miércoles, 15 de enero de 2014

Macarena Gelman: "Fui un regalo robado" (la nieta de Juan Gelman habla de su segundo nacimiento)

Los padres biológicos de Macarena, María Claudia García y Marcelo Gelman, poco antes de que fuesen secuestrados y desaparecidos

A propósito del fallecimiento del gran poeta argentino Juan Gelman, reproduzco esta entrevista realizada a su hija en el año 2008. La vida de este gran intelectual estuvo marcada en sus décadas finales por la búsqueda y el encuentro final de esa nieta perdida. Vale la pena recordar los hechos.
Gabriela Cañas
La Nación
Domingo 10 de agosto de 2008
Macarena nació por segunda vez cuando tenía 23 años. La plácida y apolítica vida que llevaba en su Montevideo natal se trastocó por completo cuando su madre le confesó que no era hija suya y ella descubrió que era una niña robada; arrancada de los brazos de unos padres secuestrados, torturados y asesinados por la dictadura argentina, y entregada a quien ella creía que era su padre: un policía uruguayo. A Macarena aquella noticia le cambió la conciencia y la vida. A partir de entonces, supo de tormentos y de desapariciones, de horrores y complots represores, y supo también que ella era un producto de todo eso. Descubrió que su abuelo llevaba años buscándola y que se llamaba Juan Gelman. Corrió a Internet y así fue como aprendió que era un poeta, un poeta muy importante, argentino también, como sus verdaderos padres, que vivía y sigue viviendo autoexiliado en México y que desde allí reclamaba el derecho a recuperar a esa nieta de cuya infancia nunca pudo disfrutar.
Macarena luchó para cambiarse el apellido. Ahora lleva los apellidos Gelman García, como su auténtico padre, como su auténtica madre, aunque mantuvo su nombre de pila, el que le impuso su devota madre adoptiva, porque los Gelman tienen ascendencia sevillana.
Busca los restos de su madre y apoya públicamente en su país la lucha por la derogación de la Ley de Caducidad por considerar que da cobertura legal a la impunidad. Incluso ha asistido al intento fallido de desenterrar el cadáver de su madre en un lugar que resultó equivocado. Contar su historia se ha convertido para ella en una herramienta para abrirse paso en la espesura de los silencios cómplices.

¿Cómo le dieron la noticia de que usted era hija de otros?
Me lo dijo mi mamá. Mi papá había muerto cuatro meses atrás y mi madre me dijo que mi abuelo estaba buscándome. En realidad, toda mi familia biológica me estaba buscando. Mis papás biológicos tenían 19 y 20 años. Eran argentinos. Vivían en Buenos Aires. Los secuestran el 24 de agosto de 1976.

Su madre tendría hoy 51 años.
No sé si llegó a cumplir los 20. La última vez que la ven con vida es el 22 de diciembre, y a mí me dejan en la casa de los papás que me criaron el 14 de enero de 1977. Ella cumplía los 20 años el 6 de enero. Bueno, los secuestran, los llevan a un centro clandestino de detención que se llamaba Automotores Orletti. Allí permanecen. A mi papá lo matan en el año 1976 mismo, a finales de septiembre u octubre. Y a mi mamá la trasladan a Uruguay dentro de la operación que se llamaba Plan Cóndor. Estaba embarazada de siete meses y medio cuando la secuestran.


¿Sabía usted en qué consistió el Plan Cóndor?
En aquel momento no, pero fue de lo primero que me enteré. Porque cuando mi mamá me cuenta que no soy hija biológica de ellos, me dice que si quiero saber algo más tengo que hablar con el obispo Pablo Galimberti, que era la persona con la que mi abuelo había contactado para hablar con nosotros. Según supe después, mi abuelo sabía que mis padres eran muy devotos y que era la mejor manera de acercarse a mi familia adoptiva. Mi mamá le había dicho a monseñor Galimberti que yo no sabía nada y que, de hecho, ella y mi papá habían planeado contarme la verdad ese mismo año, en 2000. Pero nunca llegaron a hacerlo. Mi padre murió de cáncer cuatro meses antes del encuentro con el obispo.

¿Nunca sospechó usted nada, ningún indicio de que sus padres no fueran realmente sus padres?
No, absolutamente nada.

¿Le molestó la noticia? ¿Se enfadó con su madre?
Tanto en ese momento como después, siempre pensé que la verdad era mejor que cualquier otra cosa Como le decía, a mi mamá la trasladan acá a Montevideo. Era noviembre de 1976, según he podido saber. Nos tienen un tiempo juntas, al menos hasta el 22 de diciembre. El parto fue acá. Se presume que en el hospital militar, aunque nadie lo confirmó. Me dijeron que el parto fue el 1 de noviembre. Es la fecha más probable. Además, cuando me dejan en la puerta de mis papás lo hacen con un cartelito dando esa fecha de nacimiento. Presumo que no es mentira, aunque tampoco tengo toda la certeza del mundo en eso. Después del 22 de diciembre, última fecha en la que nos ven juntas a mi mamá y a mí estando ella viva, ya no se sabe nada hasta el 14 de enero, día en que me dejan en la puerta de la casa de mis papás. Según ellos, una noche tocaron el timbre, abrieron la puerta y había una canastita con un bebé y un cartelito. Era yo.

Todo un regalito
Sí, un regalito [se ríe]. Un regalito que habían robado de algún lado. De mi mamá no se supo nunca más nada. Se ha confirmado que sí, que la trajeron a Uruguay, y parece que la asesinaron también, pero no hay ni datos de dónde pueda estar enterrada. Se manejó que la habían enterrado en el Batallón 14, pero la búsqueda no dio ningún resultado.

* * *
Aquel 24 de agosto de 1976 que Macarena menciona con precisión, los militares argentinos irrumpieron en el domicilio del periodista y escritor Juan Gelman, muy buscado por la extrema derecha de su país. Pero resultó que Gelman ya se había marchado al exilio. En su lugar, los militares se llevaron a su hijo Marcelo y a su esposa, María Claudia García, embarazada. Eso le salvó la vida al que después sería un poeta múltiplemente galardonado y le acarreó todo el dolor que ha destilado su poesía. Su vida ha sido desde entonces también una búsqueda incesante de los suyos; de su joven hijo, de su esposa y de ese bebé a punto de nacer. Trece años más tarde de aquel fatídico secuestro se recuperó el cadáver de Marcelo, que yacía dentro de un barril de cemento y arena. Aún no se han encontrado los restos de María Claudia.

¿Se resistió en algún momento a conocer la verdad?
No, nunca. Enseguida llamé a monseñor Galimberti y lo primero que me contó es la historia de la Operación Cóndor, que había consistido en la coordinación de las fuerzas represivas de América latina. Y ahí empezó toda la historia. Me contó todo lo que mi abuelo había podido averiguar. Lo que él sabía. Que a efectos de confirmar mi identidad había que hacer una prueba de ADN, cosa que yo manejaba perfectamente [es estudiante de bioquímica y trabaja en un hospital]. Sabía en qué consistía y sabía que era necesario. Y, bueno, me dijo que lo mejor era ir aproximándome a mi abuelo, al principio, no de forma directa, sino con cierta prudencia, durante un tiempo. Siempre a través del obispo. Me consiguió una carpeta con fotos de mi abuelo. Enseguida me enteré de que había habido una gran campaña pública internacional para buscarme que contó con el apoyo de muchísima gente, pero yo no me había enterado de nada.

¿Cómo es posible?
No sé, porque la campaña en esos días era tremenda. Claro, fue la época en la que falleció papá y yo estaba totalmente en otra cosa, pero aparecían incluso cartas públicas de mi abuelo con el entonces presidente de la república Julio María Sanguinetti. Afiches. Se le había dado mucha publicidad al tema.

¿Y nunca se había fijado?
No, nunca. Debí de ser la única que no se enteró. Porque todos mis amigos habían oído algo de la campaña menos yo [se ríe]. ¡Cómo se dan a veces las cosas! Es que era casi como ridículo que yo no me hubiera enterado de nada. Además, no sabía quién era mi abuelo. Era la primera vez que oía su nombre. Y, desde luego, tuve la inquietud de entrar en contacto con él inmediatamente, así que mi abuelo y su mujer viajan a Montevideo y ahí nos conocemos. Fue por esa fecha, febrero de 2000, cuando se supo oficialmente mi paradero.

¿Tenía miedo de toda esta nueva situación en su vida?
Sí, bastante. Mucho. Conocí a mi abuelo y quedamos en hacerme la prueba del ADN. No tenía sentido quedarme con la duda. Los análisis despejaron todas las dudas: en un 99,99% de probabilidades era yo. Durante el tiempo de espera del resultado me relacioné mucho con mi abuelo.

Supongo que a raíz de todo esto conoció a un montón de nuevos familiares.
Sí. Ahora tengo también una abuela paterna que vive en Buenos Aires. Tengo un primo y una tía en Buenos Aires, también por parte de mi papá. Y tengo un abuelo y un tío en España, en Barcelona, por parte de mi mamá. También hay primos de mis padres, amigos... He tratado de conocer a toda la gente que he podido. La verdad es que ha sido muy rico como experiencia y también en aporte de datos para reconstruir la historia. La edad que tenían mis padres es una edad en la que pasás más tiempo con los amigos que con la familia. Así que la mejor fuente eran los amigos. Fue muy lindo en ese sentido. Me han apoyado mucho porque han jugado el papel de mi familia en muchos casos.

¿Y cómo ha vivido todo esto su familia adoptiva?
La verdad es que es una familia pequeña, así que cuando hablo de mi familia adoptiva hablo sólo de mi mamá, con la que vivo al día de hoy. Además de aceptar el hecho de que no era su hija, mostró toda su colaboración en mi investigación, en el sentido de no ocasionarme dolor. Al contrario. Siempre me apoyó en todo lo que quise hacer. Lo hizo incluso en el juicio de filiación, que se llevó a cabo en 2004 y que fue lo más difícil.

Para ella tuvo que ser muy doloroso.
Por supuesto. Pero siempre tuvo una actitud de acompañarme más que de cuestionarme. Ella incluso siente un gran aprecio por mi abuelo Juan Gelman. Es mayor. Ahora tiene 76 años y está muy delicada de salud. Supongo que todo esto le ha influido mucho.

¿Ayudó la forma en la que ella le dio la noticia? ¿Cómo fue?
Un día volvía a casa y me la encontré llorando. Le pregunté qué le pasaba. Me dijo que tenía que hablar conmigo, pero que no podía hacerlo mientras yo entraba y salía. Me dijo que mejor hablábamos cuando volviera de trabajar. Lloraba tanto que decidí quedarme. Le preguntaba y le preguntaba y ella sólo lloraba. Casi no podía hablar. Le pregunté si tenía que ver con papá, con ella. Me dijo que con los tres. Y entonces, no sé por qué; yo nunca había sospechado, pero ante su silencio y su llanto, le pregunté: "¿Es que no soy hija de ustedes?". Y ella me dijo: "¿Quién te lo dijo?". Ahí fue cuando me di cuenta de lo que había dicho.

De modo que de alguna forma, aunque fuera de forma inconsciente, usted lo sabía
Parece que voy a tener que terminar aceptando que sí. Entonces, ahí ella ya me cuenta cómo llego a la casa de ellos, y me dice que desconocía de dónde provenía yo hasta que este señor que era mi abuelo se puso en contacto con ella. Obviamente, me puse a llorar. No entendía lo que me pasaba en la cabeza.

Antes dijo que a raíz de todo esto se relacionó mucho con su abuelo. ¿Le gustó?
Sí. Yo iba con un miedo terrible la primera vez, y él me imagino que tendría un montón de dudas. Pero a partir de ahí todo fue una avalancha. Había decisiones que tomar en un momento histórico y político en el que todavía se negaba la existencia de niños robados en Uruguay. El tema de los desaparecidos siempre se dejaba de lado. Aquí se negaban la mayoría de las cosas.

¿Y hasta entonces nunca se había preocupado usted por estos asuntos?
No. Tampoco tenía afiliación política alguna. No me interesaba la política partidaria, aunque militaba en un sindicato estudiantil. La Ley de Caducidad no permite que los responsables de crímenes de la dictadura sean investigados. En cierta manera no permite ni la investigación, si bien este Gobierno ha hecho mucho por permitir todas las investigaciones abiertas.

El problema es que es una ley aprobada por referéndum
El gobierno consideró que el caso de mi mamá no debía estar incluido en la ley. Pero, a pesar de eso, la causa judicial, ya archivada, que presentó mi abuelo en el año 2002 y que yo pedí reabrir en febrero de este año, fue de nuevo archivada en base a esa ley. Eso ha cerrado las puertas a la investigación a nivel judicial.

Por todo ello empieza usted a darle publicidad a toda su historia.
No, esto es muy reciente. No he empezado a hablar con la prensa hasta este mismo año. Porque es ahora cuando está ampliamente probado que lo que me pasó a mí le pasó a muchísima gente en lo que tiene que ver con estos dos países. Esto pasó. Fue muy cruel. Ocurrió durante una dictadura, y para mí esto del robo de niños no tiene explicación. Ahora he sabido que fue muy habitual robar niños en Argentina y también en Uruguay.

La colaboración de la dictadura uruguaya con la argentina fue muy estrecha.
Sí, y hay que luchar por la verdad y para que esto no vuelva a pasar. Es la causa de mucha gente.

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