Andrés Manuel López Obrador, candidato de la izquierda mexicana
Cuauhtémoc Amezcua Dromundo
El próximo domingo 1 de julio
los electores depositarán sus votos en las urnas. La batalla, como era
previsible, se centró en dos abanderados con proyectos opuestos: Peña Nieto, el
favorito delos neoliberales, y López Obrador, el único candidato no neoliberal.
Vázquez Mota, que fue la segunda opción de la dupla imperialismo-burguesía
dominante, se quedó atrás y su campaña redujo su propósito a restarle votos a
AMLO, para ayudar a Peña, igual que la de Quadri, dado que en realidad, estos
tres -Peña Nieto, Vázquez Mota y Quadri- en todo momento han servido a los
mismos intereses.
¿Quién ganará y con qué
margen de diferencia?
López Obrador muestra una gran
seguridad de que él será el ganador, aunque, dada su experiencia, recomienda a
sus seguidores que estén pendientes de que la voluntad popular no se altere por
maniobras fraudulentas. Peña, por su parte, apoyándose sólo en ciertas
encuestas, dice que su victoria es inevitable.
¿Con qué cuenta cada uno de
los punteros?
Peña, en primer lugar cuenta con la
imagen pública que le fabricó un complejo empresarial especializado
–conTelevisa al frente- disponiendo de la más sofisticada tecnología
mercadotécnica; además, el mismo complejo ha seguido a cargo del cuidado de su
imagen y, para colmo, lleva seis años de una feroz campaña para destruir la de
López Obrador, echando sobre él toneladas de calumnias. Para sopesar los
efectos de la acción de las televisoras, hay que considerar que el 80% de los
electores reconoce que su fuente de información, casi única, es la televisión
y, sobre todo, que ésta influye substancialmente en la formación de su
criterio. Es decir, un alto número de compatriotas, al no tener elementos para
formarse una opinión propia, guían su conducta, electoral y de otros tipos, por
lo que a los dueños de las televisoras les conviene pregonar. Éste es el origen
manipulado de la parte mayor de los votos para Peña, y una segunda, importante
porción, proviene de la coacción de líderes y patrones que amenazan con dejar
sin empleo a los trabajadores si no votan como lo ordenan, y de la compra del
sufragio, pagándolo en efectivo o con otros recursos materiales, explotando a su
favor la enorme miseria en que se encuentra la mitad de la población nacional.
Para este fin, Peña tiene a su disposición una gran fuente de recursos
económicos, de los que ya también, durante la misma campaña, ha hecho derroche,
violando con mucho los límites de gastos que establece la ley. Estos son
algunos de los principales puntos de apoyo de Peña, amén de otros, que veremos
adelante.
López Obrador, por su parte, cuenta
con un gran frente de fuerzas, el más amplio y vigoroso que se ha dado en México
desde 1988, cuando Cuauhtémoc Cárdenas fue candidato del Frente Democrático
Nacional. Se trata de un frente plural en lo clasista y en lo ideológico, en el
que están tres partidos políticos del establishment, PRD, PT y Movimiento
Ciudadano, pero el factor dinámico y combativo lo aportan numerosas
agrupaciones ajenas a esos partidos: trabajadores, jóvenes, mujeres y partidos
de la izquierda socialista y revolucionaria a los que el sistema, en su proceso
de derechización, despojó del registro electoral, como el Partido Popular
Socialista de México, entre otros. Un baluarte medular de este frente, lo es el
Movimiento de Regeneración Nacional, MORENA, una organización político-social
que está en proceso de estructuración, cuyo liderazgo lo ejerce de manera
directa el propio López Obrador, y que agrupa a varios millones de militantes.
Un aporte singular ha sido el de la clase trabajadora: decenas de miles de
educadores de la CNTE, los aguerridos electricistas, del SME, agrupados, junto
con muchos otros gremios y fuerzas populares, en la Organización Política del
Pueblo y los Trabajadores, OPT. Recientemente, se han sumado los mineros, y
otros contingentes. El movimiento juvenil, que irrumpió con tremendo ímpetu y
con iniciativas frescas, vino a dar otro impulso de gran importancia. Todo esto
se refleja en el hecho de que los mítines de AMLO son mucho más entusiastas y
mucho más concurridos que los de Peña, a pesar de que éste ofrece dádivas a los
asistentes y, a otros, los coacciona.
Las empresas encuestadoras, que en
su mayoría fueron contratadas por Televisa y algunos medios de prensa ligados
alos intereses del neoliberalismo, como Milenio, Excelsior y El Universal, han
mantenido como puntero a Peña de manera sistemática; y lo siguen sosteniendo
hoy, a pocos días de la elección, incluso con altos márgenes de ventaja. ¿Son
confiables? No mucho; ya en procesos anteriores, por ejemplo las elecciones de
gobernadores en 2010, pronosticaban la victoria del PRI por márgenes abultados
en estados como Puebla, Sinaloa y Oaxaca, pero el resultado fue al revés. Por
su parte, prestigiados académicos que forman el Observatorio Universitario
Electoral, OUE, tomaron una muestra más grande que las habituales –y por eso
presumiblemente más exacta y representativa- y luego de criticar con argumentos
sustentados a las empresas encuestadoras, utilizaron una metodología distinta
para una medición demoscópica que arrojó como resultado un empate técnico entre
los dos punteros, con posibilidades elevadas de victoria para López Obrador,
sobre todo si la concurrencia a votar es copiosa.
¿Existe el riesgo de un
fraude?
Sí; a pesar de que las autoridades
rechazan esa posibilidad y condenan a quien toque el tema, acusándolo de
“enemigo de la democracia y provocador de conflictos”, lo cierto es que los
gobernadores -–en una veintena de ellos radica hoy la fuerza del PRI,
derechizado y carente debases populares-- abusan del poder político y económico
que detentan, haciendo que, en las entidades a su cargo, las votaciones para Peña
se inflen y las de AMLO se minimicen, por medio de toda clase de acciones
ilegales. Incluso el gobierno federal ha estado violando con descaro la
normatividad vigente, ayudando, en su caso, a la candidata del PAN. A la fecha
ya hay numerosas denuncias de boletas duplicadas en grandes volúmenes, compra
de votos y otros ilícitos. El IFE, “árbitro” de la contienda, niega los hechos
o los justifica, diciendo que se trata de errores de carácter menor, que no
alteran el proceso, y que con las medidas que ha tomado eliminó las
posibilidades de fraude. Sólo que la designación de los integrantes del IFE
-–llamados consejeros--, la hacen los partidos “fuertes” escogiendo entre gente
de su confianza -–aunque se simula, con hipocresía, que son “ciudadanos sin
partido”—y corresponde a los neoliberales, PAN y PRI, designar a una mayoría
calificada, la suficiente para ganar todas las decisiones. Lo cierto es que el
IFE, como el mismo sistema de partidos y toda la normatividad vigente, obedece
a un diseño que responde a los intereses de la clase dominante y que reduce la
“democracia” a una formalidad ayuna de contenido.
¿El que pierda, reconocerá
el resultado?
El hecho de que el o los candidatos
derrotados reconozcan al ganador forma parte de la tradición de la democracia representativa
y es una práctica común en los países que los ideólogos del capitalismo llaman
“democracias consolidadas”, donde el sistema de partidos obedece en todo lo
esencial a los mismos intereses, los de la clase dominante, y las diferencias
entre uno y otros candidatos se reducen a cuestiones secundarias, las más de
las veces cosméticas. En México, se han realizado varias reformas electorales
en los treinta años de la etapa neoliberal, cuyo fin ha sido el de establecer y
consolidar ese tipo de “democracia” falsa, que sólo permite a los electores que
escojan al verdugo en turno.
Pero esta vez hubo dos factores que
rompen el molde: una candidatura presidencial con gran simpatía popular, que
rechaza el neoliberalismo, y, soportando esa candidatura, un gran frente cuyas
fuerzas significativas –clase obrera, jóvenes, partidos con firme ideología
revolucionaria- desbordan todos los diques construidos por la dupla dominante.
Por eso, hoy por primera vez desde 1988 tenemos un proceso electoral en que se
dirimen cuestiones de importancia vital, y que enfrentan dos proyectos
opuestos, excluyentes, de nación.
En este contexto, es claro que la
gran burguesía dominante, que está unida estrechamente en sus negocios con el
capital imperialista mundial, formando una dupla que actúa como un sujeto
único, no está dispuesta a reconocer una derrota que le significaría que se
atoraran todos sus proyectos de profundizar las medidas neoliberales. Hará,
está haciendo toda clase de trampas para evitarse esa situación, y no olvidemos
que entre otros elementos poderosos, tiene a su favor al árbitro.
¿Qué hará la dupla
burguesía-imperialismo, frente al peligro de que todo se les salga de control y
gane la elección presidencial un elemento no neoliberal, es decir, López
Obrador?
Jugará sus cartas, trampeará de mil
maneras, sí, pero con el árbitro como aliado, hasta donde esto dé, antes que
reconocer un triunfo legítimo de AMLO; sin embargo, no contemplan la
posibilidad de desconocer la decisión del “árbitro”, porque eso facilitaría el derrumbe
de todo el entramado falsamente democrático que han edificado y que esperan que
les vuelva a servir en lo futuro. Es decir, no llegará a los extremos de
desconocer una decisión del IFE y el TRIFE ni dará un golpe de estado; lo
primero, porque como ya se dijo, no le conviene; y para lo segundo no tiene las
condiciones. Ahí, en ese resquicio, radica la posibilidad de que
reconozca la victoria de López Obrador, aunque sea a regañadientes.
Ahora que, de darse este escenario,
la dupla imperialismo-burguesía dominante no se quedaría tranquila; optaría por
cercar al presidente, teniendo el congreso con mayoría neoliberal -–como seráel
caso, según lo hemos analizado en otros momentos--, la Suprema Corte de su
lado, la gran mayoría de los gobernadores, las televisoras, etc. Querrá
maniatar al gobierno e impedirle que aplique un programa antineoliberal; esto
es, hará todo lo posible para que, aun con López Obrador, todo siga igual y las
aspiraciones del pueblo y las fuerzas antineoliberales sean burlados.
Frente a esta eventualidad, las
fuerzas que luchamos por lo que el candidato ha llamado “elcambio verdadero”,
tenemos que estar alertas, ya desde ahora, y dispuestos a enfrentarla y
derrotar la maniobra.
¿Qué hará el amplio frente
obradorista, si al fin el IFE y el TRIFE imponen a Peña?
Desde luego, lo primero es vigilar
paso a paso el proceso electoral para tratar de impedir el fraude, hasta donde
esto sea posible, porque también hay métodos sofisticados que los ciudadanos no
tienen instrumentos para detener. Hay que denunciar las violaciones que se
produzcan, a través de las instancias previstas para ese fin, y a través de las
redes sociales; pero además, hay que movilizarse; centenares de miles de
jóvenes, obreros, campesinos, mujeres del pueblo en las calles y las plazas de
todo el país, pueden ser una fuerza que disuada e impida el fraude y que frene
tamaña imposición. No podemos esperar que todos los que están en el amplio
frente obradorista actúen con igual decisión, es cierto, ya que el frente es
amplio y hay de todo en él; habrá elementos que no luchen, que se hagan de
lado, y tal vez hasta algunos que defeccionen y se pasen al bando contrario,
así sucede siempre en los momentos en que las contradicciones se agudizan; pero
estarán los más conscientes, los más firmes y serán una fuerza poderosa, por su
número, por su combatividad, por su firmeza.
La misma fórmula es aconsejable
frente al peligro de que se quiera bloquear al gobierno de López Obrador, en su
caso; habría que movilizarse para apoyarlo, para denunciar las maniobras, y
para exigir al gobierno que camine conforme a los intereses de las mayorías,
tal como AMLO lo ha propuesto.
En conclusión: cualquiera
que sea el escenario, después de votar por López Obrador el 1 de julio, de
vigilar el proceso y denunciar las violaciones, la tarea para el conjunto de
las fuerzas populares que luchamos por el cambio verdadero, la clase
trabajadora, las mujeres, los jóvenes, es más articulación, más organización y
más movilización combativa, porque como bien dice nuestro candidato: “sólo el
pueblo puede salvar al pueblo”.
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