Nyliam Vázquez García
Juventud Rebelde
«¿Tío, cuándo tú vas a venir a visitarme?», pregunta Sofía pegada al teléfono. Mientras Fernando González Llort le da una respuesta a su sobrina-nieta de casi cuatro años, ella suspira e insiste: «¡Es que yo tengo unas ganas que tú vengas…!». Seguro él la calma y le dice que «Pronto» y la hace soñar con ese abrazo que por fin los juntará a todos. Sofía presta atención y se queda quieta hasta la próxima vez que pueda escuchar la voz de una de las personas más importantes de su familia, pero a quien no ha podido llenar de besos, ni ponerlo a jugar a las muñecas, ni contarle con detalles todo lo que hace su hermanita Isabella con casi dos meses.
Todavía la niña no puede entender de injusticias, tampoco si fuera mayor podría comprender el sinsentido de que Fernando, al igual que sus hermanos, lleve 15 años en una prisión estadounidense, precisamente por salvar la vida de miles de personas inocentes. Ella solo quiere que venga, y así, tal vez repetir la historia de Laura, su mamá, quien tantas travesuras le hizo a su tío; cuando él partió era una niña, y ya es madre por segunda vez.
Sin embargo, este domingo, si el teléfono suena, si los minutos alcanzan y si el auricular llega a sus manitas, Sofía seguro no hará la pregunta de siempre. Esta vez es fácil imaginar que lo primero que le suelte sea un sonoro: «¡Felicidades!», con esa voz suya que derrite corazones y que tendrá que viajar muchos kilómetros hasta acariciar el oído de ese hombre, ahora tras las rejas de la cárcel de Safford, Arizona.
Fernando, el hijo de Magali, hermano menor de Marta y Lourdes, el tío de Laura, el esposo de Rosa Aurora, el tío-abuelo de Sofía e Isabella cumple hoy 50 años. Como cada domingo, la familia estará pendiente del timbre que lo anuncie, que lo acerca, y tratará de no pensar en que no está, sino en hacerlo sentir en Cuba, en su tierra, donde debiera estar festejando.
El teléfono irá de mano en mano, cada quien con sus ganas contenidas, con sus anécdotas, con su lista particular de recados, y el tiempo pasando, y «ahora me toca a mí», recordará alguien con una carcajada ansiosa, siempre pasa… Seguro no faltarán las felicitaciones de sus hermanos de causa —a los Cinco nunca les han permitido comunicarse entre ellos y por eso los ubicaron en prisiones bien distantes—. Quizá Rosa Aurora le cuente del cumpleaños de René y de todo su esfuerzo por cuidarse para cuando él pueda rodearla con sus brazos. Seguro hablarán de tantos actos de amor y solidaridad en el mundo entero para que ellos sean puestos en libertad y para brindar por él. Fernando quizá les cuente de sus últimas lecturas, de cómo pasa el día en que llega a medio siglo de vida en una prisión que no merece, pero sin la más mínima queja, sin una pizca de odio.
Tal vez a alguien se le escape algún sollozo, porque las marcas de la separación forzosa están en la piel de las familias, más allá de ese intento diario por estar a la altura de esos hombres. Fernando, lo mismo que Ramón, tenían 35 años aquel 12 de septiembre de 1998, cuando los agentes del FBI los detuvieron… ya han cumplido 50 tras las rejas.
Sin embargo, cada quien secará las lágrimas que hayan burlado el dique de contención, y seguirá el hilo de una conversación que dura poco y que habrá que aprovechar.
En el año 2001 desde la temible, pero ya conocida celda de castigo (el hueco), Fernando escribió a su hermana Lourdes: «… No te preocupes que aquí yo seguiré en esta batalla que se está librando, manteniendo mi tranquilidad, mi optimismo y mi seguridad en la victoria que siempre ha pertenecido a los buenos». Después de tantos años no ha cambiado esa actitud ante la vida, ante la circunstancia terrible de la injusticia. Fernando es un hombre bueno, como Gerardo, Antonio, Ramón y René.
No habrá justicia para él cuando en febrero de 2014 cumpla íntegramente la condena impuesta, como no la hubo para René, quien vivió, según el veredicto, hasta el último día en prisión. Después de todo no han logrado arrebatarle a Fernando la serenidad de su naturaleza, siempre más preocupado por Gerardo o por el resto de sus compañeros que por su propia suerte. Ni aun así podrán evitar que el día que cumple 50 años, Fernando González Llort viva la alegría de saberse querido, respetado, admirado por los cubanos, que sienta los mimos de su familia, aunque sea por teléfono, ni aun así podrán evitar que una niña de casi cuatro años, con la transparencia de su edad, con esa chispa tan propia, le suelte ese sonoro «¡Felicidades, tío!». La voz de la pequeña Sofía será la de todos.
El peligroso ejemplo de Cuba
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