Marco Schwartz*
La nueva directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Christine Lagarde, se estrenó ayer en el cargo de la peor manera posible: aceptando un contrato principesco en unos tiempos de extremas dificultades para millones de ciudadanos, a los que, encima, la institución que ahora encabeza no cesa de exigir durísimos esfuerzo de austeridad.
Lagarde recibirá un sueldo fijo de 467.940 dólares (324.000 euros) netos, lo que supone un 11% más que su antecesor. Es decir, nada de la contención salarial que el Fondo exige a los trabajadores de medio mundo.
Además, recibirá 83.760 dólares al año para gastos sin justificar, y tendrá derecho reembolsos por los gastos "razonables" en que incurra por sus actividades de "entretenimiento" relacionadas con el desempeño de sus funciones y por los gastos de su pareja en sus desplazamientos.
Se beneficiará también de un generoso plan de retiro y, por si no fuese suficiente, podrá abandonar el cargo cuando lo desee, aunque se le recomienda que lo anuncio con una antelación "razonable".
En el colmo del cinismo, el contrato requiere a Lagarde "esforzarse por evitar incluso la apariencia de una conducta impropia", una apostilla alusiva sin duda al caso judicial que ha protagonizado Strauss-Kahn.
Quienes han elaborado semejante texto contractual, y la beneficiaria del mismo, deberían ser conscientes de que las conductas impropias no se circunscriben sólo a escándalos sexuales, punibles legalmente o no. También es impropio pretender vivir como dioses mientras se exigen sacrificios a los mortales.
06 jul 2011.
*Columnista, jefe de opinion en diario Público de Madrid
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