miércoles, 9 de marzo de 2011

La ERA (3): HOMBRES DESTROZADOS POR LA MELANCOLÍA.

Los nombres de los personajes de la serie “La Era” son ficticios, y los sucesos rigurosamente ciertos. Los documentos que los avalan pueden consultarse en el Archivo General de la Nación, donde el autor investiga para publicar próximamente un libro sobre las redes secretas de Trujillo en Cuba.
Eliades Acosta Matos
En medio de la noche habanera, en el silencio del barrio de El Vedado, saltó en la cama como si le hubiesen conectado a un cable eléctrico. Estaba ligeramente borracho y aún mantenía en la punta de los labios y los dedos el calor de aquella mujer tan delicada y olorosa. Lo primero en lo que pensó fue en la rubia del “Rumba Palace” con la que cualquiera que se pasease por El Conde terminaría enredado a golpes con los mirones y manisueltos de siempre, aunque la fama derivada de tal conquista sería capaz de compensar cualquier sinsabor. Tragó en seco, y reparó en el sudor frío que bajaba por su frente. Tenía el cuerpo cortado, y no se suponía que era así como debía sentirse tras beber las aguas más profundas de aquella mujer impresionante, y hay que decirlo, relativamente barata. Entonces comprendió que no eran aquellos recuerdos amables los que lo habían sacado de su sopor ahíto, sino la conciencia de que algo andaba mal, incluso, muy mal.Su aguzado sentido del peligro se había disparado en la madrugada, alimentado por ese ligero temblor que se le instalaba en el estómago cada vez que bordeaba el abismo. Ahora escuchaba de nuevo la voz aflautada del enanito escondido tras sus orejas. Aquel invisible ángel de la guardia, que siempre lo había sacado con bien de tantos lances difíciles, no cesaba de repetir la misma frase: “¡Cuidado, Ramón Marrero Aristy, mucho cuidado que vas derecho a la noche!” La noche… En efecto, una larga y torturante noche. Nada que ver con la dulce madrugada cubana, aún con las pandillas sueltas que Grau San Martín había dejado que se masacraran el año pasado en el Reparto Orfila, y seguían impunes bajo la presidencia de Carlos Prío. Esta otra isla, tan cercana a la suya, de un suave noviembre de 1948, le gustaba mucho, y no solo por las rubias platinadas al alcance de la mano, sino por el refinamiento de las costumbres, por la vida cultural tan activa donde periodistas, escritores y filósofos podían ganarse la vida y disfrutar de ciertas dosis de respeto hablando mal en los periódicos de quien se le antojase. Nada que ver con la noche, con la noche de la otra isla, con la noche tremenda de esa patria que le dolía en el costado como una puñalada, y en la que hasta el gemido de dolor le estaba vedado. Aún a él, uno de los privilegiados del poder, ex Subsecretario de Estado de Trabajo, Diputado al Congreso por Azua, Suave Mediador del Benefactor, Ilustrado Negociador de Entuertos al servicio del Padre de la Patria Nueva… Aún a él…Porque las orejas y los ojos de su Excelencia llegaban hasta el más recóndito rincón de la Habana, como también de Caracas, Ciudad México, Bogotá, Curazao, Buenos Aires, y hasta New York. Y precisamente por eso le vociferaba al oído su ritornello, por centésima vez, ese maldito enano agazapado en su cabeza. No por la rubia, ni por los tragos en que se volatilizaban parte de las jugosas remesas entregadas para su labor de mediación, que para eso el Jefe era magnánimo y de manga ancha, sino por las conversaciones sostenidas con personajes marcados por la muerte, perseguidos por la segura, infalible e inevitable venganza del Alto Odiador. Lo que el enano vigilante quería decirle era precisamente eso: que en tales entrevistas, arrastrado por su ya conocida verbosidad, por su arrogancia ante el peligro, por la excesiva confianza en su propia inteligencia y un cierto desdén por sus superiores iletrados, se había extralimitado en frases peligrosas, en alusiones irrespetuosas, en simpatías ante el sufrimiento de los obreros y campesinos de su patria, en el aprecio a los métodos suaves y los valores del diálogo. ¿Pero qué querían? ¿Acaso no lo había enviado el Jefe en misión confidencial precisamente para dar una imagen de renovación y disposición al diálogo entre los revolucionarios dominicanos exiliados en La Habana, y conjurar así el peligro de nuevos intentos como el de Cayo Confites?¿ No era mejor una acción preventiva como la asignada, una jugada de engaño más, tan del gusto del Jefe y Balaguer, ante la perspectiva incierta de un presidente joven y de pasado revolucionario en el poder, como Prío, y para más desgracia, asesorado por Juan Bosch y cuñado de ese irreductible enemigo que era Cotubanamá Henríquez, al que tenía alojado en Palacio?Cuando no se podían usar los matones de Félix Wenceslao Bernardino, se me asignaban a mí misiones como esta, al contemporizador por excelencia, a Ramón Marrero Aristy. Eso debían saberlo los mismos cortesanos invertebrados que conspiran a mis espaldas por pura envidia, por el odio del bruto al sabio, por la cortedad de los mediocres. Y es por eso que han comenzado a susurrar que soy un comunista clandestino, lector de Carlos Marx y “… de escritores bolcheviques, como Chéjov, Tosltoy y Dostoievski”. Aquí es donde esos gelatinosos mal nacidos han empezado a recordarle al Benefactor que fui amigo del ahora prófugo Jesús de Galíndez y que por nuestra “actitud claudicante” al actuar como mediadores en la Huelga Azucarera de hace dos años, es que se salieron triunfantes los obreros de La Romana y Mauricio Báez adquirió relieve de líder nacional. Y citan una y otra vez fragmentos supuestamente incriminatorio de mi novela “Over”, y me acusan por la rebeldía de mi personaje principal, el bodeguero Manuel Comprés. Y, claro, callan que también escribí “Trujillo: Síntesis de su vida y obra”, y que me han encargado lo que no quiso hacer en su momento el gran Américo Lugo: redactar la historia oficial del régimen en tres tomos.Y cuando los graznidos del enano llegan a aturdirme, más que el ron bebido anoche en el “Rumba Palace”, me tiro de la cama, febril, enloquecido, tiritando de premura para intentar conjurar la mala suerte con una carta, con las letras salvadoras, con el verbo elocuente de quien quiso un día ser pastor evangélico. Y esto dejo escrito en carta a Telesforo Calderón, Secretario de Estado de la Presidencia:“Fui con Mauricio Báez a un restaurant denominado “El Jardín”… De cuanto me dijo, no encuentro nada que encierre un interés especial, excepto su proposición de que yo hablase en privado con Cotubanama Henríquez… Inexplicablemente comenzó a justificar su actitud por haber ido a Cayo Confites… Expresó su deseo de que allá las cosas fueran más abiertas… Mauricio me pareció simplemente un hombre a quien destroza la melancolía y el recuerdo de su país natal… Si yo permaneciera más tiempo aquí, en La Habana, quizás podrá sacar algo más concreto acerca de los deseos de Cotubanama…”Con esto logro, al fin, hacer callar al enano alarmista. Respiro hondo, ya no sudo… El recuerdo de aquella mujer vuelve a invadirme… Me tiendo suavemente en la cama, es hermosa la madrugada de El Vedado… Me voy adormeciendo de nuevo, sin reparar que solo he pospuesto la noche inevitable, la misma que se cebará con Mauricio Baez aquí, en La Habana, a quien desparecerán dentro de dos años… Y entonces comprendo que me quedaré solo, hombre también destrozado por la melancolía, hasta que el 17 de julio de 1959, en el mismísimo Alto Despacho del Jefe, perderé de una vez mi apuesta con el enano. Y adivino que la oscuridad me llegará tras el fogonazo que saldrá de la pistola de Policarpo Soler. Por eso puedo ahora dormirme, aliviado.

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