Pedro
Martínez Pírez
A propósito del 20 de mayo de 1902, nacimiento de la República neocolonial
cubana, compartimos esta entrevista concedida por el Historiador de La Habana Eusebio Leal,
a la Revista Temas:
Eusebio, ¿República
mediatizada, seudo- república o simplemente República, la cubana que nació el
20 de mayo de 1902 y terminó el Primero de enero de 1959?
Creo que República, y que, además, es una República que nace
bajo las circunstancias de no ser la hija legítima de la Revolución, sino su
aborto. Quiero decir: se había fundado una república en Guáimaro, ahí está
nuestra tradición revolucionaria, democrática. Los principios fundamentales de
nuestras esperanzas futuras se sentaron en Guáimaro, en abril de 1869. Si
observamos el proceso que vino después, vamos a ver cómo a partir de la
creación de ese territorio libre del colonialismo español -el que el Ejército
Libertador pudo sostener y donde, queramos o no, estuvo el gobierno revolucionario
con todas sus luces y sombras-, nace ese proceso.
Y se extingue cuando se declara disuelto el Gobierno
Revolucionario, no el que fenece con la paz de El Zanjón, y ni aun con el
Consejo Revolucionario que se crea después de la Protesta de Baraguá, y
que persuade a Antonio Maceo la necesidad de su partida al exterior,
convenciéndolo de que no perezca en una reyerta inútil, cuando ya no había
esperanzas materiales y solamente quedaba y quedaría el eco y la luz del acto
moral de Baraguá; sino el que termina después de los hitos posteriores, aun el
de 1895, con la disolución del Ejército Libertador más tarde, y con la del
gobierno presidido por Bartolomé Masó.
Podríamos analizar todos y cada uno de estos hitos: la
primera república, la cespediana; la que se extingue con el pacto de El Zanjón;
la que sobreviene con el Consejo Revolucionario, presidido por el venerable
Silverio del Prado, por Manuel Calvar, por Maceo, por Vicente García; la que
sobreviene después, en el 95, con posterioridad a la discusión en La Mejorana entre Martí,
Gómez y Maceo, en la que se debate la forma de gobierno. Esto queda atrás en el
momento en que, de hecho, se declara disuelto el Ejército mambí, se extingue el
gobierno revolucionario, y comienza ese lapso oscuro que es la ocupación
norteamericana, enjuiciada por Máximo Gómez, de forma breve y precisa, en su
anotación del 8 de enero de ese año 1899: “tristes se han ido ellos [los
españoles] y tristes nos hemos quedado nosotros, porque un poder extranjero los
ha sustituido”.
Máximo Gómez reconoce implícitamente que había un poder real
-el español-, que a lo largo de siglos había privado al pueblo cubano de
ejercer, llegado a la madurez de su vida, estando presentes en la sociedad
cubana los elementos formativos que la favorecían, una opción independentista
-a la que nunca tuvimos en realidad acceso-, fallido primero el intento de que
Cuba se incorporase al movimiento de liberación hispanoamericana iniciado en
México, y en todo el sur por Bolívar y por los padres fundadores; el resultado
del 68 después, y finalmente el desastre de la intervención norteamericana, que
Gómez en ese mismo párrafo señala. En esa misma anotación, dice que es una
“intervención impuesta por la fuerza”. En esta entrevista no podemos
explayarnos en criterios diversos sobre el hecho, pero lo cierto es que los norteamericanos
llegan, eso es lo histórico; desconocen al gobierno revolucionario; utilizan al
Ejército Libertador como unos cargadores, como unas tropas de adelanto que van
limpiándoles el camino, hasta que se esfuma la ilusión de que los americanos
vienen a Cuba como aliados.
El propio Gómez -para volver a citarlo- en su célebre carta
de respuesta al Capitán General Ramón Blanco, que le insta a una alianza entre
tropas cubanas y españolas para arrojar fuera a los yanquis, le responde: “Me
asombra su atrevimiento, al proponerme nuevamente términos de paz, cuando usted
sabe que cubanos y españoles jamás pueden vivir en paz en el suelo de Cuba.
Usted representa en este Continente una monarquía vieja y desacreditada y
nosotros combatimos por un principio americano; el mismo de Bolívar y
Washington [...] Yo solo creo en una raza: la Humanidad; y para mí no
hay sino naciones buenas y malas; España habiendo sido hasta aquí mala, y
cumpliendo los Estados Unidos, hacia Cuba, un deber de humanidad y
civilización, en estos momentos”; para, poco después, con aquella agudeza que
tenía, y como hombre que conocía demasiado la cuestión cubana por dentro, y
había oído tanto a Martí, diga: “No veo el peligro de nuestro exterminio por
los Estados Unidos, a que usted se refiere en su carta. Si así fuese: la
Historia los juzgará”. El juicio está montado en la ocupación americana, en ese
período de ocupación -1900-1902-, cuando quedan claras todas las intenciones;
cuando estas se ponen de manifiesto, con brutalidad absoluta, en la asamblea
constituyente de 1901 en el Teatro Martí; cuando se les advierte a los
asambleístas que si no hay enmienda no hay República. Y a la constituyente, que
tenía como único objetivo -para el cual había sido elegida-, preparar una base
constitucional para la
República futura, le impone el deber de legislar sobre cómo
serían las relaciones futuras entre Cuba y los Estados Unidos, y le impone la Enmienda Platt, que
no solamente merma, sino mutila todos los atributos de soberanía de la República que nace el 20
de mayo de 1902.
Sí, fue una República, fue reconocida por las grandes
potencias, por España, por los Estados Unidos; fue reconocida por Europa, por
Japón, por China. Ahí tenemos las cartas de reconocimiento de todas aquellas
personalidades. Fue reconocida por todos los pueblos iberoamericanos; pero en
realidad la República,
como tal, no existió, porque desde el punto de vista jurídico, el gobierno de
los Estados Unidos podía intervenir en Cuba sin consultar al Congreso ni al
Presidente. Y eso lo ejerció entre 1902 y 1905, en todas las presiones sobre el
gobierno de Tomás Estrada Palma, y de una forma brutal cuando ese propio
presidente, prevaricando de sus deberes, llama al gobierno norteamericano, en
una acción en la cual participa el Ministro de Cuba en Washington, Gonzalo de
Quesada, quien pide al presidente de los Estados Unidos la intervención en
Cuba. Ambos, Gonzalo de Quesada y Estrada Palma, eran discípulos amados de
Martí. Hasta el último momento de su vida está refiriéndose con cariño y con
afecto a Estrada, a quien él había llamado “el cenobita de Central Valley”. En
la carta del Secretario de Estado norteamericano está citado el telegrama de
Quesada que dice: “esto aquí nadie lo sabe, solamente el Presidente y yo”.
Es decir, se hizo a espaldas del Congreso, a espaldas de los
sectores de opinión. En medio de un conflicto interno, se solicita la
intervención norteamericana. Es un acto de soberbia del presidente Estrada
Palma, al no querer reconocer los resultados de unos comicios electorales que
estaban viciados, porque la
República que se entroniza nació con todos los vicios de
corrupción propios del modelo que le había sido propuesto como fórmula de
existencia. Dicen que el Presidente norteamericano estaba muy molesto, porque
la torpeza de los políticos cubanos venía a deshacer la imagen “grande y
generosa” que los Estados Unidos habían dado ante el mundo. La nación
norteamericana había cumplido el compromiso solemne de ambas cámaras -expresado
en la fórmula de que el pueblo de Cuba es y de derecho debe ser libre y
soberano- al intervenir en Cuba. Esa libertad había sido conculcada por la Enmienda Platt,
pero quedaba una formulación pública, un teatro montado, y ese teatro venía a
ser disuelto por Tomás Estrada Palma, y eso no convenía a los intereses
norteamericanos. Ellos no querían estar aquí, la escena maravillosa había sido
la partida, la entrega de la
República; pero tuvieron que volver, y cuentan que el
Presidente norteamericano le expresó a Gonzalo de Quesada: “Dígale al
presidente Palma que yo puedo enviar ahora mismo los barcos que me pide, pero
que piense en la mancha imborrable que caerá sobre su nombre”.