Había quedado con mi hijo en que nos veríamos en la grama del antiguo campo de golf que rodea al Instituto Superior de Arte (que antes de la Revolución fuera un exclusivo club de recreo para la aristocracia criolla), donde Zucchero, el rockero italiano, había instalado una de las plataformas de espectáculos más grandes que se hubiesen visto en Cuba, traída, dicen, en tres aviones especialmente rentados. Pero fue imposible. Veinte mil cubanos, mayoritariamente jóvenes, invadieron el lugar. El entusiasmo, la alegría, era contagiosa. En esos casos, uno no se encuentra con las personas que espera, sino con las menos imaginadas. Así que tropecé con varios ex condiscípulos de la Escuela Lenin, que no veía en años (somos de la generación de Tony Guerrero). También me reencontré con Gladys, joven científica del IPK, que fuera dirigente nacional de la FEU. El escenario y el espectáculo estaban diseñados a lo cubano, porque promociona un nuevo disco llamado así "La sesión cubana": un auto de los cincuenta, símbolo de la resistencia e inventiva populares frente al bloqueo estadounidense, devenido en símbolo de La Habana, bailarinas de Tropicana, música cubana, mezclada con ritmos latinos y cierto toque rockero, imágenes furtivas de los barbudos que llegaban victoriosos a la capital y de Fidel, muy joven, en sendos "espejos" a ambos lados del estrado, y unos versos de José Martí, en el español correcto de Zucchero, entre otras ocurrencias. Pero antes, Buena Fe hacía corear a los más jóvenes y bailar a todos, con sus temas más populares, en un mini concierto que precedió a la entrada del italiano, quien compartió el estrado, en temas puntuales, con David Blanco, Pedrito Calvo y Laritza Bacallao. Con su presentación gratis en La Habana, Zacchero inicia una gira mundial, que prosigue en enero por Australia, e incluye a países de Europa, para volver a nuestro continente, primero a los Estados Unidos y Canadá, y luego a México, Venezuela, Brasil y Argentina. E. U. G.
El peligroso ejemplo de Cuba
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