Tomado de The Guardian Unlimited
Cuando escribo acerca de la política exterior de EE.UU. en lugares como Haití u Honduras, a menudo recibo comentarios de personas a quienes se les hace difícil creer que al gobierno de EE.UU. le importan lo suficiente esos países para tratar de controlar o derrocar sus gobiernos. Son pequeños y pobres países con poco recursos y sin mercados importantes. ¿Por qué a Washington le va a importar quién manda allí?Desafortunadamente sí le importa. Y mucho. Le importa mucho Haití como para derrocar al presidente electo Jean Bertrand Aristide no una vez, sino dos veces. La primera, en 1991, se hizo de manera encubierta. Solo nos enteramos después de que la gente que realizó el golpe de estado recibió su pago de manos de la Agencia Central de Inteligencia de EE.UU. y luego Emmanuel Constant, el líder del más notorio escuadrón de la muerte allí –el cual después del golpe mató a miles de seguidores de Aristide— dijo a CBS que él también estaba financiado por la CIA.
En 2004, la participación de EE.UU. en el golpe fue mucho más abierta. Washington encabezó la eliminación de casi toda la ayuda internacional durante cuatro años, haciendo inevitable el colapso del gobierno. Como reportó The New York Times, mientras el Departamento de Estado de EE.UU. le estaba diciendo a Aristide que tenía que llegar a un acuerdo con la oposición política (financiada con millones de dólares de los contribuyentes norteamericanos), el Instituto Internacional Republicano decía a la oposición que no llegara a ningún acuerdo.
El pasado verano en Honduras, el gobierno de EE.UU. hizo todo lo posible para evitar que el resto del hemisferio montara una eficaz oposición política al gobierno golpista de Honduras. Por ejemplo, bloquearon a la Organización de Estados Americanos para que no adoptara la posición de no reconocer las elecciones celebradas bajo la dictadura. Al mismo tiempo, la Administración Obama pretendía públicamente que estaba en contra del golpe.
Esto tuvo éxito solo en parte, desde el punto de vista de las relaciones públicas. La mayor parte del público en EE.UU. piensa que la Administración Obama estaba en contra del golpe en Honduras; aunque para noviembre del pasado año había numerosos informes de prensa e incluso críticas editoriales de que Obama había cedido a la presión republicana y no había hecho lo suficiente. Pero esto fue una lectura equivocada de lo que sucedió realmente. La presión republicana en apoyo del golpe hondureño cambió la estrategia de relaciones públicas de la Administración. Los que siguieron de cerca los hechos desde el principio pudieron ver que la estrategia política era atemperar y demorar los esfuerzos por reinstalar al depuesto presidente, mientras se pretendía que el verdadero objetivo era el regreso a la democracia.Entre los que entendieron esto estaban varios gobiernos latinoamericanos, incluyendo pesos pesados tales como Brasil. Esto es importante, porque demuestra que el Departamento de Estado estaba dispuesto a pagar un alto costo a fin de ayudar a la derecha en Honduras. Así demostró a la gran mayoría de los gobiernos latinoamericanos que no era diferente de la Administración Bush en cuanto a sus objetivos en el hemisferio, lo cual no es un resultado agradable desde el punto de vista diplomático.
¿Por qué se preocupan tanto por quién gobierna en esos pobres países? Como sabe cualquier buen jugador de ajedrez, los peones son importantes. La pérdida de un par de peones al inicio del juego a menudo puede significar la diferencia entre ganar y perder. Ellos ven a esos países fundamentalmente en términos directos de poder. Les gustan los gobiernos que están de acuerdo con maximizar el poder de EE.UU. en el mundo. Y los que tienen otros objetivos –no necesariamente antagónicos con Estados Unidos– esos no les gustan.No es sorprendente que los aliados más cercanos de la Administración Obama en el hemisferio sean gobiernos de derecha como Colombia y Panamá, aun cuando el propio presidente Obama no sea un político derechista. Esto subraya la continuidad de la política de control. La victoria de la derecha en Chile la semana pasada, primera vez que gana unas elecciones en medio siglo, fue una victoria significativa del gobierno norteamericano. Si el Partido de los Trabajadores de Lula da Silva perdiera las elecciones presidenciales en Brasil el próximo otoño, sería un enorme triunfo para el Departamento de Estado. Aunque funcionarios de EE.UU., tanto bajo Bush como bajo Obama, han mantenido una postura amistosa hacia Brasil, es evidente que resienten mucho los cambios en la política exterior de Brasil que se ha aliado con otros gobiernos social demócratas del hemisferio y sus posiciones independientes de política exterior con relación al Medio Oriente, Irán y otros lugares.
Estados Unidos intervino en la política brasileña tan recientemente como en 2005, al organizar una conferencia para promover un cambio legal que dificultaría más a los legisladores cambiar de partido. Esto hubiera fortalecido la oposición al gobernante Partido de los Trabajadores de Lula, ya que el PT tiene disciplina partidaria, pero muchos políticos oposicionistas no. Esta intervención por parte del gobierno de EE.UU. fue descubierta el año pasado por medio de una petición bajo la Ley de Libertad de Información presentada en Washington. Muchas otras intervenciones de las cuales no sabemos están teniendo lugar ahora en todo el hemisferio. Estados Unidos ha estado muy implicado en la política de Chile desde la década de 1960, mucho antes de que organizara el derrocamiento de la democracia chilena en 1973.En octubre de 1970, el presidente Richard Nixon estaba quejándose en la Oficina Oval del presidente social demócrata de Chile, Salvador Allende. “¡Ese hijo de puta!”, dijo Richard Nixon el 15 de octubre de 1970. “Ese hijo de puta de Allende –vamos a aplastarlo”. Unas pocas semanas después explicó por qué:“La principal preocupación en Chile es que (Allende) pueda consolidarse, y la imagen proyectada al mundo será su éxito… Si permitimos que los líderes potenciales en Sudamérica piensen que pueden actuar como Chile y ganar de las dos formas, vamos a tener problemas…”
Esa es otra razón por la que los peones son importantes, y la pesadilla de Nixon se hizo realidad un cuarto de siglo después, cuando un país tras otro eligió a gobiernos independientes de izquierda que Washington no deseaba. Estados Unidos terminó “perdiendo” casi toda la región. Pero están tratando de recuperarla, un país cada vez. Los países más pequeños y más pobres que están más cerca de Estados Unidos son los que corren mayor peligro. Honduras y Haití algún tendrán elecciones democráticas, pero solo cuando la influencia de Washington en su política se reduzca aún más.
Mark Weisbrot es co-director del Centro para la Investigación Económica y Política, en Washington, D.C. También es presidente de Just Foreign Policy .
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