Más que un golpe de estado --sorpresivamente devenido tal, al aparecer el temerario Presidente y convertirse en rehén--, la probable intención de quienes (desde la sombra), movían los hilos de la insubordinación, era crear inestabilidad política y social. El golpe de estado, especulo yo, no debía ser el propósito inmediato, porque los índices de popularidad de Correa son hoy los más altos de la historia de Ecuador. No es que se descartara, es que los gestores calculaban con razón que sería inviable. Pero, ¿quiénes movían los hilos? Un informe del ministro de defensa ecuatoriano difundido en 2008, destacaba cómo los agentes de la CIA que operan desde la embajada de Estados Unidos en ese país se dedican a corromper a la policía y a oficiales de las Fuerzas Armadas. Aquellas denuncias bien documentadas tienen hoy una comprobación práctica. Se ha conocido también que junto a los policías rebeldes se encontraban algunos civiles de partidos opositores, fuertemente armados y que los insubordinados vitoreaban a Lucio Gutiérrez, el gobernante que el pueblo había expulsado.
Si el propósito de estos (o de sus líderes, al menos) era crear el caos, y provocar la inestabilidad política, entonces el chantaje era una opción, pero el derrocamiento del gobierno democráticamente elegido por el pueblo era el objetivo real. Por eso caben otras preguntas: si el secuestro y la intentona golpista, premeditada o no, tuviesen alguna probabilidad de éxito, ¿cual hubiese sido la postura del gobierno Obama-Clinton? ¿Por qué los presidentes washingtonianos de América Latina declararon con relativa rapidez, en fila india, su desacuerdo con el golpe de estado? Calderón, Santos, Piñera, etc., se mostraron sospechosamente respetuosos de la democracia. ¿Alguien creería que de consumarse el golpe, lo desaprobarían? Si Aznar y Bush, entre otros, felicitaron antes de tiempo a Pedro el Breve en Venezuela, ahora son más cautelosos. Por supuesto, una cosa son las declaraciones oficiales y otra, las acciones encubiertas. El caso de Honduras lo demuestra.
Pero Ecuador presenta otra situación: la movilización popular seguramente convenció a ciertos sectores del ejército y del gobierno promotor --el de los diplomáticos corruptores--, expectantes del resultado, que sería muy alto el precio a pagar en un juego de fuerza. De cualquier manera, algo está claro: si el líder no se amedrenta, y el pueblo está dispuesto a dar la batalla, la reacción fracasa. El presidente Correa ha regresado a su puesto y se ha revertido el resultado, con la intervención final del ejército --en un enfrentamiento a tiros, que aún se prolonga--, no por la acción de los militares, bienvenida y esperada, sino por la respuesta del pueblo ecuatoriano. El pueblo ha vencido, una vez más, a sus enemigos internos y externos, entre los que están algunos gobernantes que ahora hablan de paz y legalidad. Y en estos minutos repite a coro frente a su Presidente una consigna reafirmada en los hechos: el pueblo unido, jamás será vencido.
Léase en elblogderaf-raf.blogspot.com y/o en Kaosenlared el artículo titulado "El espíritu de Bolívar salvó al Ecuador".
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