jueves, 11 de abril de 2013

La miseria a nombre de la libertad (primera parte)

El historiador cubano Elier Ramírez me ha enviado este minucioso recorrido, en tres partes, por la historia de las relaciones entre los Gobiernos estadounidenses y las naciones latinoamericanas, para impedir u obstaculizar su independencia plena y unidad, un sueño trunco enarbolado hoy por bolivarianos y martianos.

Elier Ramírez Cañedo
La actividad diplomática de los Estados Unidos contra la Anfictionía.

Uno de los sueños más hermosos y visionarios de Bolívar fue la unión de los países hispanoamericanos independizados en una gran confederación de estados. Para él, esa era la única vía que podía mantener la invulnerabilidad de la independencia alcanzada frente a los apetitos imperiales de la época, sobre todo frente a los que ya se veían venir desde el Norte.
Desde su célebre Carta de Jamaica (1915), Bolívar dio muestras de un profundo conocimiento de la realidad americana, de sus virtudes y defectos, y de los elementos que unían y dividían a sus pueblos. En este trascendental documento El Libertador adelantó su idea de una América unida en gran confederación de naciones libres, guiadas por aspiraciones internacionales comunes, pero sin menoscabo de las individualidades:
“Yo deseo más que otro alguno ver formar en América la más grande nación del mundo, menos por su extensión y riquezas que por su libertad y gloria. Es una idea grandiosa pretender formar de todo el Mundo Nuevo una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión, debería por consiguiente, tener un solo gobierno que confederase los diferentes estados que hayan de formarse; más no es posible porque climas remotos, situaciones diversas, intereses opuestos, caracteres desemejantes, dividen a la América ¡Qué bello sería que el Istmo de Panamá fuese para nosotros lo que Corinto fue para los griegos! Ojalá que algún día tengamos la fortuna de instalar allí un augusto congreso (…)” .
La tarea de confederar a las repúblicas hispanoamericanas la inició Bolívar poco después de la creación en 1819 de la Gran Colombia, cuando envió dos emisarios al Perú, Chile, Buenos Aires y México con la misión de negociar y suscribir tratados de “unión, liga y confederación perpetua”. El senador Joaquín Mosquera firma el primero el 6 de junio de 1822 con el encargado de Relaciones Exteriores de Perú, Bernardo Monteagudo; el segundo el 23 de octubre de 1823 con los representantes de Chile, Joaquín Echeverría y José Antonio Rodríguez. Miguel Santamaría suscribe el tercer tratado confederativo el 3 de diciembre de 1823 con el canciller mexicano Lucas Alamán; luego de la independencia de Centroamérica, Pedro Molina, enviado de ese país, firma uno similar el 15 de marzo de 1825 con Pedro Gual, canciller colombiano.
El 7 de diciembre de 1824, desde Lima, Bolívar convocó oficialmente al Congreso de Panamá, en circular a los Gobiernos de la América del Sur:

“Después de quince años de sacrificios consagrados a la libertad de América por obtener el sistema de garantías que, en paz y en guerra, sea el escudo nuestro destino, es tiempo ya que los intereses y relaciones que unen entre sí a las repúblicas americanas, antes colonias españolas, tengan una base fundamental que eternice, si es posible, la duración de estos Gobiernos. Entablar aquel sistema y consolidar el poder de este gran cuerpo político pertenece al ejercicio de una autoridad sublime, que dirija la política de nuestros gobiernos, cuyo influjo mantenga la uniformidad de sus principios y cuyo solo nombre calme nuestras tempestades. Tan respetable autoridad no puede existir sino en una asamblea de plenipotenciarios nombrados por cada una de nuestras Repúblicas y reunidos bajo los auspicios de la victoria obtenida por nuestras armas contra el poder español”. 

Por supuesto, este fue unos de los proyectos que recibió el mayor antagonismo de los Estados Unidos. Washington aplaudía cualquier iniciativa que significara unir la política del sur con la del norte bajo su liderazgo y sin intervención europea, más se negaba a aceptar una confederación cuyo protagonismo correspondiera a la Gran Colombia de Bolívar. Joel Roberts Poinsett, representante diplomático de Estados Unidos en México, llegaría a proferir en una ocasión: “…sería absurdo suponer que el presidente de los Estados Unidos llegara a firmar un tratado por el cual ese país quedaría excluido de una federación de la cual él debería ser el jefe”.
En el largo pliego de instrucciones –casi 40 páginas- entregado por Clay a sus enviados al Congreso de Panamá se distingue con facilidad la animadversión de Washington con los propósitos fundamentales que Bolívar aspiraba se lograsen en la magna cita: “Se desecha la idea de un consejo anfictiónico, revestido de poderes para decidir las controversias que suscitaren entre los Estados americanos, o para arreglar, de cualquiera manera, su conducta”.
El problema de dicha ojeriza residía en que esos propósitos chocaban con los intereses hegemónicos de los Estados Unidos. Por ejemplo, la idea de una alianza ofensiva y defensiva entre los países concurrentes –uno de los mayores objetivos de Bolívar- evidentemente podía a largo plazo entorpecer las ambiciones estadounidenses de dominio sobre toda la región de América Latina y el Caribe. Clay instruyó sus representantes que defendieran en el cónclave  la idea de que no existía la necesidad de una alianza ofensiva y defensiva entre las naciones americanas, pues ya se había despejado el  peligro de un ataque de la Santa Alianza contra las Repúblicas americanas. “Sea cual fuere la conducta de España, la acogida favorable que ha dado el Emperador de Rusia a las propuestas de Estados Unidos, con la conocida inclinación que tienen Francia y demás potencias europeas a seguir nuestro ejemplo, nos hace creer que la Santa Alianza no tomará parte en la guerra, sino que conservará su actual neutralidad. Habiendo, pues, desaparecido el peligro que nos amenazaba desde aquel punto, no existe la necesidad de una alianza ofensiva y defensiva entre las potencias americanas, la que sólo podrá justificarse en el caso de la continuación de semejante peligro. En las actuales circunstancias ese alianza sería más que inútil, pues sólo tendría el efecto de engendrar en el Emperador de Rusia y en sus aliados sentimientos que no debían provocarse inútilmente”. 
Otro tema de la agenda del Congreso de Panamá que seguramente  –no aparece aludido en las instrucciones citadas- disgustaba al gobierno de los Estados Unidos era la propuesta bolivariana de abolir la esclavitud en el conjunto del territorio confederado.
Pese a que en cónclave de Panamá hubo resistencias de algunas delegaciones a aceptar la propuesta de Bolívar de formar un ejército continental hispanoamericano, respuesta natural a los proyectos agresivos de la Santa Alianza favorecidos con la restauración del absolutismo en España, al final se aceptó una tácita coordinación como parte de los cuatro tratados signados. El más importante de esos acuerdos fue el de la Unión, Liga y Confederación Perpetua -abierto a la firma de los restantes países de Hispanoamérica-,

“cual conviene a naciones de un origen común, que han combatido simultáneamente por asegurarse los bienes de libertad e independencia”, pero que más tarde no fue ratificado por los gobiernos representados en Panamá, con excepción de Colombia. Este tratado tenía 32 artículos y uno de ellos especificaba: “El objeto de este pacto perpetuo será sostener en común, defensiva y ofensivamente si fuese necesario, la soberanía e independencia de todas y cada una de las potencias confederadas de América contra toda dominación extranjera (…)”.  

Desde la contemporaneidad es fácil advertir el error cometido por las naciones de América Latina y el Caribe al no haber suscrito un tratado de este tipo que las protegiera de los ataques y la dominación de potencias extra regionales. Lamentablemente muy pocos de los líderes latinoamericanos tenían la claridad meridiana de Bolívar respecto a los mayores peligros que enfrentaban los países hispanoamericanos recién independizados. No pasaría mucho tiempo en que se hiciera ostensible que el mayor de ellos venía del Norte. De ese Norte que se presentaba como protector de los intereses de hemisféricos, pero que lo único estaba salvaguardando eran sus propios intereses, y  estos; nada tenían que ver con los del resto de los países de la región. Esa era la verdad que se escondía detrás de algunas de las instrucciones que dio Clay -en nombre del presidente de los Estados Unidos- a sus enviados al congreso de Panamá: “Deben, pues, rechazar todas las propuestas que estriben sobre el principio de una concesión perpetua de privilegios comerciales a una potencia extranjera”.  También cuando orienta a los mismos que se adscribieran a cualquier declaración “dirigida a prohibir la colonización europea dentro de los límites territoriales de las naciones americanas”.
Por igual, fueron cínicas y denigrantes las instrucciones de Clay al plantear el rechazo estadounidense al reconocimiento de la independencia de Haití: “Las potencias representadas en Panamá, tal vez propondrán como un punto de consideración si se debe o no reconocer a Haití como un Estado independiente. (…) El Presidente es de la opinión, que en la actualidad Haití no debe ser reconocida como una potencia soberana independiente.”
Clay explica esta posición señalando que Haití había hecho tales concesiones a su antigua metrópoli que no podía proclamarse soberana. Lo de las concesiones era cierto, pero la explicación de fondo de dicha conducta norteamericana era su disgusto porque esas concesiones eran para Francia y no para los Estados Unidos, lo cual podía crear un mal precedente en el sentido de que los países hispanoamericanos recién independizados hicieran lo mismo, pero con Inglaterra. Eso era simplemente inadmisible para el gobierno de los Estados Unidos  en disputa ya con Albión por el predominio económico del continente.
Los primeros ministros que destaca Washington a Hispanoamérica fueron instruidos concretamente sobre el Congreso Anfictiónico.  John Quincy Adams, en ese momento secretario de Estado de Monroe, dice el 17 de mayo de 1823 en documento enviado a César Rodney, quien había sido nombrado ministro en Buenos Aires:

“Bajo los auspicios del nuevo gobierno de la República de Colombia se ha proyectado una Confederación más extensa…comprende tanto al Norte como el Sur de América para lo que se le traza al Gobierno de los Estados Unidos una proposición formal a fin de que se una y tome su dirección…Este Gobierno tendrá tiempo de deliberar respecto a lo que le concierne cuando se le presente en forma más precisa y específica. Por ahora indica más claramente el propósito de la República de Colombia de asumir un carácter director en este Hemisferio que cualquier objeto factible de utilidad que pueda se discernido por nosotros. Con relación a Europa se advierte sólo un objeto en el cual los intereses y deseos de los Estados Unidos pueden ser los mismos de las naciones suramericanas, cual es el de que todas sean gobernadas por instituciones republicanas, política y comercialmente independientes de Europa. Para una Confederación de las provincias hispanoamericanas con ese fin, los Estados Unidos prestarán su aprobación…”.

Diez días después, las instrucciones de John Quincy Adams a Richard C.Anderson, nombrado ministro de los Estados Unidos en Bogotá, son más explícitas: “Durante algún tiempo han fermentado en la imaginación de muchos estadistas teóricos los propósitos flotantes e indigestos de esa gran Confederación americana…Mientras la propuesta confederación colombiana tenga por objeto un régimen combinado de independencia total e ilimitada de Europa…merecerá la más completa aprobación y los mejores deseos de los Estados Unidos; pero no requerirá acción especial de ellos para ser llevada a efecto. Mientras sus propósitos consistan en realizar una reunión que los Estados Unidos presidan para asimilar la política del sur con la del norte, se necesitará tener una opinión más precisa y exacta…para resolver acerca de nuestra asistencia…”.
Lima fue otro foco de intrigas contra los proyectos integracionistas de Bolívar. Allí actuaba William Tudor como encargado de negocios de los Estados Unidos. El 15 de junio de 1826 este le escribe a Clay: “De los resultados de la primera sesión del Congreso de Panamá necesito decir poco…Algunas de las medidas del Congreso han producido gran enojo y desilusión aquí, habiendo existido la intención de trasladar sus sesiones a esta ciudad. La traslación a México demuestra el celo sentido por esa república y por Guatemala por los planes de Bolívar: Chile y Buenos Aires enviarán ahora sus delegados al mismo y todos esos Estados se unirán para oponerse a la influencia del dictador”.
Finalmente la idea anfictiónica de Bolívar no concluyó en Panamá, sino en Tacubaya, México. Allí sesionó hasta el 9 de octubre de 1828, cuando se dio por finalizada al no aprobar los gobiernos, exceptuando Colombia, las convenciones del Congreso. Al parecer, Poinsett estuvo detrás del inmovilismo de las Cámaras legislativas mexicanas en el asunto de la no ratificación de los acuerdos del Congreso. 
Como en juicio docto señaló el destacado intelectual cubano Francisco Pividal: “Con paciente laboriosidad, los Estados Unidos demoraron 63 años para desvirtuar el ideal del Libertador, concretado en el Congreso Hispanoamericano de Panamá. Durante todo ese tiempo fueron llevando al “rebaño de gobiernos latinoamericanos” al redil de Washington, hasta que en 1889 pudieron celebrar la Primera Conferencia Americana, haciendo creer que, entre las repúblicas hispanoamericanas y los Estados Unidos, podían existir intereses comunes”.  

La conspiración contra Colombia.

La Gran Colombia fue en realidad la primera realización práctica de Simón Bolívar en cuanto a sus ideales unitarios. La misma había nacido el 17 de diciembre de 1819 como República de Colombia durante el Congreso de Angostura, con la unión de los territorios de Venezuela y Nueva Granada, quedando designado Bolívar como presidente y como vicepresidentes Francisco de Paula Santander y Juan Germán Roscio para Cundinamarca y Venezuela, respectivamente. Luego del congreso de Cúcuta celebrado en 1821 se le conocería como la Gran República de Colombia, integrada por los territorios de Venezuela, Nueva Granada y Quito. Ese mismo año se le incorporaría el territorio comprendido en el ayuntamiento de Panamá, luego de proclamada su independencia. 
Sin embargo, pronto los estrechos y egoístas intereses de las oligarquías locales, los celos entre neogranadinos y venezolanos y las ambiciones de poder de José Antonio Paéz y Francisco de Paula Santander, comienzan a mellar la obra unificadora de Bolívar. En abril de 1826 Paéz encabeza una sublevación separatista en Venezuela. En enero de 1827 Bolívar logra aplacar las intenciones de Paéz, pero al dejarlo sin castigo se gana el rencor de Santander quien sentía gran aversión hacia Paéz. Apenas resuelta la crisis provocada a causa de las acciones de Paéz en Venezuela, estalla el 26 de enero una rebelión de soldados colombianos en la ciudad de Lima bajo las órdenes del sargento Bustamante. Con fuegos artificiales es celebrado el hecho en Bogotá por los santanderistas. 
Santader escribió inmediatamente a Bustamante ofreciéndole garantías y todo su apoyo: “Ustedes uniendo su suerte, como la han unido, a la nación colombiana y al gobierno nacional bajo la actual Constitución, correrán la suerte que todos corramos. El Congreso se va ha reunir dentro de ocho días, a él le informaré del acaecimiento del 26 de enero; juntos dispondremos lo conveniente sobre la futura suerte de ese ejército, y juntos dictaremos la garantía solemne, que a usted y a todos los ponga a cubierto para siempre”.  De manera ruin y con tono vengativo le escribiría también al Libertador: “En mi concepto el hecho de los oficiales de Lima es una repetición del suceso de Valencia, en cuanto al modo, aunque diferente en cuanto al fin y objeto. Aquel y los que se repitieron en Guayaquil, Quito y Cartagena, ultrajaron mi autoridad y disociaron la República; el de Lima ha ultrajado la autoridad de usted con la deposición del jefe y oficiales que usted tenía asignados. Ya verá usted lo que es recibir un ultraje semejante y considerará cómo se verá un gobierno que se queda ultrajado y burlado”.
No pasaría mucho tiempo en descubrirse que la rebelión de este oscuro sargento, lejos de buscar la defensa del orden constitucional había sido una traición a la patria, bien pagada por la aristocracia de Lima, que deseaba que las tropas colombianas defensoras de la Confederación de Colombia y el Perú abandonaran su territorio, para así apuntalar el “feudalismo peruano”.
Lo interesante de esta rebelión es que la correspondencia de William Tudor, cónsul estadounidense en Lima, revela claramente que éste estuvo estrechamente vinculado a los acontecimientos. Al informar el 3 de febrero de 1827 a su secretario de estado, Henry Clay, expresó:

“Usted supondrá que ese movimiento se realizó de acuerdo con algunos de los principales patriotas peruanos…
…Realmente, la grandísima responsabilidad que han asumido, ha sido inducida por los más nobles principios del patriotismo y de la fidelidad a su país, siendo admirables la habilidad y vigor con que han procedido.
Entre los papeles de Lara se encontraron muchas importantísimas cartas de Bolívar, de Sucre y de otros generales, las cuales arrojan considerable luz sobre los designios del primero y serán una ayuda poderosa para Santander en sus esfuerzos para proteger la Constitución de Colombia contra los pérfidos designios del Usurpador”.

Se desprende del documento citado que el gobierno de los Estados Unidos había visto en Santander el hombre clave que podían utilizar para enfrentar los “subversivos” planes de Bolívar. Mas adelante continúa Tudor revelando su animosidad hacia Bolívar y a sus ideas más revolucionarias:

“La esperanza de que los proyectos de Bolívar están ahora efectivamente destruidos, es una de las más consoladoras. Esto no es solo motivo de felicitación en lo relativo a la América del Sur, liberada de un despotismo militar y de proyectos de insaciable ambición que habrían consumido todos sus recursos, sino que también los Estados Unidos se ven aliviados de un enemigo peligroso en el futuro…si hubiera triunfado estoy persuadido de que habríamos sufrido su animosidad.
(…)
…su fe principal (la de Bolívar) para redimirse ante el partido liberal del mundo la tiene depositada en el odio a la esclavitud y el deseo de abolirla. Leed su incendiaria diatriba contra ella en la introducción a su indescriptible Constitución; tómese en consideración las pérdidas y destrucción consiguientes a la emancipación y que el régimen no podrá jamás ser restablecido en estos países; téngase presente que sus soldados y muchos de sus oficiales son de mezcla africana y que ellos y otros de esa clase tendrán después un natural resentimiento contra todo el que tome eso de argumento para su degradación; contémplese el Haití de hoy y a Cuba (inevitablemente) poco después y al infalible éxito de los abolicionistas ingleses; calcúlese el censo de nuestros esclavos; obsérvese los límites del negro, triunfante de libertad y los del negro sumido en sombría esclavitud, y a cuántos días u horas de viaje se hallan el uno del otro; reflexiónese que … la gravitación moral de nuestro tiempo…es la afirmación de los derechos personales y la abolición de la esclavitud; y, además, que, por diversos motivos, partidos muy opuestos en Europa mirarían con regocijo que “esta cuestión se pusiera a prueba en nuestro país”; y luego, sin aducir motivos ulteriores, júzguese y dígase si el “loco” de Colombia podría habernos molestado. ¡Ah, Señor, este es un asunto cuyos peligros no se limitan a temerle a él…¡”.

Pero las aspiraciones de la aristocracia de Lima no estaban centradas solamente en expulsar a las tropas colombianas de su territorio sino también en lograr sus viejos sueños de adueñarse de Guayaquil. Por eso, en coordinación con la salida del ejército colombiano de Lima ordenada por Bustamante se produce en Guayaquil un movimiento federalista, evidentemente estimulado por los peruanos, el cual culminó en la proclamación de la independencia de aquella provincias de la República de Colombia y la elección, por una junta convocada por el Cabildo, del Gran Mariscal del Perú, don José de La Mar, como jefe civil y militar de aquella “republiqueta”.  Posteriormente, el Congreso de Lima eligió como presidente a La Mar en sustitución de Bolívar y casi simultáneamente a la toma del mando del mariscal se enviaron contingentes peruanos a los linderos de Bolivia y a las fronteras del sur de Colombia, para estimular focos de insurrección latentes en las provincias del Ecuador y tratar de emplear en las tropas que, bajo el mando de Sucre aún permanecían acantonadas en Bolivia, los mismos métodos que habían llevado al levantamiento de Bustamante.  Para esta misión el gobierno peruano designó al antiguo intendente del Cuzco, general Agustín Gamarra, quien al mismo tiempo logró reclutar para tan innobles fines al sargento José Guerra. De esta manera, en la madrugada del 25 de diciembre dicho sargento al frente de un numeroso contingente de tropas se rebeló contra sus jefes y las autoridades de la provincia a gritos de ¡Viva el Perú¡ Los sublevados se apoderaron de los dineros depositados en las arcas públicas y emprendieron la fuga hacia el Desaguadero, en busca de la protección de su cómplice: el general Gamarra. En el trayecto fueron alcanzados y derrotados por las tropas colombianas leales.
Durante todos esos meses, de febrero a diciembre de 1827, el cónsul de los Estados Unidos en Lima estuvo detrás de la conspiración contra Bolívar y sus planes unitarios. Al leer la correspondencia que dirigía al Departamento de Estado, tal parece que Tudor tenía en sus manos todos los hilos que tejían la conjura. A él llegaban casi todas las cartas de los distintos frentes y le informan los jefes militares el cumplimiento del plan de operaciones sobre Bolivia y Ecuador.
El 21 de febrero de 1827 Tudor dice en un despacho confidencial: “Calcúlese que tendrán que pasar aún tres semanas antes de que puedan recibirse noticias de Bolivia concernientes a los pasos que se den allí; pero generalmente se cree que las tropas colombianas se sentirán ansiosas de seguir los pasos de sus compañeros de aquí y estarán preparadas, por previo concierto, para adoptar las mismas medidas”.
El 23 de mayo del propio año señala: “Ayer recibí una carta del coronel Elizalde, quien manda la División que entró a Guayaquil…Me informa que todo marcha de la manera más favorable; que el 27 despachó una columna con dirección a Quito para que se una a la División mandada por Bustamante, quien entró el 25 del mismo mes, todos los cuales están ahora indudablemente en Quito. Bravo, el oficial que fue enviado de aquí con los jefes arrestados y los documentos para el gobierno, también había llegado a Cuenca a su regreso a Bogotá. El General Santander habría recibido la noticia del movimiento de aquí con satisfacción y le habría escrito a Bustamante aprobando su conducta y que enviaría a Obando a tomar el mando de la División”. 
Pero Tudor, en su maquiavélica intriga, llega incluso a proponerle a los líderes peruanos enemigos de Bolívar que soliciten la intervención directa de los gobiernos de Estados Unidos e Inglaterra para derrotar definitivamente al Libertador. Así queda demostrado en su despacho del  20 de noviembre de 1827 al secretario de Estado:

“Aquí se ha recibido la información auténtica de las órdenes que ha dado (Bolívar) para levantar en Guayaquil una fuerza para la invasión del Perú…Reflexionando sobre estos asuntos y el carácter sin principios de la guerra con que ahora él amenaza, ocúrreseme que la mediación de Estados Unidos e Inglaterra, conjunta o separadamente podría ser obtenida…Cada una de las potencias nombradas posee motivos peculiares para desear que estos países gocen de paz y prosperidad, además de las poderosas razones de Estado comunes a ambas contra el engrandecimiento excesivo y la perniciosa acumulación de poderes en manos de un individuo arrogante. Bajo todas estas circunstancias y debido a la gran confianza y franqueza con que me honran el General La Mar y su consejero más íntimo, el Dr. Luna Pizarro, solicité una entrevista privada con ambos y en ella les expuse las razones por las cuales creía que el Perú obraría políticamente si apelara a esas naciones igualmente amigas, haciéndoles una relación sucinta de la conducta del General Bolívar en este país y una reseña del estado actual de cosas y de la guerra con que él lo amenaza…Ambos convinieron en la corrección de mis insinuaciones, habiéndose convenido en una segunda entrevista y se prepararon inmediatamente los documentos necesarios…si la situación de estos países, el carácter y las miras de Bolívar así como las consecuencias que se sucederían a su triunfo, fueran plenamente comprendidos, tanto los Estados Unidos como Inglaterra no sólo ofrecerían su mediación, sino que, siendo necesario, la acompañarían con una alternativa que forzaría su aceptación”.

Aprovechando que el conflicto interno en Colombia, absorbía prácticamente todo el tiempo del Libertador, el gobierno peruano presidido por el mariscal don José de La Mar, creyó llegado el momento de expulsar a las tropas colombianas de los sectores centrales del continente e imponer el predominio del Perú en las provincias de Ecuador y en la República de Bolivia. Finalmente, a fines de 1828 se produce la invasión de las fuerzas peruanas al territorio boliviano y posteriormente -enero de 1829- al Distrito sur de la Gran Colombia por la provincia de Guayaquil. Paralelamente, los coroneles José María Obando y José Hilario López, por mandato de Santander y en apoyo a la invasión peruana a Bolivia se habían levantado en armas en Popayán, dando inicio a un nuevo estado de guerra civil, esta vez en Nueva Granada.
El 11 de noviembre de 1828 el general José Maria de Córdova y Bolívar vencieron a las fuerzas antibolivarianas de Obando y López en los ejidos de Popayán. Posteriormente, Sucre derrotaría definitivamente a las tropas de La Mar en Portete de Tarqui (hoy  territorio Ecuatoriano) el 27 de febrero de 1829, garantizando momentáneamente la integridad de la Gran Colombia amenazada por los apetitos expansionistas del gobierno de Lima.
Sin embargo, los dolores de cabeza no terminarían para Bolívar, en 1829 se enteraría de un suceso que le llenó de alarma y sorpresa: la insurrección contra el gobierno, iniciada en la provincia de Antioquia por uno de los oficiales a quienes más afecto había profesado y cuya lealtad nunca había sido motivos de dudas para él: el general José María de Córdova. En Córdova habían influido maliciosamente para indisponerlo con Bolívar, José Hilario López y Obando –los mismos hombres que había derrotado militarmente-, Santander y el cónsul británico en Bogotá, míster Henderson. La hija de este último había aceptado los galanteos del joven general.  No era nada casual que Herderson tuviera estrechos vínculos con William Henry Harrison, ministro de Estados Unidos en Bogotá. Al cónsul británico ofreció Córdova un caudal de información estrictamente confidencial de la Gran Colombia y de los planes del Libertador.
La documentación confidencial de Harrison, la cual enviaba a Clay y al presidente Adams, da muestras de que el espionaje estadounidense estaba en todos los rincones de la Gran Colombia y que sus redes conspirativas contra Bolívar estaban muy bien articuladas y que mucho tuvieron que ver con la rebelión de Córdova.

22 de junio de 1829: “Tengo el honor de adjuntar copia de una carta del General Bolívar para uno de sus amigos íntimos que demuestra francamente que sus designios con respecto al Perú no son de ese carácter desinteresado que su última proclama revela tan explícitamente.
No creo hallarme en libertad para revelar la manera por la cual llegué a poseer este documento singular; pero me comprometo a responder por su autenticidad…”.

28 de junio de 1829: “Por el mismo conducto que me ha proporcionado la carta, copia de la cual tuve el honor de adjuntar en clave a mi despacho No. 14, he podido leer una carta de una persona de alto rango quien ha disfrutado de toda confianza de Bolívar; pero quien ahora le hace oposición a todos sus proyectos…”.

7 de septiembre de 1829: “El drama político de este país se apresura rápidamente a su desenlace…En carta recibida la semana pasada y dirigida a un miembro de la Convención, residente en esta Ciudad, Bolívar propone la presidencia vitalicia…Los Ministros están muy alegres con sus perspectivas de éxito. Confían en que no habrá la más ligera conmoción y que este importante cambio se realizara con la aquiescencia casi completa del pueblo…
Pero su confianza será su ruina. Una mina ya cargada se halla preparada y estallará sobre ellos dentro de poco. Obando se encuentra en el campamento de Bolívar seduciendo a sus tropas. Córdova ha seducido al batallón que está en Popayán y se ha ido al Cauca y a Antioquia, las cuales están maduras para la revuelta. Una gran parte de la población de esta ciudad está comprometida en el plan. Se distribuye dinero entre las tropas, sin que el gobierno tenga todavía conocimiento de estos movimientos.
Córdova procederá con prudencia. Espérase que en el curso de octubre o en los primeros días de noviembre principiará por publicar una proclama dirigida al pueblo”.

Cuando el gobierno de Colombia comenzó a descubrir a los soterrados autores vinculados a la insubordinación de Córdova salió a la luz que Torrens, el encargado de negocios de México, Henderson, Harrison y otras personas particulares, sabían de la rebelión de Córdova desde antes que estallara; que algunos tenían correspondencia con él, y concurrían a juntas clandestinas en que se declamaba fuertemente contra el Libertador y su gobierno. 
Las actividades del representante de México en Bogotá eran muy bien acogidas y reproducidas por Poinsett, ministro de Estados Unidos ante el gobierno mexicano. Torrens continuamente enviaba información falsa a su gobierno, señalando entre otras cosas que Bolívar pretendía sojuzgar a México para dominar la América española. A Poinsett esta calumnia le venía como anillo al dedo, pues contribuía con su divulgación a dividir a los pueblos hispanoamericanos. 
Al tiempo que sucedía la rebelión de Córdova, Santander desde el exterior –había sido   expulsado de Colombia a raíz de sus vínculos con el fallido intento de asesinar a Bolívar en septiembre de 1828- se convertía en el máximo calumniador sobre la figura de Bolívar. La prensa estadounidense y europea se hacía eco de dichas difamaciones. Al respecto señaló Bolívar: “crecerán en superlativo grado las detracciones, las calumnias y todas las furias contra mí. ¡Que no escribirá ese monstruo y su comparsa en el Norte (de América), en Europa y en todas partes¡ Me parece que veo ya desatarse todo el infierno en abominaciones contra mí”.
Culminada la investigación sobre la conspiración de Córdova el Consejo de Estado de la Gran Colombia ordenó que los agentes extranjeros que habían tomado parte en ella fueran expulsados del país. No obstante, Obando atacó a Bolívar por el asesinato de Córdova y otro tanto hicieron los enemigos del Libertador en Venezuela y otras partes. El lamentable hecho, amargó a Bolívar, ordenando que Ruperto Hand, el asesino de Córdova, fuese execrado, expulsado del ejército y desterrado  de Colombia. Al mismo tiempo, ratificó la amnistía concedida por O Leary a los seguidores del manipulado general.  William Henry Harrison, había llegado a Colombia como coronel y regresaba a su país como general. Posteriormente sería presidente de los Estados Unidos.
La documentación de los representantes del gobierno de Washington revela, salvando pocas excepciones, un odio visceral hacia Bolívar.

“¡La maligna hostilidad de los yanquis hacia el Libertador es tal –escribió el procónsul inglés en Lima a su secretario de Estado-, que algunos de ellos llevan animosidad hasta el extremo de lamentar abiertamente que allí donde ha surgido un segundo César no hubiera surgido un segundo Bruto¡ Pero, ¿a qué se debía tal animadversión? El racista ministro de Estados Unidos en España, Alexander H. Everett, dio en 1827 algunas de las claves: “Difícilmente podría ser la intención de los Estados Unidos alentar el establecimiento de un despotismo militar en Colombia y Perú, cuyo primer movimiento sería establecer un puesto de avanzada en la isla de Cuba. Si Bolívar realiza su proyecto, será casi completamente con la ayuda de las clases de color; las que naturalmente, bajo esas circunstancias, constituirían las dominantes del país. Un déspota militar de talento y experiencia al frente de un ejército de negros no es ciertamente la clase de vecinos que naturalmente quisiéramos tener…vacilaría mucho acerca de si estaría bien insistir por más tiempo sobre el reconocimiento de la República de Colombia como cosa agradable para los Estados Unidos”.

Los diplomáticos del gobierno de los Estados Unidos tildaban a Bolívar de “loco”, “usurpador”, “ambicioso”, “dictador”, etc, etc. Ironías de la historia, lo mismo han dicho y dicen en la contemporaneidad de Fidel Castro y Hugo Chávez.
Tildar a Bolívar como un déspota, como un dictador ambicioso, era una de las bajezas más atroces que podían llevar a cabo las autoridades norteamericanas contra el hombre que había declarado su intención de revocar, “desde la esclavitud para abajo, todos los privilegios”.  Ese Bolívar que calificaban de tirano era el mismo que una y otra vez había rechazado las propuestas que le habían hecho de coronación. A su amigo Briceño Méndez le había expresado: “Ese proyecto va a arruinar mi crédito y manchar eternamente mi reputación”.  Asimismo, le había dicho a Santander refiriéndose a las insinuaciones de Páez dirigidas a que aceptara coronarse: “me ofende más que todas las injurias de mis enemigos, pues él me supone de una ambición vulgar y de un alma infame”. Según esos señores –agrega- “nadie puede ser grande sino a la manera de Alejandro, César y Napoleón. Yo quiero superarlos a todos en desprendimiento, ya que no puedo igualarlos en hazañas”.  Y al contestarle directamente al general Paéz, rechazando por completo sus ofrecimientos le expresa que “el título de Libertador es superior a cuantos ha recibido el orgullo humano y me es imposible degradarlo”.  Al mismo tiempo le envía su proyecto de Constitución, indicándole que sólo por la soberanía popular y la alternabilidad en el gobierno es como puede buscarse solución adecuada para los conflictos nacionales americanos.

A modo de conclusión.

Finalmente, contra los propósitos históricos de Bolívar se levantaron las propias clases dirigentes de las distintas comunidades americanas, interesadas en conservar sus privilegios tradicionales. Como consecuencia, se desató un proceso centrípeto que llevó al fracaso de la Gran Colombia, convertida en 1830 en tres estados independientes: Venezuela, Nueva Granada y Ecuador, la división de la Confederación Peruana-Boliviana (1839), y la disolución en cinco repúblicas, -Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua y Costa Rica- de las Provincias Unidas del Centro de América (1839-1848). También puede incluirse la desarticulación, entre 1813 y 1828, del antiguo Virreinato del Río de la Plata en otros cuatro países: Argentina, Bolivia, Uruguay y Paraguay, así como la división de la isla de La Española en dos pequeños estados: Haití y República Dominicana, aun cuando en este caso se trataba de dos territorios que habían pertenecido a dos potencias distintas. 
El seudonacionalismo que dividió al continente y aseguró la hegemonía de las minorías criollas que buscaron la independencia sólo para sustituir a los españoles en sus privilegios, no ofreció solución valedera a los problemas sociales y políticos que determinaron el movimiento de emancipación; por el contrario, creó el clima propicio para que los peores defectos del régimen colonial pudieran sobrevivir, agravados a partir de ese momento por falsas esperanzas y engañosos disfraces. Al mismo tiempo,  no se pudo despejar el camino para un desarrollo verdaderamente independiente, en lo que no sólo influyeron las clases reaccionarias del continente, sino también las grandes potencias de la época, especialmente la potencia en ascenso del Norte, interesada en el mayor desmembramiento posible del hemisferio, para consiguientemente, facilitar su dominación a través de nuevos mecanismos, tan sofisticados, que no necesitaba clavar directamente sus banderas en los nuevos estados emanados. Así, ante el fracaso de los esfuerzos unificadores de Bolívar, el antiguo imperio español de ultramar se dividió en varias repúblicas, desvinculadas entre sí, lo que facilitó el proceso recolonizador que no tardó en convertirlas en simples apéndices de los centros del capitalismo mundial.
Entre los factores que contribuyeron a este fatídico proceso, además de las ya analizados, podemos añadirle: la accidentada geografía de las distintas regiones hispanoamericanas que hacía incomunicables muchas de sus zonas, las inmensas diferencias económico-sociales, la falta de voluntades políticas más allá de Bolívar y de algunos pocos de sus seguidores (entre ellos se destacaron los generales Andrés de Santa Cruz y Francisco Morazán), la carencia de complementariedades económicas entre los distintos territorios, y la ausencia de una burguesía con un proyecto nacional integrador.
La imposibilidad de llevar a vías de hecho los planes unitarios por los que Bolívar abogaba, y que tenían como epicentro fundamental la intención de crear una América fuerte y democrática después de la independencia, capaz de asegurarse una existencia perdurable en el contexto internacional decimonónico, donde se movían los insaciables apetitos colonialistas de las potencias de la época, dejó consecuencias funestas que llegan hasta nuestros días. Pese a las coincidencias en idioma, orígenes, religión y destinos, los países hispanoamericanos carecieron durante el todo el siglo XX de un núcleo común que las ligara y diera fuerza, quedando en cierta manera escuálidos ante las pretensiones neocolonizadoras del imperialismo estadounidense.
Estados Unidos logró los objetivos fundamentales de su política exterior hacia América Latina y el Caribe en el siglo XIX: su expansión territorial a costa de más del 50% del territorio mexicano; la posesión de la Florida; hacer permanecer a Cuba y Puerto Rico en manos de España, en espera de la hora oportuna en que pudiera adueñarse de ellas; frustrar los propósitos unitarios de Bolívar y sembrar las discordias y la división entre los países recién independizados de España para conducirlos a la idea del panamericanismo, en la cual Estados Unidos tendría absoluto control; y comenzar a desplazar a Inglaterra del dominio económico de la región. Por supuesto, todo ello fue posible gracias al apoyo que recibió el gobierno de los Estados Unidos de los caudillos políticos y militares de la región que por intereses pigmeos y egoístas se opusieron a los más hermosos anhelos de independencia, libertad, unidad y progreso de nuestra América.
Los objetivos de dominación política, económica y cultural de nuestros pueblos por el gobierno de los Estados Unidos han sobrevivido hasta nuestros días, refinándose los mecanismos por los cuales estos se ejecutan. Mas si no conocemos cómo históricamente los Estados Unidos se comportaron ante los procesos independentistas de nuestros pueblos, así como frente a sus más elaborados proyectos de unidad, no podemos visualizar en profundidad cuáles son hoy los objetivos del imperio del Norte y cuán importante continúan siendo los sueños que defendieron Bolívar, Martí y otros próceres de Nuestra América. La hora decisiva de la segunda y definitiva independencia ha llegado. O nos unimos o morimos para siempre. Con los peligros que enfrenta hoy la humanidad no hay oportunidad para una tercera independencia. Para los que consideran imposible el triunfo habría que recordarles las palabras de Bolívar en 1819 cuando señaló: ¡Lo imposible es lo que nosotros tenemos que hacer, porque de lo posible se encargan los demás todos los días¡
NOTAS


[1] Citado por Sergio Guerra Vilaboy  y Alejo Maldonado Gallardo en: Laberintos de Integración latinoamericana. Historia, mito y realidad de una utopía, Caracas, Editorial Melvin, 2006, p.39.
[1] Germán A. de la Reza, Documentos sobre el Congreso Anfictiónico de Panamá, Fundación Biblioteca Ayacucho y Banco Central de Venezuela, 2010, p.XI.
[1] Emilio Roig de Leuchesering, Bolívar, El Congreso Interamericano de Panamá, en 1826, y la independencia de Cuba y Puerto Rico, La Habana, Oficina del Historiador, 1956, p.23.
[1] Manuel Medina Castro, Ob.Cit, p.182.
[1] Germán A de la Reza, Ob.Cit, p.109.
[1] Citado por Germán A. de la Reza, Ob.Cit, p.113.
[1] Citado por Sergio Guerra y Alejo Maldonado, en: Ob. Cit, p. 44.
[1] Ibídem.
[1] Germán A de la Reza, Ob.Cit
[1] Ibídem, p.115.
[1] Ibídem, p.131-132.
[1] Ibídem, pp.174-175.
[1] Ibídem, p.175.
[1] Ibídem, p.180.
[1] Germán A. de la Reza, Ob.Cit, p.LXIV.
[1] Francisco Pividal, Ob.Cit, p.204.
[1] Sergio Guerra Vilaboy, Cronología del Bicentenario, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2010, p.119.
[1] Ronald Muñoz, El regreso de los realistas y su derrota final ante los pueblos, Fundación Editorial El perro y la rana, Caracas, 2010, p.33.
[1] Indalecio Liévano Aguirre, Bolívar, Editoriales Ciencias Sociales y José Martí, La Habana, 2005, p.392.
[1] Citado por Indalecio Liévano, en: Ob.Cit, p.393.
[1] Ibídem.
[1]Manuel Medina Castro, Ob.Cit, p.223.
[1] Ibídem, p.225.
[1] Indalecio Liévano, Ob.Cit, p.392.
[1] Ibídem, pp.396-397.
[1] Ibídem, p.397.
[1] Ibídem, p.226.
[1] Ibídem, p.227.
[1] Manuel Medina Castro, Ob.Cit, pp.228-229.
[1] Sergio Guerra Vilaboy, Cronología…, Ob.Cit, p.152.
[1] Juvenal Herrera Torres, Bolívar, El Hombre de América. –Presencia y Camino-, Ediciones Convivencias, Medellín, 2001, t.2, p.497.
[1] Ibídem, p.232.
[1] Ibídem, pp. 232-233.
[1] Ibídem, p.233.
[1] José Manuel Restrepo, Historia de la Revolución en Colombia, Edición en 6 tomos, Medellín, 1974.
[1] Juvenal Herrera Torres, Ob.Cit, p.514.
[1] Citado por Juvenal Herrera Torres, Ob.Cit, p.515.
[1] Juvenal Herrera Torres, Ob.Cit, p. 517.
[1] Citado por Juvenal Herrera Torres, Ob.Cit, p.571.
[1] Ibídem, p.521.
[1] Citado por Indalecio Liévano, en: Ob.Cit, p. 365.
[1] Emilio Roig De Leuchesenring, Bolívar, El Congreso Interamericano de Panamá, en 1826, y la Independencia de Cuba y Puerto Rico, Oficina del Historiador de la Ciudad, Municipio de La Habana, 1956,  p.71.
[1] Ibídem, p.71.
[1] Ibídem, p.71.
[1] Sergio Guerra Vilaboy, Breve historia de América Latina, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2006, p.130.
[1] Citado por Juvenal Herrera Torres, en: Ob.Cit, p.560.

No hay comentarios:

Publicar un comentario