En La Calle del Medio No. 18 se abre un debate sobre el deporte y el béisbol revolucionario cubano. Participe.
Tres notas sobre profesionalismo y amateurismo.
Enrique Ubieta Gómez.
A veces soslayamos el esclarecimiento (y debate) de temas que parecen prescindibles, o descartados por la propia vida, sin reparar en que “la mala hierba” crece sola, sin abono; y que hay abonos que llegan traídos por vientos foráneos. Frente a recientes descalabros deportivos y tras ellos, una maquinaria mediática –que se ceba en ofertas para la deserción de los atletas cubanos y en anuncios triunfalistas sobre la superioridad del profesionalismo--, intenta aniquilar el sistema revolucionario que ha llevado a nuestro país de solo 11 millones de habitantes y limitados recursos, a la condición de potencia mundial deportiva. Propongo en estas notas un acercamiento cultural, más que deportivo, al tema del profesionalismo y sus implicaciones.
1. Es frecuente en nuestros diálogos sobre diferentes aspectos de la vida social, una exigencia que nace más del cansancio que de la lucidez: la no politización de los temas. Y es una exigencia que actúa exclusivamente en detrimento del socialismo. ¿Por qué? Porque el capitalismo nunca «politiza» nada: el capitalismo basa su fuerza persuasiva en el poder de las imágenes y de los sueños. Y el mercado se encarga de regenerarlos con sus ofertas. Nada es política en el capitalismo, lo que significa decir que todo lo es. La imagen del «triunfador» no se desgasta en explicaciones sobre su talento o sus aportes sociales: es una Barbie o un Kent (el equivalente masculino de la famosa muñeca) o una Bratz, al volante de un auto deportivo del año, o en la piscina de su mansión; es el recordatorio de lo que el exitoso «vale» en cifras de dinero y de objetos de consumo, con independencia y a veces en oposición a su valor social. El socialismo no puede prescindir de las explicaciones y de la multiplicación de los emisores de explicaciones, muchos de los cuales son simples repetidores que convierten en teque razonamientos originalmente hondos y necesarios. La imagen del Duque Hernández como «triunfador» de aquel sistema –contrato millonario, casa, carro, etc.–, es política. Es la más política de todas las imágenes posibles: la que muestra «el camino» a seguir, la que reproduce el mito de Cenicienta. Dondequiera que la política se invisibiliza, el mercado se hace visible y la representa.
2. La única manera de no politizar el deporte –precisamente por su carácter de espectáculo cultural–, es no mercantilizándolo. No quiere decir que el deportista no reciba en el socialismo beneficios materiales que se correspondan con su aporte social –ya conocemos la máxima socialista: de cada quien según su capacidad, a cada quien según su trabajo–, y con las especificidades de vivir en una sociedad diferente. Un pelotero cubano es profesional si se reduce la interpretación del concepto al hecho indiscutible de que se dedica de forma exclusiva al ejercicio de su deporte y que lo que recibe como sustento no tiene otra fuente que la de su vida deportiva, llámese a ello licencia deportiva o salario. Pero un pelotero cubano no es profesional en el sentido de que gane según un mercado que lo obligue a supeditar su mejor desempeño a los momentos y lugares mejor cotizados. No juega, entre otros ejemplos, en estadios que cobran para sus mejores asientos hasta 2 500 dólares (el asiento se compra para toda la temporada), como el nuevo de los Yanquis de Nueva York; tampoco los 495 dólares que cobran los Mets, más moderados, en el suyo. La única manera de no politizar el deporte en una dirección capitalista, es preservándolo como espectáculo cultural (popular); es no hacer del dinero el motor impulsor del esfuerzo. Para ello es imprescindible que lo que en el socialismo se llama –y casi nunca se aplica–, «atención al hombre», adquiera una dimensión auténtica.
3. Un país como el nuestro puede construir un sistema deportivo verdaderamente nacional y masivo, pero no puede, ni quiere, ni necesita –porque es opuesto a su modelo social– sostener un sistema profesional con «salarios» millonarios. Pero la propuesta es todavía más complicada. Porque a diferencia de otros deportes –el fútbol o el voleibol, por ejemplo–, Estados Unidos (la más agresiva y a la vez cercana potencia) es la meca del béisbol profesional. Abrir la libre contratación de nuestros peloteros en Estados Unidos –el país que nos bloquea comercialmente–, no sólo convertiría la Serie Nacional en una de sus Ligas de Desarrollo, en rehén de las Grandes Ligas, como son actualmente la venezolana, la dominicana, la puertorriqueña, la mexicana, etc., etc., sino que revertiría los principios del modelo social que Cuba se esfuerza en construir a contracorriente. Porque lo que se dirime aquí trasciende lo meramente deportivo: ¿es imposible el desarrollo de un sistema deportivo de excelencia que no se mueva sobre los rieles del mercado?; ¿eran falsos los éxitos del deporte revolucionario cubano?; ¿es posible una sociedad que sustente su desarrollo sobre presupuestos solidarios y mercantiles sí, pero no mercantilistas? El reto que tiene ante sí el béisbol cubano es aprender de sus derrotas y de sus contrarios. Revolucionar sus concepciones de entrenamiento, por un lado, y retomar viejas prácticas abandonadas por el otro. Topar lo más posible con todo tipo de adversario. Pero sobre todo: preservar su esencia socialista.
Tres notas sobre profesionalismo y amateurismo.
Enrique Ubieta Gómez.
A veces soslayamos el esclarecimiento (y debate) de temas que parecen prescindibles, o descartados por la propia vida, sin reparar en que “la mala hierba” crece sola, sin abono; y que hay abonos que llegan traídos por vientos foráneos. Frente a recientes descalabros deportivos y tras ellos, una maquinaria mediática –que se ceba en ofertas para la deserción de los atletas cubanos y en anuncios triunfalistas sobre la superioridad del profesionalismo--, intenta aniquilar el sistema revolucionario que ha llevado a nuestro país de solo 11 millones de habitantes y limitados recursos, a la condición de potencia mundial deportiva. Propongo en estas notas un acercamiento cultural, más que deportivo, al tema del profesionalismo y sus implicaciones.
1. Es frecuente en nuestros diálogos sobre diferentes aspectos de la vida social, una exigencia que nace más del cansancio que de la lucidez: la no politización de los temas. Y es una exigencia que actúa exclusivamente en detrimento del socialismo. ¿Por qué? Porque el capitalismo nunca «politiza» nada: el capitalismo basa su fuerza persuasiva en el poder de las imágenes y de los sueños. Y el mercado se encarga de regenerarlos con sus ofertas. Nada es política en el capitalismo, lo que significa decir que todo lo es. La imagen del «triunfador» no se desgasta en explicaciones sobre su talento o sus aportes sociales: es una Barbie o un Kent (el equivalente masculino de la famosa muñeca) o una Bratz, al volante de un auto deportivo del año, o en la piscina de su mansión; es el recordatorio de lo que el exitoso «vale» en cifras de dinero y de objetos de consumo, con independencia y a veces en oposición a su valor social. El socialismo no puede prescindir de las explicaciones y de la multiplicación de los emisores de explicaciones, muchos de los cuales son simples repetidores que convierten en teque razonamientos originalmente hondos y necesarios. La imagen del Duque Hernández como «triunfador» de aquel sistema –contrato millonario, casa, carro, etc.–, es política. Es la más política de todas las imágenes posibles: la que muestra «el camino» a seguir, la que reproduce el mito de Cenicienta. Dondequiera que la política se invisibiliza, el mercado se hace visible y la representa.
2. La única manera de no politizar el deporte –precisamente por su carácter de espectáculo cultural–, es no mercantilizándolo. No quiere decir que el deportista no reciba en el socialismo beneficios materiales que se correspondan con su aporte social –ya conocemos la máxima socialista: de cada quien según su capacidad, a cada quien según su trabajo–, y con las especificidades de vivir en una sociedad diferente. Un pelotero cubano es profesional si se reduce la interpretación del concepto al hecho indiscutible de que se dedica de forma exclusiva al ejercicio de su deporte y que lo que recibe como sustento no tiene otra fuente que la de su vida deportiva, llámese a ello licencia deportiva o salario. Pero un pelotero cubano no es profesional en el sentido de que gane según un mercado que lo obligue a supeditar su mejor desempeño a los momentos y lugares mejor cotizados. No juega, entre otros ejemplos, en estadios que cobran para sus mejores asientos hasta 2 500 dólares (el asiento se compra para toda la temporada), como el nuevo de los Yanquis de Nueva York; tampoco los 495 dólares que cobran los Mets, más moderados, en el suyo. La única manera de no politizar el deporte en una dirección capitalista, es preservándolo como espectáculo cultural (popular); es no hacer del dinero el motor impulsor del esfuerzo. Para ello es imprescindible que lo que en el socialismo se llama –y casi nunca se aplica–, «atención al hombre», adquiera una dimensión auténtica.
3. Un país como el nuestro puede construir un sistema deportivo verdaderamente nacional y masivo, pero no puede, ni quiere, ni necesita –porque es opuesto a su modelo social– sostener un sistema profesional con «salarios» millonarios. Pero la propuesta es todavía más complicada. Porque a diferencia de otros deportes –el fútbol o el voleibol, por ejemplo–, Estados Unidos (la más agresiva y a la vez cercana potencia) es la meca del béisbol profesional. Abrir la libre contratación de nuestros peloteros en Estados Unidos –el país que nos bloquea comercialmente–, no sólo convertiría la Serie Nacional en una de sus Ligas de Desarrollo, en rehén de las Grandes Ligas, como son actualmente la venezolana, la dominicana, la puertorriqueña, la mexicana, etc., etc., sino que revertiría los principios del modelo social que Cuba se esfuerza en construir a contracorriente. Porque lo que se dirime aquí trasciende lo meramente deportivo: ¿es imposible el desarrollo de un sistema deportivo de excelencia que no se mueva sobre los rieles del mercado?; ¿eran falsos los éxitos del deporte revolucionario cubano?; ¿es posible una sociedad que sustente su desarrollo sobre presupuestos solidarios y mercantiles sí, pero no mercantilistas? El reto que tiene ante sí el béisbol cubano es aprender de sus derrotas y de sus contrarios. Revolucionar sus concepciones de entrenamiento, por un lado, y retomar viejas prácticas abandonadas por el otro. Topar lo más posible con todo tipo de adversario. Pero sobre todo: preservar su esencia socialista.
Qué iluso este periodista, que redacta muy bien, pero está muy lejos de comprender la realidad actaul: el gobierono cubano mediante prohibiciones absurdas ha aislado a los cubanos de los principales acontecimientos que ocurren en el mundo, cómo estar obligado a perderse los juegos de pelota de las gandes ligas porque una persona o un gobierno lo decidió, por qué la gente no puede ver, oír y disfrutar de TV por cables, porque además la mayoría de los que la prohíben sí lo disfrutan.
ResponderEliminarSi desapareció la Unión Soviética y se cayó el Muro de Berlín, y en China hay inversiones extranjeras y los militantes del partido pueden ser millonarios (por cierto no sé si a eso se deben los éxitos económicos de China), por qué no nos acabamos de dar cuenta que en Cuba hacen falta cambios de ideas que es la verdadera BATALLA que hay que librar.
Que los peloteros cubanos puedan, igual que todos tener contratos donde sea, a fín de cuentas la mayoría del dinero se lo mandarán a sus familiares en Cuba, como hacen los que ya trabajan en el exterior.
El mundo, estimado periodista, es como es y no como el gobierno cubano quiere que sea. No sería aplicable en este caso la famosa frase de Raúl "Si hay comida para el pueblo no importan los riesgos", pues no sólo de pan vive el hombre.
Saludos, un cubano.
Compatriota desconocido: Has mezclado muchas y diferentes cosas en tu réplica. Mi comentario no es sobre la programación de TV o sobre los canales que se ven y los que no, es sobre la libre contratación en la pelota profesional y sobre la profesionalización del béisbol. No sé si es cierta o inventada por ti esa frase de Raúl que además no viene al caso. Cuando pido discutir a camisa quitada, espero que mis interlocutores no escondan sus pensamientos tras "lo pequeño", y "lo puntual". Lo primero, antes de hablar de contratos millonarios y de Grandes Ligas, es responder a una pregunta elemental y sencilla (olvida lo que otras naciones han hecho o dejado de hacer): ¿quiero el capitalismo? ¿quiero el socialismo? Después que respondas esa pregunta, si dices querer el socialismo, entonces tendremos que discutir si el socialismo puede ser congruente con el sistema de estrellas millonarias de Grandes Ligas. Si lo que quieres es que Cuba sea un país normal, entonces, dado el hecho evidente de que la normalidad de hoy es el capitalismo globalizado, lo que quieres es lo mismo para Cuba. Pero el capitalismo no son solo los millonarios, son principalmente los millones de pobres que lo sustentan. Los que no pueden comprar entradas para ver los juegos de Grandes Ligas. No los que vivimos en Cuba, pobres pero saludables, instruidos y decorosamente alimentados, sino los que viven en la más absoluta miseria. Esta conversación no es de pelota. No te escondas.
ResponderEliminarApuesto por el socialismo y es perfectamente entendible que cuando dependemos del mercado (y eso pasa en el tránsito al capitalismo) perdemos autonomía y perdemos deporte.
ResponderEliminares el caso de súperestrellas dominicanas o puetoriqueñas que no pueden representar a sus países pues están encadenados a un contrato casi esclavizante aunque sdisfrace en siete o más dígitos. En el caso de una conversación cuando decimos tal y más cual cobran tantos millones no hay más que hablar, es un modo de vida el que se vende y es dificil luchar contra ello desde la retórita de Cuba.
Lo que sí creo conveniente es el cambio de postura hacia otra parte del profesionalismo. El deporte cubano necesita fogueo no puede seguir en uan burbuja, pero a aveces no entiendo como esq ue se puede pensar que una taleta polr el simple hecho de decidir casarse con alguien de otro país o irse a residir en eĺ deja de ser "cubano" y no tiene a derecho a representar a su país. Los deportistas cubanos bien podrían insertarse en ligas sudamericanas de baloncesto, balonmano, hasta fútbol, o hasta permitir que los voleibolistas retomen contratos en Europa ¿Por qué el Estado cubano percibe tanto por premios y los jugadores tan pocos? ¿Por qué no se reinvierte en el propio deporte los recursos que genera y que van a parar a otros sectores económicos? ¿como es posible no tengamos recursos para un aire acondicionado en la ciudad deportiva? Los cubanos quieren representar a Cuba pero no los dejan desde el propio INDER (que a veces actúa casi igual que la UAAC antes de la Revolución) y parece el estado no escucha el clamor popular ¿acaso con la discusión de los lineamientos millones de militantes comunistas no abogaron porque exista apertura en contratos foráneos? ¿Por qué un artista puede vivir en París y ser "cubano" y un deportista no? ¿Por qué un humorista va a un cabaret en Miami, no se deja provocar y regresa dignamente a la Isla sin que genere comentarios adversos? Cultura sí y Deporte no.
Lo que Cuba opone no es una mera "retórica", aunque reconozco que carecemos de una política bien pensada, coherente, que no se sustente en el simple enfrentamiento de los millones con buenos consejos. Todas las opciones pueden y deben discutirse, siempre que el fin sea una mayor calidad en la preparación de nuestros deportistas, la atención de sus necesidades y la derrota del modo de vida capitalista. Una parte importante de lo que el INDER obtiene se reivierte en el sistema deportivo. No olvides que Cuba forma desde edades tempranas a sus deportistas, y que invierte en ellos durante décadas grandes recursos. Pero el INDER no puede compararse con la UAAC, por una razón sencilla: esas ganacias no van a parar a bolsillos particulares, sino a la sociedad en la que esos deportistas viven. No me opongo sin embargo a que ellos reciban un porcentaje mayor que el actual.
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