Hoy asistí a la presentación del libro Apuntes filosóficos de Ernesto Che Guevara, compilación de notas de sus lecturas, hasta el momento inéditas, que realizara la estudiosa María del Carmen Ariet y prologara Fernando Martínez Heredia. Dejo como homenaje a la memoria del Guerrillero Heroico, en su cumpleaños, este fragmento de mi libro Cuba: ¿revolución o reforma?, editado este año por la Casa Editora Abril.
Enrique Ubieta Gómez
El heroísmo
individualizado y el heroísmo anónimo son dos expresiones, a veces
complementarias, a veces contrapuestas, de una Revolución. Por eso el Che
Guevara quiso atajar cualquier confusión en torno al papel y al lugar del
individuo en el socialismo:
“Es común escuchar
de boca de los voceros capitalistas –escribió en 1965–, como un argumento en la
lucha ideológica contra el socialismo, la afirmación de que este sistema social
o el período de construcción del socialismo al que estamos nosotros abocados,
se caracteriza por la abolición del individuo en aras del Estado”. (1)
La conquista del
poder no puede lograrse sin una máxima individualización de los héroes: cada
guerrillero, cada combatiente clandestino, sin dejar de ser parte de una
maquinaria colectiva centralizada, despliega lo mejor y lo peor de sí, conforma
o reafirma su personalidad única, es visible como individuo. El Che lo dice
así:
“Durante este
proceso, en el cual solamente existían gérmenes de socialismo, el hombre era un
factor fundamental. En él se confiaba, individualizado, específico, con nombre
y apellido, y de su capacidad de acción dependía el triunfo o el fracaso del
hecho encomendado”. (2)
El combatiente
revolucionario vive momentos excepcionales, que lo conminan a asumir actitudes
excepcionales. El triunfo de la Revolución coloca, sin embargo, la relación del
individuo y la colectividad (sociedad) en un nuevo y desconocido plano: “Encontrar
la fórmula para perpetuar en la vida cotidiana esa actitud heroica, es una de
nuestras tareas fundamentales desde el punto de vista ideológico”, (3) decía
el Che.
Las revoluciones
son hechas por las masas, suele decirse. ¿Qué son las masas? Para los ideólogos
de la contrarrevolución es un ente abstracto y maleable, que puede ser manipulado
o envilecido. El temor que siente la burguesía ante las masas tiene una explicación
sencilla: su bienestar económico depende de ellas.
En 1898, los
propietarios cubanos reformistas (anexionistas y autonomistas) preferían la
anexión a los Estados Unidos antes que la entrega del país a lo que llamaban “la
turba mulata”. Los actuales ideólogos “ilustrados” de la contrarrevolución
expresan igualmente temor y desprecio por las masas, como hemos mostrado en
páginas anteriores.
Una Revolución, por
el contrario, es el proceso mediante el cual las masas empiezan a conformar
colectividades de individuos. En la medida en que ese proceso se complete o
deshaga, triunfa o fracasa una Revolución. Es un objetivo explícito en el “Manifiesto
Comunista”: “A la vieja sociedad burguesa, con sus clases y sus antagonismos de
clase, sustituirá una asociación en que el libre desarrollo de cada uno
condicione el libre desarrollo de todos”. (4)
En Cuba, dice el
Che, “este ente multifacético no es, como se pretende, la suma de elementos de
la misma categoría (reducidos a la misma categoría, además, por el sistema
impuesto), que actúa como un manso rebaño”. (5) No obstante, continúa el Che, “vistas
las cosas desde un punto de vista superficial, pudiera parecer que tienen razón
aquellos que hablan de la supeditación del individuo al Estado; la masa realiza
con entusiasmo y disciplina sin iguales las tareas que el gobierno fija [...]”.
(6)
Y aquí avanza una
hipótesis revolucionaria: “Lo difícil de entender para quien no viva la
experiencia de la Revolución es esa estrecha unidad dialéctica existente entre
el individuo y la masa, donde ambos se interrelacionan y, a su vez la masa,
como conjunto de individuos, se interrelaciona con los dirigentes”. (7)
La Revolución en el
poder tiende a sumergir el heroísmo individual en el anonimato, porque las
tareas que enfrenta son gigantescas y solo pueden ser resueltas mediante el
apoyo colectivo, y porque además la voluntad individual, aunque explícita,
suele subordinarse a prioridades colectivas. Pero no lo elimina, al contrario,
lo estimula. Muestra, como ejemplos a seguir, algunos casos que estima de
interés social. El esfuerzo individual, por lo general, queda representado en
el colosal esfuerzo colectivo: el individuo es la Patria.
Aquí hallamos uno
de los focos de tensión de esa nueva relación en construcción:
subordinarse, dije,
y es un verbo que todavía no es expresión de la nueva sociedad. Porque no se
trata de sacrificar a los individuos, sino de hacer que sus intereses conduzcan
simultáneamente a la satisfacción de las necesidades colectivas. El sacrificio
es provisional. Contrario a lo que suele suponerse, el éxito del socialismo
estriba en el desarrollo pleno y armónico de las individualidades; el reto
consiste acaso en que ninguna individualidad, al crecer, pueda impedir el
desarrollo de las restantes. Por eso el heroísmo, para ser real, tiene que ser
una elección libre del individuo. El heroísmo
cotidiano se
alimenta de una mística que permea todos los resquicios de la vida, incluso los
más privados, y obliga a vivir en superlativo, entre signos de admiración. Nada
es pequeño o insignificante; la cotidianidad adquiere una dimensión épica. Por
eso la contrarrevolución siente una aversión intuitiva hacia lo épico, sea
artístico o político.
Todos los que
abandonan la Revolución se mofan del heroísmo de sus cotérraneos, niegan la
existencia de los héroes, y escamotean el concepto guevariano de hombre
nuevo, sobre la base de una extrema simplificación.
El concepto no
suele ser objeto de análisis, sino de burla. Al caricaturizarlo, obtienen el
efecto sicológico que describiera de forma magistral Mañach en su obra El
choteo: los cubanos somos melodramáticos y tremendistas, y tememos “hacer”
el ridículo. Es imprescindible que retomemos el sentido de las palabras del
Che: “Para construir el comunismo, simultáneamente con la base material hay que
hacer al hombre nuevo”, (8) escribía. Base material y hombre nuevo, es decir,
cultura nueva: el concepto no
preescribe la
producción en serie de individuos “nuevos”. Los vocablos “hombre” o “ser humano”
pueden ser sustituidos por “cultura”. En este sentido es un concepto esencial,
porque la batalla última, la verdadera, es entre la cultura del capitalismo (la
del consumismo, la del individualismo), y la nueva cultura que avanza con
lentitud y que se sustenta en una relación tendencialmente diferente entre lo
individual y lo colectivo.
El Che es más
explícito en su análisis, citémoslo en extenso:
“Los
revolucionarios carecemos, muchas veces, de los conocimientos y la audacia intelectual
necesarias para encarar la tarea del desarrollo de un hombre nuevo por métodos
distintos a los convencionales y los métodos convencionales sufren de la
influencia de la sociedad que los creó. (Otra vez se plantea el tema de la relación
entre forma y contenido.) La desorientación es grande y los problemas de la
construcción material nos absorben. [...] Se busca entonces la simplificación,
lo que entiende todo el mundo, que es lo que entienden los funcionarios. Se
anula la auténtica investigación
artística y se
reduce el problema de la cultura general a una apropiación del presente
socialista y del pasado muerto (por tanto, no peligroso). Así nace el realismo
socialista sobre las bases del arte del siglo pasado.
Pero el arte
realista del siglo XIX, también es de clase, más puramente capitalista, quizás,
que este arte decadente del siglo XX, donde se transparenta la angustia del
hombre enajenado. El capitalismo en cultura ha dado todo de sí y no queda de él
sino el anuncio de un cadáver maloliente en arte, su decadencia de hoy. Pero,
¿por qué pretender buscar en las formas congeladas del realismo socialista la
única receta válida? No se puede oponer al realismo socialista ‘la libertad’,
porque ésta no existe todavía, no existirá hasta el completo desarrollo de la
sociedad nueva; pero no se pretenda condenar a todas la formas de arte
posteriores a la primer mitad del siglo XIX desde el trono pontificio del
realismo a ultranza, pues se caería en un error proudhoniano de retorno al
pasado, poniéndole camisa de fuerza a la expresión artística del hombre que
nace y se construye hoy. Falta el desarrollo de un mecanismo ideológico
cultural que permita la investigación y desbroce la mala hierba, tan fácilmente
multiplicable en el terreno abonado de la subvención estatal. En nuestro país,
el error del mecanicismo realista no se ha dado, pero sí otro de signo
contrario. Y ha sido por no comprender la necesidad de la creación del hombre
nuevo, que no sea el que represente las ideas del siglo XIX, pero tampoco las
de nuestro siglo decadente y morboso. El hombre del siglo XXI es el que debemos
crear, aunque todavía es una aspiración subjetiva y no sistematizada”. (9)
Aunque los ejemplos
que el Che utiliza se refieren a la creación artística, el concepto de cultura
que maneja es mucho más profundo. “El hombre del siglo XXI es el que debemos
crear, aunque todavía es una aspiración subjetiva y no sistematizada”, dice, y
esa tarea no es de índole artística (al menos, no solo artística). Admitir por
confusión o ignorancia que el concepto de hombre nuevo ha caducado, es decretar
la derrota, la imposibilidad de una sociedad alternativa a la capitalista.
Cuando el Che habla
del cadáver maloliente de la cultura capitalista, no se refiere a las obras de
los artistas que viven en esa sociedad, sino a los valores que reproducen su
esencia económica y social; se refiere a la cultura del consumismo. “Nuestra tarea
consiste en impedir que la generación actual, dislocada por sus conflictos, se
pervierta y pervierta a las nuevas –dice en 1965, y esas palabras mantienen su
vigencia, después de una década de Período Especial–. No debemos crear
asalariados dóciles al pensamiento oficial ni “becarios” que vivan al amparo
del presupuesto, ejerciendo una libertad entre comillas. Ya vendrán los
revolucionarios que entonen el canto del hombre nuevo con la auténtica voz del
pueblo. Es un proceso que requiere tiempo”. (10)
El hombre nuevo que
reclamaba el Che no es una caricatura humana: un robot sin sentimientos
negativos (si se ama, se odia). No es un ídolo, es un ideal concreto. Se
refiere, sobre todo, a un nuevo tipo de relaciones sociales en construcción. No
es el superhombre de Nietzsche, ni el personaje de laboratorio (cuerpo
perfecto, mente superdotada, conocimientos enciclopédicos, sentimientos puros)
que encarnaba Arnold Schwarzenegger en la comedia Los gemelos golpean dos
veces (1988). No es un ser genéticamente puro, porque la pureza no existe
ni es deseable. Ejemplos de esa cultura nueva son René, Gerardo, Antonio,
Fernando y Ramón, los cinco héroes cubanos presos en cárceles norteamericanas,
hombres que pasaban inadvertidos en la cotidianidad de una Revolución. Sin esa
nueva cultura hacia la que se avanza a tientas (y se retrocede a veces), jamás
podríamos competir con la oferta simbólica del capitalismo: tener y tener más.
Precisamente a
Schwarzenegger, el actor y político republicano antes citado, se le atribuye
una broma, según Wikipedia, sobre el sentido de su vida (que es el de la
cultura capitalista): “El dinero no da la felicidad. Ahora tengo cincuenta
millones, pero ya era feliz cuando tenía
cuarenta y ocho”.
El heroísmo que se
socializa, individual y a la vez colectivo, es una de las primeras
manifestaciones de esa nueva cultura. Es heroico hacer dejación de intereses
vocacionales y dedicar años de vida a la anónima enseñanza primaria o secundaria,
a solicitud de la Revolución, si ese acto es voluntario y consciente. Por lo
general, en esos casos, la verdadera vocación del individuo es la de
revolucionario. Es un sacrificio mutilador, sin embargo, si esa decisión se
toma por compulsión, en contra de los deseos íntimos. Lo
óptimo, desde la perspectiva socialista, es que el individuo abrace su vocación
y se realice en ella, para entregarle a la sociedad su plenitud profesional y
humana. Paradójicamente, es más fácil, si se asume la épica revolucionaria,
luchar en países lejanos, como Etiopía o Angola, o enseñar y curar enfermos en
rincones inhóspitos de la geografía tercermundista, porque es una decisión que,
aunque heroica, rebasa lo cotidiano y nos desvía temporalmente de nuestra
cotidianidad e intereses, más no compromete su curso natural, aun cuando se
arriesgue la vida. El médico internacionalista no se detiene ante las pequeñas exigencias
de la cotidianidad que atenazan al médico local, porque no pertenece a ese
contexto; su vida está asegurada en Cuba. El estipendio que recibe, mínimo, es
muy inferior al salario de un médico asentado en la zona, pero esta no es su
vida; aquí comparte la pobreza de todos con naturalidad, por dos o tres años.
En realidad, las motivaciones altruistas de un internacionalista cubano no
pueden explicarse solo a partir de consideraciones personales: él es parte de
un sistema de vida distinto, es una partícula consciente de ese sistema, esté
donde esté.
El heroísmo es
realmente individual si el individuo asume de forma consciente el acto, no
importa si acompañado de decenas o centenares de miles de compatriotas. Solo
quien no ha participado, o quien ha roto el cordón umbilical que permite ver en
los demás lo que ocurre en uno mismo, en las concentraciones gigantescas de una
Revolución triunfante y asediada, puede pensar que en ella no hay individuos:
es verdad que las cámaras solo recogen el movimiento incesante y arrollador de
una masa humana inacabable, pero tras cada ser que aplaude o levanta sus manos
hay un sujeto que dialoga y se interrelaciona con sus dirigentes y con sus
compatriotas.
Es verdad que la
Revolución promueve de diferentes maneras la asistencia masiva de sus
partidarios a los actos públicos, pero es absurda la idea reiterada por el
discurso contrarrevolucionario de que los manifestantes en el socialismo son
reos conducidos en contra de su voluntad.
Aquel día memorable
en que Fidel pidió que donásemos una libra de azúcar de nuestra cuota racionada
al Chile de Allende, la decisión de los presentes –un millón de personas
levantaba la mano en una simbólica votación–, no fue colectiva, sino personal.
El episodio de la película cubana Madagascar (1999) de Fernando Pérez,
en el que el personaje de la madre se busca afanosamente en una vieja foto de
periódico, donde aparece una enorme multitud congregada en la Plaza de la
Revolución habanera, segura de hallarse en ella, evidencia un hecho psicológico
o sociológico característico de toda revolución auténtica: allí, rodeada de un
millón de compatriotas, ella sentía que había sido (y en efecto, había sido), la
protagonista.
No sé cómo decirlo
sin que parezca una afirmación desmesurada o chovinista, pero casi todos los
cubanos que viven en Cuba han sido, es decir, de alguna manera son héroes. Y
ese hecho valida el concepto cultural de hombre nuevo. Colocados en otro
contexto nacional sus biografías causarían asombro. Cualquiera de los
transeúntes mayores de cuarenta años, que ahora mismo avanza anónimo por la
ciudad, pudo haber combatido o alfabetizado en Angola, haber enseñado en
Nicaragua o ser un médico internacionalista en uno o varios países de América o
de África; quizás estuvo en cuatro o cinco zafras, en múltiples movilizaciones agrícolas,
no por necesidad económica o por carencia de un empleo acorde a su profesión,
sino como acto de inserción revolucionaria, como aporte
individual a la
batalla común; o sencillamente enfrentó la austeridad y la adversidad
cotidianas del Período Especial con dignidad y valor; es alguien que no se
rinde, como los personajes del filme Suite Habana, de Fernando. La única
razón por la que no lo parece, por la que no se valora a sí mismo como héroe,
es porque sus actos han sido masivos, porque la inusitada masividad de sus
decisiones hace que parezca ordinaria su
extraordinaria vida.
NOTAS:
(1) Ernesto Che Guevara:
Obras, 1957-1967, tomo 2, Casa de las Américas, La Habana, 1970,
p. 367.
(2) Ídem.
(3) Ibídem, p. 368.
(4) Carlos Marx y
Federico Engels: “Manifiesto Comunista”, en Manifiesto. Tres textos clásicos
para
cambiar el mundo, Ocean Press, La Habana, 2006, p. 57.
(5) Ernesto Che Guevara:
Ob. cit., p. 369.
(6) Ídem.
(7) Ibídem, p. 370.
(8) Ibídem, p. 372.
(9) Ibídem, pp.
378-379.
(10) Ibídem, p. 380.
Enrique,
ResponderEliminarCada vez te noto menos marxista con ese énfasis en la cultura... De pronto soportar el Periodo Especial... Me cuenta mi cuñado que en el pueblo donde vive no se encuentra una vianda, y hace unos días pagó 20 pesos por una calabaza, todo esto 22 años después de que empezara el Periodo Especial... De pronto soportar el Periodo Especial se convierte en una heroicidad... Imagínate si Marx hubiese considerado héroes a aquellos trabajadores cuyos salarios apenas le alcanzaban para vivir en el Londres de los 1860s, si hubiese, en lugar de escribir El Capital e instar a la revolución, escrito odas al sacrificio proletario... Nada, que la superestructura, y tú formas parte de sus engranajes, puede lograr maravillas en su función: lograr que los que ostentan el poder -la clase privilegiada- lo sigan manteniendo.
Francisco Alberto: Tienes una visión economicista (manualesca) del marxismo. ¿Por qué situaciones económicas menos comprometidas en cualquier país latinoamericano hubiesen producido un estallido social y en Cuba, el pueblo "soportó", como dices, el Período Especial? Te pierdes en la respuesta: el pueblo creía en su Gobierno, en su Revolución, y resistió porque quería salvar su socialismo. En eso consiste su heroísmo.
ResponderEliminarLo único que me molestó de la presentación (a la que también asistí) fue el quedarme sin libro. Atravesé la capital desde la UCI para quedarme sin ningún ejemplar. Lo consideré una franca falta de respeto de parte de Ocean Sur que, deseando uno y asistiendo con mucha fe al encuentro del Che se quedaran asistentes sin libros. AL final, dejar estos libros en un círculo cerrado de erudición no tiene sentido. ¿Adónde lo voy a comprar? ¿Al aeropuerto internacional? ¿En serio? Just that. Enrique hubiese querido estar en la presentación de su libro en la Universidad, lamentablemente estuve fuera durante esa semana. Saludos.
ResponderEliminarPregunto donde se puede conseguir este libro¿?
ResponderEliminarGracias.
Si te refieres al libro del Che, tienes que dirigirte a la Editorial Ocean Sur o adquirirlo en las tiendas de frontera, recuerda que es una editorial australiana con representación en Cuba
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