Imagino que a Jorge Ángel Hernández –quien sin dudas es el escritor cubano que más ha teorizado sobre el misterio de lo cómico– , de vez en cuando le brillen los ojos y se le escape un sarcasmo, al recordar esa suerte de anti-entrevista perpetrada en su contra por el señor Ramón Lobo el pasado 21 de mayo en la contraportada de El País.
Como bien lo conozco, sé cuánto nos divertiremos al evocar la estampa de agente 007 –que con traje del 50 va por todo Madrid encañonando a la periodista cubana Rosa Miriam Elizalde-- con que cuasi lo dibuja el susodicho corresponsal de guerra Ramón Lobo. Y realmente no sé si de pronto el reportero está padeciendo esa clase de psicosis común entre los veteranos de guerra, tantos años cubriendo tiroteos por todo el mundo puede haberle dejado algunas secuelas; en cualquier caso algo raro tiene que estarle ocurriendo, pues de pronto también le ha dado por hacer de juez entre lo que es cómico o no. Claro está, Jorge Ángel pudiera recordarle aquella máxima de Luigi Pirandello: “el artista ordinario se fija en el cuerpo solamente”, pecado que comete Lobo una y otra vez, según veremos, y así no solo la ganada autoridad de Jorge Ángel en la materia permitiría condecorar a Lobo con el título de latoso, sino que el certificado estaría avalado asimismo por los clásicos. Porque veamos cómo es Lobo quien en verdad se pone un traje oscuro y fuera de moda, en realidad una camisa de once varas, pues de pronto le asienta muy bien aquello de zapatero a tus zapatos. Si reviso el magnífico ensayo La risa según Bergson, escrito tiempo atrás por Jorge Ángel Hernández, descubro que la carcajada puede ser un correctivo para quien se adjudica cualidades que no tiene; una suerte de vacuna contra la pedantería. Para llegar a lo concreto, le cuento algunos de los aullidos retóricos de Lobo, en una entrevista donde habla mucho más que la entrevistada. Veamos entonces un par de manipulaciones bien baratas, por lo fácil que son de desmontar:
Escribe el corresponsal de guerra: “Las dictaduras navegan mal por Internet, donde circulan ideas, noticias e imágenes con rapidez y libertad”, y a continuación pone punto y seguido, y coloca el nombre de Rosa Miriam Elizalde. Así, mediante el uso de un elemental recurso cohesivo pretende confundir al lector, haciendo creer que la frase fue dicha por la periodista cubana. Otra perla, esta por demás subrayada en un recuadro: “La periodista cubana lleva una web oficial, pero aquí no se libra del acompañante”. Eso escribe Lobo, pero ¿acaso estuvo siguiendo a Rosa Miriam Elizalde por todo Madrid como si fuera un vulgar paparazzi? ¿Será esta la desinformación elevada al cuadrado? ¿Tiene Lobo conexiones con la policía secreta española? ¿O es que en realidad el agente secreto es él, y no José Ángel Hernández?
En fin, cierra Lobo su anti-entrevista con un chiste sobre la falta de ideas, pero caramba, si gracias a su retórica vacía, amén de jocosas contradicciones de su discurso, él mismo ha probado tener muy pocas, y estar en desacuerdo con ellas. Dice Bergson “Lo cómico es más bien rigidez de gestos que rigidez de aspecto”; y vean ustedes si Lobo no recuerda acaso esa clase de fonomímicos que doblan discos fuera de revoluciones: lo imagino, incluso, enfatizando con dedo papal lo previamente grabado, mientras da pataditas de Chaplin a 18 cuadros por segundo bajo la mesa del restaurante. Pero en realidad es un fonomímico muy mal curtido, huelga decirlo, porque sus labios ni siquiera consiguen elemental sincronismo, demasiadas son sus pifias e ignorancias: de modo que la risa no proviene de su arte, sino del soberano ridículo que a los cuatro vientos proclama gracias a El País. Una y otra vez viaja del sesgo al cliché, de la peyoración, a la bufonada. Así, el escritor no come una pizza: la devora. Es el encargado de que no surjan los grises, pero Rosa Miriam lo deja hablar para ella comer. Por último, a Lobo la realidad le parece poco digna de la noticia: Por ejemplo, el bloqueo norteamericano (que él sustituye por la palabra “embargo” hasta cuando opina la periodista cubana), son las palabras de siempre. En cambio, Rosa Miriam Elizalde da una clase de argumentación en el poco espacio que deja ese lobo periodista que, al menos en este reporte, ha derivado en pobre caperucito. Y por qué la entrevistaron entonces, podría preguntar cualquiera de buena fe. Simple, porque los de El País necesitan seguir presentándose como campeones de la “democracia”, la “libertad de expresión”, y todos esos humos con que enmascaran su cada vez más intragable retórica absolutista.
Es tal el creciente descrédito que padecen –por causa de un periodismos amarillista, un discurso apocalíptico, inflamatorio y demonizante– que ya no pueden sostener más su famoso eslogan de pluralidad y vocación izquierdista.
Ni acaso tornar creíble el nombre de su periódico, que en vez de El País, pudiéramos llamar por ejemplo La Colonia. En sus apuros financieros han tenido que hacer como Doctor Fausto, vender su alma al diablo, y ahora sus directivos tienen que parar la oreja para atender dictados de Berlusconi o Wall Street.
Por otra parte, quien someramente revise los artículos que sobre Cuba, Venezuela, Bolivia, o cualquier otro país del ALBA publica El País, le quedaría muy en claro que, cuando menos, la pluralidad que anuncian resulta bastante singular. Más fácil, sin embargo, resulta explicar por qué continúan llamándose de izquierda. Y esto es porque en su caso pueden despojar la palabra de sus connotaciones políticas tradicionales, y dejarla solo en sinónimo de lo siniestro.
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