Hassán Pérez Casabona
En
el deporte, como en el resto de las esferas de la vida, hay demostraciones que desbordan
las cuestiones numéricas. Esas actuaciones, que el público capta de inmediato,
superan con creces los guarismos estadísticos que con frecuencia utilizamos
como soporte para los análisis. Este fin de semana la selección masculina de
voleibol de nuestro país fue protagonista de uno de esos sucesos, con su
soberbia ejecutoria sobre el mondoflex
de la capital dominicana.
En
el plano atlético los resultados adquirieron ribetes de excelencia al vencer,
consecutivamente, a los planteles de Japón, Serbia y Rusia. Si queremos
ilustrarlo de otro modo diríamos que los discípulos de Orlando Samuels
obtuvieron los nueve puntos en disputa -máxima calificación por la que podían
optar considerando el actual sistema de la Federación Internacional de Voleibol
(FIVB) que entrega 3 puntos para los éxitos tres sets por cero, o tres
parciales por uno, mientras que cuando el choque concluye en el tie break el ganador acumula dos rayitas
y el derrotado una- elevándose inobjetablemente hasta el primer escaño de sus
grupo.
De
esta manera la novísima agrupación nacional pasó a comandar las acciones en su pool con 14 unidades, por delante de los
12 puntos acumulados por Serbia y los ocho de Rusia; todos ellos separados
ampliamente de los del “Sol Naciente”, que apenas acopian dos anotaciones. Esta
cosecha posee un carácter superlativo si tenemos en cuenta que, desde el ángulo
histórico, los rusos atesoran dos metales áureos, cinco segundos lugares y
siete bronceadas, mientras que los serbios (han competido con diferentes
denominaciones) tienen foja de tres plateadas y cuatro de bronce. Los nuestros,
además de su corona en 1998, exhiben cinco subtítulos y dos terceros escaños.
Varios
fines de semana atrás, en la arrancada de esta Liga Mundial, los cubanos obtuvieron sonrisas sobre los
nipones y los rusos, sucumbiendo cerradamente ante los serbios. En aquella
oportunidad muchos especialistas achacaron el triunfo sobre la escuadra
moscovita, actual monarca de este prestigioso certamen y para la mayoría de los
entendidos la sexteta más prominente del planeta, al hecho de que éstos no
contaron en la ciudad asiática de Hamamatzu
con los servicios del atacador opuesto Maxim Mikhaylov (a la vanguardia
de esta posición a escala universal), y del pasador Sergey Grankin, si bien
tuvieron a mano los poderosos cañonazos del “rascacielos” Dmitry Muserskiy,
cuya estatura de 2.18m lo coloca como valladar prácticamente infranqueable por
la zona tres.
En
la bella Santo Domingo, acallando esas valoraciones, los dirigidos por Vladimir
Alegnov se presentaron con todo sus potencial, quedó únicamente en el cuartel
general el “auxiliar” Taras Khtey, lo que no evitó que igualmente fueran
superados por la sólida formación belgradense.
En
la disertación antillana sobresalió el desempeño de su capitán Wilfredo el
“Bebé” León, autor de 25 cartones, siete de ellos convertidos en aces al resultar indescifrables para los
defensores europeos sus potentes saques. León, que el próximo 31 de julio
cumplirá diecinueve años de edad, es desde hace bastante tiempo una de los
jugadores más descollantes de cualquier latitud. Donde quiera que se presenta
despierta elogios de la prensa y asedio de los aficionados, que lo identifican
como una de las grandes estrellas de la
disciplina de los súper reflejos. El santiaguero ya acumula en sus vitrinas la
presea dorada de los primeros Juegos Olímpicos de la Juventud, así como los
subtítulos de los eventos del orbe juvenil y de mayores organizados,
respectivamente, en la India e Italia,
en el 2009 y el 2010.
Quiero
resaltar, sin embargo, cómo los nuestros salieron a la cancha con ímpetu
impresionante luego de perder, horas antes, la posibilidad de asistir a la
venidera cita londinense. Probablemente los estrategas rivales meditaron que
los de la tierra del azúcar se amilanarían por el desenlace infeliz del preolímpico,
efectuado entre el 8 y el 10 de junio en Berlín.
En
la capital germana doblegamos a los representantes de la República Checa y de
la India, aunque no pudimos con el elenco anfitrión que, guiado por su estelar
Gyórgy Grozer, nos redujo en cinco reñidos sets. Tan dura se presentó la porfía
con los teutones que, luego de caer en los dos primeros parciales, pudimos
recuperarnos y remontar el partido hasta extenderlo a la definición en el
combate “rompe corazones” que significa la quinta manga.
En
dicho epílogo los oponentes se llevaron el gato al agua 20 x 18. Curiosamente,
cuatro años antes, también los bávaros impidieron que nos presentáramos en la
justa estival acaecida brillantemente en Beijing.
En
resumen que nuestra tropa concurrente a predios quisqueyanos -renovada por
distintas causas su alineación titular en un 50 por ciento de la nómina que
discutió ante Brasil la medalla dorada en el Campeonato Mundial, desarrollado
en la península itálica hace veinticuatro meses-, no dejó margen a dudas acerca
de que peleará, tanto a tanto, en cuanta disputa participe. Constatar ese
espíritu indomable constituirá siempre la recompensa superior para los
seguidores de los deportistas cubanos. Con equipos de esta estirpe nunca nada
estará perdido.
Gratitud
especial para los hermanos dominicanos, que no solo fungieron como excelente
sede alternativa para los de la mayor de las Antillas sino que en todo momento
nos apoyaron con entusiasmo contagioso, haciendo sentir a los multi medallistas
de ébano que se encontraban en su cancha habitual de la Ciudad Deportiva.
Viendo desplegadas decenas de enseñas con la estrella solitaria, junto a la de
otros pueblos del área, cualquiera comprende que la integración latinoamericana
y caribeña es, cada día más, realidad incuestionable.
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