Enrique Ubieta Gómez
Alguien con sentido del humor dijo: ahora los años los hacen más chiquitos. El tiempo, dijo un sabio, es como el viento, que pasa y pasa y sigue estando. Los días y los años no siempre son cortos. Fueron largos cuando nada esperábamos, sentados en el contén de la acera. Era el pretiempo de la vida, su preámbulo: espacios atemporales de formación, en los que aún era posible y hasta necesario "perder el tiempo", sin saber que lo ganábamos de una manera para siempre irrepetible, mientras conversábamos sin rumbo, e intercambiábamos confesiones, o jugábamos hasta el grito inapelable de una madre o la música que anunciaba el comienzo de las Aventuras, aquel espacio querido –suena raro decirlo– de la televisón. Siento nostalgia de mi pretiempo, que me llenaba las horas de acciones sin finalidad: observar, por ejemplo, esa larga fila de hormigas, aparentemente dispersas, que iban y venían, se detenían a "conversar" con sus toques de antena, o retrocedían, según una lógica indescifrable, como la que entonces guiaba mi vida; o ya más grande, escuchar en el cuarto música rock con un amigo e imitar al baterista, moviendo las manos en el vacío. A veces eran días de fiesta y la noche, sin reclamos de padres, se hacía más espesa, como si se detuviera. Recuerdo que el pecho se llenaba de tiempo "perdido", de amistades recién descubiertas, de un gozo primigenio y cristalino. Algunos saltan al tiempo "real" antes que otros, se convierten en "personas mayores" a destiempo, y ya nunca pueden recuperar el pretiempo perdido. En mi barrio hay un niño con aspecto de adulto, la piel dura, los ojos de vidrio. Recoge latas vacías de refresco, las aplasta y las vende. Ni siquiera el uniforme de la escuela y la pañoleta mal anudada alargan los minutos de su vida. En México hay niños muy viejos en los semáforos. Niños fantasmas, que se disfrazan de payasos y se dibujan la risa. Saltaron del pretiempo a la nada: nunca tendrán tiempo. Es algo normal. No quiero que exista una generación de cubanos sin tiempo. Por eso quiero que sigamos siendo como hoy un país anormal.
Un día, no sé cómo, se rompe el encantamiento, y pasamos sin aviso a consumir el tiempo de nuestras vidas, el que los adultos conocen como "tiempo real". El día se nos cuadricula en horas, en sesiones y jornadas, en mañanas y tardes, en semanas, en meses. Todavía, al principio, una década parece insondable. Veinte años simulan ser la infinitud. Después, todo será apenas un instante, un ayer cercano y casi siempre incompleto. Hay personas que no despiertan –quizás son más felices, no sé–, antiguos compañeros de barrio que encanecen sentados en la esquina, repitiendo chistes, canciones. La tropa de nuevos combatientes, sin embargo, sale decidida a cambiar el mundo. Somos rebeldes y autosuficientes, como hay que ser. Estamos convencidos de que todos los viejos (los mayores de cuarenta) son imbéciles. Y es correcto. O necesario. Ya el tiempo nos hará entender que la necedad es de viejos y de nuevos, que hay "mayores" muy sabios, y que algunos de nosotros, los recién llegados, son grandes imbéciles. Pero qué lindo es pensar que todo puede ser mejorado gracias a nosotros. Y qué bueno es intentarlo. Es el empujón que nos toca, nuestro deber, nuestro derecho. Se sucederán entonces los finales con inusitada rapidez: los de semana, los de mes, los de cada año. Los años se achican. Un día preparamos un cartel que da la bienvenida a los amigos invitados: 30 años, dice lapidariamente. Y nos pensamos por primera vez viejos. Hasta que reparamos en que ya cumpliremos 50. Para entonces la edad de la juventud se ha corrido, y decimos que alguien de cuarenta es muy joven. Aunque otros menores que llegan ya nos tildan de imbéciles. En días claros, nos inunda la nostalgia del pretiempo, pero ahora "perderlo" es una irresponsabilidad. La vida es chiquita, ¡pero en ella caben tantas emociones, tantos sueños y desencantos! Si no tuviese término, las metas grandes y pequeñas podrían ser pospuestas, es su finitud la que nos impele a darle un sentido. A buscarnos un lugar, el lugar exacto, el para-uno. Dudo, en las noches siempre dudo, pero durante el día defiendo con pasión aquello en lo que creo. No sé a dónde me lleve este camino que recorro a toda velocidad. Llega otro fin de año, otro pequeño fin o comienzo de vida, otra muerte, otro nacimiento.
El peligroso ejemplo de Cuba
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