“El sol tiene manchas. Los desagradecidos no hablan más que de las manchas. Los agradecidos hablan de la luz”. José Martí
Ernesto AlmaguerAhora que está próximo a realizarse el Congreso de la organización de pioneros José Martí, no existe mejor oportunidad para hacer una pausa y meditar sobre el espacio que tienen los niños y jóvenes en nuestra sociedad, la posibilidad de discutir sus preocupaciones, transmitirlas y ser escuchados.
Todos los nacidos con la Revolución hemos sido privilegiados con la experiencia de ser pioneros, una etapa que nunca se olvida y que nos trae nostalgia por el recuerdo del compañerito de al lado, aquel que compartía su merienda, las casas de estudio y el profesor que día a día te presentaba nuevos conocimientos. Ser como el Che, nunca fue obligación, era solo un camino a seguir, un sendero difícil, una montaña a escalar.
En cualquier hogar escuchará a los padres rezarles a sus hijos ¡tu preocupación es sacar buenas notas!, es la única exigencia en este país, formarse, tener un porvenir. Pensé entonces en una adolescente, hoy adulta, cercana a mi generación, de los que ya pasamos los treinta, (no todos nombrados con Y por cierto).
Me trasladé a mi infancia y recordé las clases de historia, que tanto motivan a los muchachos, ansiosos por conocer sobre los primeros pobladores de Cuba, el descubrimiento, la colonia, Neocolonia, la lucha de un pueblo por alcanzar su verdadera independencia, las ideas de Martí, Maceo, el Che y Fidel.
Entonces… cierro los ojos y me parece verla, niña, adolescente, sana, escribiendo una valoración excepcional del Comandante en Jefe, sobre las victorias del Ejército Rebelde. Puedo leer en su cuaderno notas de admiración hacia el Che Guevara, por su alto sentido de solidaridad, su ejemplo. La veo tomar en sus manos un libro de Martí y hojearlo con detenimiento, ¿en algún momento recibió en su corazón las doctrinas del Maestro?...
Sigo soñando, ahora la veo en su clase, el amiguito de al lado tiene dudas, ella lo ayuda, le explica los males de la República Mediatizada, hay una pausa, el profesor pide silencio y atender la clase, lanza una pregunta, ella con pasión responde y se emociona cuando habla del programa del Moncada… casi llora porque muchos cubanos en ese empeño tuvieron que morir.
¿Y qué murió en Yoani?, ¿será que nunca se emocionó?, ¿dónde está esa niña que prometió sacar buenas notas?, de hecho las sacó, terminó Primaria, Secundaria, transitó por el Pre y hoy es universitaria, no tuvo que ir a la Sierra Maestra y alzarse para lograrlo, otros lo hicieron para que ella hoy pudiera pensar y escribir. Sin embargo, reprobó la asignatura más importante, no se presentó al extraordinario, ya no hay tiempo, la vida la suspendió…
Pasaron los años, creció, olvidó su cuaderno, al amiguito que tanto ayudó, a su maestro que emocionado repetía aquella frase del Che, ¡al imperialismo ni un tantico así!. No hay lágrimas en Yoani, su corazón languideció, fue el precio que tuvo que pagar para convertirse en lo que es hoy. Sepultó su pasado, le vendió el alma al diablo, su predilección ya no son los cuadernos, los cambió por papeles verdes…
No hay peor satanización que la de uno mismo. Me pregunto, ¿conservará en algún lugar esos recuerdos?, quizás mientras duerme, la niña que aún vive en ella, se levanta, busca sus cuadernos, necesite encontrarse, tener al lado a su compañerito; él también creció, pero siguió el camino de su generación, se emociona con su himno, llora las injusticias en el mundo, lleva en su pensamiento las nobles ideas de todos los hombres que han defendido la libertad de los pueblos y eso Yoani…no tiene precio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario