Horacio González
Director de la Biblioteca Nacional de Argentina.
Tomado de Página 12 / El País
Caminando al tuntún por La Habana vieja, el observador ocasional se convierte en el verdadero hombre de la urbe contemporánea. La arrasadora belleza de los edificios ruinosos ofrece un contraste que ni siquiera es posible encontrar en otras ciudades antiguas, preservadas para los distraídos hombres del presente. En La Habana, la vida se muestra exigua, no hay miseria ni abundancia, hay carencia y dignidad. Pero en medio de esas joyas derruidas, hay hombres y mujeres viviendo. La Revolución, que para los teóricos de la irrupción mesiánica paraliza el tiempo, también entrega el vehículo de su prosecución. Ahí produce un intenso efecto museístico en medio de la vida real. Una sacudida que detiene al casco viejo bruscamente, lo protege, aunque le da el rostro de una lenta ruina. La necesaria reconstrucción se viene haciendo bajo la experta mirada del historiador Eusebio Leal, a la que vemos no concediendo nada al turismo depredador ni entregándose a la melancolía barroca. El turismo de masas, al fin y al cabo, es un tema a escala de la humanidad que aún no ha encontrado su más comprensiva verdad social, democrática y pedagógica.
Hay que concebir el ciudadano real de la ciudad moderna como alguien que duda entre elegir las imágenes del pasado, esas piedras sobrevivientes, o un modernismo admisible aunque copiativo. Esta duda se va perdiendo en nuestras cosmópolis hechas de shoppings con escenografías siderales, cercamientos de seguridad y oscuras conversaciones en el interior de los taxis. La vacilación que se obtiene en La Habana, habitar bellezas derruidas o vivir en la ciudad social con mayores comodidades, es una disyuntiva no fácilmente descriptible. Excepto que se busque un urbanismo emancipado, un nuevo socialismo urbano que preserve el pasado para activos y reales habitantes del presente. Para transformar la vida hay que convocar una justicia arcaica, que pregunte si hay virtudes en el pasado, y una justicia social que demuestre que no hay futuro sin distribución equitativa de las posibilidades existenciales. No es ajeno este dilema para el que transita por Buenos Aires; pero menos lo es para el que transita por La Habana, ciudad que como tal no es mercancía, sí depositaria de fetichismos culturales dispuestos en diversos planos históricos.
En la búsqueda de la casa de José Lezama Lima, con el mitológico dato de la calle y el número, Trocadero 162, el viajero –que ha ido a la Feria del Libro de La Habana– pasa por las más diversas estaciones del alma de una ciudad. Las calles Obispo, Vapor, Neptuno, el asombroso Paseo del Prado, un catálogo orientalista y de nombres exquisitos ante los que podemos imaginarlo todo. Ellos conviven con el deterioro, la salinidad del mar, el despojamiento de calles sin publicidad comercial y toda clase de vehículos como aquelarre de las tecnologías mecánicas a lo largo del siglo XX. Espectros que acompañan durante el itinerario. Se ve la ciudad activa, gritos de balcón a balcón, lujosos mármoles quebrados, ventanales con herrajes minuciosos cubiertos de óxido y refinamiento, grandes monumentos románticos, moriscos, afrancesados o helénicos, edificios coloniales o art decó descascarados, cuyo jeroglífico interno, su habitabilidad, tiene algo de indescifrable. Como no sea la recatada dificultad del vivir.
La casa de Lezama Lima aparece de repente, bajo forma de museo. Entera pero misteriosa se halla en su novela Paradiso, que sólo se entiende acabadamente viendo los objetos de sus vitrinas, las fotos borrosas de las paredes, el aire modesto de santería poética en las habitaciones. Es un templo vecinal con sábanas recién lavadas goteando desde los pisos altos del edificio. Es también el corazón imaginario de La Habana. La Revolución reivindicó tardíamente a Lezama Lima, que sin embargo la había apoyado y que se había dirigido a Fidel Castro como jefe del movimiento de liberación. También había considerado a Guevara, luego de su sacrificio, un nuevo Viracocha. La casa, la propia literatura de Lezama, todo el recorrido de Orígenes, la revista por él dirigida, que tanta repercusión tuviera en la Argentina de los años ’40 –sin duda, entre los contertulios de la Revista Sur–, plantea un arduo problema a los partidarios de los cambios sociales. Cómo hacer para asumir, por parte de los movimientos populares colectivos, siempre tumultuosos, los temas de la gran cultura universal. Incluidas sus mitologías, sus simbolismos secretos y sus grandes cultos laicos o recónditos. Nunca dejó esto de ser un tema en Cuba y sin duda lo es de manera dramática en la Argentina.
También si se está interesado por actos liberacionistas (nacionales, sociales y personales), ya no es posible abandonar la cuestión del lenguaje que se emplee para referirlos. Han fracasado las cartillas y las liturgias menores, recurrentes. Pero no los textos y los enunciados que buscan inspiración en las grandes literaturas de la época. El visitante a la casa de Lezama Lima, también ha peregrinado por La Habana intentando saber si han quedado recuerdos de John William Cooke, el revolucionario peronista que discutía la cuestión tercermundista en infinitos cuartos de hotel de la ciudad. Cooke había sido eximio lector de Sartre y del joven Marx, y sorprendió inspirando en Beaudelaire la conocida sentencia “el peronismo es el hecho maldito del país burgués”.
Un importante dirigente del Partido Comunista, al que procuramos para hablar específicamente de eso, lo recuerda. El conoce bien la Argentina, se expresa con algunos términos porteños y acepta el diálogo que propusimos como propio de una “nostalgia”, sin sorprenderse por la expresión “viaje sentimental”. Luego la conversación se extiende sobre la masiva discusión que está atravesando Cuba. Son los temas en los que participa gran parte de la población en términos del vuelco dramático que debe dar la isla en su economía estatal, recreando el socialismo en un mundo de necesidades. ¿Aún hay papeles de Cooke en Cuba? Pregunta que competía que hiciera un representante de la Biblioteca Nacional, institución que debe ocuparse de cualquier letra escrita que testimonie la memoria bibliográfica de un país, en cualquier radio de su dispersión.
La cuestión queda respondida aunque no haya documentos, porque la ausencia de pliegos también interesa. Eso invita a desembocar en una conversación sobre el presente. Como ese desemboque no forzado debe funcionar la pregunta sobre los papiros de cualquier pasado. No para servir a una nueva literalidad, sino para liberarlos de su encierro en la memoria. La actual encrucijada argentina contiene algunos personajes que esgrimen el facsímil de una masacre y actúan al conjuro de viejas fórmulas. Son los magnates de un reaccionarismo que intenta toda clase de chantajes, preparando ya sus cánticos luctuosos, seguros del recurso de decir “peronismo” para garantizar el cierre de la historia. Pero para que ahora aquélla no sea palabra que admita este uso, es preciso medirla, abrirla y ponerla en conjunción con grandes frentes sociales que no ritualicen el pasado y sean puente efectivo de novedades. Si esta suprema pedagogía no abarca a sectores importantes del pueblo argentino, el país está expuesto a ritornellos y oscuras revanchas.
Más allá de alianzas regionales y bloques, hay una cuerda siempre tendida entre Cuba y Argentina. No se trata de un idioma político, sino de un lazo intelectual sometido históricamente a muchos malentendidos y disparidades. Revisarlo y transformarlo es una gran tarea, que en su discurso ante asistentes en la Feria del Libro, Fidel Castro definió como una tarea de “persuasión ante las criaturas más autosuficientes e incapaces que han existido nunca: nosotros, los políticos”. Se entiende esta dura reflexión propia de pesimistas que no han perdido la esperanza, en el momento de considerarse los temas que Castro define como de “sobrevivencia de la especie humana”. Este universalismo proviene de Martí, pero también de ciertas vertientes del positivismo latinoamericano entendido no como mecanismos lineales de la conciencia, sino como un pensar a la escala de los dilemas generales del género humano. Giros novedosos, a ser considerados en relación con cómo se muestran en La Habana los estilos de vida de los habitantes en medio de una escasez que es problemática, que vulnera subjetividades pero siempre se reencuentra en el plano de una exigencia colectiva de dignidad para pensarlo todo.
Cuba va a abrir novedosas situaciones en cuanto a la iniciativa colectiva ciudadana, lo que acompañado por el fin de la doble moneda, inspirará nuevas formas sociales, que adquirirán el nombre que le exijan los hechos nuevos, como reescritura sensible del socialismo. Hablar con estos nombres es un acto de la parte museística que toda memoria, toda ciudad y todo viajero resguarda. Una charla recuerdo especialmente de esos días, la que hemos dado en el Centro Pablo de la Torriente Brau (que rememora a un escritor cubano, cronista y mártir de las luchas de la República Española). Pasamos revista allí a los mismos temas de esta nota, pero en primera fila estaba escuchando Jorge Rivas, diputado argentino, socialista, empeñado con emocionante constancia en su larga recuperación física: testimonio de cómo la vida de repente se nos agrieta y nunca desiste una esperanza quizá también repentina.
* El director de la Biblioteca Nacional asistió a la 20a Feria Internacional del Libro, en Cuba.
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