En septiembre de 1999, durante mi recorrido por Centroamérica, visité en su casa de Tegucigalpa al poeta Roberto Sosa. Recuerdo su amplio estudio de trabajo y biblioteca, en el segundo piso de su residencia. Conversamos sobre la cultura y la identidad de los hondureños, y sobre la presencia en su país de las brigadas médicas cubanas. Menciono esa conversación en mi libro La utopía rearmada. Conservo en uno de los estantes de mi biblioteca personal, un pequeño afiche con un poema suyo y su dedicatoria. He leído en la prensa que tenía al morir 82 años. Me sorprendió su edad, porque todavía guardo en mi mente el recuerdo del hombre que entonces empezaba a entrar en el difícil camino de la vejez, pero que conservaba intacta su destreza física y mental. No había reparado en los años transcurridos. No tengo a mano el poema que me obsequió para compartirlo en este post, por eso reproduzco el que me enviaran en un mensaje de pesar los amigos Adys y Froilán:
LOS POBRES
Los pobres son muchos
y por eso
es imposible olvidarlos.
Seguramente
ven
en los amaneceres
múltiples edificios
donde ellos
quisieran habitar con sus hijos.
Pueden
llevar en hombros
el féretro de una estrella.
Pueden
destruir el aire como aves furiosas,
nublar el sol.
Pero desconociendo sus tesoros
entran y salen por espejos de sangre;
caminan y mueren despacio.
Por eso
es imposible olvidarlos.
Roberto Sosa
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