lunes, 26 de diciembre de 2011

Al término del Año Internacional de los Afrodescendientes: treinta notas desde Cuba

Luis Toledo Sande
Tomado de Cubarte
1 / Va por delante una confesión, que acaso no sea demasiado personal: hasta hace muy poco me sentía seguro de que un ser humano era, ante todo y fundamentalmente, un ser humano. No se me ocurría clasificar a las personas por sus ancestros, cuya importancia tampoco hay que ignorar. Hace años ya, me pareció impropio que, aunque estimulado seguramente por un justiciero llamamiento a que la rica acuarela demográfica del país estuviera plenamente representada en las distintas esferas de la vida nacional —es de suponer que también en el equipo de boxeo, mientras en el mundo el pugilismo se considere deporte—, un locutor anunciara la actuación de la cantante afrocubana, o negra, Omara Portuondo. Ella era y felizmente continúa siendo nada más y nada menos que una gran cantante cubana, aunque su sangre le viene de España y de África, lo que apunta a las relaciones y mezclas que durante siglos han tenido lugar entre esas dos comarcas del planeta. Pero ahora, sobre todo desde que la Asamblea General de la ONU declaró a 2011, que ya casi termina, Año Internacional de los Afrodescendientes, parece necesario detenerse a pensar de dónde desciende cada quien. ¿Es eso bueno? ¿Es malo? ¿Merece ambos calificativos a la vez? De ser así, ¿en qué grado uno y en qué grado el otro? Es asunto para pensar, y eso sí es bueno, aunque no haya garantía de que siempre se piense bien. Asumamos el reto.
2 / A menudo los mismos términos empleados para repudiar la discriminación acaban insertados en el racismo, pues dan por sentado que en la especie humana existen razas, y esa es una de las fantasmagorías manejadas por los opresores para campear a sus anchas. Si se quiere luchar acertadamente contra esos males, se debe empezar por sostener una verdad científica y de espíritu: la especie humana es una sola, sin razas que la dividan.
3 /Aunque es una larga historia, con hitos que se remontan a siglos atrás —en 1865, por ejemplo, el austríaco Gregor Johann Mendel descubrió las leyes de la herencia que llevan su nombre—, el redondeo en el descubrimiento del genoma humano es reciente: ocurrió a finales del siglo xx y se estimó completo a inicios del xxi. Así se confirmó de modo científico la inexistencia de razas en la humanidad, en la cual se dan diversidades que, ocasionadas por condicionamientos varios, no dan lugar a diferencias esenciales.
4 /El paso del concepto raza de los estudios zoológicos a la sociología sirvió a la Europa cuna del capitalismo en sus arremetidas de “descubrimientos”, colonización, conquista y saqueo de África, América y Asia. Las fuerzas dominantes —que antes habían sometido a pueblos de su mismo color, o no tan distinto que la diferencia fuese relevante— hallaron pretextos para explotar a “negros”, “cobrizos” y “amarillos”, a quienes los “blancos” tendrían que asumir como pesado fardo para “civilizarlos”, o “humanizarlos”, con el látigo en una mano y la cruz en la otra, cuando no flagelados por la cruz misma. Tampoco faltó la hoguera. Los colores se esgrimieron para encubrir las diferencias directamente asociadas a la división clasista de la sociedad. ¿Será necesario insistir en que el sustantivo clase está en la raíz del verbo clasificar, un acto al cual también sirven los colores? Se ha dicho fundadamente, y con limpia voluntad justiciera, que en el Caribe todo se racializó, empezando por la lucha de clases. Pero en estas notas se preferirá decir que “se cromatizó”. Hasta donde seamos capaces de lograrlo pese a la inercia de la tradición, nos urge deshacernos del pensamiento marcado por el racismo. Los términos raza y sus derivaciones deben entenderse aquí como entrecomillados, aunque en busca de simplificar la escritura no siempre se pongan las comillas.
5 /No hay que confundir las diferencias llamadas raciales con las clasistas: no son equivalentes, entre otras cosas, porque a lo largo de la historia ha habido, y hay, explotadores de muy diversa pigmentación epidérmica, y otro tanto ha ocurrido y ocurre con los explotados. En la propia Cuba “negros” y “pardos” no solo nutrieron las filas mambisas. También los hubo en el ejército colonialista y, si sobresalían en tal servicio, podían alcanzar grados militares relevantes y tener esclavos de su misma pigmentación. Al igual que en todas partes, en Cuba la esclavitud fue decisivamente cuestión de sistema, no de colores. Pero estos han servido para ocultar la contradicción medular, que opera en el terreno económico y social en su más vasto y profundo sentido. Como hecho sistémico, la esclavitud actúa sobre el oprimido, o discriminado, y sobre el opresor, que medra con la discriminación. Cierta verdad de Perogrullo debe repetirse, para que no caiga en el olvido: el pensamiento dominante lo es porque domina. Salvo en casos o momentos de ruptura, lo porta asimismo el dominado, como si fuera un conjunto de ideas naturales, no construidas.

6 /La discriminación no es un conjunto de tensiones vectoriales que actúan unilateral y mecánicamente en personas de un color contra personas de otros colores. Se dan también entre las de un mismo color, incluido el de la “superioridad”, que no garantiza ventajas automáticamente. En el seno de las sociedades clasistas puede haber, y a menudo los hay, opresores y oprimidos de diferentes pigmentaciones, y oprimidos del color que se asocia al status más alto. En las relaciones entre comunidades marcadas por clases, cualquiera que sea el color de su piel un millonario gozará de ventajas por encima de los pobres y oprimidos, independientemente del color o los colores de estos. Baste recordar metáforas de raíz tan racista como “negro rubio” y otras similares. Esa verdad se extiende al plano de los géneros. Una mujer afrodescendiente afronta por lo general mayores desventajas que un hombre afrodescendiente, y otro tanto sucederá en el ámbito de la hispanodescendencia, de la chinodescendencia, de la anglodescendencia, de la eslavodescendencia, de la vikingodescendencia… de la humanidad en su conjunto, que es, en gran medida, una inmensa mezcla.
7 /Como norma, nada niega la validez del criterio marxista según el cual, en última instancia —al final de todas las mediaciones, por encima o por debajo de todas las demás— el factor económico resulta determinante. En lo más encarnizado de la renovada, con ese nombre, confrontación entre civilizaciones, la familia Bush intercambiaba o intercambia mimos con la familia del monarca de Arabia Saudita, y con el propio rey, quien, dicho sea de paso, al imperio —dictador mundial que no cambia en su esencia porque un césar, cualquiera que sea el color que tenga, sustituya a otro— no le parece que sea un dictador. Por lo menos, no lo acusa de tal. Veremos qué hace si allí se produce una agitación popular incontrolable. Ya están las experiencias de Túnez y Egipto, a las que dio una salida harto diferente de la aplicada en Libia, donde la rebeldía contra el gobierno fue en gran parte el fruto de una construcción al servicio de intereses imperialistas, que ya están armando lo suyo en Siria, a tono con el nuevo método aplicado en la expansión de la “democracia”.
8 /Para ocultar la contradicción fundamental, la de clase, han servido no solo los colores, sino también los sectores. En una época en que seguía o sigue habiendo colonias, ¡y neocolonialismo!, la academia imperial prohijó el rótulo poscoloniales para calificar estudios que no eran nuevos, y los promovió como si lo fueran. Esa maniobra acompañó el despliegue de recursos destinados a magnificar la importancia de los sectores y las llamadas minorías, aunque una de estas la integren las mujeres, que son no menos de la mitad de la especie. Sectores y minorías tienen su lugar, pero en el fondo está la división entre ricos y pobres, entre explotadores y explotados, que se solapa bajo otras, o en determinadas circunstancias se enmascara tras el falso esplendor, insostenible cuando crecen las quiebras del sistema —con una crisis permanente, no coyuntural— y la consiguiente indignación, que la izquierda no parece haber sido capaz de conducir del modo más eficaz, pero pudiera ser una nueva forma de encarnar un fantasma que recorre el mundo. Por lo pronto, llegó ya a Wall Street. En cuanto a sectores minoritarios, ninguno lo será más que el de los grandes opresores y sus representantes. Contra Barack Obama se han lanzado alfilerazos racistas dentro y fuera de los Estados Unidos; pero él preside un imperio que tiene en sus cimientos la “discriminación racial”, y que ha azuzado, o azuza, las guerras entre civilizaciones. Es un “mulato rubio”.
9 /No hay que ser muy veedor para descubrir que las clases dominantes han sabido presentar su supuesta superioridad como un hecho fatal, natural y divino a la vez. Términos como nobleza y aristocracia ilustran la maniobra. Otros van por diferentes recovecos. Quizás cuando hoy se reconoce elogiosamente en alguien la virtud llamada franqueza, nadie se detenga a pensar que con ello se rinde tributo a la era en que los francos, en el siglo XV y no sin el apoyo papal que benefició a su rey Clodoveo I, dominaron la Galia y, a diferencia de los pobladores sometidos, a quienes se les impedía hacerlo, ejercieron en ese territorio el derecho a traficar con irrestricta libertad, sin pagar tributos… francamente. Luego el vocablo franco y sus derivados se usaron para calificar actos del tipo de hablar sin tapujos, sin temor, como hablaban los francos dominantes, porque ellos imponían sus propias leyes y los galos tenían que acatarlas. Los rejuegos verbales han servido también para devaluar al otro: vandalismo y bárbaro ilustran tal empleo. El Diccionario de la Real Academia Española sigue diciendo que portuguesada es “dicho o hecho en que se exagera la importancia de algo”. Por su parte, el diccionario Aurelio, de portugués, define espanholada como “porção de espanhóis”, y también como “expressão ou manifestação exagerada, hiperbólica, em geral jactanciosa”, y remite a fanffarice, que equivale a fanfarronada. ¿Por dónde habrán empezado los banderillazos mutuos? Lo más probable es que los actuales pobladores de España y de Portugal arrastren —contra su voluntad— la herencia de una vieja pugna entre imperios esclavistas. Por lo menos del lado de España se perciben muestras de ninguneo aplicado a Portugal. A veces aquella parece sentirse rectora del concepto Iberoamérica, ycomo de América los Estados Unidos, dueña de la Península Ibérica toda, sueño que tal vez alimentó José Saramago, cualesquiera que fuesen sus intenciones, al proponer que se creara una nación nombrada Iberia.
10 / Hubo pensadores que no necesitaron el descubrimiento del genoma humano para defender la igualdad esencial entre los seres humanos y la idea de que la humanidad es una sola, sin divisiones de razas. En su ensayo “Nuestra América”, publicado a inicios de 1891 y nacido de su conocimiento del expansionismo voraz y las lacras internas de los Estados Unidos, José Martí proclamó: “No hay odio de razas, porque no hay razas. Los pensadores canijos, los pensadores de lámparas, enhebran y recalientan las razas de librería, que el viajero justo y el observador cordial buscan en vano en la justicia de la naturaleza, donde resalta en el amor victorioso y el apetito turbulento, la identidad universal del hombre”. Con esa perspectiva publicó en el periódico Patria del 16 de abril de 1893 un artículo al cual puso por título, entrecomillada —sometida a juicio—, la expresión “Mi raza”, y en ese texto afirmó lo que vale como norma de vida para el mundo, no únicamente para Cuba: “Todo lo que divide a los hombres, todo lo que los especifica, aparta o acorrala, es un pecado contra la humanidad. ¿A qué blanco sensato le ocurre envanecerse de ser blanco, y qué piensan los negros del blanco, que se envanece de serlo, y cree que tiene derechos especiales por serlo? ¿Qué han de pensar los blancos del negro que se envanece de su color? Insistir en las divisiones de raza, en las diferencias de raza, de un pueblo naturalmente dividido, es dificultar la ventura pública, y la individual, que están en el mayor acercamiento de los factores que han de vivir en común”.
11 /Martí, que era niño cuando juró lavar con su vida el crimen de la esclavitud —lo testimonió en Versos sencillos—, condenó también sus secuelas. Esa fue una de las razones por las cuales personificó la vanguardia del pensamiento revolucionario cubano, en la que se fundieron independentismo y abolicionismo. El ejército mambí fue multicolor, y un oficial, fuese “blanco” o “negro”, podía tener de ayudantes a profesionales “blancos”, a “niños bien” que se enorgullecían de dar ese servicio a la patria. Tal fragua estaba en camino de dar frutos mucho más altos que los cosechados en la República neocolonial bajo la coyunda de los Estados Unidos, nación que había creado sus bases como potencia explotando, quemando, marginando y destripando a la población originaria de su territorio, y a negros y negras arrancados de África. El apartheid no se estableció solamente en Sudáfrica, aunque allí, donde la población originaria era negra, tuviera ese nombre y manifestaciones “clásicas”.
12 / El aporte ideológico martiano enriqueció el pensamiento de Fernando Ortiz, quien siguió su propio camino. Tenía veinticinco años cuando en los inicios de la República neocolonial acuñó el término-conceptoafrocubano. Entonces lo asoció al hampa afrocubana, expresión peyorativa que dio título a una serie de libros suyos iniciada con Los negros brujos (apuntes para un estudio de etnología criminal), de 1906. En ese volumen lo africano y su descendencia están vistos, de alguna manera, como algo extraño. En 1926 Ortiz fundó la Institución Hispano-Cubana de Cultura, y en 1941 la Sociedad de Estudios Afrocubanos, instituciones que él presidió y que incluso por separado podían ser útiles. Pero al año siguiente pronunció en una sociedad habanera de la llamada “raza negra” un discurso fértil y programático desde su título: Por la integración cubana de blancos y negros. En ese camino escribió su libro El engaño de las razas (1946) y, sobre todo, mostró que se sentía, y era, cubano, aunque por sus ancestros podía sentirse euro o hispanodescendiente, y lo era. En lo fundamental quedaba superado en el pensamiento del sabio el uso de afrocubano como discriminación meliorativa, aplicada para reclamar que ese elemento se tuviese debidamente en cuenta al hablar de la composición de la sociedad cubana y su cultura. Por el peso repudiable que ha tenido la discriminación peyorativa, el uso del término discriminación escora hacia ese sentido; pero existen formas meliorativas, que hasta se programan, no siempre con los mismos fines. Hay además la discriminación necesaria, como la que se requiere para diferenciar el bien y el mal.
13 / El propio Ortiz acuñó un concepto mucho más abarcador que afrocubano y no asociable con la discriminación, ni peyorativa ni meliorativa: el concepto de transculturación. Lejos de agotarse como instrumento de estudio, aporta un recurso de valor metodológico para la práctica transformadora. En un artículo reciente, «La discriminación racial en Cuba: un poco de historia y de actualidad», Guillermo Rodríguez Rivera combate la discriminación racial y apoya la opción integracionista, necesaria para asegurar la existencia de una patria cubana fuerte y justiciera: “lo que hay que pedirle al negro es la transculturación, como hay que exigírsela al blanco. Hay que enseñar la cultura española, la moderna cultura universal y, del mismo modo, hay que enseñar en las escuelas las culturas africanas que contribuyeron a conformar la cubana, y sentirnos orgullosos de esa herencia […] Hay que hacer activismo integrador, porque la discriminación puede prohibirse por la ley, pero mientras exista el prejuicio en la mente del hombre, este se enmascarará para ejercer subrepticiamente la discriminación”.
14 / El racismo causó estragos hasta en la manera de valorar a nuestros héroes. Razones han tenido quienes han visto con desagrado que al extraordinario Antonio Maceo no se considerase bastante calificarlo de Titán: a ese título se le agregóde Bronce. Así, cualquiera que haya sido la intención con que se hizo, se marcaba su condición étnica, en la que, por cierto, la sangre española estaba mezclada con la africana. De lo contrario, quizás se le habría llamado Titán de Ébano. ¿Sintió alguien la necesidad de decir que Martí era el Apóstol Blanco, o de Ácana? Se sabe que alguna vez, y no es seguro que con buenas intenciones, se le calificó de “negro por dentro”, para señalar su identificación con los pobres de la tierra y su hermandad con los compatriotas honrados, de todos los colores. Pero le tocó pasar por “blanco”, un color que —no se habrá dicho lo bastante— no corresponde a ningún ser humano, a menos que padezca vitiligo, como para ser negro hay que teñirse con carbón, al modo del “negrito” en el teatro bufo cubano. El patrón de la “superioridad”, la norma, era el “blanco”, y no había que señalarlo: no había que discriminarlo. A Juan Gualberto Gómez, hermanado con Martí en la lucha contra el racismo y por la emancipación nacional, no faltó quien lo llamara “el Martí de tierra adentro” —lo cual suponía desconocer el influjo del propio Martí en el interior de Cuba, aunque estuviera por fuerza en la emigración— y aun “el Martí negro”. Los prejuicios que laten en esas mistificaciones se estrellan contra la determinación que Martí, en enero de 1895, en vísperas del estallido de la guerra necesaria, le expresó al propio Juan Gualberto: “Conquistaremos toda la justicia”, y contra la aspiración que ya Juan Gualberto había declarado: “el hombre de raza dejará de existir para dar nacimiento al hombre sin adjetivo”. Ambos ideales eran, son, inseparables.
15 / Burdas manipulaciones como esas no ameritan que caigamos en sus redes, ni que inventemos competencias y regateos entre héroes que fueron extraordinarios, o que se sienta complejo de culpa al decir que Martí ha sido el más genial y universal de los políticos cubanos —como lo definió Fidel Castro— o el cubano más universal de todos los siglos, por su periplo vital, por su obra literaria, por el alcance ecuménico de sus ideas, que siguen vivas; por su labor política, incluido el Partido Revolucionario Cubano, al que se vinculó la formación de varias comunidades patrióticas, mambisas, en los Estados Unidos y en otras tierras de la América Latina y el Caribe. Es innecesario, y sería un flaco homenaje a nuestros héroes, dejarse llevar a modo alguno de secuela racista.
16 / También sería injusto y poco productivo apearse con exigencias ahistóricas a la hora de valorar a nuestros próceres y el devenir en general del país. No es un mérito haber tenido esclavos; pero sí haber sido capaz de comprender la indigna injusticia de la esclavitud y haberse librado de la degradación de ser esclavista. Así y todo, por caminos ahistóricos se ha podido menospreciar a Carlos Manuel de Céspedes porque hoy no se conocen los nombres de los esclavos que fueron liberados por él el 10 de octubre de 1868, y, como si tal grado de menosprecio fuera poco, se ha incurrido en suponer que tuvo ese gesto por mero sentido utilitario: como para tener carne de cañón que ofrecer en el combate. Tal punto de vista, o falta de ella, implica desconocer el grado de renuncia a los bienes materiales, y de entrega a la causa emancipadora, que protagonizó Céspedes, quien, además —como fundadamente le gusta reiterar al colega Pedro Antonio García—, ya en aquella fecha auroral tenía pocos esclavos en su dotación, pues los había ido liberando desde antes. En todo caso, el abolicionismo de Céspedes, y en general de lo más avanzado de los independentistas en Cuba, tuvo la fibra humana que, sin ignorar posibles excepciones individuales, puede afirmarse que faltaba en el promovido para el siglo xix por Inglaterra, que capitalizó la rentabilidad de la máquina de vapor, y cuyo espíritu colonial llegó resumido al xx en el apartheid. Pensando en Cuba, y en el mundo todo, habrá que seguir defendiendo la necesidad de conocer y difundir la historia de la gente sin historia, como hicieron en un libro de autoría común los estudiosos cubanos Juan Pérez de la Riva y Pedro Deschamps Chapeaux, dando puntual especificidad al concepto de pueblos sin historia empleado por el francés Henri Moniot. Pero, para juzgar al Céspedes que se levantó en su ingenio Demajagua y fue asesinado en San Lorenzo, donde tuvo la compañía amorosa de una mambisa negra y ratificó la altura patriótica, política y moral que lo caracterizó y le granjeó —no debido a su color— el título de Padre de la Patria, reservemos las palabras con que lo valoró Martí. A ellas pertenecen las siguientes: “no fue más grande cuando proclamó a su patria libre, sino cuando reunió a sus siervos, y los llamó a sus brazos como hermanos”. Añádase que cuando se ha llamado Madre de la Patria a Mariana Grajales tampoco ha sido por cuestión de color.
17 / El pensamiento dominante ha generado imágenes que rebasan épocas. Sobreviven así, hasta en el mejor pensamiento de nuestra América, expresiones como descubrimiento para nombrar lo ocurrido a raíz de 1492, y no debe olvidarse que ha sido necesario sanear vocablos como mulato y mulata, o zambo y zamba, acuñados por asociación, respectivamente, con mulo y mula, y con un mono americano cuyo nombre también adjetiva a personas de piernas deformes. Igualmente se heredan otros valores impuestos por credos cosidos al poder. No hay que lastimar religiosidad honrada alguna para poner en tela de juicio la expresión como Dios manda, y, menos aún, par decir que la Cuba de hoy no tiene por qué sentir que su espiritualidad y sus valores nacionales estén representados en la Cruz de Colón, o como se le llame, aunque se le haya dado el rango de Monumento Nacional como fruto de una decisión que no tiene por qué complacer a toda la ciudadanía del país. Otra cosa habría sido conferir ese título a la cruz con que Fray Bartolomé de las Casas se enfrentó a los intereses dominantes en la jerarquía eclesial y en las clases dominantes de su tiempo, y legó su aporte a lo que en el siglo xx empezó a llamarse teología de la liberación, que difícilmente pueda hallar algún asidero en el Gran Almirante.
18 / Si de alguna manera, incluso con las mejores intenciones del mundo —como la de no exacerbar lo que merecía arrancarse de raíz—, se soslayó en la Cuba revolucionaria la llamada “cuestión racial”, y ello dio lugar a que, más que erradicarse, se acumularan y crecieran prejuicios y resquemores, habrá que agarrar de una vez el toro por los cuernos y dar los pasos necesarios, sin precipitación y sin más demoras. Para decirlo con Martí, la experiencia demuestra que “aplazar no es nunca decidir”. Lo que no se enfrenta y, por tanto, no se resuelve oportunamente, puede dar paso a extremos y bandazos indeseables, en todos los terrenos, no solo en la cuestión tratada en las presentes notas.
19 / En la herencia ética y justiciera abonada por Martí, y cumpliendo el programa del Moncada, la Revolución cubana tuvo entre sus primeras metas erradicar la discriminación racial y el racismo. Aquella se podía derrotar con leyes y medidas concretas; este se afincaba o se afinca en las conciencias y requería también, o requiere, otros caminos y procedimientos para extirparlo. Como una forma de lucha eficaz contra esos males se recibió la eliminación de barreras que hacían que los “blancos” y la “gente de color” se divirtiesen por separado, en sociedades que encarnaban la segregación “racial”, como un grado de apartheid. Si alguien, invocando la necesidad de no silenciar diferencias, tuviera hoy la idea de restablecer divisiones tales, estaría dando un salto hacia el pasado, y desconociendo realidades de no poca monta. En la actualidad, las sociedades que agrupan descendientes de gallegos, asturianos, andaluces, cántabros, canarios, baleares… y cuantas otras similares existan formadas por cubanas y cubanos que tienen ancestros oriundos de las comarcas españolas, nada o muy poco tienen que ver con las sociedades de ese tipo existentes en las primeras décadas del siglo pasado. Entonces Cuba estaba marcada por la frustración de su independencia y por el establecimiento de la República neocolonial, heredera del racismo que le venía de la colonia y que la nueva metrópoli, los Estados Unidos, reforzaría. En esas circunstancias los integrantes de aquellas sociedades serían los propios españoles establecidos en Cuba y sus descendientes “blancos”. Hoy, mucho más que los españoles aún vivos, las forman sus descendientes, con todo lo que eso implica en cuanto a colores, dado el número de cubanos y cubanas que descienden no solo de españoles y españolas, sino también, a la vez, de africanos y africanas.
20 / La dificultad que habría para fomentar sociedades similares entre los descendientes de pueblos de África no es un hecho económico, sino fundamentalmente práctico: españoles y españolas estuvieron entrando en Cuba hasta bien avanzado el siglo XX, y es relativamente fácil hallar el hilo de su descendencia; mientras que el origen del componente africano de la población cubana se encuentra en las hornadas de esclavos y esclavas que se trajeron a la fuerza para explotarlos en un régimen de esclavitud que formalmente se abolió en 1886, pero desde antes fenecía. Sería harto difícil establecer hoy hilos de continuidad como los que se conocen en el caso de la hispanodescendencia. Y quede para otra ocasión analizar un punto que no debe pasarse por alto: el actual financiamiento de las sociedades de hispanodescendientes no proviene solo ni en lo fundamental de las cuotas mensuales abonadas por sus miembros, sino de las respectivas comunidades autónomas españolas que, apoyadas en leyes centrales de aquel reino, financian a dichas sociedades en una práctica que no debe idealizarse como expresión de afectos familiares: tampoco resulta ajena a intereses electorales de los partidos que alternan en un gobierno que ahora mismo es más ostensible aún por dónde anda, encabezado por un partido que —así como el otro utiliza los rótulos socialista y obrero— usurpa el calificativo popular, y cuyas perspectivas y actitudes hacia Cuba son bien conocidas.
21 /Aunque no en el mismo grado que en tierras del continente, en Cuba sobrevive la huella, demográficamente incluso, de los pobladores originarios, que la conquista y la esclavitud —con el eufemismo de régimen de encomiendas en su caso— no llegaron a exterminar por completo. Además de estar presente esa huella, ostensible en no pocos rostros, es común ser a la vez afrodescendiente, hispanodescendiente, chinodescendiente, sin olvidar aportes como el de la inmigración árabe y otras llegadas en menores cantidades al país. Si de justicia se trata, muy poco resolvería determinar o calcular la proporción en que esa mezcla se da en cada caso concreto, en cada ser humano. Análisis genéticos evidencian que en la población cubana no solo no hay razas, como no las hay en el conjunto de la especie humana. Tampoco en el plano cultural hay etnias, a pesar de haber sido Cuba el país de América que recibió quizás mayor diversidad de etnias africanas durante la época de la trata y la esclavitud, lo que habrá favorecido el divisionismo conveniente a la metrópoli esclavista. Al decir de Ortiz, se produjo un gran ajiaco, lo que Nicolás Guillén, quien justamente cantó a sus “dos abuelos”, definió como “todo mezclado”.  Alejo Carpentier, pensando en las culturas colindantes del Mediterráneo europeo, enalteció con razón los frutos del mestizaje humano y reprobó que Ortiz —aunque en el mejor uso que hizo de él lo esgrimiese contra la discriminación peyorativa— insistiese en el concepto de afrocubano. El autor de El reino de este mundo y El siglo de las luces entendía justo y necesario considerar que las personas de origen africano eran en Cuba tan criollas como las de origen español, y tan cubanas como estas últimas. Guillén, por su lado, tuvo el acierto de proclamar que su poesía era mestiza, como la población cubana y su cultura. Reivindicó así, como Martí había hecho antes para toda nuestra América, el concepto de mestizaje, originalmente de carga despectiva, porque se asociaba a la impureza, que en las ciencias naturales se vincula por lo general a interesadas manipulaciones de carácter pragmático o económico, o a la devaluación. Incluso en medios cubanos puede oírse hablar de “ejemplares sanos” para alabar a un animal de “raza pura”, concepto que no tiene sentido aplicar a la humanidad, salvo para apoyar el racismo.
22 /Si no se hace con la ponderación cultural y emancipadora con que lo hizo Carpentier, convertir en dogma la defensa del mestizaje puede representar igualmente un modo de racismo, y sustituir un supuesto paradigma racial por otro. Pero en la humanidad el camino del mestizaje puede aportar, entre otros frutos, un modo práctico y natural de revertir el racismo. En sociedades como las de nuestra América —que no se definen plenamente con el término latinoamericano— el mestizaje constituye un proceso característico, y sigue activo y creciendo. No se agota ni remotamente en lo biológico, pues se aprecia, sobre todo, en la cultura. Cuando se dice que quien no tiene de congo tiene de carabalí, o de lucumí, se habla de modos de pensar y actuar, más que de datos estadísticos y genéticos, tan del agrado del racismo y en especial de sus modalidades fascistas, sobre todo los últimos. Pero no hay que rehuirlos dogmáticamente. Sirven para ratificar el mestizaje de Cuba también en el plano biológico. Cierto alelo (rasgo genético) considerado propio de “blancos”, está ausente en gran parte de la población cubana que se tiene por “blanca”, y hasta por rubia, y puede aparecer en parte de la que se tiene por “negra” y mulata, incluso en personas a las que cierta metáfora, tal vez de origen racista, atribuye “color teléfono”.
23 /El concepto de afrodescendiente, comparable en Cuba con afrocubano,no asomó en 2011. Desde años atrás ganaba ya terreno como un modo —en los mejores casos— de llamar la atención sobre las desventajas que en el mundo sufren quienes vienen de ancestros africanos, por lo que entre esas personas figuran descendientes de las arrancadas de África para someterlas a esclavitud en América. ¿Quién podría poner en duda el valor de tal reclamo? El problema es saber qué motivaciones pueden estar en juego. Desde que se conoció la proclamación de 2011 como Año Internacional de los Afrodescendientes hubo quienes la saludaron y expresaron preocupación a la vez: la ONU, empezando por su Consejo de Seguridad, es manejada por el gobierno de los Estados Unidos, y, dicho eso, está de más abundar en argumentos que fundamenten la aprensión al respecto.
24 /El llamamiento implícito en la mencionada proclamación merece apoyo si sirve honrada, sincera, legítima y limpiamente para repudiar y barrer lo que haya de injusticia en el mundo, y la hay en abundancia; pero ¿bastará un año —o un decenio, si lo fuera— para estimular el logro de propósitos de envergadura y significado tales? ¿Cómo confiar en una organización donde el estado de Israel tiene asegurado su sitio y Palestina carece del suyo? ¿Podrá la ONU, con una breve campaña, apoyar de veras y propiciar soluciones prácticas a las causas que lo merecen? Veinte años de voto permanente y rotundo contra el bloqueo estadounidense a Cuba se diluyen en la prepotencia de la nación que domina a su antojo no solamente su Pentágono, sino también, además de otras organizaciones de carácter y con deberes internacionales —la propia ONU entre ellas—, la OTAN y el Fondo Monetario Internacional. Con valoraciones injustas, de esas que pintan el “problema racial cubano” como si fuera comparable con la situación de otros países donde la discriminación y la injusticia campean por sus fueros, se pudieran fabricar conflictos internos en Cuba, o al menos la imagen de que esos conflictos existen. ¿No estarían creadas así las condiciones para justificar contra Cuba un zarpazo de esos que el imperio asesta, ensangrentando pueblos, con fines “humanitarios”? Y esas valoraciones injustas no han faltado. Las ha habido dentro del país, y llevadas fuera de él por voces capaces de contradecir su propia gloria.
25 / Los medios dominantes, que tienen cuartel general en Wall Street, el Pentágono y la Casa Blanca —así se llama—, o se les maneja desde allí, tienen un fondo de percepción e ideología marcado por la historia anglosajona, con un pasado colonial de signo esclavista y drásticamente signado por una rígida segregación racial. En el ámbito francófono, Haití dio a finales del xviii el ejemplo pionero de una rebelión de esclavos que culminó con la fundación del primer país independiente en nuestra América. La colonización española merece repudio, como cualquier empresa opresora; pero por diversas circunstancias no generó el mismo grado de segregación racial que la británica, ni en lo determinante dio paso a rebeliones independentistas definibles por sellos raciales. En territorios hispanoparlantes, Cuba entre ellos, no ocurrió lo que en el anglófono, donde los descendientes de esclavos sintieron la necesidad de buscar su ideal de libertad en África. Ese fue el origen de la adoración del príncipe, o ras, Tafari Makonnen, luego emperador Hailé Selasié. Aunque se explica que semejante ilusión condujese a decepciones, ahí está el origen del movimiento Rastafari. En los Estados Unidos, el retorno masivo al África ideal fue un sueño extendido e irrealizable; pero, de haberse logrado, habría dejado al país en poder de los racistas blancos, a quienes convendrá que los descendientes de africanos no se sientan “americanos”: es decir, estadounidenses.
26 /Para no dar pie a la menor duda, quede bien claro: por mínimo que fuese, cualquier vestigio de discriminación de signo racial que haya en Cuba —o cualquier otra forma de injusticia que sobreviva o surja en un país llamado a complicadas e ineludibles modificaciones en su vida económica— debe ser enfrentado resueltamente, sin ocultamiento de ninguna índole. Y debe hacerse por los caminos de la nación y por su propia capacidad de iniciativa, la misma que le permitió ser el primer territorio libre del imperialismo en América, el primer país de la región en liberarse del analfabetismo y la primera nación que se trazó construir el socialismo en el hemisferio y en lengua española. Tampoco en la lucha contra las secuelas de la discriminación racial y el racismo tiene por qué ir como arrastrada o empujada por fuerzas foráneas u organización internacional alguna, y menos por una que no ha sido capaz de resolver ninguno de los graves problemas que asolan a la humanidad. Han de poner hombro y corazón, y juntar todas las manos, los hijos y las hijas del país a quienes anime de veras el afán de seguir haciendo de esta tierra, de esta patria, o —rindamos homenaje a Miguel de Unamuno— matria, una plaza de la emancipación y la justicia. Sería terrible, pero no hay por qué descartarlo automáticamente, que el paso de 2011 dejara a la población cubana más dividida y con más resentimientos que antes. El temor no es aplicable solamente a Cuba, ni es fortuito. Se sabe cuánto y cómo han sabido los imperios aplicar y capitalizar la máxima “divide y vencerás”, contra cuyos efectos es necesario estar alertas y activos.
27 /Según los estudios científicos, la humanidad en su conjunto —no solo una parte de ella— es afrodescendiente: se originó en África. Pero a veces han ocurrido hechos que parecerían asociados al intento de menguar esa realidad, o negarla. Hace pocos años se descubrió en un depósito arqueológico español, Atapuerca, restos fósiles de seres humanos, y ello alimentó la suposición de que el homo sapiens podía no haber brotado en África, lo cual dio pie a manifestaciones de euforia. Las ciencias pueden carecer de ideología, pero no carecen de ella los científicos ni los encargados de difundir el significado del conocimiento. Agréguese que no siempre son tan científicas las perspectivas que deberían serlo o se anuncian como tales. Saber dónde se originó el homo sapiens sería irrelevante, un dato válido tal vez para la curiosidad científica. Desde el punto de vista ético, el más profundamente humano de todos, lo importante es conocer la justicia que debe reinar en la especie, en el universo, y pensar y actuar en consecuencia. Pero sería no menos que sospechoso el intento de menguar la significación que ha tenido y tiene para el mundo un continente cuya pobreza es inseparable del enriquecimiento de los imperios y las potencias que ha habido en el planeta, sobre todo de 1492 para acá.
28 /Lo más importante no es el origen, sino el camino asumido ante los reclamos de la justicia, o en su negación. Africanos han sido Patricio Lumumba y Nelson Mandela, y también Mobutu Sese Seko y Balthazar J. Vorster, y afrodescendientes son Collin Powel, Condoleezza Rice y Barack Obama. En cuanto a Cuba, afrodescendientes han sido Antonio Maceo, Quintín Bandera y Jesús Menéndez, y por las venas de algunos de ellos corrió también sangre española, y no menos afrodescendientes fueron Fulgencio Batista y unos cuantos de los torturadores que integraron los cuerpos represivos durante la tiranía que él encabezó. Esa compleja realidad no debe desorientar a nadie, en ningún sentido. No es razón para menospreciar ni magnificar nada.
29 /Si estas notas empezaron con una confesión, se acercan a su fin con otra. Cuando me invitaron a pronunciar esta conferencia, y todavía el programa se preveía como homenaje a un importante dramaturgo vecino mío en un popular edificio del municipio habanero del Cerro, me decía a mí mismo para mis adentros: “A partir de ahora, cuando lo vea en el ascensor —curiosamente, no suele llamársele descendedor, y también lo es—, ¿tendré que pensar en él como afrodescendiente? Pero si tiene además una pinta de hispanodescendiente que no hay quien se la quite. Y si está acompañado por su esposa, ¿tendré que percatarme de que ella parece mucho más hispanodescendiente que él, e incluso podría confundirse en Madrid con una española? ¡Caramba!, no conozco los abuelos de ella, y quién sabe la sorpresa que me llevaría si los viera”. Pero más allá de tales dudas, completo la confesión con esta certidumbre: a partir de ahora, como antes, cuando los vea estaré viendo a dos seres humanos a quienes aprecio, y que merecen ser valorados por sus cualidades, no por sus ancestros.
30 /A cada quien en sus circunstancias particulares —unas más hostiles que otras, y en Cuba están muy lejos de ser las peores— corresponde llevar con honra su procedencia. Todos los orígenes son dignos, y ningún desafío es mayor que el de crecer como seres humanos y luchar con lucidez, con resolución y sin odios frustrantes, contra los obstáculos inhumanos que nos salgan al camino, o pudieran impedir a otros seres humanos su pleno y justo desarrollo, vengamos de donde vengamos. Por ello, para terminar, ruego que me permitan repetir las palabras con que titulé uno de los textos en que he tratado el tema: seamos humanoascendentes. Como diría Hamlet, “esa es la cuestión”.

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