Un amigo me hablaba hoy de este excelente artículo de Retamar aparecido en el mes de octubre en el diario Juventud Rebelde, que no había leído. He querido compartirlo con los lectores de mi blog, como lectura de fin de año, porque dialoga con el presente.
Roberto Fernández Retamar
Mi siguiente (y más memorable) encuentro con el Che se debió a un azar: un «seguro azar», en las palabras de Salinas. En los primeros días de marzo de 1965, al ir a abordar ese avión Praga-Habana que todo cubano toma, o aspira a tomar, alguna vez, y que se va haciendo familiar como un tranvía de barrio, tuve la alegría de saber que haría el vuelo no solo con muchos alumnos becados, sino también con el Che y otros compañeros del Gobierno (Osmany Cienfuegos, Arnol Rodríguez), además del secretario del Che, Manresa. Cruzamos unas palabras, y todo no habría pasado de allí. Pero, por desperfecto del aparato, el vuelo supuso una larga detención en Shannon, Irlanda, y significó dos días con sus noches. En esas condiciones, sin tabaco que fumar, prácticamente sin libros que leer (el Che acabó leyéndose la antología poética compilada por De Onís, que yo llevaba, así como mi ensayo Martí en su (tercer) mundo, con el que fue generoso, y a pesar de ocasionales incursiones en el ajedrez y el dominó, la conversación adquirió una importancia especial. Debo a ese hecho fortuito el haber hablado algunas horas con el Che, lo que es una de las cosas gratas y aleccionadoras que en estos tiempos me han ocurrido.
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El peligroso ejemplo de Cuba
Hace 13 horas
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