Imágenes de la represión policial en España
Enrique Ubieta Gómez Cubasí
Uno de los espejismos omnipresentes en el sistema global que reproduce los valores del capitalismo, es la noción de que toda sociedad, para cumplir con las normas de una democracia, debe contar con un oficialismo y una oposición. En principio, la afirmación parece inobjetable. La condición humana presupone la diversidad. La trampa radica en los presupuestos de esa “dualidad”: el capitalismo. Tanto los “opositores” como los “oficialistas” acatan la permanencia del sistema, lo que significa entonces que la diversidad se constriñe a la alternabilidad en sus formas de implementación.
Los revolucionarios –los anticapitalistas–, no son opositores: son antisistema, es decir, ilegales. Están fuera de la ley. O bárbaros, si son pueblos originarios que defienden una forma de vida diferente. A veces, participan del juego electoral, si el poder del Capital no se encuentra amenazado, porque ello acentúa el espejismo, que es el beneficio que obtiene el sistema (más allá de las intenciones o de los cálculos personales del candidato(a), que pueden ser buenos o no, qué importa); y porque permite la conquista de pequeños espacios para mejorar la vida de los trabajadores y educarlos para empeños mayores, que es la apuesta de los revolucionarios. Estar “dentro” del Gobierno de la Concertación chilena, por ejemplo, es una manera de empujar sus límites “naturales” hacia el cumplimiento de reivindicaciones populares de gran urgencia.
Pero si el sistema se siente amenazado, la convivencia cesa. En el cono sur latinoamericano, en Centroamérica, en España, Alemania o Italia, hay experiencia de sobra: el Estadio Nacional de Santiago, para solo citar un ejemplo, albergó en 1973 a los disidentes del sistema (a los concientemente anticapitalistas y a los hombres y mujeres honestos que solo pretendían la justicia social o el fin de la injerencia estadounidense, sin percatarse de las consecuencias antisistémicas de tales pretensiones). Después desaparecieron. La Operación Cóndor (años 70) en nuestra América, fue una réplica de la Operación Gladio en Europa (años 50 y 60), encargada de eliminarlos físicamente, uno a uno. Solo cuando se produce un quiebre de los mecanismos tradicionales de reproducción, y simultáneamente aparece un líder auténtico, son posibles accidentes como los de Venezuela o Bolivia. Pero entonces, el sistema declara “alerta roja” y desestima la voluntad popular a favor de la legalidad… burguesa. Como en Honduras o Paraguay, el golpe de Estado es reclamado para restaurar la legalidad, es decir, el sistema, para corregir la voluntad popular.
Carlos Alberto Montaner lo expone claramente, con ínfulas pedagógicas: "Obama sabe que a él no lo eligieron para cambiar la historia del país –dice–, ni para revolucionarlo, sino, como a todos sus predecesores, para mejorar parcial y levemente la administración del sistema de acuerdo con los límites que marca la ley. Él es el agobiado gerente de una república, no un mago." La ley, la legalidad, claro, burguesa. Oficialistas y opositores se mueven dentro de la legalidad burguesa, están a favor de un gobierno o de otro, pero siempre a favor del sistema. A favor del partido republicano o del demócrata, a favor de Zapatero o de Rajoy, pero ambos a favor del capitalismo. No existe otra posibilidad. Lo demás, queda out side. Podemos añadir, Obama sabe que él debe administrar los intereses del gran Capital, para eso ha sido elegido por el gran Capital. En décadas posteriores a la caída del socialismo europeo, el abanico de “opciones” desestima incluso la que fue construida para contrarrestar la influencia del Este. Y la socialdemocracia –la izquierda sistémica del capitalismo–, empieza a parecerse cada vez más a las restantes agrupaciones de la llamada derecha.
El capitalismo no reconoce la existencia de otra legalidad, de otro Estado de derecho e incluso, de otra moral que no sean los de la burguesía. Si tenemos en cuenta que en Cuba rige una Constitución aprobada por el voto secreto y directo de una amplísima mayoría de la población, entonces quizás el señor Montaner entienda que en este país, ahora y en lo adelante, cada nuevo gobernante será elegido no para "cambiar" ni "revolucionar" (uso indebidamente el término, lo sé) el sistema, sino, dicho en sus palabras, para "mejorar la administración del sistema (socialista) de acuerdo con los límites que marca la ley (socialista)". Que los cambios que la Revolución promueve no son para restaurar el Derecho y la Moral burgueses, sino para proteger y desarrollar el Derecho y la Moral socialistas. “A mí no me eligieron Presidente para restaurar el capitalismo en Cuba, ni para entregar la Revolución –afirmó el General de Ejército Raúl Castro en la Asamblea Nacional–. Fui elegido para defender, mantener y continuar perfeccionando el socialismo, no para destruirlo”.
Raúl también nos pide que seamos críticos, que seamos opositores ante lo mal hecho, ante la corrupción, la doble moral, el burocratismo, la discriminación, que son espacios a través de los cuales se reproduce el capitalismo en Cuba. Que seamos los mayores opositores del planeta: contra la injusticia generalizada, la dilapidación de los recursos naturales, la explotación y la enajenación capitalistas. Pero el empleo tendencioso de los términos de “oficialista” y “opositor” se desentiende de sus presupuestos de origen cuando se trata del socialismo: la retórica excluye la posibilidad, excluyente en el capitalismo, de que ambos funcionen dentro y a favor del sistema. El imperialismo pretende que los opositores en Cuba lo defiendan, que actúen fuera y contra el sistema socialista. Y los provee de recursos materiales y logísticos. Entonces, la contradicción se internacionaliza, se produce entre “opositores” oficialistas del imperialismo y “oficialistas” opositores de la dominación del Capital, y se transforma en una variante de la lucha de clases entre estados, entre sistemas. Los “opositores” que el imperialismo cría y exhibe son mercenarios, aunque no cobren.“Un Parlamento en una trinchera”, pedía que fuésemos el gran intelectual cubano Cintio Vitier. Ningún otro pueblo está más preparado para el debate justo, para la diversidad concurrente de sus hijos e hijas, para el ejercicio de la libertad desde la cultura y la ética revolucionarias. La democracia cubana, imperfecta pero superior a la capitalista, se perfecciona desde su propia matriz legal y conceptual.
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