jueves, 31 de marzo de 2011

Notas sobre el homo frívolus. Confesiones de la espiritualidad contrarrevolucionaria.

Enrique Ubieta Gómez

La fascinación por el gesto foráneo, por el glamour apenas intuido de una vida que se muestra tentadora en la pantalla del televisor o en los salones de cualquier hotel, determina la actitud del joven frívolo:

Nunca olvidaré el momento en que mi razón supo en La Habana que yo no conocía la libertad. Fue cuando una argentina (se llamaba Doris y era de Misiones) encendió un cigarro Malboro. La manera de encenderlo y después de llevarlo al aire con las primeras volutas saliendo de sus dedos entrecruzados, describió en el vestíbulo del hotel Riviera la forma visual de mi vergüenza. Yo quiero poseer ese gesto, me dije con descubridor entusiasmo de esclavo. Me di cuenta, también, que no entendía la libertad, por desconocida, pero el Malboro ardiendo me mostró que podía verla y hasta suponerla”.

Estas palabras fueron escritas para su blog personal, en marzo de 2011, por Armando Valdés-Zamora (La Habana, 1964), un escritor cubano residente en París, y reproducidas en PD. Su concepto de libertad se asocia a un gesto fetiche, probablemente cinematográfico, y al consumo de una marca ampliamente conocida e inexistente o poco asequible en el país. Uno de los comentaristas del post, sin dudas un intelectual, narra su propia experiencia:

Debo confesar, un poco avergonzado, aún bajo la máscara del anónimo, que yo también sufrí en La Habana el estremecimiento del gesto ajeno. Ingresado en el Hospital Naval tuve por compañero de habitación a un inglés, Brian, cuyos gestos sofisticados hasta la naturalidad me sedujeron tanto que decidí absorberlos e imponérmelos. Brian era lo que yo quería ser, sin saberlo, el poseedor de gestos de un hombre libre. Ya un poco obsesionado no me perdía una película inglesa tratando de engrosar el repertorio de gestos, al final la integración fue tal que en Londres, décadas después, en una sastrería de Jermyn Street antes de hablar, el empleado me había tomado por inglés y no ocultó su desconcierto por la equivocación ‘es que ha estado usted revisando las telas de una manera como sólo suelen hacerlo los caballeros aquí’ me insistió dos veces. Lejos de alegrarme, llegue a mi hotel tan deprimido que me tiré en la cama a sollozar, me sentía más esclavo que nunca de mi tristes orígenes totalitarios, sólo que ahora era poseedor de una mecánica gestual que los enmascaraba. Una auténtica crisis de legitimidad.

Otro comentario salta del simple gesto –que en el articulista se asocia a un producto y a una marca, Malboro--, al “simple” objeto de consumo:

Felicito al autor por este artículo. A la vez, los comentarios me recordaron lo que me dijo una amiga en 1980 que me hizo ver las cosas diferentes, como los ‘gestos’ que fulminan, comentados por acá: el primo de mi amiga tenía una obsesión con tener botas de vaquero desde niño. Nunca pudo conseguir unas en Cuba. El muchacho se fue por el Mariel. La primera carta que la familia recibió de él fue una foto, sin palabras: el muchacho estaba retratado con unas botas de vaquero.

Este breve comentario me recordó a su vez un excelente documental titulado “Balseros” de la televisión española, filmado en tres momentos –cada uno distante en años--, de la vida de varios cubanos que emigraron a Estados Unidos. El reportero llegó a Cuba en plena “crisis” de 1993, filmó la construcción de las precarias embarcaciones en La Habana y los alrededores y siguió a sus protagonistas hasta sus diversos destinos. Hay una escena en la que una de las parejas jóvenes discute en un centro de ventas de automóviles porque no puede darse aún el lujo de comprar uno de uso, y casi al borde de la ruptura, el reportero interviene y le dice al esposo de manera un tanto ambigua –que sabe además que lo filman--, “dale un beso”. Sorpresivamente, el joven obedece, y besa… el carro en exhibición que se encuentra a sus espaldas.

2 comentarios:

  1. Muy bonito lo del Marlboro y lo de la libertad de consumo. Si estas personas supieran cómo se puso a la gente a fumar cigarrillos en los Estados Unidos mediante una auténtica campaña de lavado de cerebros, no tendrían tanto entusiasmo por ese gesto de "libertad".
    Vale la pena echar un vistazo a estas campañas a favor del consumo de cigarrillos con colaboración de médicos en los años 30, 40 y 50:
    http://lane.stanford.edu/tobacco/index.html
    El principio de la campaña era el del "Third Party" (el "tercero" neutral o que posee un conocimiento objetivo) desarrollado por Edward Bernays, sobrino de Sigmund Freud. Por eso se trata de médicos. Del mismo modo siguen apareciendo "científicos" en los anuncios de detergentes. Gente que "sabe".

    El propio Bernays desarrolló una campaña para aficionar al tabaco a las mujeres basada en consideraciones psicoanalíticas sobre el cigarrillo como objeto fálico. Todo un éxito...entre las feministas.

    Y todo ello, cuando desde mediados de los cuarenta se disponía en Estados Unidos de los datos médicos alemanes sobre los efectos cancerígenos del tabaco, estudios que, naturalmente, fueron ocultados. LIbertad de mercado obliga.

    A esa espantosa manipulación la llaman libertad.
    Un abrazo
    JD

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  2. Es una pena que no se fijen en los humos que salen de las empresas donde explotan a cientos de obreros en las peores condiciones posibles ni en los gestos autoritarios, soberbios e insoportables de todos aquellos que mantienen este sistema de clases... Tanto tienes, tanto vales... Esa es la máxima

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