Enrique Ubieta GómezYoani siempre es “en blanco y negro”. Más exactamente en negro. Su último post “El compañero
Granma”, aparece publicado en las páginas de “la señora
El Nuevo Herald”. Siguiendo su lógica, no podría imaginarme otra imagen humana más exacta que la suya, si el periódico del hampa miamense cobrara vida. Una mujer delgada, de fingida austeridad y ojos pequeños, ausentes para lo bueno y hermoso. Pero esos diarios no son iguales en su oposición extrema: a pesar de sus insuficiencias,
Granma es un periódico cubano que pelea por los cubanos (por los latinoamericanos, y en última instancia, “por los pobres de la Tierra”, como quería Martí).
El Nuevo Herald es un periódico imperialista que pelea por los ciudadanos imperiales, los originarios y los conversos, por sus propiedades y sus privilegios perdidos en Cuba, Venezuela, Bolivia, Ecuador, etc. Yoani es neo-heraldista. Aspira a la ciudadanía imperial (al menos honoraria).
Pensaba entonces en un mensaje que algunos lectores de mi blog –personas que residen en Estados Unidos, según creo entender--, agrupados en una denominación que invierte el nombre de un sitio cubano muy leído, me envían con insistencia. Ellos no quieren ser ni
Granma ni
El Nuevo Herald, rechazan al imperialismo y a la “dictadura” comunista. Piden el abrazo de hermanos, el respeto a todas las posiciones. Francisco (doy por auténtico su nombre) llega a decir que su aspiración, como la nuestra, es “la creación de una sociedad más humana y más justa” y escribe: “Simplemente diferimos en los métodos, que tristemente a lo largo de la historia se han centrado alrededor del mantenimiento o la preponderancia de una clase y sus intereses, llevando a la creación de sociedades exclusivistas, en lugar de lo que marca ese fin tan preciado de la justicia, que es la creación de sociedades inclusivistas”. Selecciono esa frase –el discurso de Francisco es correcto, amigable, para nada parecido al de la soberbia Yoani, aunque entre reverencias y acuerdos retóricos, deslice aseveraciones inadmisibles que revierten o anulan la buena voluntad--, porque marca como ninguna el sentido del sinsentido. Lo dice claro: quiere construir una República donde no predomine una clase social por sobre otra, ¿realmente lo cree posible? Me temo que para lograr ese empeño, primero tendrán que desaparecer las clases, y no es a eso precisamente a lo que aspira Francisco.
Otro interlocutor de similares intenciones –este nombrado Raúl--, deplora que los cubanos (de diferentes credos e intereses políticos) no podamos dialogar y entendernos satisfactoriamente. En realidad, no es algo extraño: la familia Bush se entiende mejor con la familia real de Arabia Saudita (con todo y su islamismo radical) que con muchos de sus conciudadanos; igualmente, reconozco que puedo establecer un diálogo fructífero, no siempre en pleno acuerdo, con mis hermanos de lucha bolivianos y venezolanos (o españoles y franceses) y que sin embargo, hay cubanos de nacimiento con los que resulta imposible la comunicación. Ahora mismo dicen que andan de vacaciones, junticos en una hacienda dominicana, propiedad del venezolano Cisneros, Bush, Aznar y Uribe. Amigos para siempre. Podemos decir que en cada caso nos unen o separan no problemas de lenguaje, como sugiere, sino “intereses de clase”. El mensaje de Raúl fue ingenuo hasta un punto o –admitamos también esa posibilidad--, fue a partir de ese punto aún más ingenuo: “Muchas veces me he preguntado –agregaba--, ¿como es posible que en un diálogo entre personas tan cultas como lo son el tal Carlos Alberto Montaner y algún intelectual cubano en el lado del gobierno, no lleguen a ningún entendimiento después de un largo debate? Los dos aparentemente tienen las herramientas necesarias para poder fácilmente entenderse, pero de ahí a los hechos, son dos cosas muy distintas”. Pudo haber tomado otro ejemplo para su interrogante, pero escogió uno de los peores. De cualquier manera su elección es elocuente: ¿es posible el diálogo con Montaner, el hombre de la CIA en España?
Martí excluyó de su República “con todos y por el bien de todos” a quienes llama sietemesinos. Para no fragmentar ni interpretar el texto martiano, cito un fragmento extenso: “No les alcanza al árbol difícil el brazo canijo, el brazo de uñas pintadas y pulsera, el brazo de Madrid o de París, y dicen que no se puede alcanzar el árbol. Hay que cargar los barcos de esos insectos dañinos, que le roen el hueso a la patria que los nutre. Si son parisienses o madrileños, vayan al Prado, de faroles, o vayan a Tortoni, de sorbetes. ¡Estos hijos de carpintero, que se avergüenzan de que su padre sea carpintero! ¡Estos nacidos en América, que se avergüenzan, porque llevan delantal indio, de la madre que los crió, y reniegan. ¡bribones!, de la madre enferma, y la dejan sola en el lecho de las enfermedades”. Estoy seguro que Francisco y Raúl sabrán identificar a los aludidos por Martí. Sé que entenderán además –a pesar de las evidentes diferencias--, que en la Cuba que queremos no quepan hombres como Posada Carriles. Pero tengo mis dudas en cuanto a otros pretendientes de espacio: ¿volverían a mandar en Cuba los corruptos, los enriquecidos del erario público, que se marcharon en los primeros sesenta?, ¿regresarían triunfales a recuperar sus propiedades confiscadas los viejillos del Big Five, que tanto deslumbraron a Hernández Busto, aquellos a los que Ichikawa calificara en un librito de recién emigrado, como “la verdadera aristocracia cubana”?, ¿o se trataría de otra generación de grandes inversores, dispuesta a devorar nuestros recursos, humanos y materiales?, ¿entregaríamos el país a las trasnacionales?, ¿no se dan cuenta que tras los “pequeños intereses” de muchos cubanos con educación y mentalidad norteamericana, están los “grandes intereses” del imperialismo?
Francisco me dice: “yo sé que usted es revolucionario, y se lo respeto. Pero aquí la cuestión está en si los que no son revolucionarios merecen respeto. Eso le corresponde a usted, y a los revolucionarios, contestarlo, y si es así, si merecen respeto, entonces darle el espacio apropiado dentro de Cuba para que se desarrollen, de nuevo en una sociedad donde impere la paz, la fraternidad, el derecho y la igualdad”. Sí, respondo, los no revolucionarios merecen respeto. En 1961, en sus Palabras a los intelectuales, Fidel admitía la convivencia de revolucionarios y no revolucionarios en una nueva Cuba: “la Revolución nunca debe renunciar a contar con la mayoría del pueblo –decía Fidel--; a contar, no sólo con los revolucionarios, sino con todos los ciudadanos honestos que aunque no sean revolucionarios, es decir, que aunque no tengan una actitud revolucionaria ante la vida, estén con ella. La Revolución sólo debe renunciar a aquellos que sean incorregiblemente reaccionarios, que sean incorregiblemente contrarrevolucionarios. Y la Revolución tiene que tener una política para esa parte del pueblo”. Porque una Revolución auténtica en el Poder tiene derecho a defenderse; es un micro poder –que representa los intereses de las mayorías--, contrapuesto al Poder trasnacional del Capital. Los revolucionarios creemos que una sociedad sin clases es posible, pero eso se llama comunismo, y solo será posible el día en que los estados de mayor desarrollo económico avancen por el camino socialista.
Yoani expresa una tendencia de ese Poder trasnacional desplazado en Cuba; su rostro “pacífico” –sabemos cuanto vale en el capitalismo la apariencia, la imagen, para vender un producto--, no disimula sin embargo la soberbia del poderoso, su negación continua de “los aportes” de la Revolución, e incluso, el anuncio (la advertencia) de una posible “noche de los cuchillos largos”. No es Posada, no es Saavedra, no es Montaner, hechos a imagen y semejanza de los viejos halcones; Yoani es más obamista: sonríe y apoya el golpe de estado en Honduras y tuitea para derrocar a los gobiernos de Venezuela o de Irán. Tiene “el palo o la navaja bajo la cama para un día poder usarlos”, como dice, supuestamente de otros, en un post. Pero es lo mismo. El mismo rencor de clase, la misma soberbia. Quiero creer en Francisco, en Raúl, pero sus llamados al diálogo y sus propuestas me conducen hacia el capitalismo --hacia un capitalismo ideal, imposible, preámbulo del verdadero--, un sistema que, por definición, establece “la preponderancia de una clase y sus intereses”, que no son los míos.