Si
algún rotativo hubiera publicado dos meses atrás que la escuadra masculina
cubana de voleibol ocuparía un peldaño dentro del medallero de la XXIII Liga
Mundial, seguramente la inmensa mayoría de los lectores no solo discreparían de
la afirmación, sino que enjuiciarían a
la publicación por emitir un vaticinio absolutamente descabellado.
En
verdad supongo que hasta para la dirección técnica del combinado parecía
encomienda poco menos que inverosímil acceder a la ronda final, que acogería la
bella capital búlgara, pues para ello debían desbancar previamente al monarca
de la edición anterior, la potente armada rusa, y a los multimedallistas
serbios.
La
empresa de obtener el boleto a la porfía decisiva resultaba prácticamente una
“misión imposible”, no solamente por la alcurnia de los rivales sino por la
extrema juventud de la actual formación de casa.
Era
tal el estado de renovación del elenco
–diversas razones en el período reciente han golpeado particularmente a
este deporte- que debieron ser llamados a filas atletas imberbes, como Yordan
Bisset, con apenas diecisiete años de edad.
Una
vez más nuestros representantes confirmaron que, cuando se trata de defender
los colores nacionales, nada está perdido hasta el último instante de la
competición. Esa filosofía los acompañó desde el debut frente a los japoneses
en Hamamatsu hasta la victoria de este domingo ante los anfitriones balcánicos,
en la pugna por el metal bronceado.
A
lo largo de toda la justa los antillanos fueron incrementando la potencia en su
desempeño, llegando incluso a conseguir de manera consecutiva los nueve puntos
en disputa, durante los fines de semana desarrollados en Santo Domingo
(recordemos que la urbe quisqueyana sirvió de sede alternativa ante la rotura
del sistema de climatización de la Ciudad Deportiva habanera) y Kaliningrado.
A
todas luces el “milagro” caribeño emergió de la combinación de un juego alegre,
potente y combativo, que jamás dio tregua a los oponentes, con la correcta
asimilación de las estrategias trazadas por Orlando Samuels, Idalberto Valdés y
Nicolás Vives, complementadas a la vez con la eficiente labor del médico Julio
Miñoso y del fisioterapeuta Joan Aladro.
En
el caso de Samuels ratificando que es una de las figuras imprescindibles de
todos los tiempos del voleibol cubano, debido a que como deportista participó
en los Juegos Olímpicos de Múnich, en 1972, y como entrenador ha guiado a
nuestra escuadra, entre otros resultados relevantes, al título de la Copa del
Mundo de 1989 y a los subcampeonatos del orbe de Brasil, en 1990, e Italia en
el 2010.
Impresiona
sobremanera constatar -habla a las claras de la proeza materializada con el
tanto 15 conseguido por el atacador opuesto Rolando Cepeda, en el tie break contra los búlgaros- que
cuatro de los seis regulares cubanos en este torneo no ocupaban esa
responsabilidad durante la cita planetaria, acaecida en diferentes regiones de
la península itálica hace apenas veintiún meses.
A
la hora de destacar las demostraciones de los muchachos que visten el uniforme
de las cuatro letras, tenemos que detenernos especialmente en el santiaguero
Wilfredo Léon quien, de punta a cabo de la contienda, cumplió con creces su
misión de bujía inspiradora de un elenco tan inexperto.
Mucho
más que referirnos, como hemos hecho en ocasiones anteriores, a los dígitos
extraordinarios acumulados por el “Bebé” León, me gustaría reverenciar cómo en
el choque final permaneció en la cancha, aún después de una lesión que dañó su
tobillo izquierdo.
Si
bien humanamente no pudo asumir el protagonismo acostumbrado –el espirituano
Cepeda y el indómito Henry Bell cargaron sobre sus hombros el peso ofensivo de
la selección - fue un acicate para sus compañeros observar que se mantenía
dentro del Mondoflex guiando las acciones. Actitudes como esas son las que
elevan a un jugador al status de líder dentro del escenario competitivo.
Con
la hazaña de marras (sabor incomparable tuvo la espectacular victoria tres
parciales a cero ante la vede amárela
dirigida por Bernardihño Rezende, que no prescindió de los servicios de Murilo
Endres, Dante Amaral, Leandro Vissotto Neves, Sidnei dos Santos Jr, o alguna
otra de sus estrellas), logramos ascender nuevamente a la cúspide del principal
certamen de esta disciplina a escala universal, algo que devino esquivo desde
la convocatoria efectuada en Polonia en el 2005. Exclusivamente el pasador
Yoandri Díaz Carmenate disfrutó también de aquella sonrisa, lo que evidencia la
magnitud de las sensaciones experimentadas, por todos, en el momento en que
colocaron sobre sus pechos estas preseas.
La
garra exhibida hace que se disparen las expectativas de cara a las porfías
venideras. Reitera, por otra parte, que el pasaje a la justa de los cinco aros
estuvo todavía más al alcance de la mano que en Beijing. Curiosamente los
victimarios en aquella y esta oportunidad fueron los germanos, los cuales igualmente
derrotaron en el primer encuentro de esta final al sexteto norteamericano, cuajado
de figuras establecidas como David Lee, Clayton Stanley, Donald Suxho, Matthew Anderson y Sean Rooney. Los
exponentes de las barras y estrellas pudieron, sin embargo, reponerse del
mazazo propinado por los teutones, hasta atesorar en resumidas cuentas la presea de
plata.
Solamente dos tantos impidieron la asistencia
a Londres (en Berlín caímos en el quinto set 18x20) pero, lejos de amilanarse, los
guerreros de ébano encararon a los oponentes con la convicción de saber que
vendrán nuevos compromisos, donde exponer los avances surgidos en las arduas
sesiones de entrenamiento.
Por
lo pronto los respetados voleibolistas cubanos retornarán a la Patria con el
noveno galardón conquistado en estas lides, elevando la foja histórica a una
corona, cinco segundos lugares y tres
terceros.
En
lo adelante la tarea consistirá en redoblar la exigencia y el compromiso entre preparadores
y atletas, con la certeza de que la presente
generación de jugadores está llamada a empeños mayores, que colmen de
alegría a la conocedora afición que los alienta desde la cercanía del Coliseo de
Vía Blanca y Boyeros, o en las lejanas instalaciones donde les corresponde
dirimir los compromisos pactados. El triunfo de Polonia (nunca antes había
llegado a la discusión del máximo trofeo) bajo el influjo de hombres
experimentados como Zbigniew Bartman, Bartosz Kurek, Krzysztof Ignaczack o el gigante
de 2.11 metros Marcin Mozdzonek, lesionado en el intercambio con los norteños,
sitúa sobre el tapete la posibilidad real de continuar escalando posiciones en
el universo de la malla alta.
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