Matías Bosch
1 de agosto 2013
La semilla que entregáramos a la conciencia digna de los chilenos no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La Historia es nuestra y la hacen los pueblos (...) De nuevo superarán otros hombres este momento gris y amargo (…) Mucho más temprano que tarde de nuevo abrirán las grande alamedas…
Salvador Allende, 11-9-73
Porque esta vez no se trata de cambiar a un Presidente; será el pueblo quien construya
un Chile bien diferente
Himno de la Unidad Popular
¿Cómo olvidar al Gael García Bernal de “Amores perros” y “Diario de Motocicleta”? Sus papeles nos han metido en reflexiones y emociones poderosas sobre la intimidad de una generación incitada a sumergirse en el nihilismo. Por igual, es imborrable aquella escena del Ché jovencito, cruzando a nado el río para ir a estar con los oprimidos, los negados, los nadie, enfermos de lepra.
Así que, incitado por su participación, alquilé la película “NO”, también por la emoción de ver a Santiago de Chile, campo de tantas batallas y derrotas; ver la ambientación de la épica subsistencia en aquel país con media población pasando hambre; el empezar a abrirse las puertas del retorno para personas que, como mi madre, tenían estampada la famosa “L” del destierro en el pasaporte.
Pero Gael García está demasiado grande en la carátula del dividí. Sus ojos que seducen a multitudes de mujeres y su rostro de “ni-ni”, del muy chileno-noveintaytantos “no estoy ni ahí”, me empezó provocando la desazón. Y, luego, esa consigna tan joliwud, tan yanqui, tan simplona “NO”: la campaña electoral que provocó una revolución”. Así, con la frivolidad con que Mario Vargas Llosa nos quiso convencer de que la sonrisa de Obama y su “Yes We Can” harían la revolución en EE.UU. (con votos, no con tiros como los primates latinos).
De manera que ahí, en primera plana, está ya presente el “relato” (palabra tan cara a los especialistas en personal-branding y campañas electoreras) de la “transición” chilena: es un proceso “revolucionario”, y el plesbicito –los votos- el arma con que se hizo esa revolución “sin disparar un tiro”.
Lo que sigue siendo negado es que la gran diferencia entre una “revolución” y la “transición a la democracia” Made in Latin-America radica, precisamente, en lo que Allende plantea: la Historia ha de ser nuestra y la hacen los pueblos, es decir una clase social o conjunto de clases, las oprimidas y explotadas, disputan el poder para transformar radicalmente (de raíz) las estructuras sociales. La transición es exactamente lo opuesto: la mercantilización e instrumentalización de lo electoral (y en general de la democracia procedimental burguesa) como mecanismo de “cambio” adaptativo de lo heredado (sólo posible después de la pacificación violenta y fascista de las contradicciones).
La transición ha sido la alternancia sin alternativas, el cambio de “autoridades” siempre que siga intacto lo fundamental, lo imprescindible para que el modelo de acumulación y concentración del poder (material, espiritual, cultural) siga favoreciendo a la clase dominante-explotadora.
Hay una serie de escenas claves, concatenadas en la película, que plasman el “relato” de la versión oficial: 1) La situación política se sintetiza en salir o no del dictador, 2) lo que va a ser determinante es el mensaje de la campaña televisiva, 3) hay un joven con “talento” que podrá dar la clave para que la campaña “pegue”: el mensaje tiene que ser “de alegría”. Esto suscita el conflicto entre varios dirigentes políticos que sugieren que Pinochet no se va a ir de ninguna manera y que la campaña tiene que centrarse en denunciar sus atrocidades. Un dirigente, que aparece una sola vez, estalla iracundo diciendo (más o menos): “¿Esta es la mierda que vamos a presentar? ¿Una campaña de Coca Cola? ¡Váyanse a la concha de su madre!”. Y se larga.
El dilema, tal y como es planteado, sería el siguiente: unos quieren hacer la campaña desde el dolor, mientras otros –este joven hijo de exiliados y “talentoso”- creen que debe hacerse desde la alegría. Así, esto sería estrictamente un asunto técnico, de especialistas, de “relato”, de “marca”, no hay trasfondo ni contexto político. Hay “sentimientos” e “instintos” como rabia, ira, sufrimiento, entusiasmo.
Soy de los que piensa que eso es una mistificación, un falseamiento simplificador y acomodado de la realidad. Que el plebiscito del “NO” llegara a ser trascendente, que se convirtiera en cosa de “expertos” y que no se pudiera dar una discusión profunda y aguda de qué hacer, tiene una explicación histórica y política, sin la cual todo queda reducido a una caricatura, a un cuento yanqui de buenos y malos.
En esa explicación histórica y política juega un rol central el entender qué es y qué produce una tiranía fascista. Sus orígenes no son -como se trata de delinear en el filme- la “intolerancia”. Una tiranía fascista existe para restaurar, garantizar y radicalizar unas relaciones de propiedad, un orden de clases y por tanto un modelo de acumulación y de explotación. Todo eso es lo que estaba en juego con el gobierno de Allende y más allá, con la irrupción popular revolucionaria en fábricas, poblaciones, campamentos, campos y centros educativos: la disputa del poder político, social y económico.
¿Cómo logra una tiranía su propósito? Por varias vías: 1) El exterminio y expulsión del sector dirigente de esa irrupción revolucionaria, incluyendo la intelectualidad orgánica que articula el “nivel de conciencia de las masas” con las estrategias organizativas de los partidos; 2) El terror que neutraliza a los sectores no dirigentes y periféricos de la irrupción revolucionaria; 3) Relacionado con lo anterior, generando un terreno libre para consolidar la hegemonía, es decir el consenso activo por parte de los subalternos a través de la propaganda, el discurso, la información, la acción cultural, los medios de comunicación, y 4) Derivado de lo antes dicho, el aislamiento que se produce entre los sectores o grupos remanentes con desarrollo político revolucionario y la realidad (incluyendo las ideas y sentires) de las mayorías, que pasan a manifestarse en tres tipos de comportamiento: desesperanza y frustración; testimonialismo moral y/o resistencia “ultrista”; transfuguismo y cooptación.
En ese sentido, si bien Allende tiene razón cuando dijo en su último discurso “La semilla que entregáramos a la conciencia digna de los chilenos no podrá ser segada definitivamente”, sí se vio que se pueden detener los procesos sociales “con el crimen y con la fuerza”. Los procesos no se construyen solos: deben haber actores y una mínima capacidad de vincularse –objetiva y subjetivamente- entre ellos. Han tenido que pasar prácticamente cuarenta años para que en Chile puede articularse, de nuevo, una mirada política de izquierdas capaz de interpelar el orden impuesto y de convocar, seducir, persuadir de algún modo a las masas.
Los tres comportamientos antes mencionados se pueden verificar claramente en Chile a partir de 1983-1985: luego de masacrado o expulsado todo el liderazgo revolucionario, exterminado cualquier foco de resistencia, neutralizada la población con el terror, y afincándose una ideología del “éxito”, hay el logro mayor de la tiranía: no hay capacidad ya de hacer política de izquierda popular, en el sentido de Foucault: articular de manera coherente de las relaciones de fuerza que hay en una sociedad. Ya muy pocos saben cuáles son las relaciones de fuerza y dónde están, hay desorientación total en un país que casi desconocen por el simple hecho de estar en la clandestinidad; casi nadie puede articularlas, pues están muertos o aterrorizados; y hay algunos que, poco a poco, literalmente, se venden.
Eso es, para este servidor, lo que se expresa la reacción del señor que se va del auditorio gritando maldiciones. No puede expresar algo que más bien está asentado en su intuición, no está en capacidad de canalizar su desajuste. El director del filme lo muestra como un incapacitado de ver más allá del dolor. El mensaje “inteligente” parece ser: “esto es una campaña electoral, y eso tiene sus propias reglas”.
Lo que en verdad está brotando de ese dirigente es indignación: no puede politizar la realidad, no puede estructurar con sólo dolor una mirada política, menos plantear una salida y mucho menos proponer algo “tácticamente correcto” de cara a la elección. Pero pre-siente, re-siente (y no puede decodificar) que la política anterior, la lucha revolucionaria (lucha de los oprimidos por el poder) ha devenido en nada, que todo se centra en la disputa electoral en los términos que la hegemonía burguesa-fascista está determinando. Es un “experto” en marketing junto a otros “expertos” en sociología los que definen lo que hay que hacer, en una lucha contra “un dictador” que no nos deja “ser libres” y nos tiene “tristes”. La lucha por la hegemonía popular ha sido cancelada.
Claro está: Una campaña no disputa hegemonía, actúa en su contexto. Lo perverso está en ocultar que la madre de todas las batallas es contra esa hegemonía de la clase dominante, y que quienes lo han tenido claro están muertos o están siendo anulados por un sector con más poder de decisión, que logra presentar lo electoral como el fin, reducir a problemas de marketing las contradicciones de fondo y no asumir las votaciones como UN medio más en la lucha popular (acumulación de fuerzas, elevación de la conciencia y construcción de nuevas mayorías). De decir que la lucha armada no tiene sentido, a quitarle el sentido a toda lucha transformadora hay un enorme trecho.
Lo que estamos diciendo, señores y señoras (incluyendo al director Pablo Larraín), es que el “NO” no es UN hecho, no cayó del cielo, no fue mera decisión del tirano, ni del dirigente atrevido que va a buscar al joven-especialista-exiliado que anda en patineta. La más dura de las verdades -que de reconocerse no permitiría hacer películas tan tipo “Superman” como “NO”- es que Pinochet no necesitaba quedarse, salvo por las torpezas de un sector acomodado del gobierno. Todo, lo fundamental del modelo, estaba negociado (la palabra mágica: hegemonía). Esto hoy es evidente en una multiplicidad de estudios y datos sencillos (http://www.elmostrador.cl/opinion/2013/07/31/chile-el-pais-del-dato-freak/ )
Ese fue un proceso político con MUCHOS elementos en juego: luego del exterminio de las alternativas y el terror, fueron los sectores golpistas, asimilados y de derecha de esa supuesta “oposición” quienes tomaron control de las decisiones…junto a los que vieron que era más interesante llegar a ser Presidentes, ministros o senadores que hacer la revolución. Es no tener conciencia de eso, y causa asco, poner a actuar en el filme como “testigos” al intelectual de la rendición Eugenio Tironi, y al golpista cobarde y traidor Patricio Aylwin, posterior presidente 1990-1994, que en 1973 apoyaba un golpe pues cría que recibirían la dirección del gobierno en bandeja de oro.
El papel más asquerosamente y a la vez perfecto, estratégico, lo jugaría después el señor Ricardo Lagos: aquel que señaló con el dedo a Pinochet en televisión; el que escribió en “Nueva Sociedad” un artículo donde planteaba que la “renovación socialista” tenía que insistir en la genuina “democratización económica y social” de Chile (http://www.nuso.org/upload/articulos/1765_1.pdf) ; aquel que en 1999 se tiró a Presidente con el lema “Crecer con igualdad” para terminar ofreciendo el light “Chile mucho mejor”. El nominado por Allende para ser Embajador en la URSS y que en 2002 legitimó el golpe de Estado en Venezuela. El mismo que hoy gana plata dando charlas sobre democracia en las universidades de Estados Unidos. El Felipe González de Chile, maquillador de la Constitución pinochetista en 2005.
Chile se volvió en modelo de democracia de los pactos y en reconciliación de la renuncia y aceptación. La película “NO” insiste en ese mito. El modelo se palpa hoy con escalofriante desparpajo. Las dos principales candidatas a la Presidencia son Michelle Bachelet, un producto del marketing político que promueve una nueva mayoría que nadie ha construido (mucho menos ella, viviendo en Nueva York) y que espontáneamente surgirá de una jornada electoral… Bachelet es hija del gran general aviador, constitucionalista, asesinado en prisión por los golpistas; y la otra es Evelyn Matthei, fascista recalcitrante, rubia también y sonriente, “sencilla” y “cercana”, hija a su vez del general que comandó el bombardeo de La Moneda el 11 de septiembre de 1973. El marketing, de nuevo, hará su trabajo, y en vez de confiar en la “unidad popular” (la fuerza colectiva), la sociedad tendrá que volver a creer en el mito de la democracia representativa burguesa: el “lema”, la “candidata”, el “equipo” de gobierno son figuras mitológicas donde depositar la solución vertical y administrativa de nuestros problemas cotidianos –que se deben a “políticas públicas” y nunca a LA POLITICA- o seguir esperando por la feliz eternidad de los pobres en el Cielo.
Hoy la prensa internacional informa de la aparición de nuevas evidencias de los métodos que usó la tiranía fascista en Chile para exterminar revolucionarios. Son rieles de tren utilizados para garantizar, sujetándolos, que los cuerpos lanzados al mar no volverían a aparecer, hundidos en las profundidades. Al menos cuarenta vuelos de lanzamiento al mar fueron efectuados. ¿Es ello un “accidente”, el “exceso” de un dictador, o no es acaso el arado para el terreno donde Bachelet y Matthei pueden jugar a redentoras acudiendo a magia publicitaria y la ideología de la derrota?
Hay que re-politizar la mirada de la sociedad, incluyendo pasado y presente, para prefigurar un futuro alternativo. Eso es vital porque, como dice Allende en sus últimas palabras (y se ha distorsionado en muchas versiones escritas), las alamedas no “se” abrirán sino que hay que abrirlas; los seres humanos, liberándose y organizándose, son quienes empujan las puertas de la Historia.
Afortunadamente América Latina da, al mundo, otra lección esperanzadora: las elecciones, la movilización de votos, puede ser perfectamente UNA muy eficiente instancia para elevar niveles de conciencia y avanzar en la disputa del poder de los explotados y oprimidos de la tierra. Ecuador, Bolivia, Venezuela, Honduras, así lo demuestran, teniendo claro, siempre, que no serán las elecciones y mucho menos las campañas el momento revolucionario (lo que no significa que tenga que ser contra-revolucionario).
Así NO nos cuenten la historia. La revolución la construyen las mayorías, la fuerza colectiva, desarrollando conciencia en el mismo acto de organizarse, acumulando poder y transformando desde abajo su realidad. La revolución NO la hacen los dirigentes. Hay que recuperar para Chile y todos los países vendidos en “transiciones” estafadoras (Rep. Dominicana, Perú, España, Grecia, etc.), que lo que está pendiente NO es quitar a uno para poner a otro, sino la revolución patriótica, integracionista, ciudadana y popular. Que como decía el himno, “no se trata de cambiar a un Presidente; será el pueblo quien construya un país bien diferente”.
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