miércoles, 24 de julio de 2013

Melba Hernández recuerda a los protagonistas del Moncada

Reproduzco esta entrevista, realizada y publicada al conmemorarse el 50 aniversario del asalto al cuartel Moncada, en el 2003, por su valor testimonial.

SUSANA LEE

¿CÓMO CONOCIÓ A FIDEL?
A partir del golpe de Estado de Batista el 10 de marzo de 1952, muchos jóvenes buscábamos ansiosamente qué hacer para acabar con aquella tiranía; entre esos jóvenes estaba yo.
Una mañana en el cementerio, en el aniversario del asesinato del joven revolucionario Carlos Rodríguez, una amiga, Elda Pérez [ya fallecida], me presentó a Abel Santamaría, un joven que, me dijo, la había impresionado por sus promesas revolucionarias. Cuando lo conocí y conversamos, coincidí totalmente con Elda, pero a su vez él me insistió para que conociera a otro joven a quien consideraba que solo él podría dirigir la acción revolucionaria en el país para derrocar al tirano Batista: Fidel Castro.
Nos citamos para encontrarnos en 25 y O, el apartamento donde vivían Abel y su hermana Haydée, al que llegaría Fidel como acostumbraba hacer. Fui, pero esa noche —era el 1ro. de mayo de 1952—, no llegó. Abel no renunció a que nos conociéramos Fidel y yo, y al día siguiente, al mediodía, fui de nuevo a esperar a aquel joven en el que Abel tenía tanta confianza, y llegó...
Abel nos presentó, nos saludamos y nos pusimos a conversar. En la medida que Fidel hablaba me daba cuenta de que aquello era lo que yo estaba buscando...
Desde ese momento me encontré ya comprometida con Fidel Castro y con aquel movimiento que empezaba a nacer, y que apenas contaba con ocho personas cuando más...
Pensando en aquello —porque ahora no es nada nuevo, le pasa a todo el mundo—, cuando era todo clandestino, que nos cuidábamos para que no nos asesinaran, llamaba la atención que ese joven, Fidel Castro, tuviera aquella fuerza tremenda de la que uno no se podía separar... Eso pensé en esa ocasión, y lo he seguido pensando siempre.

¿QUÉ DECÍA PARA QUE LOS ATRAJERA TANTO?
Lo que nos dice a todos... Fidel habla y no hay más que discutir... Nos habló de la situación de la Patria, que había que organizarse para derrocar a Batista, pero en esa larga conversación nos dijo también que la Revolución no solo era eso, que la Revolución conllevaba hacer muchas cosas más, que nosotros teníamos que luchar por una transformación del país, y nos lo dijo desde el primer momento. Fidel habla y apasiona... Hablaba ayer como habla hoy. Siempre he dicho que aquel Fidel que yo conocí en el año 52 es el mismo de hoy, como es natural, es un Fidel en desarrollo, la vida está en movimiento, pero no hay ninguna diferencia.

¿CÓMO CONVENCIERON A SUS COMPAÑEROS?
Yeyé [Haydée Santamaría] y yo nos fuimos introduciendo en aquellos preparativos —nunca he hablado de esto—, un poco sin medir el alcance, y los compañeros nos veían introducirnos en sus trabajos, cooperar, nos dejaban, y nosotras avanzábamos... En los primeros tiempos a una hora de la noche estábamos siempre juntos, éramos una gran piña ahí en 25 y O, en Jovellar 107 [la casa de Melba]. Y aquello fue evolucionando así hasta que llegó el momento en que nos hicimos necesarias en el trabajo clandestino que se hacía. Ya nosotras éramos la confianza en cuestiones más delicadas, más peligrosas...
A su vez, estaba mi mamá [Elena Rodríguez del Rey, fallecida hace unos años], porque mi mamá y mi papá [Manuel Hernández, también fallecido años antes que Elena], siempre me apoyaron, en mi hogar siempre hubo lucha... Entonces Yeyé y yo fuimos avanzando, y Fidel y Abel fueron incorporando a mi mamá y así ella fue trabajando con nosotros en la etapa del Moncada con una valentía sin igual, igual que nosotros... Los muchachos eran hermanos queridísimos.
Yo recuerdo como el más celoso cuidador de nosotras a Boris Luis Santa Coloma, que terminó siendo novio de Yeyé [fue torturado y asesinado en el Moncada]; y Boris nos cuidaba como un perro guardián.
¿CUÁNDO SE ENTERARON DE QUE LA ACCIÓN ERA EN EL MONCADA?
¿Que era el Moncada? Al amanecer del 26 de julio fue cuando nos enteramos.
Abel había salido en junio para un lugar de Cuba. Fidel, de vez en cuando, nos traía información, porque él sabía que estábamos muy ansiosas por la falta de noticias de Abel.
El 22 de julio Fidel llegó a mi casa a buscar a Yeyé, porque ya en la fecha en que Abel salió para Santiago, Yeyé vino a vivir a mi casa para no estar sola en 25 y O... Llegó Fidel a buscarla, bajó la escalera, y de pronto regresó corriendo para decirle a mi mamá que se iba, que volvía —como se hacían las cosas—, y decirme a mí "me voy", pero "para dónde vas", "yo no sé, me voy, y me llevo estas cositas", las muditas de ropa que se llevó.
Al día siguiente, yo no estaba en la casa, fue Fidel y le dijo a mi mamá: "Cuando Melba llegue, dígale que se prepare que la venimos a recoger para una misión sin peligro, y usted vaya preparando una cajita con dos ó tres mudas de ropa, no más, porque dentro de dos o tres días, ellas están de regreso... No le haga maleta, una cajita cualquiera". Y así hizo mi mamá, porque la otra cosa que distinguió mucho a mi mamá, fue la disciplina con que cumplía las orientaciones.
Esa noche, igual, lo mismo que con Yeyé... y cuando llegué a Santiago el 24, me estaban esperando en la terminal de trenes Abel y Renato Guitart. Imagínense lo que fue para mí encontrar a Abel... Aquello fue muy lindo. Por cierto que yo llevaba en los brazos una caja grande de flores, con un lazo... y ni Renato ni Abel me ayudaron con aquella "caja de flores". Ya cuando empezamos a caminar le digo: "Abel, coge aquí". Me mira y es cuando se da cuenta que no eran flores, y me dice: "Pero qué hemos hecho, dame acá, pobrecita, pero por qué no lo habías dicho antes..." , porque los cuatro fusiles que contenía la caja pesaban cantidad...
Llegamos a la Granjita Siboney, y junto con Elpidio Sosa, otro magnífico compañero que cayó en el asalto, trabajamos todo el tiempo que estuvimos allí, nos dedicamos a limpiar y a crear las condiciones para recibir a "unos compañeros", como nos dijeron. No sabíamos nada más. Yeyé y yo siempre estábamos ansiosas por saber y sabíamos muchas cosas, pero esa nunca la supimos, era tal la discreción...
Se alquilaron unas colchonetas y fuimos tapizando el piso de la granjita con las colchonetas para cuando llegaran esos jóvenes. No nos dieron más explicaciones, y Yeyé y yo hacíamos nuestros comentaritos: "¿Será la hora cero?", porque así llamábamos al momento de romper la lucha contra Batista. Era la noche del 25 de julio.
Empezaron a llegar los muchachos, después del largo recorrido que todos habían hecho, y Abel y Renato lo que habían podido era comprar unos cubos de leche a un señor que tenía unas vacas al fondo de la granjita... Eran cosas muy extrañas, pero no sabíamos nada.
Ya cuando se acercaba la hora real, que llegó Fidel a la granjita y empezó a dirigir aquello, era la madrugada del 26. Se sacaron las armas del pozo, los uniformes, y entonces reunió a todos y anunció lo que íbamos a hacer. Esto fue unas horas antes del asalto, pero no sabíamos dónde era la acción.
Después cuando salieron los carros —esto lo pienso yo porque Abel iba en el primer carro—, supuse que había sido para guiar al resto de los carros, y en el último, Yeyé y yo. Íbamos Gómez García, Yeyé y yo, detrás, y delante, Julito Reyes Cairo, el de Colón, con el doctor Muñoz en el timón.

¿NO HUBO LA IDEA DE QUE ESPERARAN EN LA GRANJITA?
Claro que la hubo. Cuando empezaron a salir los carros, Fidel nos dijo: "Bueno, ustedes se están tranquilitas aquí que nosotros volveremos a recogerlas para seguir adelante". Fue cuando Yeyé y yo dijimos: "No, si es que esta es la acción, queremos pelear también".
Fue un momento muy embarazoso para Fidel, porque Abel y él tenían un estilo de trabajo muy colectivo respecto a Yeyé y a mí. No decidían nada sobre nosotras si no era con la aprobación de los dos, y Abel ya se había ido... Nosotras estábamos tranquilas, muy sedadas, sabiendo que si nos alterábamos no íbamos a convencer a Fidel de que nosotras teníamos derecho a pelear, si llevábamos tanto tiempo, no habíamos cometido errores en el trabajo, era un derecho ganado, y no podía ser por la condición de mujeres. Eso tiene que haberlo tocado a él.
Entonces Mario Muñoz que estaba dentro, cambiándose la ropa, porque Fidel le había indicado que no fuera con el uniforme batistiano sino con su bata de médico, oyó aquella conversación, y le dijo: "Mira Fidel, las muchachas tienen razón". Mario era una gente también agradabilísima. "Vamos a hacer una cosa, deja que vayan conmigo, al lugar donde yo voy ellas me pueden ser muy útiles, y, además, yo me encargo de informarle a Abel lo que pasó aquí". Así que Mario fue el que convenció a Fidel de que aceptara nuestra proposición, y salimos en el carro con Mario.
Llegamos al hospital Saturnino Lora y no sabíamos que Abel estaba allí. Mario nos dijo: "Vengan" y nos llevó a la ventana desde donde estaba peleando Abel, porque ya estaba el pleito andando, y los tiros de aquí para allá y de allá para acá. Así fue que supimos que Abel era el jefe del Saturnino Lora y estuvo de acuerdo con que nosotras también participáramos en la acción.
Lo demás es historia conocida.

HAYDÉE Y ABEL
Yeyé... Llegó un momento en que yo no sabía si era compañera, si era amiga, si era hermana, porque yo no sé lo que es un hijo, pero yo la sentía como eso. Le puse un apodo, "Pelusita", porque era rubita, de pelo finito... Fue eso para mí, y ella dijo antes algo de mí igual. Ella era más madraza aún que yo, siempre me estaba cuidando, allí mismo en el Saturnino Lora ella me estaba cuidando.
Juntas pasamos de todo, fue mucho para mí; no hay día —y me pasa igual con Celia—, en que yo no diga "si Yeyé estuviera, es Yeyé la persona con quien yo pudiera analizar esto o aquello, de cualquier cosa", y mira cuantos años hace que nos falta...
Fue una mujer extraordinariamente inteligente. Tenía un amor muy grande por la humanidad, se desbordaba, así siempre la vi yo y cuando fue madre, también lo demostró así...
Cuando entre nosotros en el Movimiento, se presentaron problemas con compañeros que corrían el riesgo de que se les separara de las filas —era alto el nivel de exigencia entre nosotros—, Yeyé era la primera en dar el paso al frente para ver cómo lo podíamos salvar. "Es un buen compañero, se ha portado así..." daba argumentos y hasta que no resolvíamos ese problema no paraba.
Abel... no por gusto se convirtió en el 2do. del Movimiento... Fue un joven de esa misma fuerza de atracción de Fidel, no igual, guardando la distancia... pero convencía muy fácilmente, y una idea lo da que yo lo conozco una mañana y por la noche me voy a cumplir lo que me había pedido, a conocer a Fidel. Abel inspiraba mucha confianza y mucho respeto.
Yo lo encontraba muy bello, no sé ahora qué pensarán por las fotos, pero era también porque su imagen no se podía separar de su carácter. Era muy suave, muy dulce, pero hablaba en forma muy convincente, era el más exigente y el más firme de los compañeros, era de mucho carácter. Y era de la misma humanidad de Yeyé y así mismo era Abel.
Ganaba un buen salario y le gustaba vestir elegante, pero sencillo, tenía los zapatos siempre muy lustrosos, pero no corbata, ni chaleco... y las camisas que usaba eran las mejores que entonces se vendían en La Habana, pero, digamos, compraba seis camisas, y a las dos semanas, ya no las tenía porque las repartía entre los compañeros que no tenían. Y nosotros le decíamos: "... Deja alguna para ti"; "Pero ustedes no se dan cuenta que ellos no pueden tenerlas". Así era Abel.
Aquel diciembre del año 52 resultó el último fin de año que celebraría. Abel y Yeyé pasaban siempre esas fiestas con sus padres y su familia en el ingenio, en Encrucijada, pero antes de irse, Abel entraba a un mercado que estaba en San Lázaro y compraba un tipo de cartucho que entonces había, de una arroba, y lo llenaba con todo lo correspondiente a aquellos días de fiesta, pero no era un cartucho, eran varios, que repartía a la viejita inválida de no sé qué lugar, a que sé yo quién que lo crió, a varias personas, y no faltaba el cartucho de mi mamá, que dicho sea de paso, sin ese gesto de Abel, en mi casa no hubiera habido con qué festejar esos días.

LOS MEJORES SUEÑOS
Los mejores sueños... Se sueña tanto... Bueno, mi primer sueño sería que Fidel pudiera ser eterno... Son muchos los sueños y yo no digo que sueño con lo que los jóvenes harán en un futuro, porque estoy segura que lo van a hacer, tengo plena confianza en los jóvenes, si no creyera en ellos no podría creer en mí. Tengo plena confianza en que en mi Patria brillará el sol con que soñamos.

LOS JÓVENES DE AYER Y HOY
Los jóvenes de ayer éramos como los jóvenes de hoy... Hace 50 años, hay que tener en cuenta el tiempo transcurrido. Pertenecimos a una época. Con sus costumbres de la época, y me atrevería a decir, que Yeyé y yo, entonces, éramos un poco "cosa rara"... y todas esas medidas de cuidado de Abel y Fidel, y que le consultaban a mi mamá, le explicaban, todo eso era el resultado de aquella época...
Ahora bien, si nosotros ayer tomamos la decisión de cumplir con la Patria y de liberar la Patria, los jóvenes de hoy hacen muchas cosas equivalentes a las que hicimos nosotros, yo no veo esa diferencia...

EL MONCADA... ¿FRACASO O VICTORIA?
A pesar del aparente fracaso por los compañeros caídos, por los que sufrimos prisión, nunca lo vimos así, sino como una victoria porque nos señalaba el camino... Yo no he tenido que rectificar nunca en mi pensamiento, en mis sentimientos, el 26 de Julio y la acción en Santiago de Cuba... A 50 años lo veo tal como fue... y si volviera a nacer y se dieran iguales circunstancias, con un desgobierno como el que había entonces, y Fidel me dice: "Vamos a la toma del Moncada", allá voy yo a la toma del Moncada, y dicho con toda modestia, con esa pequeñita participación que me tocó, estoy segura que sin el Moncada no tendríamos lo que tenemos hoy, como también que tuvimos un Moncada porque tuvimos a ese Fidel tan grande que tenemos hoy. Yo lo veo así. No me he arrepentido, nunca me podré arrepentir...
Publicado el 26 de julio del 2003 en el periódico Granma

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