Juan Antonio García Borrero, uno de los más agudos críticos de cine, buen lector y discutidor, ha publicado en su blog dos comentarios sobre mi artículo "Notas sobre el silencio, el debate y la crítica". Reproduzco aquí el inicial, escrito cuando publicó el mío, y a continuación, una reflexión mayor, centrada en la conceptualización del miedo. Ambos textos me incitan a nuevos comentarios. Pero los pospongo también, como hizo él, si es que acaso decido reabrir el debate. E. U. G.
Juan Antonio García Borrero
Cine cubano, la pupila insomne.
4 de junio de 2014
Alguien me envía al buzón este post del ensayista y bloguero Enrique Ubieta. Creo que pospondré unos días la pausa anunciada, toda vez que algunas de las ideas expuestas por Ubieta invitan a la confrontación, y sobre todo, a la discusión desprejuiciada de algunos conceptos que maneja.
“No podemos “eximir al Estado de su responsabilidad histórica”, como afirma el escritor Juan Antonio García, y tampoco podemos eximirnos de la responsabilidad histórica que nos corresponde como individuos, como revolucionarios cubanos”, nos dice en alguna parte de su post, aludiendo a lo que escribí hace unos días, pero todavía queda por discutir cuál sería la responsabilidad histórica del individuo que somos en este mismo minuto.
¿Podríamos realmente tener conciencia de esa responsabilidad actual si todavía no acabamos de esclarecer con total transparencia lo que sucedió en el pasado y cómo ese pasado nos coacciona desde el olvido selectivo? ¿Cuántos eventos no se repiten entre nosotros por esa mala memoria histórica que parece alérgica al debate desprejuiciado?
Son varias las interrogantes e intranquilidades que llegan a mi mente leyendo el post de Ubieta. Algunas de ellas ya las expuse en el post sobre los herejes y los apóstatas. Vamos a ver si encuentro el suficiente tiempo para poner en orden estas nuevas inquietudes.
Juan Antonio García Borrero
Cine cubano, la pupila insomne.
5 de junio de 2014
He leído el post que Enrique Ubieta acaba de publicar en su blog, y me ha dejado más inquietudes que respuestas. Otras veces he comentado que las lecturas que agradezco son aquellas que despiertan en mí el deseo de oponerles a los autores mis objeciones más intensas. Este texto acaso sea una de esas lecturas.
El post me motiva porque aboga por una de las prácticas que más me interesaría contribuir a naturalizar entre nosotros: el debate público. Dice Ubieta: “Necesitamos el debate permanente, no el que surge de coyunturas y se propaga como un incendio que todos desean sofocar con rapidez”. Y en otro momento de su texto retoma una de las ideas que acoté en entrada anterior publicada en este blog: “Todos sentimos añoranza por aquel “hervidero de polémicas” revolucionarias que fue Cuba en la década de los sesenta”.
Hasta allí no creo que tengamos grandes diferencias a la hora de describir el mundo al que aspiramos vivir. Solo que detrás de las palabras que ambos utilizamos existe un universo todo el tiempo dinámico, complejo, y sobre todo habitado por seres humanos que viven, sueñan, y mueren sin ver cumplidas las mayorías de sus utopías individuales, lo cual merecería un análisis menos abstracto, por hermosas y altisonantes que suenen esas palabras. Por lo que yo apuntaría que ese debate permanente que los dos reclamamos debería sobre todo ocuparse de las cosas concretas que ocurren a nuestro alrededor. Y discutirlas aquí y ahora.
En este sentido, no basta apuntar, como si se tratara de una consigna más: “Sin embargo, la Revolución, los revolucionarios, vemos (debemos ver) el mundo, con los ojos de los oprimidos. El ángulo de los opresores, no cuenta”. Eso resulta insuficiente porque lejos de ofrecernos argumentos que nos permitan entender esa afirmación, es a todas luces una petición de principios en la cual el sujeto que expone la idea al mismo tiempo se autoproclama ente rector de esos escenarios, en nombre de no se sabe qué providencial autoridad revolucionaria. O dicho de otro modo, que el término “revolucionario” (que es sin dudas uno de los más problemáticos que han manejado los humanos desde la Revolución Francesa hasta acá) queda secuestrado por una terminología heredada, a la cual no se le somete a crítica en ningún momento, pese a que los escenarios actuales son distintos y yo diría que hasta inéditos.
Hay otro instante del texto que daría pie a un debate largo, y es ese donde afirma: “Se ha entronizado la peregrina idea de que todas las conductas del pasado (erróneas o no) fueron asumidas o ejecutadas desde el miedo o desde el fanatismo”. Y añade más adelante: “Cuando se descubre que alguien mantenía en su conducta una doble moral, comprendemos que nunca fue revolucionario: la visión del miedo que nos atribuyen como rector de nuestros actos, es la visión y la justificación que tiene de sí la contrarrevolución. Por lo general, los que hablan de doble moral se describen a sí mismos. Los revolucionarios no actuamos ni por odio, ni por miedo. Creemos en lo que defendemos”.
Esto me devuelve a las ideas que alguna vez expuse en un ensayo que titulé El miedo a soñar. Algunas reflexiones sobre el futuro del cine cubano, y que, casualmente, Enrique Ubieta tuvo la gentileza de incluir en un libro colectivo que editara. Yo pienso que las maniqueas afirmaciones que aquí hace el ensayista en torno a la función que ha tenido el miedo entre nosotros, lejos de esclarecer lo que ha sucedido, lo que infunde es más miedo a la hora de hablar con claridad de estos asuntos pasados, por doloroso que sea su reconocimiento.
Como buen estudioso de la filosofía política que es, Ubieta ha de saber que el miedo sería algo más complejo que esas actitudes donde los seres humanos muestran una supuesta debilidad en el momento de enfrentarse a determinadas circunstancias. El miedo, como han estudiado un montón de sabios, está en la raíz misma de la existencia humana. Que determinadas personas tilden de cobardes y débiles a otras en virtud de la no correspondencia de los valores que se defienden en la vida, lo único que pone en evidencia son los antagonismos sociales, porque en verdad todas las personas han experimentado el miedo, el temor, o la angustia en algún momento de su vida.
Luego, tomando en cuenta esas realidades últimas, es que los seres humanos deberíamos luchar por construir sociedades donde las relaciones de poder no exploten ese miedo natural en función de los fines políticos de un grupo, sino que fomenten la solidaridad y la confianza de los individuos en sí mismos, entre ellos, y en las instituciones que sean capaces de crear entre todos. En este punto, la pregunta sería: ¿estaríamos en condiciones los cubanos de crear un socialismo de ese corte? ¿un socialismo donde nunca más se oiga aquel profético “Tengo miedo” con el que se dice que Virgilio Piñera abrió en 1961 aquellos encuentros de Fidel con los intelectuales?. Para ello quizás sea conveniente no perder de vista aquel señalamiento de Foucault: “El socialismo, los socialismos, no tienen necesidad de otra carta de las libertades o de una nueva declaración de los derechos, fácil, pero inútil. Si quieren merecer ser queridos y no decepcionar más, si quieren ser deseados, tienen que responder a la cuestión del poder y su ejercicio. Tienen que inventar un ejercicio del poder que no dé miedo”.
Finalmente, celebro el optimismo de Ubieta cuando comparte el entusiasmo que despertó en él el Congreso de los Jóvenes Escritores y Artistas Cubanos. Yo, que he visto a tanto joven morir de viejo a los veinte años, pienso que ese cambio de mentalidad que tanto ansiamos, un cambio que permita que el arte, entre otras expresiones de nuestra cultura, reverencie a la vida y a sus habitantes humanizando las descripciones que haga, tendrá que llegar (y está llegando) por caminos más bien insospechados.
Y ojalá se produzcan sorpresas reales, aunque ahora mismo no percibo nada en el horizonte. Quizás los cubanos den ese salto a lo inédito el día que tengamos en la presidencia del país, por ejemplo, a una mujer, que además sea negra, y además, lesbiana, y a nadie le parezca excéntrico. Porque, ¿quién dice que esa no sería otra manera de hacer revolución en nombre de los oprimidos?
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Si los más capaces reflexionan, también me tomo mi tiempo, pero al seguir esta polémica, se me ocurrió esta reflexión que propongo tener en cuenta a los contendientes:
ResponderEliminarCada vez que se afronta un argumento parecido al que cuenta Ubieta que le repite algún amigo de que la verdad es un cristal que se hizo añicos y ahora cada parte está en manos de muchos, uno recuerda el sabroso diálogo entre Agamenón, su porquero y alguien que, según le cuenta Juan de Mairena a sus alumnos acaba de declarar:
La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero.
Agamenón. - Conforme.
El porquero. —No me convence.
Y claro que el argumento no convence, no sólo al que uno imagina no muy cultivado porquero que aquí se muestra tan sabio en su aparente simpleza, sino que no debiera convencer a nadie que no sea, claro está…Agamenón. Muchas polémicas debieran abrirse o cerrarse con ese brevísimo breviario de sabiduría
Una prueba sólida de que las polémicas se convierten en un clásico diálogo entre sordos cuando centran sus argumentos en la posesión de una verdad, se puede obtener del simple hecho de que un contendiente, al argumentar contra la concepción adversaria, no puede evitar la declaración, así sea tácita, de la posesión, precisamente, de una verdad, es decir, la o las verdades con la que intenta refutar al otro. No parece ser entonces ese el camino más fecundo para que una polémica llegue al puerto de la utilidad pública.
Quizás por eso tantos polemistas acuden al brumoso expediente de relativizar los fundamentos de la verdad, dígala quien dígala. Con ello logran moverse, y obligan al adversario a tratar de avanzar, en un suelo cenagoso e inseguro en que pueden señalar al otro que están continuamente resbalando, faltos del asidero de la razón definitiva o parcial, porque, al fin y al cabo, la verdad sería relativa y estaría en todas partes a la vez, y como el estado de una partícula cuántica en que todos sus parámetros se superponen y sólo una de sus propiedades es posible medirla cuando colapsa su indeterminación al intervenir el observador, la verdad saldría a flote y sería atrapada sólo en el momento de ser enunciada por el relativo observador de la realidad. Si del principio de incertidumbre de los estados cuánticos se ha derivado una mirada estocástica de la realidad y la verdad, se podría sospechar que, de todas las analogías y paradigmas físicos que se han trasladado a la reflexión filosófica del tejido social, ninguna quizás en más nefasta, porque si la verdad está en todas partes, eso equivale a que no está en ninguna, tal como afirman los físicos que sucede con las partículas del micromundo y entonces habría muy poco que cambiar por más que muchos se muestren tan paladines de los cambios y las libertades. Cosa que conviene, y cuánto, a todos los Agamenones.
De acuerdo, aunque no me convence.
Eliminar(¿Pierre Menard?)
Lei el articulo Notas sobre el silencio…..es algo para meditar y lo creo bueno.
ResponderEliminar" los revolucionarios, vemos ( debemos ver ) el mundo con los ojos de los oprimidos. El ángulo de los opresores no cuenta."
Buena definición.
La experiencia dice que cada cual ve la vida de acuerdo a la posición que se asigna dentro de ella, el que tu crees que eres o mereces ser. De eso sale la posición del individuo en el aspecto ideológico.
Creo en que el origen social no es un limitante ni determinante, y eso esta probado.
Lo que para muchos es dificil aceptar "de forma absoluta" es la gran realidad de que en la vida todos somos iguales y tenemos los mismos derechos. Es decir, que cada vez que se vea el sufrimiento del oprimido, sentirlo como propio, sentirlo con la gran posibilidad de …..podria ser yo?
A esa realidad de que todos somos iguales debemos agregar "no todos tenemos las mismas posibilidades" referido a las
posibilidades reales de intervenir en el proceso de formación social, ahora referido a posibilidades intelectuales y no de posición o cargo , a partir de ahí se definen dos caminos, el de los que creen las cosas pueden ser de mas o menos o los
que mantienen la buena definición señalada al inicio.
Desde luego que en la lucha se cometen errores…… y hasta el sol tiene manchas y nadie se acuerda de ellas.
Muy bueno lo escrito sobre Marti, el decidió elegir la lucha afirmando su credo en Dos Rios y aunque se lamente la perdida de su caudal intelectual por su temprana muerte, nadie duda de lo justo de su decisión, era lo que correspondía.
Mientras se argumente en contra de los errores (humanos) de los revolucionarios que hacen la revolución, obviando los obstáculos de los conservadores que han creado el consenso de las normas del poder, no tendrán "derecho" a exponer sus ideas como propósito a seguir. hay un proyecto de sociedad en la revolución socialista, y sobre él cae el prejuicio del poder validado en la era moderna, que ejerce el miedo de la exclusión moral sobre los ciudadanos que no lo compartan, y el miedo de la exclusión ciudadana sobre aquellos que la transgredan.
ResponderEliminarGarcía Borrero demuestra dos vertientes del prejuicio: primero niega el trasfondo de Ubieta cuando habla en nombre de los revolucionarios, considerando que esa posturo acreciente el miedo a la opinión en la sociedad, y luego, usa un método de representación de la política moderna capitalista cuando pide para la presidencia de Cuba a una mujer, negra y lesbiana, sin que "a nadie le parezca excéntrico".
Mientras estos atributos parezcan excéntricos, estarán vigentes las normas burguesas de valoración moral y los revolucionarios no habrán logrado desterrarlas de los patrones de evaluación para el sujeto que construyen. Pero ello no niega el llamado al camino, la reconstitución, que no se hace a través de las propuestas del capitalismo moderno.
El mismo prejuicio se refleja cuando sugiere que los revolucionarios no están en condiciones de realizar un socialismo "que no dé miedo", para lo cual se apoya en Foucault, sin aclarar, como le pide al autor, a qué punto de la historia humana se refiere el filósofo francés en su advertencia. ¿se renuncia al proyecto revolucionario "por no estar en condiciones" de lograrlo de inmediato? ¿Se entrega la plaza al capitalismo dependiente? ¿Se deja a la cultura en manos de la norma hegemónica de la industria que al capital responde?
Y así pueden seguir las interrogantes que la respuesta de García Borrero deja.... más allá de las dudas de las cuales se queja.