lunes, 29 de julio de 2013

Un Hemingway todavía incógnito

El escritor Enrique Cirules regresa sobre los pasos del gran novelista estadounidense en el escenario cubano.
Alberto Dolz  
Siempre fue una cuestión de pesquería. Más por una sirena llamada Jane Mason que por todas las agujas que podía ensartar, Ernest Hemingway cruzaba el estrecho de la Florida hasta que se instaló en Cuba. Eso defiende el escritor Enrique Cirules. Su tesis, una de tantas explosivas como plausibles de este investigador, le ganó no pocos recelos y reproches de sus colegas estadounidenses ‒con o sin puritanismo añadido‒ igualmente entregados al estudio del autor de Adiós a las armas.
“Muchos autores norteamericanos sostienen que Hemingway se radica en Key West (a ocho o diez horas de navegación de La Habana) y que este intercambio incesante con La Habana se debe a su interés por la pesca en la corriente del Golfo. Ningún hombre se acerca con tanta asiduidad a un lugar por la pesca, sino porque estaba sosteniendo clandestinos amores con una hermosa y temeraria mujer, en este caso Jane Mason, esposa de Grant Mason, representante para Centroamérica y el Caribe de la Pan American.”
Casi setenta años después, llegó el puntillazo de esa historia: un baúl repleto de cartas y telegramas cruzados entre los amantes fue descubierto por la nieta de la Mason en Nueva York, dándole la razón al estudioso cubano.
Cirules (Nuevitas, 1938) escuchó hablar por primera vez del escritor estadounidense cuando era un mocoso de unos cinco años. Con su abuelo, navegaba los angostos canalizos de la cayería Jardines del Rey, hoy día un emporio turístico que se sirve de playas virginales y de una fauna de caballos salvajes y flamencos rosados para embobecer a turistas de todas partes. “Cuando iban a Nuevitas se hospedaban en el restorán La Colombiana, muy cerca de la taberna de Agustín el tuerto, en la zona portuaria, y también comían en el restorán El Gato Negro, en la ensenada del Guincho. Los pescadores lo sabían, los que tenían sus pesqueros en cayo Romano, en la zona de Versalles (una comarca fundada por emigrantes franceses) y también lo recordaban cuando estuvo por allí con el yate El Pilar, casi dos años, navegando y saliendo y entrando, cazando submarinos nazis, todas esas aventuras que de alguna manera se describen magistralmente en la tercera parte de Islas en el Golfo”.
En ese entorno marinero, con pescadores curtidos y aventureros sin rumbo, el nombre de Hemingway debió ser retenido como un dios bronceado. Su altar, un yate de 38 pies de eslora, con todas las comodidades, hecho a la medida de su propietario, incorporaba, para mayor desparpajo, a una ninfa ‒la irresistible Mason‒ que desnuda tomaba el sol sobre la popa del Pilar. “Había alborotado a los pescadores de la comarca”, apostilla un pícaro Cirules.
Para entonces, década del cuarenta, Hemingway ya era un mito en la Isla. Un mito no es cualquier cosa. Su construcción, afirma Cirules, no obedecía a factores literarios ‒únicamente se había publicado en 1956 una versión de El viejo y el mar, en la revista Bohemia, traducida por Lino Novás Calvo‒, sino que era resultado, casi exclusivamente, de la seductora conducta de un hombre que, con una mezcla extravagante de machismo y filantropía, “se va adueñando durante treinta años de calles, plazas, bares, cantinas, embarcaderos, pescadores, que va creando una red de conocidos, que es el Papa, el amigo de los cubanos que en el poblado de San Francisco de Paula ‒enclave de Finca Vigía‒ es un benefactor” que lo mismo consigue un médico, que reparte refrescos gratis a niños pobres.
Las pesquisas de Cirules sobre el premio Nobel de Literatura 1956, de quien tuvo la oportunidad de leer su obra literaria en los años sesenta y setenta, ya publicada por editoriales cubanas, dieron un primer saldo libresco: Hemingway en la cayería de Romano, un texto divulgado en Cuba y España, que detalla, entre otros episodios, las andanzas del novelista por un ramillete de cayos en busca de submarinos alemanes durante la Segunda Guerra Mundial.
El libro confirmó que el combate a la entrada de la bahía de Nuevitas entre un sumergible nazi y un acribillado carguero ‒El Dominó‒, tal como aparece en Islas en el Golfo, no fue una invención del escritor, sino un hecho que el propio Cirules, entonces de cinco años, recuerda todavía hoy vívidamente. La fiesta por el retorno del barco a puerto fue celebrada en la casa de unos parientes suyos.
“Montar a Hemingway en el Pilar y apertrecharlo con armas fue una operación encubierta de los servicios secretos norteamericanos para entretener al escritor”, asegura Cirules, en otra de sus tesis abrillantadas de disputa. Pero, ¿por qué había que distraer al autor de Por quién doblan las campanas, la novela sobre la guerra civil española que fue perseguida por Franco hasta en su versión hollywoodense?
A principios de los años cuarenta, luego de unas vacaciones en Camagüey, centro-este de Cuba, donde prologó la novela La gran cruzada, del alemán Gustav Regler, Hemingway recluta en La Habana a un grupo de vascos republicanos para un proyecto de espionaje: una agencia de contrainteligencia antifascista. Ejercitando la ironía, la bautizó como Crook Factory (Fábrica de Maleantes). Los informes del grupo al FBI fueron desestimados en 1943 al ser considerados irrelevantes.
Sin embargo, de acuerdo con Cirules, el escritor “empieza a investigar espacios que no se podían investigar, es decir, la relación entre el gobierno cubano de entonces ‒el habilidoso Batista está al frente del poder‒ y la mafia ítalo-norteamericana y también la gran corrupción existente en las elites de la Isla”, específicamente en el propio ejército respaldado por el Pentágono. Ese material, de extrema gravedad para el eje La Habana-Washington, alimentaba a su vez la trama de una novela de más de mil páginas, tentativamente llamada The sea book (El libro del mar), que “sería un escándalo”, según Cirules.
Un informe fechado el ocho de octubre de 1942 por el agregado legal de la embajada norteamericana en La Habana, R. G. Leddy, narra directamente al director del FBI, el sabueso Edgar Hoover, sobre “una investigación complicada con respecto a ciertos oficiales vinculados al gobierno cubano” llevada a cabo por Hemingway, quien, afirma otro informe, “se dedica a escribir un libro basado en sus experiencias en aquel trabajo”, en el que se ignora cómo serán descritos los agentes del FBI, aunque se sospecha que “serán retratados como unos tipos torpes y cortos, policías profesionales sin imaginación”, redacta Leddy.
Para la primavera de 1947, luego de su experiencia bélica en Francia junto a los maquis, The sea book estaba concluido y solo faltaba una revisión final. Sin embargo, una serie de hechos, fortuitos unos, fabricados otros, interrumpen el proceso editorial de la novela sobre la Segunda Guerra Mundial que esperaban los millones de lectores del escritor.
La enfermedad mental de su hijo Patrick detiene el trabajo de revisión. Semanas después Hemingway es acusado en primera plana por el Diario de la Marina, el más derechista de los periódicos cubanos, de implicarse en una fallida expedición desde cayo Confites ‒Oriente cubano‒ contra el dictador dominicano Leonidas Trujillo. “Lo aterrorizan”, sentencia Cirules. Hemingway huye a Europa, luego de que su propiedad fuera allanada por un pelotón del ejército, sus armas de caza incautadas y muerto a tiros uno de sus perros. “Por qué, por qué, por qué”, se pregunta una y otra vez el investigador. “Y es cuando Hemingway se repliega y escribe una novela a destiempo sobre Italia y la Primera Guerra Mundial. El viejo coronel Cowley y la condesita italiana. La crítica lo destroza”.
Pese a sufrir el desencanto de un sonado fracaso editorial con A través del río y entre los árboles, “el genio de Hemingway es tan grande” que logra contestar a su desilusión con El viejo y el mar, un relato de contexto cubano pedido por la revista Life, donde cifra su famosa tesis, ante todo autorreferencial, de que un hombre puede ser destruido, pero nunca derrotado. Volverá a los titulares. Primero con el Pulitzer, luego con el Nobel. Se niega a recibir a los periodistas norteamericanos y la medalla de oro de la academia sueca la ofrenda a la Virgen de la Caridad, patrona de Cuba, un gesto de profunda reverencia simbólica hacia el pueblo de la Isla. “Soy el primer cubano sato que recibe este importante premio”, desafía.
“La Revolución Cubana fue un terremoto que partió en dos las relaciones entre Cuba y Estados Unidos”, estima Cirules. Hemingway, a quien se le había escuchado decir “hemos ganado”, refiriéndose a la victoria popular de 1959, tuvo dos encuentros no protocolares con Fidel Castro. En uno de ellos un cordial estrechón de manos fue captado por los reporteros. Se sabe que, durante décadas, el líder cubano mantuvo en su despacho del Palacio de la Revolución una foto en la que el premio Nobel de Literatura exhibe un enorme pez espada, con la dedicatoria: “Al Dr. Fidel Castro, que clave uno como este en el pozo de Cojímar. Con la amistad de Ernest Hemingway”.
La precoz escalada de Washington contra la Revolución‒el rompimiento diplomático vino en enero de 1960‒ incluía anular a un Hemingway del lado de los revolucionarios. El embajador norteamericano en La Habana, Phil Bonsal, se encargó personalmente de persuadir al novelista de abandonar la Isla bajo la amenaza de ser considerado un traidor para Estados Unidos.
Un Hemingway psicológicamente frágil y desgastado ‒padecía trastorno bipolar‒, con una salud profanada por el abuso del alcohol y la disipada vida del aventurero y del hedonista, enfrentó no sin angustia uno de los últimos dilemas de su vida de sesenta años: quedarse o irse de Cuba. Si lo primero, sería crucificado como un renegado en su país de origen, “y perdería todo lo había conquistado durante décadas, incluida su imagen dominante dentro de las letras norteamericanas”. Si lo segundo, decepcionaría a miles de cubanos que lo idolatraban como un héroe mitológico.
Se marchó definitivamente el 25 de julio de 1960, pero guardó un silencio decente sobre Cuba. Casi una década después de su suicidio en su rancho de Ketchum ‒dos de julio de 1961‒, los editores finalmente publicaron una versión purgada de El libro del mar, bajo el título de Islas en el Golfo. Faltaban casi cuatrocientas páginas del original. “No todo lo comprometedor de los textos de The sea book pudo ser castrado. Es una novela macho, a la que los censores resultó muy difícil suprimir toda la ácida y fina ironía en ese formidable iceberg que construyó”, abrevia Cirules.
Todas estas ideas están desmenuzadas por capítulos en el libro Hemingway, ese desconocido, mención en el concurso Casa de las Américas 2013 y que probablemente será publicado en 2014 por la editorial Letras Cubanas. Son más de trescientas páginas reunidas en un par de tomos que su autor, Enrique Cirules, concibió como un homenaje a “uno de los más grandes e influyentes escritores del siglo xx”.
La génesis de las investigaciones data de 1999. Una conferencia en Boston por el centenario del escritor, que alistó a cuatro premios Nobel, desmontó el mito Hemingway, tildándolo de misógino, racista y hasta de mal literato. Incluso su hijo Patrick sacó a relucir que su padre padecía de almorranas. Enrique Cirules tomó aquello como un escarnio. “Me estremecí de indignación”, recuerda. Su respuesta ha sido este libro, luego de trece años de pesquisas, del que adelanta será “muy polémico”, pero de “apertura” para continuar “abordando no al Hemingway clásico, turístico, sino a un Hemingway más profundo, más verdadero, al que habrá que visitar una y otra vez si queremos descubrir el sentido de toda una época.”

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