa repetida receta de involución como irremediable final a la que se les condena siempre. Lo que no comparto es esa empecinada negación a la rectificación y al éxito que les ha impuesto nuestro cine. Se trata de una fórmula abusiva, por invariable, que esclaviza al personaje bajo los mismos cánones de conducta. Seres intransigentes, incapaces de padecer ante las penurias económicas de la familia, preocupados únicamente por el destino del país, homofóbicos, machistas, condenados a padecer el exilio de al menos uno de sus hijos, habitando en condiciones lamentables –lo que trasmite una atmósfera de fracaso–, nostálgicos de un pasado que fue glorioso y enfermos de un presente que no vieron venir. Infartados o paralíticos.
Bien. Quiero señalar que disfruto la excelencia con que Enrique Molina ha defendido cada uno de estos personajes. Y sobre todo, su capacidad para respetar y tributar a la intención de cada filme.
No voy a analizar cada una de las variables –tal vez deba decir constantes– que componen la fórmula con que se define al «Combatiente». Dejaré en manos del lector tan sólo algunos elementos. Lo primero es que mostrar una o dos veces este enfoque del personaje es símbolo de representatividad. Sin embargo, al establecerlo como único, el punto de vista se vuelve absolutista y excluyente. Dentro del cóctel de razones que han tenido los jóvenes de mi generación para escoger el camino de la emigración, podría mencionarse, en casos particulares, la intolerancia de algún que otro padre «Combatiente». Eso es cierto. Sin embargo, pareciera que ninguno escapa al hecho. De esta manera el hijo exiliado se convierte en una especie de asignación otorgada en todos los casos al «Combatiente». Su merecido. No es cierto por demás que todos hayan condenado de por vida a sus hijos por tomar la decisión de hacer su historia lejos de la nuestra. Mucho menos que hayan dejado de quererlos. Llamo la atención sobre la delicadeza del tema y el daño que esta visión unidimensional podría causar en el espectador, sobre todo en quien se ve representado, no en el arquetipo, aunque sí en la situación.
Cometimos el error de hacer de la homofobia prácticamente una tarea de Plan Trimestral. Pero el país ha rectificado y sin embargo no queremos asignarle esa opción al «Combatiente», no sé si por viejos, si por malformados o por irreversiblemente intolerantes. No dudo que a muchos les sea en extremo difícil aceptar el giro, incluso que habrá quien no llegue a experimentarlo nunca. Pero esa negación a rajatabla de la que sólo se salvan algunos de estos personajes vuelve a ser demasiado sesgada. Eso, si verdaderamente se intenta reflejar alguna realidad. Lo digo porque si todo va de emplear la caricatura y punto, pues quizás en algo sea válida la fórmula. A mí como espectador, no me llena, y no me sirve. Quiero hacer la salvedad con Video de Familia, en la que Cristóbal experimenta un apreciable proceso de rectificación respecto al tema.
Por otra parte, pareciera que el «Combatiente» está «condenado» a un futuro de custodio de museo –lo que por demás establece un criterio subvalorativo de la importancia del oficio. El personaje se nos revela como un ser sin más proyecto que rememorar el pasado entre agendas empolvadas y esperar a que el techo se le venga encima. Más injusto resulta aún el presentarlos como seres de un machismo nuclear, incapaces de respetar y escuchar las ideas de sus esposas, siempre centradas en la subsistencia del hogar como si ellas no fueran capaces también de interesarse por el futuro del país. La representación de este machismo llega a tal punto que usted puede escuchar en varios de los filmes frases como: «en esta casa se hace lo que yo digo»; «Concha, cuando yo estoy hablando no me corrijas», o «aquí lo importante es que se haga lo que yo digo». De esta manera el espectador termina asociando al arquetipo con una especie de rector autoritario que no acepta más ideas o conceptos que los propios, en su mayoría paradójica o intencionalmente errados. Vuelvo por necesaria sobre la idea de que no dudo que estas frases se repitan en cientos de nuestros hogares, pero esa es la mitad de la verdad. Y no es bueno narrar la Historia a mitades. ¡Si lo sabremos nosotros!
Llegamos a lo que parece ser el destino inevitable de todo «Combatiente». Como elemento de nuestra sociedad que ya no encaja, que es incapaz de tolerar lo nuevo, lo diferente, abatido por el fracaso propio y de sus ideales, termina siempre irritado, incómodo, profiriendo ofensas. Aparece entonces la consecuencia inevitable de esas exaltaciones y sufrimientos: el deterioro hasta puntos dramáticos de su salud. Aquí introduzco la idea de una doble intencionalidad. El «Combatiente» se constituye en representación de un proyecto cuyo irremediable final es el fracaso. Una vez más la negación a la rectificación y adaptación al cambio lo condenan, junto a todo lo que representa, al colapso. Progresa entonces del «subión» de presión al infarto, para llegar finalmente a la parálisis fulminante. No hay escape.
Ser plural es otro de los atributos que me gusta de la Historia. La de este tipo de cubano se está narrando con una unilateralidad abusiva. Unilateralidad que hace monocromático al personaje y lo esclaviza en un arquetipo. No es cierto que todos hayan terminado vencidos por los nuevos tiempos; es más, hay cientos que no han terminado aún. Me gustaría ver el otro hemisferio de esta verdad. Quiero ver también a los que se han renovado, a los que se reeducaron en la tolerancia, no a lo mal hecho, sino a la diferencia. Si malo es intentar blanquear la Historia, igual lo es narrar sólo lo negro.
Una última idea. Me resulta chocante que la crítica, en su abrumadora mayoría, se haga sobre el «Combatiente» a pesar de que, como su situación siempre lo refleja, no fingió sus creencias como estrategia para el enriquecimiento y bien propio. De los que sí lo hicieron, paradójicamente, no abundan las caricaturas.
Soy de los que piensan que la Historia de una nación debe ser narrada y transferida tal y como fue (es). Con luces y sombras. Sin héroes o villanos de blanco y negro. Sin retoques ni omisiones. Por esa razón disfruto y aplaudo la sinceridad con la que el cine cubano ha narrado los últimos 20 años de la nuestra. Me gusta que no haya intentado higienizarla.
Sin embargo, falla esa sinceridad cuando se muestra a alguno de sus protagonistas con sólo una parte de la verdad. Voy al punto. Más que un buen rato de humor agridulce, El Cuerno de la Abundancia (2008), de Juan Carlos Tabío, dejó en mí la certeza de que yo ya conocía a Bernardo Castiñeiras, el «Combatiente». Me lo habían presentado antes los filmes Dos Hermanos (Carlos Alberto), Páginas del Diario de Mauricio (Mauricio y Guillermo), Hacerse el Sueco (Amancio Venegas) y Video de Familia (Cristóbal Méndez Capote). La sistematicidad con la que el arquetipo se ha establecido en el cine cubano ha llegado a tal punto, que en la mayoría de estos filmes el «Combatiente» ha sido interpretado por el mismo actor, Enrique Molina.
No dispongo del espacio que me permita realizar una descripción detallada de cada uno los personajes mencionados. Apelo al ejercicio de la memoria en el lector, y me atrevo a invitarlo a revisitar los filmes.
Tengo claro (me son cercanos los ejemplos) que en Cuba subsisten miles de «Combatientes» como los que intentan representar con mayor o menor suerte estas películas. Lo que no comparto es esa repetida receta de involución como irremediable final a la que se les condena siempre. Lo que no comparto es esa empecinada negación a la rectificación y al éxito que les ha impuesto nuestro cine. Se trata de una fórmula abusiva, por invariable, que esclaviza al personaje bajo los mismos cánones de conducta. Seres intransigentes, incapaces de padecer ante las penurias económicas de la familia, preocupados únicamente por el destino del país, homofóbicos, machistas, condenados a padecer el exilio de al menos uno de sus hijos, habitando en condiciones lamentables –lo que trasmite una atmósfera de fracaso–, nostálgicos de un pasado que fue glorioso y enfermos de un presente que no vieron venir. Infartados o paralíticos.
Bien. Quiero señalar que disfruto la excelencia con que Enrique Molina ha defendido cada uno de estos personajes. Y sobre todo, su capacidad para respetar y tributar a la intención de cada filme.
No voy a analizar cada una de las variables –tal vez deba decir constantes– que componen la fórmula con que se define al «Combatiente». Dejaré en manos del lector tan sólo algunos elementos. Lo primero es que mostrar una o dos veces este enfoque del personaje es símbolo de representatividad. Sin embargo, al establecerlo como único, el punto de vista se vuelve absolutista y excluyente. Dentro del cóctel de razones que han tenido los jóvenes de mi generación para escoger el camino de la emigración, podría mencionarse, en casos particulares, la intolerancia de algún que otro padre «Combatiente». Eso es cierto. Sin embargo, pareciera que ninguno escapa al hecho. De esta manera el hijo exiliado se convierte en una especie de asignación otorgada en todos los casos al «Combatiente». Su merecido. No es cierto por demás que todos hayan condenado de por vida a sus hijos por tomar la decisión de hacer su historia lejos de la nuestra. Mucho menos que hayan dejado de quererlos. Llamo la atención sobre la delicadeza del tema y el daño que esta visión unidimensional podría causar en el espectador, sobre todo en quien se ve representado, no en el arquetipo, aunque sí en la situación.
Cometimos el error de hacer de la homofobia prácticamente una tarea de Plan Trimestral. Pero el país ha rectificado y sin embargo no queremos asignarle esa opción al «Combatiente», no sé si por viejos, si por malformados o por irreversiblemente intolerantes. No dudo que a muchos les sea en extremo difícil aceptar el giro, incluso que habrá quien no llegue a experimentarlo nunca. Pero esa negación a rajatabla de la que sólo se salvan algunos de estos personajes vuelve a ser demasiado sesgada. Eso, si verdaderamente se intenta reflejar alguna realidad. Lo digo porque si todo va de emplear la caricatura y punto, pues quizás en algo sea válida la fórmula. A mí como espectador, no me llena, y no me sirve. Quiero hacer la salvedad con Video de Familia, en la que Cristóbal experimenta un apreciable proceso de rectificación respecto al tema.
Por otra parte, pareciera que el «Combatiente» está «condenado» a un futuro de custodio de museo –lo que por demás establece un criterio subvalorativo de la importancia del oficio. El personaje se nos revela como un ser sin más proyecto que rememorar el pasado entre agendas empolvadas y esperar a que el techo se le venga encima. Más injusto resulta aún el presentarlos como seres de un machismo nuclear, incapaces de respetar y escuchar las ideas de sus esposas, siempre centradas en la subsistencia del hogar como si ellas no fueran capaces también de interesarse por el futuro del país. La representación de este machismo llega a tal punto que usted puede escuchar en varios de los filmes frases como: «en esta casa se hace lo que yo digo»; «Concha, cuando yo estoy hablando no me corrijas», o «aquí lo importante es que se haga lo que yo digo». De esta manera el espectador termina asociando al arquetipo con una especie de rector autoritario que no acepta más ideas o conceptos que los propios, en su mayoría paradójica o intencionalmente errados. Vuelvo por necesaria sobre la idea de que no dudo que estas frases se repitan en cientos de nuestros hogares, pero esa es la mitad de la verdad. Y no es bueno narrar la Historia a mitades. ¡Si lo sabremos nosotros!
Llegamos a lo que parece ser el destino inevitable de todo «Combatiente». Como elemento de nuestra sociedad que ya no encaja, que es incapaz de tolerar lo nuevo, lo diferente, abatido por el fracaso propio y de sus ideales, termina siempre irritado, incómodo, profiriendo ofensas. Aparece entonces la consecuencia inevitable de esas exaltaciones y sufrimientos: el deterioro hasta puntos dramáticos de su salud. Aquí introduzco la idea de una doble intencionalidad. El «Combatiente» se constituye en representación de un proyecto cuyo irremediable final es el fracaso. Una vez más la negación a la rectificación y adaptación al cambio lo condenan, junto a todo lo que representa, al colapso. Progresa entonces del «subión» de presión al infarto, para llegar finalmente a la parálisis fulminante. No hay escape.
Ser plural es otro de los atributos que me gusta de la Historia. La de este tipo de cubano se está narrando con una unilateralidad abusiva. Unilateralidad que hace monocromático al personaje y lo esclaviza en un arquetipo. No es cierto que todos hayan terminado vencidos por los nuevos tiempos; es más, hay cientos que no han terminado aún. Me gustaría ver el otro hemisferio de esta verdad. Quiero ver también a los que se han renovado, a los que se reeducaron en la tolerancia, no a lo mal hecho, sino a la diferencia. Si malo es intentar blanquear la Historia, igual lo es narrar sólo lo negro.
Una última idea. Me resulta chocante que la crítica, en su abrumadora mayoría, se haga sobre el «Combatiente» a pesar de que, como su situación siempre lo refleja, no fingió sus creencias como estrategia para el enriquecimiento y bien propio. De los que sí lo hicieron, paradójicamente, no abundan las caricaturas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario