Tomado de La Calle del Medio 18
Apenas un día después de ese suceso que fuera el concierto Paz sin Fronteras en la capital cubana, entrevistamos a Luis Eduardo Aute. Pero no sólo este evento y sus frutos eran el interés de nuestras páginas. Sus posiciones hacia Cuba, sus ámbitos creativos en la plástica, la escritura y hasta el cine, así como su relación con la música trovadoresca de la isla y sus principales figuras, rondaban entre las balas listas a salir del tintero de las preguntas. En voz baja, como bien afinado con ese silencioso transcurrir con que las tardes y sus calores pasan en Cuba. Natural y al descubierto, sin la más mínima pose de estrella o vedettismo, a veces tan caro a quienes conquistan el arte. Con un deje sutil de leve humor, y hasta de ironía a ratos, que deslizaba inalterable sin cambiar el tono y el hilo de la conversación. Así nos regaló sus respuestas Luis Eduardo Aute.
¿Qué significados deja la experiencia de cantar para más de un millón de cubanos?
¿Qué significados deja la experiencia de cantar para más de un millón de cubanos?
Felizmente no fui sólo yo quien le canté a un millón de cubanos, sino otros muchos más. Qué decirte, fue un concierto muy importante, sin dudas histórico. Me gustaría que hubiera un antes y un después a partir de ese evento. Los significados rondan en función de la idea de que la cultura pudiera tender puentes en donde no los hay, en donde la política seguramente levante barreras; pues probablemente la cultura, y en este caso la música, pudieran ser un puente tendido al diálogo, al entendimiento y a la racionalidad. Es un primer paso pequeño pero muy intenso; digo intenso por el volumen que adquirió, por la cantidad de personas que asistió y que intervino. Creo que es un paso muy positivo y que espero sea el principio de otra serie de actividades que tiendan a esa necesidad de comunicarse, de dialogar con raciocinio.
En momentos de críticas hacia Cuba, incluso de artistas y de intelectuales, usted se ha mantenido en una postura muy clara respecto a la isla: regresa, actúa, nos apoya.
En momentos de críticas hacia Cuba, incluso de artistas y de intelectuales, usted se ha mantenido en una postura muy clara respecto a la isla: regresa, actúa, nos apoya.
¿Qué significa Cuba para Luis Eduardo Aute?
Hay muchos motivos. Uno y muy simple es que aquí me siento como en mi casa. Eso obedece a motivos biográficos. Yo nací en Filipinas, una isla. Aquí el clima es idéntico, la comida, el paisaje, el modo de relacionarse las personas, todo es muy parecido. Te cuento que nunca más volví a Filipinas desde que nos fuimos a vivir a España; mi padre nació en España, estuvo 35 años viviendo en Filipinas y yo estuve los primeros 11 años de mi vida allí hasta el regreso a España. Entonces, cada vez que vengo a Cuba, por un lado es una forma de reencontrarme con mi primer paisaje. Y ese es un motivo bastante sustancial.
Otro motivo es que tengo grandes amigos aquí, prácticamente familia, dentro del ámbito de la música y la literatura. Me siento muy en familia aquí. Y más luego, porque creo que la experiencia cubana, la Revolución Cubana, con todos sus aciertos y todos sus defectos, es un referente indudable, histórico. De alguna forma yo hago un paralelo entre lo que pudo haber sido la Revolución Francesa y el equivalente en América Latina sería la Revolución Cubana. El continente latinoamericano de hoy no sería el que es sin la Revolución Cubana. Entonces no hay otro camino que el que la Revolución Cubana marcó en cuanto al objetivo de la unidad latinoamericana. Es un continente enorme, multirracial, multiétnico, con una vastísima cultura, con un idioma común en mayoría. Pues, creo mucho en el proyecto latinoamericano que se pueda dar ahora, en un momento en el que por primera vez en la historia, gran parte de los países latinoamericanos tienen gobiernos democráticamente elegidos, de izquierdas. Unos más moderados, otros más radicales, pero con un proyecto común.
Cuando hablo del tema, hago el símil de que el Occidente, Europa, los Estados Unidos, incluso los países emergentes como China o la India, están metidos en una estructura regida por los intereses del mercado. Y es obvio que el mercado está derrumbándose; hay una crisis del capitalismo tan obvia como fue la crisis del socialismo real en la Unión Soviética. El mercado es un barco que se hunde. Concretamente Europa es un museo: un museo precioso, pero un museo sin otro fin que conservar el museo, conservar ese barco. Y el proyecto es ponerle parches al barco para que no se hunda del todo o para que tarde en hundirse. En América Latina y en África, más en América Latina, es evidente que hay un barco que se está construyendo. Hay una voluntad de hacer este barco, ya sea desde un punto de vista más radical o más moderado, pero existe ese proyecto. Y siempre digo que el mascarón de proa de ese barco es Cuba, es la Revolución Cubana; sin Cuba no se daría hoy esa situación. Probablemente por haber nacido en una ex colonia española, tengo un punto de vista diferente; tengo una capacidad de identificación mayor con el proceso latinoamericano.
Los que viven en el museo, ¿saben de la existencia del nuevo barco?
Desconocen bastante y eso es lamentable. Tienen poca curiosidad y más en estos tiempos donde Internet opera de manera total. Por un lado es un desastre porque se hunde también una manera de entender la forma de desarrollar la música o de hacer discos. Cualquiera ahora graba una canción en casa y la cuelga en Internet y puede ser maravilloso, regular, o malísimo. Se gana en libertad porque no hay intermediarios, eso es muy bueno por otro lado. Desaparece un sistema de soportes, aparece otro, mucho más libre. La verdad es que no te puedo contestar. Pero sí es claro que en ese barco que se hunde hay poca sensibilidad en cuanto a lo que se esté haciendo más allá del horizonte que ellos ven. Hay un ombliguismo, un mirarse el ombligo con muy poca curiosidad por ver lo que se hace fuera de su territorio.
¿Sus criterios y posturas hacia Cuba y América le han traído fricciones, problemas en su carrera o con el mercado?
Nunca tuve ninguna preocupación en ese sentido. He hecho mis canciones para mí desde que empecé a escribirlas, a grabarlas o a que las grabaran otros, desde que empecé a dar conciertos. Mi única intención, mi única preocupación, era escribir buenas canciones; que fueran coherentes con mi manera de entender las emociones, las reflexiones. Y en ese aspecto me ha importado muy poco el mercado; nunca he tenido en cuenta el mercado como un fenómeno a tener en cuenta, valga redundar. No me preocupa en absoluto el que pueda tener problemas mercantiles. Y mientras pueda mantener esa independencia, no tengo más ambición que seguir desarrollándome en mi trabajo. Mi trabajo para mí es mi vida, no hago una frontera entre ambos: para mí vivir es escribir. Si puedo, también reflexionar un poco –dentro de lo que alcohol me lo permita–, hacer cosas, divertirme, ayudar a los demás en el sentido de que mi trabajo pueda ser una buena compañía para quien se sienta de alguna manera indefenso. Y punto. Ser coherente y sincero con mi trabajo, tal como intento, digo, hacerlo con mi propia vida. Lo demás me importa muy poco: ese tipo de agresiones que pudieran venir del exterior, pues, son sus problemas, no los míos.
Aute, además de que algunos de los que le oyeron en la Plaza nacieron un poco después de haber escrito usted algunas de sus canciones, hay una buena parte del público cubano que no conoce su trabajo en la plástica y en el cine; me gustaría les comentara a nuestros lectores sobre estas aristas de su creación.
Muy sencillamente, en el colegio siempre sacaba muy malas notas; en todo era un desastre, menos en dibujo. Dibujando sacaba las mejores notas, por lo claro eso me estaba marcando de alguna forma un camino. Y luego, me gustaba la música. A mi padre le gustaban las óperas, ponía constantemente óperas en casa, y otras músicas, pero muchas óperas. Me regalaron una guitarra, aprendí a tocarla un poco; muy malamente pero lo suficiente como para poder construir una canción. Me gustaba escribir poesía y era un gran lector de poesía; no de narrativa, leer la narrativa me requiere de mucho esfuerzo, sin embargo la poesía no.
Y bueno, entre que escribía poemas, tocaba la guitarra y pintaba, pues iba de una actividad a otra sin dificultades. El cine también me gustaba, creo que pertenezco a la generación del cine. Quise entrar a la academia de cine, en España, pero en época de Franco no se podía sin tener el bachillerato terminado y yo no lo acabé. Entonces no podías rodar una película sin un certificado de Director de Cine, que para tenerlo debías pasar la escuela de cine, y para pasarla debías terminar el bachillerato, que no tenía hecho. Había otra fórmula que era realizar creo que seis cortometrajes y te daban el título. Empecé a rodar cortos con ese fin pero no hice los seis. La otra manera era hacer ayudantías, auxiliar de dirección y así, hasta llegar al certificado. No hice ninguna de las tres opciones, y felizmente después del fin del franquismo cualquiera que tuviera una cámara y pudiera rodar y dirigir, pues lo hacía y punto. El cine me gustaba y me gusta mucho, porque creo que es, de las artes, la que se alimenta de todas las demás. El cine es narrativa, es poesía, es imagen, es fotografía, es música, es pintura y además crea su propio lenguaje. Soy un adicto del cine y siempre que he podido y ha habido algún irresponsable que se arriesgara a financiar algún cortometraje o alguna propuesta de este tipo, pues, me lanzaba.
Creo que le gusta más el cine que la plástica; es el primero que menciona y con cierto amor evidente en esa historia.
Es que el cine es más complicado. Además, económicamente es mucho más caro, es un trabajo en equipo, hay que montar la producción. Hay muchos elementos que intervienen en un rodaje y no tienen la libertad del hecho de pintar, que no necesita de ningún intermediario: con un espacio en blanco y unos lápices, libremente haces lo que quieras. En ese sentido me siento más libre y disfruto más pintando porque es una actividad inmediata. Escribiendo también: un lápiz y un papel, un estado de ánimo especial, y se puede hacer algo de algún valor.
En verdad, no ha sido para mí una dificultad el tenerme que plantear en algún momento si voy a hacer canciones, si voy a pintar, si voy a agarrar una cámara y hacer fotografías. Eso también me gusta mucho, aunque las cámaras digitales ahora me agradan menos. Es que trabaja más ella por mí y yo soy más artesano; el hecho de revelar y todo eso me gusta más, es un hecho milagroso, fascinante. Por ejemplo, yo hice un cortometraje, Un perro llamado dolor, y lleva alrededor de cuatro mil dibujos. Algunos amigos que hacen animación me decían: «con la cantidad de dibujos que tienes puedes hacerlo con ordenador», y yo me negué. No quiero darle los dibujos a la máquina, quiero hacerlos yo, eso es lo que disfruto. Y me he ido moviendo según llegaban las ideas, esto es canción, esto poema, esto puede ser una serie de imágenes. Tengo una cámara de video en mi estudio, donde pinto y siempre la estoy utilizando. Cualquier cosa que haga allí la voy grabando y luego tengo un pequeño estudio de edición y juego con esas imágenes, así es como creo. Pero de una forma muy espontánea.
Hay dos temas en su obra que no lo abandonan, el erotismo y esa suerte de cuestionamiento de la realidad, a veces no sin un poco de cinismo, un poco desencantado.
Tampoco creo que sea nada así muy personal. La historia del arte, de la literatura en general, se ha nutrido de esos elementos, del amor, del sexo, de la muerte, de la angustia, de la pasión. No son elementos que personalmente me resulten afectos, pero están. Yo me eduqué en un colegio de curas, en la religión católica, y es una rémora que ahí anda y que difícilmente uno puede obviar. Esa inquietud del ser humano siempre ha sido un aliciente como material de trabajo. La mayor parte de mis canciones o mis poemas giran en torno a esta angustia de cuestionarme qué sentido tiene la vida, la muerte, el amor, qué sentido tiene el propio sentido.
Es que esos temas, el amor, el cuestionamiento, lo emparentan con los temas habituales de la trova cubana desde sus inicios hasta hoy.
Yo escuché las canciones, sobre todo de Silvio y de Pablo, cuando empezaba, años 66 o 67. Unos amigos míos, gente de cine, viajaban mucho a Cuba, iban y venían, y me trajeron unos casetes con un montón de canciones de Silvio y de Pablo. Y me quedé muy sorprendido pues descubrí que estaban muy dentro del ámbito de mis intereses. Entonces, en un viaje de vuelta, esos amigos trajeron para acá cintas y discos míos. Y a ellos les pasó lo mismo, vaya, mira este tipo, un hermano que tenemos ahí metido en el mismo laberinto. Así coincidimos por accidente hasta que los conocí personalmente años después.
¿Habrá influencias de la Nueva Trova en los cantores españoles?
Bueno, en el caso mío fue pura coincidencia. Yo escribía mis canciones a mi manera; ellos escribían aquí y de repente cruzamos las canciones y nos encontramos que de algún modo coincidían, más o menos. Es indudable que la influencia que ha ejercido la Nueva Trova en España, en Latinoamérica y en todas partes, es inequívoca; en el buen sentido, arrasadora. Es innegable y lo sigue siendo; la trova sigue siendo algo vigente, eso no tiene discusión.
Allá no son trovadores, allá hay cantautores. Un palabra siniestra esa y que odio radicalmente, pero es la que hay.
Aquí hay trovadores desde hace más de 100 años; desde mediados del XIX hasta ahora el XXI; la palabra trovador, en Cuba, viene junto con la tradición musical.
Claro, claro, aquí se retoma la palabra. Tal vez sea en Francia donde haya una manera de escribir la canción con una preocupación literaria seria. Antes de la Segunda Guerra Mundial y sobre todo después. El estado de ánimo de Francia después de la guerra, va en el ámbito de la canción francesa. Creadores como Jacques Brel, como George Brassen, hay varios en esa cuerda, Jacques Prévert… Eran poetas que decidieron en un momento determinado cantar esos poemas; ponerles música y cantar esos poemas musicados. Hay una tradición trovadoresca allí en Francia, como en Italia también; de hecho la palabra viene de allí, del italiano.
En España no ocurre así. La canción llamada de autor, en especial por los textos, es de los años 60. Hay un fenómeno universal de la canción en esos años, surge un tipo de canción que pretende tener una dignidad poética como cualquier otro poema y además con una sensibilidad social también muy importante, por las propias coordenadas históricas que se estaban viviendo.
¿Y al revés, habría una posible influencia española en los trovadores cubanos?
No me siento muy capaz de ver esa influencia. A veces viene alguien y me dice: mira este, se parece mucho a ti, tiene tal o cual rémora de tu manera de hacer canciones. En serio, yo soy incapaz de ver esas cosas, te lo digo con toda sinceridad.
En el caso de Silvio y de Pablo, de sus influencias para los demás, es más manifiesto: hay claramente hijos de ellos, sin duda alguna, como consecuencia de sus formas de entender la canción. En mi caso yo no veo sucesores; a lo mejor los hay pero yo no tengo capacidad para verlos. Hay otros artistas como Carlitos Varela o Santiago Feliú. En el caso de ellos son ondas muy distintas, pues Santiaguito es más cercano a sus hermanos mayores, es mas lírico; Carlos va en una cuerda más roquera, pertenece a una manera de entender la canción a través de otros caminos.
Y esa canción con ese tipo de inquietudes, ¿le parece que también vaya rumbo a ser museo como hablamos al inicio? ¿Estará en extinción la canción con intenciones, con cuestionamientos, con compromisos?
Realmente no, porque quien más o quien menos intenta en su estilo canciones que estén bien escritas y que musicalmente sean sorprendentes. Hay una diferencia muy clara entre la gente que entiende la canción como una manera de expresarse, en cualquier estilo, con usar la canción para ser coherentes con esa necesidad de expresarse, y el otro tipo de gente que simplemente escribe canciones para vender muchos discos. Ahí no hay ni literaria ni musicalmente la más mínima preocupación. A esos se les ubica en el ámbito de la preocupación simple y comercial por la canción. No hacen canciones por alivio, o por jugar, o por desarrollar la imaginación, son objetivos bien distintos. El trovador está en el objetivo de hacer una canción por expresarse, necesita decir tal cosa y lo dice sin pensar si eso se va a vender o no, si va a ser comercial o no. Igual hay también quien hace canciones muy correctas, y nada más; hay muchos autores de canciones que han escrito maravillosas obras por encargo. Creo que no hay que ser tan radicales tampoco. En resumen, hay dos tipos de música, como pasa en cualquier otra manifestación: la buena y la mala; dentro de cualquier estilo, de cualquier manera de expresarse. Esa es mi opinión.
Hay muchos motivos. Uno y muy simple es que aquí me siento como en mi casa. Eso obedece a motivos biográficos. Yo nací en Filipinas, una isla. Aquí el clima es idéntico, la comida, el paisaje, el modo de relacionarse las personas, todo es muy parecido. Te cuento que nunca más volví a Filipinas desde que nos fuimos a vivir a España; mi padre nació en España, estuvo 35 años viviendo en Filipinas y yo estuve los primeros 11 años de mi vida allí hasta el regreso a España. Entonces, cada vez que vengo a Cuba, por un lado es una forma de reencontrarme con mi primer paisaje. Y ese es un motivo bastante sustancial.
Otro motivo es que tengo grandes amigos aquí, prácticamente familia, dentro del ámbito de la música y la literatura. Me siento muy en familia aquí. Y más luego, porque creo que la experiencia cubana, la Revolución Cubana, con todos sus aciertos y todos sus defectos, es un referente indudable, histórico. De alguna forma yo hago un paralelo entre lo que pudo haber sido la Revolución Francesa y el equivalente en América Latina sería la Revolución Cubana. El continente latinoamericano de hoy no sería el que es sin la Revolución Cubana. Entonces no hay otro camino que el que la Revolución Cubana marcó en cuanto al objetivo de la unidad latinoamericana. Es un continente enorme, multirracial, multiétnico, con una vastísima cultura, con un idioma común en mayoría. Pues, creo mucho en el proyecto latinoamericano que se pueda dar ahora, en un momento en el que por primera vez en la historia, gran parte de los países latinoamericanos tienen gobiernos democráticamente elegidos, de izquierdas. Unos más moderados, otros más radicales, pero con un proyecto común.
Cuando hablo del tema, hago el símil de que el Occidente, Europa, los Estados Unidos, incluso los países emergentes como China o la India, están metidos en una estructura regida por los intereses del mercado. Y es obvio que el mercado está derrumbándose; hay una crisis del capitalismo tan obvia como fue la crisis del socialismo real en la Unión Soviética. El mercado es un barco que se hunde. Concretamente Europa es un museo: un museo precioso, pero un museo sin otro fin que conservar el museo, conservar ese barco. Y el proyecto es ponerle parches al barco para que no se hunda del todo o para que tarde en hundirse. En América Latina y en África, más en América Latina, es evidente que hay un barco que se está construyendo. Hay una voluntad de hacer este barco, ya sea desde un punto de vista más radical o más moderado, pero existe ese proyecto. Y siempre digo que el mascarón de proa de ese barco es Cuba, es la Revolución Cubana; sin Cuba no se daría hoy esa situación. Probablemente por haber nacido en una ex colonia española, tengo un punto de vista diferente; tengo una capacidad de identificación mayor con el proceso latinoamericano.
Los que viven en el museo, ¿saben de la existencia del nuevo barco?
Desconocen bastante y eso es lamentable. Tienen poca curiosidad y más en estos tiempos donde Internet opera de manera total. Por un lado es un desastre porque se hunde también una manera de entender la forma de desarrollar la música o de hacer discos. Cualquiera ahora graba una canción en casa y la cuelga en Internet y puede ser maravilloso, regular, o malísimo. Se gana en libertad porque no hay intermediarios, eso es muy bueno por otro lado. Desaparece un sistema de soportes, aparece otro, mucho más libre. La verdad es que no te puedo contestar. Pero sí es claro que en ese barco que se hunde hay poca sensibilidad en cuanto a lo que se esté haciendo más allá del horizonte que ellos ven. Hay un ombliguismo, un mirarse el ombligo con muy poca curiosidad por ver lo que se hace fuera de su territorio.
¿Sus criterios y posturas hacia Cuba y América le han traído fricciones, problemas en su carrera o con el mercado?
Nunca tuve ninguna preocupación en ese sentido. He hecho mis canciones para mí desde que empecé a escribirlas, a grabarlas o a que las grabaran otros, desde que empecé a dar conciertos. Mi única intención, mi única preocupación, era escribir buenas canciones; que fueran coherentes con mi manera de entender las emociones, las reflexiones. Y en ese aspecto me ha importado muy poco el mercado; nunca he tenido en cuenta el mercado como un fenómeno a tener en cuenta, valga redundar. No me preocupa en absoluto el que pueda tener problemas mercantiles. Y mientras pueda mantener esa independencia, no tengo más ambición que seguir desarrollándome en mi trabajo. Mi trabajo para mí es mi vida, no hago una frontera entre ambos: para mí vivir es escribir. Si puedo, también reflexionar un poco –dentro de lo que alcohol me lo permita–, hacer cosas, divertirme, ayudar a los demás en el sentido de que mi trabajo pueda ser una buena compañía para quien se sienta de alguna manera indefenso. Y punto. Ser coherente y sincero con mi trabajo, tal como intento, digo, hacerlo con mi propia vida. Lo demás me importa muy poco: ese tipo de agresiones que pudieran venir del exterior, pues, son sus problemas, no los míos.
Aute, además de que algunos de los que le oyeron en la Plaza nacieron un poco después de haber escrito usted algunas de sus canciones, hay una buena parte del público cubano que no conoce su trabajo en la plástica y en el cine; me gustaría les comentara a nuestros lectores sobre estas aristas de su creación.
Muy sencillamente, en el colegio siempre sacaba muy malas notas; en todo era un desastre, menos en dibujo. Dibujando sacaba las mejores notas, por lo claro eso me estaba marcando de alguna forma un camino. Y luego, me gustaba la música. A mi padre le gustaban las óperas, ponía constantemente óperas en casa, y otras músicas, pero muchas óperas. Me regalaron una guitarra, aprendí a tocarla un poco; muy malamente pero lo suficiente como para poder construir una canción. Me gustaba escribir poesía y era un gran lector de poesía; no de narrativa, leer la narrativa me requiere de mucho esfuerzo, sin embargo la poesía no.
Y bueno, entre que escribía poemas, tocaba la guitarra y pintaba, pues iba de una actividad a otra sin dificultades. El cine también me gustaba, creo que pertenezco a la generación del cine. Quise entrar a la academia de cine, en España, pero en época de Franco no se podía sin tener el bachillerato terminado y yo no lo acabé. Entonces no podías rodar una película sin un certificado de Director de Cine, que para tenerlo debías pasar la escuela de cine, y para pasarla debías terminar el bachillerato, que no tenía hecho. Había otra fórmula que era realizar creo que seis cortometrajes y te daban el título. Empecé a rodar cortos con ese fin pero no hice los seis. La otra manera era hacer ayudantías, auxiliar de dirección y así, hasta llegar al certificado. No hice ninguna de las tres opciones, y felizmente después del fin del franquismo cualquiera que tuviera una cámara y pudiera rodar y dirigir, pues lo hacía y punto. El cine me gustaba y me gusta mucho, porque creo que es, de las artes, la que se alimenta de todas las demás. El cine es narrativa, es poesía, es imagen, es fotografía, es música, es pintura y además crea su propio lenguaje. Soy un adicto del cine y siempre que he podido y ha habido algún irresponsable que se arriesgara a financiar algún cortometraje o alguna propuesta de este tipo, pues, me lanzaba.
Creo que le gusta más el cine que la plástica; es el primero que menciona y con cierto amor evidente en esa historia.
Es que el cine es más complicado. Además, económicamente es mucho más caro, es un trabajo en equipo, hay que montar la producción. Hay muchos elementos que intervienen en un rodaje y no tienen la libertad del hecho de pintar, que no necesita de ningún intermediario: con un espacio en blanco y unos lápices, libremente haces lo que quieras. En ese sentido me siento más libre y disfruto más pintando porque es una actividad inmediata. Escribiendo también: un lápiz y un papel, un estado de ánimo especial, y se puede hacer algo de algún valor.
En verdad, no ha sido para mí una dificultad el tenerme que plantear en algún momento si voy a hacer canciones, si voy a pintar, si voy a agarrar una cámara y hacer fotografías. Eso también me gusta mucho, aunque las cámaras digitales ahora me agradan menos. Es que trabaja más ella por mí y yo soy más artesano; el hecho de revelar y todo eso me gusta más, es un hecho milagroso, fascinante. Por ejemplo, yo hice un cortometraje, Un perro llamado dolor, y lleva alrededor de cuatro mil dibujos. Algunos amigos que hacen animación me decían: «con la cantidad de dibujos que tienes puedes hacerlo con ordenador», y yo me negué. No quiero darle los dibujos a la máquina, quiero hacerlos yo, eso es lo que disfruto. Y me he ido moviendo según llegaban las ideas, esto es canción, esto poema, esto puede ser una serie de imágenes. Tengo una cámara de video en mi estudio, donde pinto y siempre la estoy utilizando. Cualquier cosa que haga allí la voy grabando y luego tengo un pequeño estudio de edición y juego con esas imágenes, así es como creo. Pero de una forma muy espontánea.
Hay dos temas en su obra que no lo abandonan, el erotismo y esa suerte de cuestionamiento de la realidad, a veces no sin un poco de cinismo, un poco desencantado.
Tampoco creo que sea nada así muy personal. La historia del arte, de la literatura en general, se ha nutrido de esos elementos, del amor, del sexo, de la muerte, de la angustia, de la pasión. No son elementos que personalmente me resulten afectos, pero están. Yo me eduqué en un colegio de curas, en la religión católica, y es una rémora que ahí anda y que difícilmente uno puede obviar. Esa inquietud del ser humano siempre ha sido un aliciente como material de trabajo. La mayor parte de mis canciones o mis poemas giran en torno a esta angustia de cuestionarme qué sentido tiene la vida, la muerte, el amor, qué sentido tiene el propio sentido.
Es que esos temas, el amor, el cuestionamiento, lo emparentan con los temas habituales de la trova cubana desde sus inicios hasta hoy.
Yo escuché las canciones, sobre todo de Silvio y de Pablo, cuando empezaba, años 66 o 67. Unos amigos míos, gente de cine, viajaban mucho a Cuba, iban y venían, y me trajeron unos casetes con un montón de canciones de Silvio y de Pablo. Y me quedé muy sorprendido pues descubrí que estaban muy dentro del ámbito de mis intereses. Entonces, en un viaje de vuelta, esos amigos trajeron para acá cintas y discos míos. Y a ellos les pasó lo mismo, vaya, mira este tipo, un hermano que tenemos ahí metido en el mismo laberinto. Así coincidimos por accidente hasta que los conocí personalmente años después.
¿Habrá influencias de la Nueva Trova en los cantores españoles?
Bueno, en el caso mío fue pura coincidencia. Yo escribía mis canciones a mi manera; ellos escribían aquí y de repente cruzamos las canciones y nos encontramos que de algún modo coincidían, más o menos. Es indudable que la influencia que ha ejercido la Nueva Trova en España, en Latinoamérica y en todas partes, es inequívoca; en el buen sentido, arrasadora. Es innegable y lo sigue siendo; la trova sigue siendo algo vigente, eso no tiene discusión.
Allá no son trovadores, allá hay cantautores. Un palabra siniestra esa y que odio radicalmente, pero es la que hay.
Aquí hay trovadores desde hace más de 100 años; desde mediados del XIX hasta ahora el XXI; la palabra trovador, en Cuba, viene junto con la tradición musical.
Claro, claro, aquí se retoma la palabra. Tal vez sea en Francia donde haya una manera de escribir la canción con una preocupación literaria seria. Antes de la Segunda Guerra Mundial y sobre todo después. El estado de ánimo de Francia después de la guerra, va en el ámbito de la canción francesa. Creadores como Jacques Brel, como George Brassen, hay varios en esa cuerda, Jacques Prévert… Eran poetas que decidieron en un momento determinado cantar esos poemas; ponerles música y cantar esos poemas musicados. Hay una tradición trovadoresca allí en Francia, como en Italia también; de hecho la palabra viene de allí, del italiano.
En España no ocurre así. La canción llamada de autor, en especial por los textos, es de los años 60. Hay un fenómeno universal de la canción en esos años, surge un tipo de canción que pretende tener una dignidad poética como cualquier otro poema y además con una sensibilidad social también muy importante, por las propias coordenadas históricas que se estaban viviendo.
¿Y al revés, habría una posible influencia española en los trovadores cubanos?
No me siento muy capaz de ver esa influencia. A veces viene alguien y me dice: mira este, se parece mucho a ti, tiene tal o cual rémora de tu manera de hacer canciones. En serio, yo soy incapaz de ver esas cosas, te lo digo con toda sinceridad.
En el caso de Silvio y de Pablo, de sus influencias para los demás, es más manifiesto: hay claramente hijos de ellos, sin duda alguna, como consecuencia de sus formas de entender la canción. En mi caso yo no veo sucesores; a lo mejor los hay pero yo no tengo capacidad para verlos. Hay otros artistas como Carlitos Varela o Santiago Feliú. En el caso de ellos son ondas muy distintas, pues Santiaguito es más cercano a sus hermanos mayores, es mas lírico; Carlos va en una cuerda más roquera, pertenece a una manera de entender la canción a través de otros caminos.
Y esa canción con ese tipo de inquietudes, ¿le parece que también vaya rumbo a ser museo como hablamos al inicio? ¿Estará en extinción la canción con intenciones, con cuestionamientos, con compromisos?
Realmente no, porque quien más o quien menos intenta en su estilo canciones que estén bien escritas y que musicalmente sean sorprendentes. Hay una diferencia muy clara entre la gente que entiende la canción como una manera de expresarse, en cualquier estilo, con usar la canción para ser coherentes con esa necesidad de expresarse, y el otro tipo de gente que simplemente escribe canciones para vender muchos discos. Ahí no hay ni literaria ni musicalmente la más mínima preocupación. A esos se les ubica en el ámbito de la preocupación simple y comercial por la canción. No hacen canciones por alivio, o por jugar, o por desarrollar la imaginación, son objetivos bien distintos. El trovador está en el objetivo de hacer una canción por expresarse, necesita decir tal cosa y lo dice sin pensar si eso se va a vender o no, si va a ser comercial o no. Igual hay también quien hace canciones muy correctas, y nada más; hay muchos autores de canciones que han escrito maravillosas obras por encargo. Creo que no hay que ser tan radicales tampoco. En resumen, hay dos tipos de música, como pasa en cualquier otra manifestación: la buena y la mala; dentro de cualquier estilo, de cualquier manera de expresarse. Esa es mi opinión.
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