Antonio Rodríguez Salvador.
Especial para La Calle del Medio
En este 2010 cumplo cincuenta años. Ciertamente, siempre hay amigos y familiares que se ocupan de recordar las fechas redondas. Y puede que las vean como una excelente ocasión para celebrar; pero ahora –y al contrario de cuando, por ejemplo, yo estaba por llegar a los treinta– no he respondido con igual jovialidad.
Uno dice “la media rueda”, y hay en la frase bastante de irracional optimismo. Primero, porque imagina que montado sobre cajas de bolas llegará feliz a los cien años. Si hasta hoy ha sido así, mañana tendrá que ser igual, uno se dice, y sin embargo no tiene en cuenta que las tozudas estadísticas de la Organización Mundial de la Salud indican que solo con buena suerte los hombres alcanzarían a cumplir los setenta y cinco. Naturalmente, hablo de los hombres que viven en algunos países del Primer Mundo –no en todos– y vean qué sorpresa, también de aquellos que viven en Cuba.
Exactamente, la esperanza masculina de vida para Cuba es de 75,4. O sea, que ya no estoy fifty-fifty en este excepcional negocio que es vivir, sino llegando a mi tercer cuarto de rueda: la verdadera mitad debí haberla celebrado cuando cumplí 37 años, nueve meses y once días. No obstante, veamos cómo todo es relativo. Por ejemplo, los hombres que ahora mismo viven en los Estados Unidos, estarían celebrando su media rueda un poco antes que los cubanos: un privilegio ganado gracias a que la esperanza de vida en ese país es de 75,1; o sea, como promedio se mueren unos cuatro meses antes.
Ahora bien, si mirásemos el asunto desde ojos alienígenas, nuestra media rueda en verdad tendríamos que celebrarla más o menos al arribar a los 31: tengamos en cuenta que la esperanza global de vida masculina se acerca hoy mismo a los 62. Claro está, cualquiera diría: No estoy de acuerdo con ese cálculo, y la protesta sería comprensible. Saber que de pronto a uno le quedan escasos doce años de vida por delante, le quita a cualquiera las ganas de celebrar. Por eso es mejor entretenernos mirando películas de Hollywood –donde los viejitos de 90 suelen hacer jogging en los parques–, antes que dar un costoso viaje hasta Botswana, solo para enterarnos que allí los hombres viven como promedio hasta los 34.
Admirémonos entonces de cómo para ciertas cosas conviene hablar de globalización, y para otras no. Me explico: Hoy apenas se discute que el mundo es global; semejante discurso uno lo escucha lo mismo en Londres, que en Lima o Singapur. Globalizadas están las modas, los gustos, el tema de los derechos humanos… Sin embargo, no lo están las películas de Bostwana, ni tampoco las celebraciones de la media rueda. Por ejemplo, mientras en Japón o Islandia los hombres suelen festejarla a los 39 años, los de Sierra Leona –y también los de Liberia, Lesotho y Angola–, lo hacen a los 19. El hambre, el sida, y muchas enfermedades curables no los dejan llegar a los cuarenta.
Ahora bien, hay un segundo factor que uno también pretende ignorar, y es que la primera media rueda no camina igual que la segunda. Mi amigo, el escritor espirituano Esbértido Rosendi Cancio, me ha dicho: “El problema no es que las muchachas no nos miren; es que ya no nos ven”. Por Internet circulan otros chistes en relación con el tema: Si tienes veinte años, y al levantarte por la mañana no consigues hacer pis, entonces debes esperar a que ceda la erección; pero si el hecho ocurre a los setenta, con absoluta seguridad necesitas urgente tratamiento de la próstata.
Puede que algún lector señale que de pronto acudo a demasiadas referencias eróticas: Sin embargo, este es un tema de interés general, no solo preocupa a quienes ya van camino de la tercera edad. Por ejemplo, una de las frases más divulgadas del 2009 fue dicha por el famoso oncólogo brasileño Drauzio Varella, Premio Nóbel de Medicina: “En el mundo actual, se está invirtiendo cinco veces más en medicamentos para la virilidad masculina y silicona para las mujeres, que en la cura del Alzheimer. De aquí a algunos años, tendremos viejas de tetas grandes y viejos con pene duro, pero ninguno de ellos se acordará para que sirven”.
En fin, la garantía de la próstata expira a los cincuenta años; después, por lo común, esta comienza a crecer y a crecer, y algunas veces llega a comprimir la uretra. La buena noticia para los hombres de Zambia y de otros veintitantos países de África Subsahariana –cuya esperanza de vida apenas rebasa los 45 años– es que en su segunda media rueda no se les augura problemas para orinar. Puede, además, que no consigan entender muchos de los chistes que hoy circulan por Internet, sobre todo teniendo en cuenta que la inmensa mayoría de ellos nunca necesitará acudir a los auxilios del Viagra.
Incluso, muchas de las enfermedades que por lo común atormentan a los europeos: las cataratas, la osteoporosis, la demencia senil, son casi desconocidas por los hombres que viven en África Subsahariana. Estos se mueren con mente clarita, huesos duros y visión 20-20; lástima que sus cuerpos no consigan acostumbrarse al no comer.
Obviamente, es este un chiste macabro, pero más macabro aún es el hecho de que algunos países ricos pretendan aumentar la esperanza de vida de los africanos –y también de ciertos pueblos asiáticos-- no con ayudas para el desarrollo o vacunaciones masivas, sino con terapias de armas y soldados.
Según informan diversos medios –todos sabemos cuáles--, ello se hace para que en esos países flameen las banderas de la libertad. Algo que sin duda consiguen, pues, por ejemplo, si un norteamericano de 35 años fuese condenado a prisión perpetua, y agreguemos que sin derecho a libertad condicional; de acuerdo con su esperanza de vida tendría que pasar otros 40 tras las rejas. Sin embargo, si quien recibiera tal sanción fuese un afgano de la misma edad, entonces solo tendría que estar preso unos 5 años. Naturalmente, hablamos de un convicto norteamericano blanco, quizá nacido en Beverly Hills; si por casualidad fuese un negro de Harlem, tendría que estar encarcelado diez años menos. Apreciemos entonces cómo los Estados Unidos avanzan en el tema del racismo.
Y también adelantan bastante en la lucha contra sus enemigos ideológicos. Por ejemplo, durante la era soviética los rusos tenían que esperar más de dos años para celebrar su media rueda. No es justo que una persona tenga que esperar tanto para divertirse, y por eso ahora los rusos se mueren como promedio cuatro años antes.
En fin, estimado lector, en estas cosas pienso cuando algunos amigos avisan de mi próximo cumpleaños. Vean entonces cómo me da por hacer cálculos, y perderme en arduos laberintos: esa es otra diferencia entre la primera y la segunda media rueda. Durante la adolescencia, todo parece color de rosas: nada preocupa, y mucho menos ocupa. Por eso a veces pienso que lo mejor sería vivir en Suazilandia, país donde celebran la media rueda a los 16. Desde luego, como en Suazilandia la esperanza masculina de vida es de apenas 32 años, de pronto me entran escalofríos: ciertamente, no hubiese tenido que sacar tantas cuentas, pero quién sabe si ya me hubiera muerto hace 18.
El peligroso ejemplo de Cuba
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