Ahora que se recuerda el interés de Kennedy en solucionar el conflicto con la Revolución cubana por vías diplomáticas que resultó en su asesinato, reproduzco en dos partes (dada su extensión) un ensayo histórico inédito del historiador Elier Ramírez, que describe el frustrado proceso de acercamiento entre los dos gobiernos.
Elier Ramírez Cañedo
Luego del fracaso de la invasión estadounidense por Playa Girón y de la terrible experiencia de la Crisis de Octubre de 1962, Kennedy, al parecer convencido de que no era inteligente en ese momento intentar cambiar el régimen cubano por la vía militar directa, comenzó a valorar un extenso espectro de tácticas donde quedaran por igual satisfechos los intereses estratégicos de los Estados Unidos. Entre el amplio abanico de opciones que se discutía, el presidente estadounidense aceptó explorar, de manera cautelosa y discreta, un posible modus vivendi con la Isla, pero antes necesitaba saber qué concesiones estaba dispuesta a hacer Cuba en caso de lograrse algún tipo de arreglo. Al mismo tiempo, la decisión de la URSS de retirar los cohetes sin contar con los cubanos y el disgusto de la dirección de la Isla con tal actitud, parecían mostrarle a Kennedy una brecha entre cubanos y soviéticos que valía la pena explotar. También un posible arreglo con Cuba sintonizaba muy bien con las intenciones de Kennedy de construir una estructura de paz con la URSS en esos momentos. Como bien señaló en un brillante libro Arthur M. Schlesinger, quien tuvo la oportunidad de estar muy cerca del presidente Kennedy durante su mandato presidencial, dado su responsabilidad de asesor personal:
“En cuanto a Kennedy, sus sentimientos experimentaron un cambio cualitativo después de lo de Cuba (la Crisis de Octubre de 1962); un mundo en el que las naciones se amenazasen mutuamente con armas nucleares, le parecía ahora, no precisamente un mundo irracional, sino un mundo intolerable e imposible. Así, Cuba, hizo surgir el sentimiento de que este mundo tenía un interés común en evitar la guerra nuclear, un interés que estaba muy por encima de aquellos intereses nacionales e ideológicos que en algún tiempo pudieron parecer cruciales” (1).
En su célebre discurso en la Universidad Americana en junio de 1963, Kennedy hizo un fuerte llamado a la paz mundial y reexaminó la actitud norteamericana hacia la URSS.
“Ninguna nación en la Historia –dijo- ha sufrido más que la Unión Soviética en el curso de la Segunda Guerra Mundial. Si volviese de nuevo la guerra mundial, todo lo que ambas partes han construido, todo aquello por lo que hemos luchado, quedaría destruido en las primeras veinticuatro horas. Sin embargo, unos y otros estamos acogidos a un peligroso y vicioso círculo, en el que la sospecha de un lado alimenta la sospecha del otro, y las nuevas armas originan otras para contrarrestarlas. (…)
Si no podemos ahora poner fin a todas nuestras diferencias, al menos podemos contribuir a mantener la diversidad del mundo. Pues, en último término, el lazo fundamental que nos liga es que todos habitamos este pequeño planeta. Todos nosotros respiramos el mismo aire. Todos acariciamos el futuro de nuestros hijos. Y todos somos mortales”.(2)
Pasos como la firma de un tratado con la URSS sobre prohibición de pruebas nucleares, el establecimiento del llamado “teléfono rojo” para la comunicación directa en casos de urgencia entre el Kremlin y la Casa Blanca y el autorizo estadounidense a vender excedentes de su producción de trigo a la Unión Soviética, contribuyeron a establecer un clima de relajación de las tensiones entre las dos grandes potencias adversarias durante el transcurso del año 1963. Por supuesto, todo eso tuvo su impacto en la política norteamericana hacia Cuba.
Ya desde el 11 de abril de 1963 Gordon Chase, quien se desempeñaba como asistente de McGeorge Bundy, había señalado en memorándum enviado a este último, que todos estaban preocupados por solucionar el problema cubano, pero que hasta ese momento solo habían tratado de resolverlo a través de “maldades abiertas y encubiertas de diversa magnitud”, obviando la otra cara de la moneda: “atraer suavemente a Castro hacia nosotros”. Chase expuso a Bundy sus consideraciones de que si la “dulce aproximación a Cuba” tenía resultado, los beneficios para los Estados Unidos serían sustanciales.
“Probablemente –sostenía Chase- pudiéramos neutralizar a corto plazo por lo menos dos de nuestras principales preocupaciones en relación con Castro: la reintroducción de los misiles ofensivos y la subversión cubana. A largo plazo, podríamos trabajar en la eliminación de Castro a nuestra conveniencia y desde una posición de ventaja”.(3)
Asimismo, Chase planteó a Bundy que los dos obstáculos que se divisaban frente a este posible giro político en relación a Cuba: el rechazo interno y la renuencia de Fidel a dejarse seducir, eran difíciles, pero no imposibles de superar.
Lo que proponía Chase no era más que una manera distinta de presentar y ejecutar la política de Estados Unidos hacia Cuba a través de métodos más suaves, flexibles y sutiles. Mas está claro que la finalidad de dicha política permanecía inmutable: cercenar la postura soberana de Cuba en política exterior a corto plazo (sobre todo en lo que respecta a sus relaciones con la URSS y el apoyo a los movimientos revolucionarios en América Latina) y destruir a largo plazo la Revolución Cubana, con lo que se satisfacían los intereses fundamentales de Washington. La historia posterior demuestra que Kennedy estuvo de acuerdo con explorar esta posibilidad.
Para abril de 1963 la administración Kennedy analizaba todas las variantes que pudieran resolver el “problema cubano”, lo cual se convirtió prácticamente en una obsesión del presidente hasta el fatídico 22 de noviembre de 1963. De esta manera, junto con las propuestas de sabotaje encubierto, presiones diplomáticas y planes de contingencia militar, en los documentos ultrasecretos del Consejo de Seguridad Nacional de los Estados Unidos se incluía la posibilidad de un desarrollo gradual de cierta forma de arreglo con Castro. En un memorándum sobre “El problema cubano”, McGeorge Bundy explicó la lógica de este tipo de iniciativa:
“Siempre existe la posibilidad de que Castro u otros que actualmente ocupan altos cargos en el régimen vean alguna ventaja en un viraje gradual de su actual dependencia de Moscú. En términos estrictamente económicos, tanto Estados Unidos como Cuba tienen mucho que ganar con el restablecimiento de las relaciones. No es inconcebible que Castro siga la línea de Tito, y una revolución diplomática total no sería el suceso más extraordinario del siglo XX”.(4)
Las negociaciones para el regreso a los Estados Unidos de 1 200 mercenarios, encarcelados en Cuba después de la invasión de Girón, propició el primer canal de comunicación entre ambos países. James Donavan, abogado de Nueva York, encargado por el gobierno estadounidense de negociar la liberación de los prisioneros de Bahía de Cochinos (5), se convirtió en el primer trasmisor de la disposición de Fidel –con el que se reunió en varias oportunidades- de resolver el conflicto entre ambos países. (6) Peter Kornbluh ha señalado que, para fines de junio de 1963, “la CIA había recopilado media docena de informes de inteligencia que, según un resumen secreto realizado por su vice director Richard Helms, sugerían el interés cubano por un acercamiento con Estados Unidos”. (7)
No fue hasta el 6 de junio de 1963, que el “Grupo Especial” evaluó el tema de las conversaciones de James Donavan con Fidel Castro y los demás informes de inteligencia sobre el interés de Cuba en mejorar las relaciones. En dicha reunión se valoraron las distintas vías para establecer canales de comunicación con el líder de la Revolución Cubana y el grupo coincidió en que este era un esfuerzo útil.(8)
Sin embargo, la periodista estadounidense de la ABC, Lisa Howard (9), que había viajado a Cuba en abril de ese año con la intención de entrevistar a Fidel, fue el elemento catalizador de los contactos entre ambos países. En septiembre de 1963, Howard le expresó a William Attwood, (10) funcionario de la administración Kennedy adscrito a la misión de Estados Unidos en las Naciones Unidas, que Fidel Castro, con el que se había reunido por varias horas durante su visita a La Habana, le había expresado su disposición a establecer algún tipo de comunicación con el gobierno de los Estados Unidos y a explorar la posibilidad de un modus vivendi. Este criterio se lo había trasladado también a Atwood el embajador de Guinea en La Habana, Seydon Diallo. Por otro lado, Atwood había leído también el interesante artículo de Howard en el periódico liberal War/Peace Report, bajo el título “Castro`s Overture” (Las insinuaciones de Castro), donde la periodista señalaba que en 8 horas de entrevista con ella, Fidel había sido aún más enfático acerca de su deseo de sostener negociaciones con Estados Unidos. (11) Como resultado, Atwood y Howard echarían a andar un plan para iniciar conversaciones secretas entre Estados Unidos y Cuba.
Attwood, entusiasmado con la idea de establecer algún tipo de acercamiento entre Estados Unidos y Cuba, conversó el asunto en Washington el 12 de septiembre de 1963 con el subsecretario de Estado, Averell Harriman, quien le sugirió que escribiera un memorándum al respecto. Attwood no perdió tiempo y seis días después tenía listo el documento. Este comenzaba diciendo:
“Este memorándum propone un curso de acción que, de alcanzar resultados positivos, podría eliminar el tema de Cuba de la campaña (presidencial estadounidense) de 1964”.
“No propone ofrecer un “trato” a Castro –decía a continuación- , lo que desde un punto de vista político sería más peligroso que no hacer nada, pero sí una investigación discreta sobre la posibilidad de neutralizar a Cuba según nuestros propios intereses…
Ya que no pretendemos derribar el régimen de Castro por la fuerza militar, ¿hay algo que podamos hacer para promover los intereses estadounidenses sin que se nos acuse de contemporizar?
Según diplomáticos neutrales y otros con los que he hablado en las Naciones Unidas y Guinea, existen motivos para creer que a Castro no le agrada su actual dependencia del bloque soviético; que no le agrada ser en realidad un satélite; que el embargo comercial lo daña, aunque no lo suficiente como para hacer peligrar su posición; y que le gustaría tener algún contacto oficial con Estados Unidos y haría mucho por obtener una normalización de las relaciones con nosotros, aunque la mayoría de su séquito comunista a ultranza, como Che Guevara, no lo acogiera con beneplácito.
Todo esto puede no ser cierto, pero parecería que tenemos algo que ganar y nada que perder averiguando si en realidad Castro desea hablar y qué concesiones estaría dispuesto a hacer…
Por el momento, lo único que desearía es autoridad para hacer contacto con (Carlos) Lechuga (el jefe de la misión de Cuba en las Naciones Unidas). Veremos entonces que ocurre”. (12)
Queda claro que, bajo esta malevolencia que escondía Washington en la exploración de un posible acomodo con Cuba, nada iba a obtener de los líderes cubanos que ya habían fijado su posición de rechazo a cualquier forma de negociación que implicara una afectación de la soberanía de la Isla, a no ser que, conociendo la maniobra de Washington, se aprovechara el proceso de diálogo para ganar tiempo y preparar al país política y militarmente para enfrentar a los yanquis. La finalidad de los tenues acercamientos a Cuba, que iniciaría Estados Unidos bajo la anuencia de Kennedy, había quedado muy bien definida en el memorándum de Attwood: neutralizar a Cuba según los intereses de Estados Unidos, sacándole la mayor cantidad de concesiones posibles. Por supuesto, esas concesiones implicaban que Cuba cediera inicialmente parte de su soberanía en política exterior, sobre todo en lo que respecta a sus relaciones con la Unión Soviética y el apoyo a los movimientos revolucionarios en América Latina. De no ser bajo esas condiciones, Estados Unidos no se arriesgaría a explorar un modus vivendi con Cuba. Esta posición de Estados Unidos ha sido una constante en los pocos momentos en que ha manifestado su interés en avanzar hacia la “normalización” de las relaciones con Cuba. Como también ha sido una constante, la posición de la más alta dirección de la Isla favorable a la normalización de las relaciones, en condiciones de igualdad y sin imposiciones y condicionamientos que impliquen la renuncia a sagrados principios o el menoscabo de la soberanía.
Attwood mostró el propio 18 de septiembre el memorándum al entonces embajador de Estados Unidos ante la ONU, Adlai Stevenson, quien se comprometió a discutir el asunto con el Presidente. Al día siguiente, se reunió de nuevo con Harriman en New York y le mostró el memorándum. El subsecretario de Estado, después de leer el memorándum, le sugirió a Attwood que lo discutiera también con el Fiscal General, Robert F. Kennedy. Mas ya al día siguiente de este encuentro, Stevenson había obtenido la aprobación del Presidente para que Attwood sostuviera un discreto contacto con el embajador cubano en Naciones Unidas, Carlos Lechuga. Inmediatamente, Attwood habló con Lisa Howard para que le preparara el contacto con Lechuga. En medio del salón de delegados de las Naciones Unidas, Howard se acercó a Lechuga el 23 de septiembre y, según recuerda el propio Lechuga, le dijo que Atwood deseaba hablar con él y que era algo urgente.(13)
El encuentro se produjo en la casa de la periodista en la noche del propio 23 de septiembre, de manera bastante informal –como lo había pedido el propio Atwood-, aprovechando una fiesta que la misma preparó y a la cual invitó a Lechuga.(14)
A este primer contacto de Atwood y Lechuga, siguieron otros en el salón de delegados de las Naciones Unidas. En esa primera reunión informal, se había valorado la posibilidad, a sugerencia de Lechuga, de que Atwood viajara a Cuba a conversar con Fidel. La respuesta llegó unos días después cuando Atwood le trasmitió a Lechuga que el gobierno de Estados Unidos, después de evaluar la propuesta, había decidido que no era conveniente que él viajara a Cuba en esas circunstancias debido al peligro de filtración dada su “condición oficial”, (15) pero que su gobierno estaba en la mejor disposición de reunirse con Fidel o algún emisario suyo en Naciones Unidas. El 28 de octubre, Lechuga le comunicó a Attwood que La Habana no pensaba que enviar a alguien a las Naciones Unidas fuera de utilidad en ese momento, pero que esperaba que pudieran seguir los contactos entre ellos. (16) Desde la Casa Blanca, Gordon Chase, designado por Bundy, controlaba y dirigía los nuevos pasos de Estados Unidos en relación con Cuba.
Posteriormente, Lisa Howard ofreció su casa para que Atwood conversara directamente con Fidel Castro por intermedio de su ayudante René Vallejo. También para que a través de ella, Vallejo le trasladara mensajes a Atwood. (17)
El 31 de octubre, en una llamada que Vallejo realizó a Lisa Howard, este trasladó el mensaje de que Fidel estaba dispuesto a enviar un avión a México a recoger a un enviado de Washington y trasladarlo a un aeropuerto secreto cerca de Varadero, donde tendría una reunión a solas con el líder de la Revolución Cubana. Lisa Howard respondió que dudaba que eso fuera posible y que quizás lo mejor era que él (Vallejo), como vocero personal de Fidel, viajara a Naciones Unidas o a México a reunirse con un representante del gobierno de los Estados Unidos.
El 11 de noviembre, Vallejo se comunicó telefónicamente con Lisa Howard y le reiteró el interés de Fidel de reunirse con algún emisario de Estados Unidos y que, en ese caso, un avión cubano podía recoger a la persona designada por el gobierno de los Estados Unidos en Key West y trasladarlo a uno de los aeropuertos cercanos a La Habana donde participaría en una reunión con Fidel. Cuando Atwood comunicó esto a Bundy, este último le indicó que primero debía realizarse un contacto de él (Atwood) con Vallejo en Naciones Unidas para saber que tenía en mente Fidel, particularmente si estaba interesado en conversar sobre los puntos señalados por Stevenson en su discurso en Naciones Unidas el día 7 de octubre, considerados inaceptables por Estados Unidos (18): la “sumisión de Cuba a la influencia comunista externa”, “la campaña cubana dirigida a subvertir al resto del hemisferio” y “el no cumplimiento de las promesas de la Revolución respecto a los derechos constitucionales”. Como indicó Bundy en un memorando oficial: “sin tener indicios de la disposición de ir en esa dirección, es difícil ver qué podríamos lograr con una visita a Cuba”.(19)
Attwood trasmitió el 18 de noviembre por vía telefónica el mensaje a Vallejo, quien le contestó que no era posible que él viajara en ese momento a New York, pero que en cambio, se enviarían instrucciones a Lechuga para discutir con él (Attwood) una agenda con vistas a una posterior reunión con Fidel. Al día siguiente, Atwood reportó telefónicamente su conversación a Gordon Chase. (20) El asistente de Bundy le indicó entonces a Atwood que, luego que recibiera la llamada de Lechuga para fijar una cita para el análisis de la agenda, se pusiera rápidamente en contacto con él, pues el Presidente quería conocer de inmediato el resultado para considerar el próximo paso que debía dar la administración.
Paralelamente, en esos días Kennedy se enteró de que el periodista francés Jean Daniel, que se encontraba en Estados Unidos, se dirigía camino a Cuba para entrevistar a Fidel Castro. De inmediato lo invitó a tener una reunión. En dicho encuentro, el presidente estadounidense conversó con Jean Daniel sobre varios temas que le interesaba analizara con Fidel Castro. Según relató posteriormente Jean Daniel, Kennedy le había señalado que Estados Unidos estaba pagando por los pecados cometidos por su país durante el régimen de Batista y que él estaba de acuerdo con los planteamientos iniciales de la Revolución, pero que “Castro había aceptado ser un agente soviético en América Latina” y por su culpa “el mundo había estado al borde de una guerra nuclear en octubre de 1962”. También cuenta el periodista francés que el presidente estadounidense le añadió:
“Los rusos entendieron muy bien, al menos después de nuestra reacción, pero en lo que se refiere a Fidel Castro, debo decir que yo no se si se da cuenta de esto,…Usted me lo puede decir si lo hace cuando regrese. En cualquier caso las naciones de América Latina no van alcanzar la justicia y el progreso de esa manera, quiero decir a través de la subversión comunista. (…) Los Estados Unidos tienen ahora la posibilidad de hacer todo el bien en América Latina como lo han hecho mal en el pasado,…En cualquier caso, no podemos permitir que gane la subversión comunista en los demás países de América Latina. Dos diques son necesarios para contener la expansión soviética: el bloqueo, por un lado, un enorme esfuerzo hacia el progreso, por el otro. Este es el problema en pocas palabras. Ambas batallas son igualmente difíciles”.(21)
Según Jean Daniel, Kennedy hizo un último comentario: “La continuación del bloqueo depende de la continuación de las actividades subversivas”. (22) (Se refiere al apoyo cubano a los movimientos revolucionarios en el hemisferio)
Asimismo, el 18 de noviembre, en un discurso pronunciado en Miami, Kennedy había enviado otro mensaje a Cuba. Una cuadrilla de conspiradores, dijo, había hecho de Cuba instrumento de un esfuerzo dirigido por potencias externas para subvertir el orden de las restantes Repúblicas americanas.
“Esto y sólo esto nos divide -enfatizó Kennedy-. Mientras esto siga siendo así, nada es posible; sin ello, todo es posible. Una vez que se haya suprimido esta barrera, estaremos dispuestos a trabajar de todo corazón con el pueblo cubano para alcanzar esos objetivos de progreso, que hace muy pocos años despertaron las esperanzas y las simpatías del hemisferio”.(23)
Cuatro días después, el 22 de noviembre, se produjo el asesinato de Kennedy en Dallas, coincidentemente el mismo día que el periodista francés, Jean Daniel, bajo el encargo personal de Kennedy, conversaba con Fidel Castro. Sobre esa entrevista amplió también el líder de la Revolución Cubana en una conferencia celebrada en La Habana en 1992 al conmemorarse el 30 aniversario de la Crisis de Octubre:
“Se presenta en nuestro país un periodista francés, era conocido, que acababa de tener una reunión con Kennedy. Vino muy impresionado de Kennedy, bien impresionado, decía que era una máquina, tal como lo tenía organizado todo, todas las cosas. El me trasmite que se hospeda en un hotel de La Habana, y tan pronto recibo la noticia le digo que sí, que me voy a reunir con él, y él dijo que traía como un mensaje de Kennedy.
Para poder hablar con más calma, le dije: lo recojo y lo llevo a Varadero, para crear un ambiente relajado, pudiéramos decir, en que él pudiera explicar las ideas y el mensaje que traía. No era un mensaje en el sentido formal de la palabra, sino le dijo que quería que viniera. Le habló mucho de la crisis, de los peligros enormes de que estallara una guerra..., las consecuencias de esa guerra, y que él quería que hablara conmigo, que analizara esta cuestión, que me preguntara si yo estaba consciente de hasta qué punto había sido grande ese peligro. La esencia del mensaje es que hablara conmigo largamente sobre todos estos temas, que después volviera a Estados Unidos, a Washington, y le informara de la conversación. Por lo tanto el periodista lo interpretó como un gesto, con el deseo de establecer un contacto, un deseo de explorar que pensábamos nosotros sobre todo esto y, además, establecer una cierta comunicación. Le dijo: vaya, hable, analice todo este problema y vuelva; eso era en esencia.
Voy a decir que prácticamente el periodista ni terminó de explicarme todo lo que tenía que decirme, porque fue temprano, no recuerdo si eran las 11:00 am, hora Dallas. No había llegado siquiera el mediodía, íbamos a almorzar, no habíamos almorzado, y estando en estas conversaciones, en estos análisis, llega por radio allí mismo la noticia de que han atentado contra la vida de Kennedy. Vea usted que casualidad.
Yo lo interpreté, realmente, como un gesto tendiente a establecer alguna comunicación, algún intercambio, porque como Kennedy había quedado con tanta autoridad dentro de su país después de la crisis, podía hacer las cosas que quizás anteriormente no había hecho. A mi juicio tenía el valor de hacerlo, porque se necesitaba cierto valor para desafiar estados de opinión en todas estas cuestiones. (…) Pero no podría decirles muchos más datos, en esencia es esto que les expliqué, porque no se trató de un mensaje escrito, o un mensaje verbal de decir: Queremos mejorar las relaciones, sino que le habló de mí en términos respetuosos, conversó largamente sobre eso; le pidió que me viniera a ver y que hablara conmigo, y que después regresara a Washington y le informara”. (24)
Si bien es cierto que Kennedy no soslayó la posibilidad de explorar un acomodo con Cuba, no renunció en ningún instante a la política agresiva contra Cuba. Realmente la invasión militar directa con tropas estadounidenses era poco recomendable en esos momentos, dado el posible costo de vidas estadounidenses, la repercusión negativa sobre los aliados y la opinión pública mundial –incluyendo la estadounidense-, además de que la Isla había incrementado su capacidad defensiva y el frente interno contrarrevolucionario había sido considerablemente debilitado, pero no era una opción desechada a más largo alcance o como derivación de algún acontecimiento inesperado que la legitimara. La estrategia de Kennedy en relación con Cuba se centró entonces en jugar todas las cartas posibles que pudieran satisfacer los intereses estadounidenses. De esta manera se combinaban las acciones terroristas, las tácticas diplomáticas y la formación de un ejército mercenario, para conformar un programa de múltiple vía que presionara al máximo a la Isla, provocando una corrosión progresiva que llevara al régimen, o bien a su derrocamiento, o a negociar con los Estados Unidos en función de sus intereses.
El 19 de junio de 1963 el presidente Kennedy había aprobado, a solicitud del Grupo Permanente, un programa de sabotajes contra sectores claves de la economía cubana como la energía eléctrica, refinería de petróleo y almacenes, transporte ferroviario y por carretera. El propio 12 de noviembre, Kennedy sancionó un plan de la CIA para que “grupos anticastristas” operaran contra Cuba desde Nicaragua y Costa Rica y para “operaciones de destrucción…contra una gran refinería de petróleo e instalaciones de almacenaje, una gran planta eléctrica, refinerías de azúcar, puentes ferroviarios, instalaciones portuarias y la demolición submarina de muelles y naves”. (25) Asimismo, Kennedy continuó su política de aislamiento diplomático, reforzamiento del bloqueo económico y acciones encubiertas contra Cuba. Por su parte, la CIA no renunció a su intención de atentar contra la vida de Fidel Castro. El propio Inspector General de la CIA durante la administración Kennedy escribiría posteriormente: “Es muy probable que en el preciso momento en que se disparó contra el presidente Kennedy, un funcionario de la CIA estuviera reunido con un agente cubano en París dándole un dispositivo para asesinar a Castro”. (26)
NOTAS
(1) Arthur M.Schlesinger, Los Mil Días de Kennedy, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1970, p.728.
(2) Citado por Ibídem, pp.734-735.
(3) Memorándum de Gordon Chase a Bundy, 11 de abril de 1963, documentos desclasificados, www.gwu.edu/~nsarchiv/, (Internet), (traducción del ESTI) (Véase Anexo 1)
(4) Citado por Peter Kornbluh, “JFK and Castro: The Secret Quest for Accomodation”, en: Cigar Aficionado, septiembre-octubre de 1999.
(5) Donavan coordinó entre agosto y finales de diciembre 1962 el canje de los prisioneros de Bahía de Cochinos por alimentos y medicinas por un valor de 53 millones. A principios de 1963 continuó sus viajes a La Habana para lograr la liberación de una veintena de ciudadanos estadounidenses, incluidos 3 operativos de la CIA, encarcelados en Cuba.
(6) Realmente, el primer contacto de alto nivel entre representantes de ambos gobiernos desde la ruptura de las relaciones en enero de 1961, fue la reunión no programada celebrada el 17 de agosto de 1961 entre el Che Guevara y el asesor de la Casa Blanca, Richard Goodwin, en Punta del Este, Uruguay. En dicho encuentro, el Che propuso un modus vivendi entre Washington y La Habana. Según el informe de la reunión preparado por Goodwin para la Casa Blanca, el Che, entre otras propuestas, dijo que Cuba estaba dispuesta a pagar a través del comercio por las propiedades estadounidenses expropiadas y que podía analizar las actividades de la Revolución Cubana en otros países, pero que la Isla no podía discutir ninguna fórmula que significara desistir de construir el tipo de sociedad a la cual estaban dedicados. No obstante de la recomendación de Goodwin de continuar el diálogo no público iniciado por el Che, no se realizaron nuevas conversaciones hasta las negociaciones en que participó el abogado de Nueva York James Donavan.
(7) Peter Kornbluh, Ob.Cit.
(8) Ibídem.
(9) Lisa Howard fue una de las primeras mujeres en tener su propio programa de televisión en los Estados Unidos. Antes de incursionar en el periodismo había sido actriz. En 1960 realizó la primera gran entrevista al premier soviético Nikita Khruschev, que fue vista en los Estados Unidos. Posteriormente fue contratada por la televisora ABC.
(10) Anterior a eso, Attwood fue editor de la revista Look. Había entrevistado a Fidel Castro en 1959.
(11) Peter Kornbluh, Ob.Cit
(12) Citado por Piero Gleijeses, en: Misiones en Conflicto. La Habana, Washington y África 1959-1976, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2004, pp. 42-43.
(13) Entrevista realizada a Carlos Lechuga el 3 de octubre del 2008.
(14) Memorándum de William Attwood a Gordon Chase, 8 de noviembre de 1963, www.gwu.edu/~nsarchiv/, (Internet), (Traducción del ESTI) (Véase anexo 2)
(15) Ibídem.
(16) Ibídem.
(17) Peter Kornbluh, Ob.Cit.
(18) Memorándum para dejar constancia de McGeorge Bundy, 12 de noviembre de 1963, www.gwu.edu/~nsarchiv/, (Internet), (Traducción del ESTI). (Véase anexo 3)
(19) Citado por Peter Kornbluh, Ob.Cit.
(20) Memorándum de William Attwood a Gordon Chase, 22 de noviembre de 1963, www.gwu.edu/~nsarchiv/, (Internet) (Traducción del ESTI) (Véase anexo 4)
(21) Jean Daniel, “Unoficial Envoy. An Historic Report from Two Capitals”, The New Republic, 14 December 1963, pp. 15-20.
(22) Ibídem.
(23) Citado por Arthur M. Schlesinger, en: Ob.Cit, p.810.
(24) James G. Blight, Bruce J. Allyn, and David Lewis, Cuba On The Brink. Castro, The Missile Crisis, and The Soviet Collapse, Rowman & Littlefield Publishers, INC, New York, 2002, pp. 236-237.
(25) Citado por Piero Gleijeses en: Ob.Cit, p.44.
(26) Citado por Ibídem, pp.44-45. (El agente cubano era Rolando Cubelas, el cual había sido reclutado por la CIA. Ese día, como parte de la operación AM/LASCH, el agente de la CIA que lo atendía le ofreció una pluma que contenía dentro una aguja hipodérmica con veneno, con la intención de que Cubelas la utilizara para asesinar a Fidel Castro).
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