Tomado de La Calle del Medio 17.
De tan sólo colocar la palabra compañero en el título de este artículo, cierto lector dirá: «Ya este escritor viene con el tema de la política». Y por qué, si la palabra compañero –que aparece cuarenta y tres veces en el Quijote, y setenta y siete en la Biblia– proviene de una lengua tan antigua como el latín, donde la unión de cum y panis significa comer solidariamente del mismo pan.
Pero es que ya son dos las palabras sospechosas: compañero y solidaridad –con cierto retintín argumentaría el mismo lector– y, sin embargo, no es culpa mía que estas fueran las dos primeras acciones que distanciaron al hombre de los animales. Quizá hoy no podamos determinar con qué gruñido neandertal se decía la palabra compañero; pero sí que el sentido de ese término –compartir el alimento– no sólo expresaba la intención de no comerse al semejante, sino también el valor de la cooperación generosa.
Porque hemos visto cómo los cerdos comen del mismo cajón; y los leones de la misma gacela muerta, pero nunca ningún cerdo o león corren a llevarle una porción de comida al enfermo, ni tampoco ceden la mejor posta al más débil. Hasta de las perras –cuya maternidad es proverbial– se conoce que llegan a devorar a sus propios cachorros recién nacidos.
El ritual de la mesa, tal como lo conocemos hoy, es de invención espartana. Fue el legislador Licurgo quien dispuso que todos debían sentarse alrededor de una mesa para compartir el pan, una medida que de inmediato contó con la aprobación de muchos; salvo de algunos ricos, que cegados por la ira llegaron al extremo de saltarle un ojo a Licurgo. Desde entonces la palabra señor se opone a la palabra compañero. Señor es el dueño del pan, y en todo caso lo vende, no lo comparte.
Naturalmente, los espartanos no usaban la palabra cum-panis para nombrar sus banquetes, sino fidicia, lo cual viene a significar «oficina de amistad y concordia», lo mismo que hoy la palabra compañero. Fidicia en realidad tenía raíz en la palabra filia, es decir, afición o amor a algo, pero según cuenta el historiador Plutarco, ellos ponían la «d» en lugar de «l» porque acostumbraban a la moderación y al ahorro.
También de la palabra compañero deriva compañones, es decir, testículos. Los testículos comparten el pan; en muchos países la palabra pan también define al órgano sexual de la mujer; en Cuba usamos la que nombra al panecillo redondo.
Asimismo estos comparten la filia –el amor–; mientras la tradición también les asigna el cometido de acompañarse en la valentía. Por eso testículo es sinónimo de testigo, y de esta última surge la palabra testimonio. Ya vimos que los señores espartanos sacaran un ojo a Licurgo con tal de no compartir su pan, pero la palabra testimonio significa brindar desde ojos fieles el pan de la verdad. Apuntemos que testigo, en griego, se dice mártir (martyr), y eso es porque se necesita mucha valentía para ser fiel, para ser siempre veraz.
Y de filia igualmente proviene fidelidad; una palabra cuyas dos primeras acepciones son, según el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE): 1) Que guarda fe, o es constante en sus afectos, en el cumplimiento de sus obligaciones y no defrauda la confianza depositada en él; y 2) Exacto, conforme a la verdad.
También cuenta Plutarco que la costumbre de compartir la mesa la tomaron los espartanos de los cretenses. En Creta, a los banquetes no se les llamaba fidicia, sino andria, o sea, hombre. Esto nos hace volver al neandertal: se empieza a ser hombre cuando se comparte solidariamente con el semejante, y quizá por eso la palabra griega con que se define la raza es filon –otro derivado de filia–, lo cual en latín terminó siendo filius: hijo. Esta derivación es muy lógica, en tanto solemos ser mártires en la defensa de nuestros hijos. Ellos son el testimonio de nuestro amor y de nuestra raza; también son nuestro cum-panis.
Por eso a veces me pregunto por qué a Jesucristo le dicen Señor, y no Compañero. El antónimo de compañerismo es individualismo; el ególatra enceguece, saca ojos si tiene que sacarlos; pero Jesucristo –ya sea el Dios o el histórico, según el credo de cada cual– simboliza iluminación y el que da vista a los ciegos. ¿Y acaso no enseñó a compartir el pan?, ¿y dijo que primero pasaría un camello por el hueco de una aguja antes que un rico al Reino de los Cielos? ¿Y quién, si no, fue mártir por brindar testimonio de la fe? Y se llamó a sí mismo Hijo del Hombre.
Pero es que ya son dos las palabras sospechosas: compañero y solidaridad –con cierto retintín argumentaría el mismo lector– y, sin embargo, no es culpa mía que estas fueran las dos primeras acciones que distanciaron al hombre de los animales. Quizá hoy no podamos determinar con qué gruñido neandertal se decía la palabra compañero; pero sí que el sentido de ese término –compartir el alimento– no sólo expresaba la intención de no comerse al semejante, sino también el valor de la cooperación generosa.
Porque hemos visto cómo los cerdos comen del mismo cajón; y los leones de la misma gacela muerta, pero nunca ningún cerdo o león corren a llevarle una porción de comida al enfermo, ni tampoco ceden la mejor posta al más débil. Hasta de las perras –cuya maternidad es proverbial– se conoce que llegan a devorar a sus propios cachorros recién nacidos.
El ritual de la mesa, tal como lo conocemos hoy, es de invención espartana. Fue el legislador Licurgo quien dispuso que todos debían sentarse alrededor de una mesa para compartir el pan, una medida que de inmediato contó con la aprobación de muchos; salvo de algunos ricos, que cegados por la ira llegaron al extremo de saltarle un ojo a Licurgo. Desde entonces la palabra señor se opone a la palabra compañero. Señor es el dueño del pan, y en todo caso lo vende, no lo comparte.
Naturalmente, los espartanos no usaban la palabra cum-panis para nombrar sus banquetes, sino fidicia, lo cual viene a significar «oficina de amistad y concordia», lo mismo que hoy la palabra compañero. Fidicia en realidad tenía raíz en la palabra filia, es decir, afición o amor a algo, pero según cuenta el historiador Plutarco, ellos ponían la «d» en lugar de «l» porque acostumbraban a la moderación y al ahorro.
También de la palabra compañero deriva compañones, es decir, testículos. Los testículos comparten el pan; en muchos países la palabra pan también define al órgano sexual de la mujer; en Cuba usamos la que nombra al panecillo redondo.
Asimismo estos comparten la filia –el amor–; mientras la tradición también les asigna el cometido de acompañarse en la valentía. Por eso testículo es sinónimo de testigo, y de esta última surge la palabra testimonio. Ya vimos que los señores espartanos sacaran un ojo a Licurgo con tal de no compartir su pan, pero la palabra testimonio significa brindar desde ojos fieles el pan de la verdad. Apuntemos que testigo, en griego, se dice mártir (martyr), y eso es porque se necesita mucha valentía para ser fiel, para ser siempre veraz.
Y de filia igualmente proviene fidelidad; una palabra cuyas dos primeras acepciones son, según el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE): 1) Que guarda fe, o es constante en sus afectos, en el cumplimiento de sus obligaciones y no defrauda la confianza depositada en él; y 2) Exacto, conforme a la verdad.
También cuenta Plutarco que la costumbre de compartir la mesa la tomaron los espartanos de los cretenses. En Creta, a los banquetes no se les llamaba fidicia, sino andria, o sea, hombre. Esto nos hace volver al neandertal: se empieza a ser hombre cuando se comparte solidariamente con el semejante, y quizá por eso la palabra griega con que se define la raza es filon –otro derivado de filia–, lo cual en latín terminó siendo filius: hijo. Esta derivación es muy lógica, en tanto solemos ser mártires en la defensa de nuestros hijos. Ellos son el testimonio de nuestro amor y de nuestra raza; también son nuestro cum-panis.
Por eso a veces me pregunto por qué a Jesucristo le dicen Señor, y no Compañero. El antónimo de compañerismo es individualismo; el ególatra enceguece, saca ojos si tiene que sacarlos; pero Jesucristo –ya sea el Dios o el histórico, según el credo de cada cual– simboliza iluminación y el que da vista a los ciegos. ¿Y acaso no enseñó a compartir el pan?, ¿y dijo que primero pasaría un camello por el hueco de una aguja antes que un rico al Reino de los Cielos? ¿Y quién, si no, fue mártir por brindar testimonio de la fe? Y se llamó a sí mismo Hijo del Hombre.
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