Fragmento publicado en La Jiribilla
La sospecha en torno a la veracidad de los relatos históricos no es nueva. Ya en las postrimerías del siglo XIX el crítico e historiador literario cubano Justo de Lara exponía, a modo de ejemplo, un hecho insólito: una noche de otoño, el rey Carlos XI de Suecia conversaba en una de las habitaciones de su palacio con varios ministros. Desde la ventana pudo ver que el salón principal se encontraba extrañamente iluminado; ninguno de los hombres de su séquito pudo ofrecer una explicación convincente y el Rey decidió acudir al lugar. Lo que vio lo llenó de espanto: sentado en el trono se hallaba un cuerpo ensangrentado, vestido con las insignias reales y en el salón bailaban decenas de seres fantasmales. Esa misma noche, el Rey escribió lo sucedido en un pergamino, que no solo lleva su firma —y el cuño real—, sino la de todos sus acompañantes, en calidad de testigos oculares. El documento, sin duda legítimo, se conserva, pero ¿constituye una prueba histórica?, ¿por qué descartamos su veracidad?, ¿si la anécdota fuese verosímil, acaso no estimaríamos como definitiva la prueba? La historia narra episodios que no vivimos, y que debemos reconstruir desde nuestros prejuicios y experiencias. La investigación histórica, desde luego, no está desprovista de metodologías que aseguran una imprescindible “objetividad”, pero no puede ni desea desentenderse de la subjetividad humana. Por eso, la sospecha ha sido siempre un recurso de los historiadores revolucionarios, sobre todo porque según una frase sabia, “la historia la escriben los vencedores”, y ellos, pocas veces lo han sido.
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Fragmento publicado en Cubasí
La campaña de Diesel, sin embargo, me remite a un texto muy breve, programático, de José Manuel Prieto, un escritor cubano de la generación de los ochenta, que se radicó en los Estados Unidos:
“Esto es lo que había querido mostrar Guillermo Cabrera Infante [escribe orgulloso de su descubrimiento]; los hombres a salvo en el reducto de su piel; anteponer lo personal, la motivación que puede ser tildada de frívola y egoísta, pero que cuenta con la gran ventaja de ser tuya y de nadie más. (…) Ocurrida mi feliz conversión a Homo frívolus, yo, que quería escribir novelas, abandoné sin vergüenza la meta de la ‘Novela de la Revolución’, de la NOVELA. ¿Qué se había alcanzado por esa vía? Nada o casi nada. (…) Porque la respuesta es mucho más sencilla: no hay tal, no existe la vida más allá de esta vida. (…) Tránsito hacia lo frívolo, o lo que es lo mismo, hacia lo humano: los grandiosos objetivos de la época rebajados a pequeñísimos goces actuales; un presente hinchado de significados, vasto, disfrutable en todos sus resquicios.”
Para este novelista, los Estados Unidos difunden “la cultura del disfrute del presente, de lo lúdico”, mientras que los rusos (los soviéticos), “más pesados y fundamentalistas, exportaron un ascetismo de corte religioso, una severidad escatológica”.
Entre los blogueros contrarrevolucionarios –modalidad nueva en la forma, que repite los mismos contenidos y procederes de la tradicional oposición al socialismo–, hay algunos que cultivan la irreverencia del cuerpo. Es sociológicamente interesante el mundo virtual de Lía Villares por ejemplo: decenas de fotos reproducen su rostro y el de sus amigos, con énfasis narcisista. En muchas de esas fotos, aparece desnuda. El cuerpo desnudo puede acompañarse de símbolos graves, como la bandera cubana. Orlando Luis Pardo Lazo, un escritor-bloguero de boutades, se hizo retratar mientras se masturbaba sobre la enseña nacional. Episodios viejos que llegan tarde a Cuba. Pero que siguen la misma línea matriz: la frivolidad frente a la seriedad; la despreocupación opuesta a la razón; la individualidad extrema frente a cualquier expresión de colectividad, ya sea la Patria o el proyecto social. Un bloguero contrarrevolucionario alienta desde el exterior el acto “rebelde”, el “I’m stupid” del slogan publicitario:
“Ya he hablado en otras ocasiones del trapo nacional y la mayoría de ustedes sabe lo que recomiendo: limpiarse el culo con él. Creo sinceramente que a no ser que se incluya una asignatura en las escuelas primarias donde se enseñe a mear, escupir y cagar en la bandera, estamos perdidos. (…) Hace poco un escritor cubano se hizo una paja y lanzó el precioso semen sobre la bandera islopavorosa. Es un progreso. A eso llamo yo un acto de sensatez, una llamada al sentido común. Al margen de la belleza intrínseca de la acción. Como el joven al que aludo vive en la pavorosa, hay que añadir que su masturbación antipatriótica y antibanderil fue también muy valiente. Desde aquí le envío mi solidaridad y mi simpatía.”
Fue precisamente Pardo Lazo quien, en respuesta a mis comentarios sobre el mensaje “be stupid” de Diesel, insertó en su blog una de aquellas fotos promocionales, con una leyenda modificada que incluía mi apellido: “Smart critiques. Stupid creates. Don’t be Ubieta. Be stupid.”
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