Foto de un protoizquierdista infantil.
Querido amigo y camarada Enrique Ubieta,una vez más te descubro en el mismo centro del huracán ideológico, con la valentía que te caracteriza para no replegar por nada tus ideas polémicas, difíciles, complejas y desprejuiciadas. Son calificativos que un análisis de tus textos libre de prejuicios pudiera demostrar, aun cuando no se compartan determinadas cuestiones de las que conforman tu visión de nuestra sociedad —nacional y global—.
He revisado parte de los contraataques de los que denominas superizquierdistas, con una ironía lapidaria que no comparto contigo, pues cuando más me parecen protoizquierdistas espontáneos cuya visión no rebasa la mediana inmediatez personal y cuyos argumentos no soportan los más modestos cuestionamientos de transversalidad teórica. Me recuerdan incluso a esos niños enojados por la prohibición de sus padres que aprovechan la ocasión para intentar romperle la computadora, el fogón o el refrigerador; o que tiran de pronto la comida para demostrar su inconformidad. Y si se consideran una izquierda crítica, plural y diversa, ocurre solo en esa misma condición infantil que convierte al niño en piloto, jinete o pistolero bajo el complaciente efecto de su sicología. En el mejor de los casos, parecen la consecuencia de la traslación mecánica de las ideas de reivindicación del individuo que las teorías posmodernas mediaron en beneficio de un nuevo plazo ideológico para el capitalismo.
En fin, que también me recuerdan al epigrama de Nicolás Guillén en que recomienda hacer el soneto antes de deshacerlo, con su anarquismo que ni siquiera termina siendo coherente con el anarquismo, sino con lo contrario. ¿Les parece acaso científica la confusión de diversidad con caos? Sí, porque a diferencia de sus reconocidos altercontrarrevolucionarios, como Yoani Sánchez o los pink tanks de Estado de Sats, que se limitan a los cánones de la propaganda negra manualizada por la Guerra Fría, los observadores críticos se pegan a una lógica de ósmosis científica, algo así como la seudociencia que Bunge ha denunciado.
Y para no concluir con las evocaciones, me recuerdan además a aquellos experimentos del teatro del absurdo en los que convertían los actos ilocutorios sin sentido concreto en modos de expresión y, sobre todo, en vehículos reproductores de determinados patrones de opinión. Con ellos, los problemas que hostigan el desarrollo de nuestra sociedad se convierten en pecado mortal de la Revolución triunfante. No por gusto sus frases comparten el maniqueísmo de la propaganda negra y, cómo no, la búsqueda de un camino que nos haga retroceder a un capitalismo dependiente que figura como libertad sus controlados canales de opinión. Si no lo ven, y sus respingos responden a un sentimiento sincero, por más que lo prediquen, es porque su corta visión social no les permite entender relaciones más o menos complejas.
A diferencia además de los teatristas del absurdo, nuestros observadores críticos no responden a un estatuto revolucionador —no ya revolucionario—, sino a esa ilocución que, también distinta al referente, no contiene sonidos sin sentido semántico o frases inconexas, sino esquemas de opinión de la ya experimentada guerra cultural, desde el conjunto de calificativos contiguos al estalinismo y la realpolitik, hasta las acusaciones de oficialismo y estatismo de las que bien se aprovecha la hegemonía ideológica que el capitalismo de hoy impone como no-ideología o diversidad. ¿Su “todos y para el bien de todos” martiano incluye a los colonialistas, e incluso a los cubanos que nos hubieran llevado de nuevo a un estado colonial? ¿Puede alguien sostener que Martí, por excluir del poder de decisión en su república a los colonialistas y sus contados acólitos, predica una autocracia, o está proponiendo un Estado autoritario?
Por si tampoco bastara, hasta de tomarte un café en el Habana Libre te acusan, lo que me ha hecho reír diáfanamente, pues también me han ayudado a evocar las veces en que hemos contado el dinero para poder compartir una comida, o una merienda, entre amigos o familia. Sus arquetipos están tan enraizados, que no dudan en presentarte como una especie de acaudalado (prototipo de burgués-funcionario-especulador) frente a un pueblo trabajador sojuzgado por un régimen “tiránico” (las comillas responden a que cito a uno de esos observadores críticos de fraseología en ristre). Y no deja de ser medianamente lógico que de ese modo ocurra, pues, cómo, si no con arquetipos y patrones de juicio estandarizados, con mecanismos de espuria libertad de expresión seudorepublicana, van a esconder sus rabietas por la prohibición de un paseo o la imposibilidad de la compra de un juguete?
Hombre, que una lógica elemental cualquiera puede deshacer tranquilamente esos sofismas inscriptos por la propaganda negra en el ámbito de la guerra cultural. De ahí que me parezca que hallarte una vez más en ese centro del huracán de las diatribas, y hasta de críticas de mejor intención, te honra y te define. Y en lo personal, me alegra y me consuela.
Jorge Ángel Hernández
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