sábado, 8 de diciembre de 2012

La película de Ana, es de Laura

Laura de la Uz, actriz cubana
E. U. G.
La otra película que vi ayer es cubana. Y se llama así: La película de Ana. Daniel, el director, lo advirtió: se siente complacido de las actuaciones. Sobre todo la de Ana, es decir, la de Laura de la Uz, excepcional en su papel, para premio diría yo, aunque estos suelen ser veleidosos. Una actriz interpreta papeles encartonados en una telenovela, es conocida, pero vive insatisfecha de no poder hacer grandes personajes u obras. Hasta aquí, una historia común de cualquier geografía. La diferencia quizás, es que allí donde el mercado domina, esos protagonistas encartonados de telenovelas, ganan una fortuna. Mediocridad a cambio de dinero. En Cuba, claro, el salario no es adecuado. Ana es pareja de un director de fotografía, tan frustrado como ella. Viven pobremente, como cualquier cubano. No tienen nevera, y la madre y la hermana le exigen que traiga más dinero a la casa. Por intermedio de una prostituta que ha regresado de Europa, donde la ha pasado mal, Ana contacta a unos austríacos que viajan a Cuba para filmar un documental sobre las prostitutas cubanas. Lo han hecho antes con prostitutas centroeuropeas en aquel país. Ana se maquilla, aprende malamente a seducir, y se presenta como la prostituta a filmar. En lo adelante, es la historia de esa filmación, en la que Ana hace el papel de puta y para la que se inventa una historia sensacionalista, de pobreza, abandonos, violaciones, abusos maritales y madre alcohólica. Todo a la medida de las expectativas europeas. No lo hace por realizar sus sueños artísticos, lo hace por dinero, pues quiere demostrarle al marido de la hermana que ha venido de Miami –con el que presuntamente tuvo una relación–, que no necesitan de su ayuda. Precisamente, son esos los extremos del filme, siempre en tensión: la coexistencia de lo digno y lo necesario. Y es eso lo que fascina a los europeos, que no pueden deshacerse de sus prejuicios. Ana juega al duro, según las leyes del mercado; participa en una obra tan mediocre como la telenovela, aún peor en sus propósitos, y se rebaja a ser tenida por puta –incluso, es capaz de vender una imagen distorsionada de sus seres más allegados y de sus vecinos, a quienes filma a hurtadillas– para que le paguen mejor, ni siquiera bien. Pero la película de Ana produce un giro en su vida artística: es su mejor actuación. El hecho de que en verdad es actriz y no puta, y de que es consciente de que hacer lo que hace es una forma de prostitución del alma, posibilita que sus parlamentos frente a la cámara estén impregnados de una dignidad, y de un sufrimiento auténtico nada comunes. Un documental barato y mediocre acaba por ofrecerle la oportunidad de actuar en serio, de ser otra, de convencer. Con las filmaciones y sus avatares, también se desmorona su relación de pareja. Laura de la Uz, la actriz, pasa con naturalidad de lo grotesco a lo dramático, o a lo cómico, ofrece una memorable disertación de coherencia histriónica. Son también convincentes las actuaciones de Juliet Cruz, Paula Alí, Yerlín Pérez, Blanca Rosa Blanco, Enrique Molina y del autríaco Michel Ostrowski y el alemán Tobias Langhoff, entre otros. En mi opinión, esta es la mejor película en la filmografía de Daniel Díaz Torres.

RECOMIENDO: Los minutos, las horas con Laura de la Uz (entrevista)

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