No solo prima la violencia en las calles de la Honduras aplastada por las botas golpistas. También en el silencio de las bibliotecas, en los estantes de las librerías, y especialmente en los despachos de las autoridades de facto encargadas de desmontar la cultura libertaria de un pueblo que, en democracia, emergía de décadas de represión y autoritarismo, y empezaba a dejar atrás el analfabetismo endémico de una de las naciones más pobres del hemisferio.
Bajo cuerda, lejos del escrutinio de la opinión pública, trabajan febrilmente en el laboratorio hondureño los que han sido encargados de producir una alternativa a la educación y la cultura de los gobiernos de izquierda, democráticamente electos en la mayoría de los países latinoamericanos. El sueño de los neoconservadores norteamericanos patrocinadores del golpe hondureño, ya derrotados en las urnas por Barack Obama, vuelve a ser el de aquella Confederación esclavista vencida en 1865 por Lincoln y por los ejércitos de la Unión: el de replegar sus fuerzas hacia el exterior para organizar desde allí la revancha y la reconquista, el regreso y la venganza. Y si entonces los hombres de uniforme gris, los doctrinarios recalcitrantes, llegaron a formar colonias paramilitares en lugares como Australia y México, donde siguieron izando la bandera de la secesión, hoy las migajas del Proyecto para un Nuevo Siglo Americano, las ruinas de aquello que fue un programa integral de dominio global, de ofensiva definitiva contra la libertad y la soberanía nacionales, ha mutado en esta nación centroamericana en un engendro anacrónico, a medio camino entre los golpes de estado fascistas loados por Curzio Malaparte y el glamour postmoderno de un soft golpe en tiempos de softpower, cuyos defensores apalean y matan en las calles bajo la bendición de las instituciones legislativas y judiciales en manos de los oligarcas de siempre.
Este “golpe democrático”, según la definición de un seráfico neoconservador como Jaime Daremblum, no solo ha estado dirigido contra el presidente Zelaya, contra el pueblo y la democracia hondureñas, contra el futuro y la integración latinoamericana, y contra el presidente Obama y sus políticas de cambio, sino y especialmente, contra la cultura y el pensamiento libre, contra la educación al alcance de todos, contra la igualdad de oportunidades, contra el pensamiento crítico y la libertad de expresión, todos peligrosos blancos a batir, según el credo neoconservador de estos adoradores de la filosofía elitista de Leo Strauss.
Para meter de nuevo en cintura a los indígenas lencas que aprendían a leer y escribir; para devolver al infierno de las drogas las pandillas y los basureros a esos niños y jóvenes de los barrios pobres que en número de más de 1 500 habían tenido la osadía de estudiar gratuitamente en la Escuela Latinoamericana de Medicina de La Habana, y de regresar a servir en sus comunidades, una vez graduados, como ya hizo medio millar; para mantener hundida en las sombras del desconocimiento a la literatura nacional y seguir exacerbando la funesta admiración por la cultura banal de la globalización, los golpistas no solo han mancillado la constitución, depuesto al presidente electo, asesinado maestros y jóvenes, sino también desmantelado programas editoriales, expurgado bibliotecas y prohibido autores y títulos bajo el pretexto de “tener contenidos comunistas”.
Para encabezar la Secretaría de Cultura, Artes y Deportes del gobierno usurpador, ha sido nombrada la abogada Myrna Aida Castro Rosales, ex presidenta de la Comisión de Cultura y Arte del Congreso. Esta flamante “ministra” cuenta en su haber con un solitario anteproyecto de ley presentado antes del golpe: el de otorgar un fondo exiguo para construir una alambrada o cerca perimetral alrededor de la escuela rural “Alvaro Contreras”, del municipio Santa Rita, del Departamento de Copán. Ahora se le ha encomendado una tarea mayor: la de alambrar la cultura nacional, la de cercar el pensamiento y las ideas, la de evitar que la educación y la cultura propicien igualdad de oportunidades y cimienten la justicia social a la que aspiran los hondureños.
Proveniente de una firma neoliberal, la Abogados & Asesores Law Firm, que se confiesa “dedicada a proyectos de privatización, repatriación de capitales e instalación de industrias con beneficios fiscales”, manera políticamente correcta de llamar a las maquilas, la Sra. Castro no puede simpatizar con la idea de educación pública y acceso universal a la cultura, por la cual laboraban hasta hace poco en Honduras algo más de un centenar de alfabetizadores cubanos del método aprobado por la UNESCO conocido como “Yo si puedo”, y que fueron retirados del país tras el golpe. Exponente de esa forma tan neoconservadora de hacer política, donde las mentiras y el engaño son virtudes y no pecados, la Sra. Castro, quien no dudó en defender la veracidad de la carta falsa de renuncia del presidente Zelaya, en entrevista concedida a la BBC Mundo, al día siguiente del zarpazo, y de criticar que en Nicaragua se encuentren 20 asesores militares venezolanos, cuando en la base de Soto Cano, el gobierno de los Estados Unidos mantiene más de 500 militares, tampoco ha tenido empacho en denunciar un supuesto financiamiento del ALBA a las bibliotecas públicas hondureñas para “incitar al socialismo y al comunismo”, cuando en realidad los únicos fondos recibidos para ellas han provenido de la colaboración sueca y la UNESCO.
La Sra. Castro que ya ha sido objeto de numerosas denuncias y repudio por parte de la comunidad intelectual de su país, como la atestigua la formulada por Natalie Roque, quien la acusa por “ persecución ideológica, acoso y despido injustificado”, ha suspendido las actividades de la editorial “Cultura”, cuyo único pecado ha sido rescatar la casi desconocida literatura nacional, publicando clásicos como a José Cecilio del Valle, Clementina Suárez, Luis Quesada y Rafael Heliodoro Valle, libros de viajeros como los de Doris Stone y John Stephens, colecciones de poetas hondureños, la revista del Archivo Nacional, diccionarios garífunas, anuarios bibliográficos y el Boletín de la Hemeroteca Nacional. También ha detenido el trabajo de un bibliobús donado en el 2005 por la UNESCO, la empresa italiana Plasmon y la organización española “Libros para el Mundo”.
Los latinoamericanos no solo recordamos las imágenes de los cientos de miles de asesinados, torturados y desaparecidos que dejaron detrás, como reguero macabro, las dictaduras que asolaron la región en el siglo pasado, sino también las piras de libros, discos y carteles con los que estas intentaron detener la marcha de sus pueblos hacia la democracia y la justicia. La historia, como apuntaba Carlos Marx en “El 18 brumario de Luis Bonaparte”, parafraseando a Hegel, se repite dos veces: la primera como tragedia, la segunda como farsa.
Alambrar a un país entero, aherrojar sus ideas, prohibir la circulación de libros y bibliobuses, censurar a sus artistas e intelectuales, la triste tarea, en fin, a la que se ha consagrado la Sra. Castro en Honduras, con sobrados méritos para ello, es, en efecto, una farsa, pero una farsa, además, sangrienta.
En esa sangre derramada, en esos maestros agonizantes, en esos estudiantes apaleados, en esas ideas obstaculizadas, en la propia necesidad de alambradas para regir en contra de la democracia, va teniendo su más sonado fracaso el laboratorio hondureño. Así terminará.
Bajo cuerda, lejos del escrutinio de la opinión pública, trabajan febrilmente en el laboratorio hondureño los que han sido encargados de producir una alternativa a la educación y la cultura de los gobiernos de izquierda, democráticamente electos en la mayoría de los países latinoamericanos. El sueño de los neoconservadores norteamericanos patrocinadores del golpe hondureño, ya derrotados en las urnas por Barack Obama, vuelve a ser el de aquella Confederación esclavista vencida en 1865 por Lincoln y por los ejércitos de la Unión: el de replegar sus fuerzas hacia el exterior para organizar desde allí la revancha y la reconquista, el regreso y la venganza. Y si entonces los hombres de uniforme gris, los doctrinarios recalcitrantes, llegaron a formar colonias paramilitares en lugares como Australia y México, donde siguieron izando la bandera de la secesión, hoy las migajas del Proyecto para un Nuevo Siglo Americano, las ruinas de aquello que fue un programa integral de dominio global, de ofensiva definitiva contra la libertad y la soberanía nacionales, ha mutado en esta nación centroamericana en un engendro anacrónico, a medio camino entre los golpes de estado fascistas loados por Curzio Malaparte y el glamour postmoderno de un soft golpe en tiempos de softpower, cuyos defensores apalean y matan en las calles bajo la bendición de las instituciones legislativas y judiciales en manos de los oligarcas de siempre.
Este “golpe democrático”, según la definición de un seráfico neoconservador como Jaime Daremblum, no solo ha estado dirigido contra el presidente Zelaya, contra el pueblo y la democracia hondureñas, contra el futuro y la integración latinoamericana, y contra el presidente Obama y sus políticas de cambio, sino y especialmente, contra la cultura y el pensamiento libre, contra la educación al alcance de todos, contra la igualdad de oportunidades, contra el pensamiento crítico y la libertad de expresión, todos peligrosos blancos a batir, según el credo neoconservador de estos adoradores de la filosofía elitista de Leo Strauss.
Para meter de nuevo en cintura a los indígenas lencas que aprendían a leer y escribir; para devolver al infierno de las drogas las pandillas y los basureros a esos niños y jóvenes de los barrios pobres que en número de más de 1 500 habían tenido la osadía de estudiar gratuitamente en la Escuela Latinoamericana de Medicina de La Habana, y de regresar a servir en sus comunidades, una vez graduados, como ya hizo medio millar; para mantener hundida en las sombras del desconocimiento a la literatura nacional y seguir exacerbando la funesta admiración por la cultura banal de la globalización, los golpistas no solo han mancillado la constitución, depuesto al presidente electo, asesinado maestros y jóvenes, sino también desmantelado programas editoriales, expurgado bibliotecas y prohibido autores y títulos bajo el pretexto de “tener contenidos comunistas”.
Para encabezar la Secretaría de Cultura, Artes y Deportes del gobierno usurpador, ha sido nombrada la abogada Myrna Aida Castro Rosales, ex presidenta de la Comisión de Cultura y Arte del Congreso. Esta flamante “ministra” cuenta en su haber con un solitario anteproyecto de ley presentado antes del golpe: el de otorgar un fondo exiguo para construir una alambrada o cerca perimetral alrededor de la escuela rural “Alvaro Contreras”, del municipio Santa Rita, del Departamento de Copán. Ahora se le ha encomendado una tarea mayor: la de alambrar la cultura nacional, la de cercar el pensamiento y las ideas, la de evitar que la educación y la cultura propicien igualdad de oportunidades y cimienten la justicia social a la que aspiran los hondureños.
Proveniente de una firma neoliberal, la Abogados & Asesores Law Firm, que se confiesa “dedicada a proyectos de privatización, repatriación de capitales e instalación de industrias con beneficios fiscales”, manera políticamente correcta de llamar a las maquilas, la Sra. Castro no puede simpatizar con la idea de educación pública y acceso universal a la cultura, por la cual laboraban hasta hace poco en Honduras algo más de un centenar de alfabetizadores cubanos del método aprobado por la UNESCO conocido como “Yo si puedo”, y que fueron retirados del país tras el golpe. Exponente de esa forma tan neoconservadora de hacer política, donde las mentiras y el engaño son virtudes y no pecados, la Sra. Castro, quien no dudó en defender la veracidad de la carta falsa de renuncia del presidente Zelaya, en entrevista concedida a la BBC Mundo, al día siguiente del zarpazo, y de criticar que en Nicaragua se encuentren 20 asesores militares venezolanos, cuando en la base de Soto Cano, el gobierno de los Estados Unidos mantiene más de 500 militares, tampoco ha tenido empacho en denunciar un supuesto financiamiento del ALBA a las bibliotecas públicas hondureñas para “incitar al socialismo y al comunismo”, cuando en realidad los únicos fondos recibidos para ellas han provenido de la colaboración sueca y la UNESCO.
La Sra. Castro que ya ha sido objeto de numerosas denuncias y repudio por parte de la comunidad intelectual de su país, como la atestigua la formulada por Natalie Roque, quien la acusa por “ persecución ideológica, acoso y despido injustificado”, ha suspendido las actividades de la editorial “Cultura”, cuyo único pecado ha sido rescatar la casi desconocida literatura nacional, publicando clásicos como a José Cecilio del Valle, Clementina Suárez, Luis Quesada y Rafael Heliodoro Valle, libros de viajeros como los de Doris Stone y John Stephens, colecciones de poetas hondureños, la revista del Archivo Nacional, diccionarios garífunas, anuarios bibliográficos y el Boletín de la Hemeroteca Nacional. También ha detenido el trabajo de un bibliobús donado en el 2005 por la UNESCO, la empresa italiana Plasmon y la organización española “Libros para el Mundo”.
Los latinoamericanos no solo recordamos las imágenes de los cientos de miles de asesinados, torturados y desaparecidos que dejaron detrás, como reguero macabro, las dictaduras que asolaron la región en el siglo pasado, sino también las piras de libros, discos y carteles con los que estas intentaron detener la marcha de sus pueblos hacia la democracia y la justicia. La historia, como apuntaba Carlos Marx en “El 18 brumario de Luis Bonaparte”, parafraseando a Hegel, se repite dos veces: la primera como tragedia, la segunda como farsa.
Alambrar a un país entero, aherrojar sus ideas, prohibir la circulación de libros y bibliobuses, censurar a sus artistas e intelectuales, la triste tarea, en fin, a la que se ha consagrado la Sra. Castro en Honduras, con sobrados méritos para ello, es, en efecto, una farsa, pero una farsa, además, sangrienta.
En esa sangre derramada, en esos maestros agonizantes, en esos estudiantes apaleados, en esas ideas obstaculizadas, en la propia necesidad de alambradas para regir en contra de la democracia, va teniendo su más sonado fracaso el laboratorio hondureño. Así terminará.
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