Ángel Guerra Cabrera
La ofensiva imperial-oligárquica contra el presidente de Venezuela Nicolás Maduro se ha recrudecido desde que resultara electo en abril. Maduro frenó en seco la ola de acciones terroristas instigadas la misma noche de su derrota electoral por el sinvergüenza de Capriles Radonsky y el intento de lanzar a sus seguidores a un choque sangriento de calle con el chavismo. Su acertado desempeño en esas horas cimentó la unidad, combatividad y prudencia mostrados por el chavismo ante el aventurerismo opositor. El rápido reconocimiento de su victoria por la Unasur, la Celac, el Mercosur, el Movimiento de Países No Alineados y por todos los gobiernos con la excepción de Estados Unidos e Israel, hicieron fracasar nacional e internacionalmente los intentos de deslegitimarla. Washington, por eso, decidió pasar a otra fase de su rumbo golpista. Intensificó hasta niveles demenciales la campaña mediática para desacreditar la capacidad de liderazgo del presidente venezolano. Como parte de ella, la contrarrevolución, aliada a algunas de las grandes empresas privadas redoblaron las criminales acciones que venían llevando a cabo desde semanas antes de las elecciones para crear el desabastecimiento de productos esenciales y provocar las compras “de pánico”.
Una vez más esa cueva antidemocrática y contrarrevolucionaria que es CNN en español, sus monopólicas homólogas en el continente, los diarios de la Sociedad Interamericana de Prensa y los españoles El País y El Mundo mintieron, calumniaron, emponzoñaron, en fin, sus audiencias contra la Revolución bolivariana y su nuevo líder. Venezuela era, según ellos, un país sumido en el caos y la ingobernabilidad. Y es que la apuesta de Washington y de la oposición contrarrevolucionaria a que la muy sensible desaparición del comandante Chávez significaba la división del chavismo y el fin de la revolución bolivariana se hizo añicos contra la realidad. Chocó con un chavismo cohesionado, profundamente antimperialista y revolucionario, muy consciente de la peligrosísima situación política que intentaban crear el imperialismo y las fuerzas reaccionarias del mundo aferrándose al relativamente corto margen de la victoria de Maduro y las infundadas acusaciones de fraude electoral. El margen era suficiente (cerca de un cuarto de millón de sufragios) para considerarlo sólido en cualquiera de las así llamadas democracias consolidadas pero lejos de los que consiguieron los bolivarianos en tantas consultas bajo el liderazgo de Chávez. Eso sí, totalmente confiable en un sistema electoral considerado por el ex presidente James Carter como el mejor del mundo y muy superior al de Estados Unidos.
Chocó, además, con la exitosa gestión de Maduro en sus primeros 100 días de gobierno. Se ha normalizado el abasto de productos de primera necesidad, el “gobierno de calle” ha fortalecido la confianza del pueblo en la dirección revolucionaria al mostrar su interés por dar solución expedita y eficiente a los problemas de la población, comienza a percibirse el abatimiento de la inseguridad y, muy importante, fue muy bien acogida dentro y fuera de la fuerza armada la forma en que el presidente instrumentó el relevo reglamentario de los altos mandos militares.
Con el paso de los meses Maduro ha logrado perfilar y posicionar exitosamente su imagen propia al frente de Venezuela y su liderazgo a escala latinoamericana e internacional. Una verdadera proeza en tan corto tiempo de quien se vio forzado a ocupar nada menos que el lugar de uno de los más grandes líderes revolucionarios y conductores de masas de la historia de Nuestra América.
Para Washington es una verdadera pesadilla el frente de países independientes y solidarios al sur del río Bravo cuyo arquitecto principal fue Hugo Chávez desde su llegada a la presidencia de Venezuela (1998) y del cual el país andino-caribeño continúa siendo un trascedente pilar bajo el liderazgo de Maduro. Con la desangelada Alianza del Pacífico (México, Colombia, Perú y Chile) no ha conseguido dividirlos.
Ello y el hecho de ser Venezuela la nación con las más grandes reservas de petróleo en el mundo explican la furia imperial y oligárquica contra Maduro hasta llegar al reciente intento de magnicidio descubierto por la inteligencia venezolana. Washington no puede estar ajeno a una aventura que ha juntado a algunos de sus mejores amigos: Uribe, el multiasesino Posada Carriles junto a otros terroristas de Miami y el golpista Micheletti.
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