viernes, 4 de marzo de 2011

LA ERA (2): MENSAJES AL ALTO DESTINATARIO.

Eliades Acosta Matos
Jamás pude imaginar que mi vida, la vida de un hombre de acción, de un divino arquetipo militar y de un macho bien bragado, pudiese transcurrir alejado de los peligros, del silbido de las balas y los cañonazos, solo en mi despacho, en el profundo silencio que exijo a todos cuando estoy en Palacio, apenas acunado por el tenue rumor de los papeles.Odio y amo los papeles. Los documentos bien mecanografiados, con rectas líneas y una tipografía perfecta, marcados por las cintas de las máquinas de escribir bien entintadas, son para mí motivo de odio y de satisfacción. Todos lo saben: soy un perfeccionista, y Dios libre a la mecanógrafa o al Secretario de la Presidencia que ose presentarme un documento corrido o manchado. Al final, el hombre que no lee, que no escribe, que solo finge escuchar en silencio para aparentar sabiduría, como bien me caló la Fidalgo, mujer de Almoina, el gallego traidor, ha devenido no solo en el Padre de la Patria Nueva, Benefactor , Campeón de la Paz Mundial, Generalísimo y Primer Enemigo del Comunismo, sino en el Alto Protector de los Papeles, el Excelso Alimentador de los Archivos y el Santo Patrón de la Documentación. Sé que estoy cercado de documentos, de toneladas de oficios y copias, de triplicados y cuadruplicados, de papeles que parecen caminar y tener voluntad propia, que no se agotan porque yo trabaje catorce horas diarias y exija a esta caterva de ineptos que me rodea que me emulen en mi tenaz entrega a la causa pública. Los papeles siempre terminan imponiéndose y te cercan, te atacan, te devoran… Al final de mi vida, no sé si me recuerde como el generador de la paz nacional y las riquezas, el garante del orden y el progreso, sino como el maniático que no permitía se botase un solo documento y guardaba en archivadores metálicos miles de fichas de sus corresponsales; el hombre que no solo modernizó la industria azucarera y los puertos del país, sino también, y en primer lugar, la labor de las oficinas. Mi manía por el orden y la pulcritud exterior, esa que ha provocado que más de un psiquiatra levante las cejas al pensar en la suciedad interior de mi alma, me llevó a comprar en los Estados Unidos todo artefacto moderno que requiriese una oficina, y especialmente, los equipos más sofisticados para copiar y archivar documentos, esos mismos papeles que conservo con esmero, como si fuesen batallones listos para el combate. Y lo son.
No es gratuita esta pasión, me viene de familia. De mi abuelo, Don José Trujillo y Monagas, quien fuese por más de 18 años Segundo Jefe de la Policía colonial en La Habana, aprendí que para lidiar con laborantes y conspiradores, ñáñigos y anarquistas, estafadores y revolucionarios, nada como un archivo bien ordenado. Ahí tienes todos los elementos para juzgar la lealtad de los amigos, la tibieza de los indecisos y la peligrosidad de los enemigos. Ahí, en los papeles, tienes más aliados incondicionales y eficaces que entre los brutales apaleadores del SIM o los calieses primitivos. Y a su vez, eso lo aprendieron de mí desde Arturo Logroño a Balaguer, y desde Bernardino hasta Johnny Abbes.Ahora que toca a su fin este año de 1958, como es habitual, crece el caudal del torrente de papeles que me envuelve y me arrastra. Menudean entre ellos los intentos de tumbes elegantes y también los descarados de los pedigüeños de siempre. Son limosneros sin fronteras, gente que cree que mis arcas son infinitas y que debo estar a la mano para cuando su imprevisión, su mano suelta o su torpeza en los negocios los tenga al borde de la bancarrota. Entonces me escriben cartas desgarradoras como tangos, escritas para hacer llorar hasta a los torturadores de la 40, boleros en blanco y negro para almas sensibles, como la mía… Porque saben que la grandeza de mi corazón y mi paternal magnanimidad son proverbiales…De tales intentos de sablazos a mi patrimonio está llena la correspondencia que me han traído hoy al despacho. Y hablo solo de la traducida, no de la nacional, ni de los nacionales que viven fuera del país, porque eso es ya punto y aparte. Hablo de los extranjeros que también me escriben, nunca para dar, siempre para pedir una tajada de lo que me ha costado tanto. Por ejemplo, una tal Mrs Maxine I. Krueger, de North Forth Lewis, Estados Unidos, que empieza diciéndome que espera que su carta no me parezca cosa de locos, cuando precisamente es lo que me parece.”
Tenemos un problema terrible,-dice-mi esposo está en el Ejército, es Sargento Mayor y pasó enfermo casi todo el año de 1956, y yo también he estado enferma. Por ese motivo no podemos saldar nuestras deudas. Sé que esto suena descarado, pero,¿ no podría Ud hacernos un préstamo de 7 mil dólares?”. Y yo me pregunto, ¿acaso dos enfermos que no han podido salir a flote, de ser cierto lo que dice esta señora, estarán en condiciones de honrar las deudas que asuman conmigo? Por eso he indicado a mi Ayudante, el Mayor Amado Hernández, que los reconforte con una postal navideña a mi nombre.
Desde Trípoli, Libia, llega la carta lacrimógena de “tres hermanitas de 11, 8 y 3 años, nombradas María Luisa, Gianina y Graziella, que afirman estar cansadas de “ recibir regalos de Navidad de padres pobres, y después de haber leído en los periódicos que Usted es uno de los hombres más ricos del mundo, las tres hemos pensado en escribirle con la esperanza de que piense en nosotros” Y claro que pienso, estimulado por este ejemplo de precocidad, y se conmueve mi alma ante estos angelitos desvalidos, a los que con todo amor he ordenado les sea remitido el voluminoso informe encuadernado de la gestión del gobierno el pasado año para provecho de tan temprana vocación por las letras. A Joseph Rainey, de Columbus, Ohio, y a Patrick Kelly, se Seattle, interesados en ser mis representantes de relaciones públicas en ese país, cargo para el que se ofrecen, he remitido mis álbumes de fotografía, no el nombramiento ni los cheques que anhelan. Y a Lucía Biondi, de Civitanova, en Italia, que pide “un poco de calor, porque hace frío, está nevando y no puedo calentar mi cuerpo enfermo”, le he hecho enviar por nuestro Embajador una caja de ron dominicano.Pero también los papeles traen presagios de tormentas, no solo proposiciones tontas como la de M. Lloyd Jacob, de Indianápolis, quien me propone una campaña promocional para traer turistas al país a cambio de $50 mil dólares al año. Esta carta traducida del francés y firmada por “X”, a quien conozco de sobra porque llevo años manteniéndolo en las nóminas de operaciones encubiertas en el exterior que pago con los fondos del Partido Dominicano, se refiere a Francois Duvalier, ese nuevo amigo haitiano con más trastienda que una bodega, agazapado a mi costado, siempre al acecho…“¡Atención, cuidado!-escribe X-tiene Usted que vérselas con un político cruel y astuto, un calculador reconcentrado que no habla nunca; con un enemigo que une la astucia y la crueldad de Touissant a la ferocidad de Christopher… Más que nunca debe Usted controlar de manera minuciosa los menores actos de su nuevo aliado, que une en el misterio de su alma la astucia de Maquiavelo a la perversidad calculada de Nerón.”Los papeles, los benditos y malditos papeles, que pueden llevar lumbre a los hogares desvalidos y también luto a las casas de los imprudentes. Porque a mí no me madruga nadie. Yo soy, no solo el Alto Destinatario, sino también el Excelso Vigía Permanente, El Que Se Adelanta.Porque no es una broma la consigna que Peynado puso de moda mediante un anuncio lumínico en su jardín: “Dios y Trujillo”. Ese soy yo, aunque viva rodeado de la aparente mansedumbre de los papeles.

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