(...) enfrentábamos los primeros días de 1976, envueltos en la misma vorágine de guardias y misiones de escolta, hasta que la Vieja de la Guadaña entró en el juego para recordarnos que, en una guerra, ella no era una posibilidad remota.
Recuerdo que fue por la tarde que Fuentes nos comunicó la noticia: el FLEC había emboscado a un grupo de nuestros vecinos, los comunicadores, y había heridos y muertos. Luego supimos que los caídos eran el capitán Aramís, el Jefe de la Compañía de Comunicaciones y Cué, un muchacho del Servicio Militar.
Aramís era un negro recio, de más de treinta años, que parecía haber nacido militar, de hablar fuerte y cultor de la disciplina estricta, pero humana. Yo pude hablar con él en varias ocasiones, por la vecindad de nuestras unidades y porque una vez me llamó la atención, con toda justicia. Sus hombres lo respetaban y querían, pues no había nada que él ordenara que no fuera justo, necesario y que él ya no hubiera hecho o estuviera dispuesto a hacer. De Cué, solamente recuerdo que era muy joven, menos de veinte años y que le gustaba mucho la pelota.
Luego supimos la forma en que Aramís había muerto. Muy mal herido, se resistía a que lo retiraran de la línea de fuego y arengaba a sus hombres, al tiempo que insultaba al enemigo y daba vivas a la Revolución y a Fidel.
Aramis y Cué fueron enterrados con honores, en un cementerio que se hizo para nuestros combatientes cerca de Landana. Luego de nosotros regresar a Cuba, los restos de todos los cubanos fueron agrupados en un cementerio en Luanda y más tarde volvieron invictos a la tierra que los vio nacer, donde no descansan, porque un ejemplo no descansa jamás.
Yo salí como escolta en las operaciones que inmediatamente se iniciaron contra el FLEC y al igual que todos, además de todas las razones que tenía para pelear, ahora sumaba otra, una deuda que nunca podrían pagarnos.
La Vieja de la Guadaña había entrado en el juego y golpeado fuerte, pero le aceptamos el reto (...)
Aramís era un negro recio, de más de treinta años, que parecía haber nacido militar, de hablar fuerte y cultor de la disciplina estricta, pero humana. Yo pude hablar con él en varias ocasiones, por la vecindad de nuestras unidades y porque una vez me llamó la atención, con toda justicia. Sus hombres lo respetaban y querían, pues no había nada que él ordenara que no fuera justo, necesario y que él ya no hubiera hecho o estuviera dispuesto a hacer. De Cué, solamente recuerdo que era muy joven, menos de veinte años y que le gustaba mucho la pelota.
Luego supimos la forma en que Aramís había muerto. Muy mal herido, se resistía a que lo retiraran de la línea de fuego y arengaba a sus hombres, al tiempo que insultaba al enemigo y daba vivas a la Revolución y a Fidel.
Aramis y Cué fueron enterrados con honores, en un cementerio que se hizo para nuestros combatientes cerca de Landana. Luego de nosotros regresar a Cuba, los restos de todos los cubanos fueron agrupados en un cementerio en Luanda y más tarde volvieron invictos a la tierra que los vio nacer, donde no descansan, porque un ejemplo no descansa jamás.
Yo salí como escolta en las operaciones que inmediatamente se iniciaron contra el FLEC y al igual que todos, además de todas las razones que tenía para pelear, ahora sumaba otra, una deuda que nunca podrían pagarnos.
La Vieja de la Guadaña había entrado en el juego y golpeado fuerte, pero le aceptamos el reto (...)
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