Enrique Ubieta Gómez
Es interesante constatar la ira que produce en algunos ideólogos del fascismo bushista, como Hernández Busto, la revelación de que un escritor al que había dedicado atención y gratitud –pensándolo un igual-- es, siempre fue, un cabal revolucionario, alguien que nunca aceptó la oferta que otros, como él, consideraron plausible: la de trabajar para un estado enemigo del propio. La única manera que encuentra de expresar su frustración es tratar de disminuirlo como intelectual: “Capote, por cierto, fue entrevistado hace un par de años por Radio Martí. Pero el entrevistador no le hizo la única pregunta que valía la pena: por qué sus libros eran tan malos. Ahora ya sabemos la respuesta”. A lo que Armando de Armas, el supuesto entrevistador –que en realidad anudó respuestas de Capote a otros interlocutores, en conversaciones privadas--, agrega en un comentario al post: “Te doy toda la razón, Ernesto. Es un fallo que no me perdono. Saludos”. Es cierto que todos los elogios a la obra de Capote habían desaparecido del ciberespacio unas horas después de revelarse su identidad. Pero siempre quedan huellas.
Y bastan algunas, para que los que ahora se apresuran en desmarcarse, hagan el ridículo. El 30 de septiembre de 2009, Armando de Armas consideraba que Raúl Antonio Capote era un “narrador de fuste y (un) filósofo a contracorriente”, en unas líneas dedicadas a resaltar la ausencia de los “imprescindibles” en un encuentro de escritores cienfuegueros, publicadas por Emilio Ichikawa en su blog. Yo que fundé y dirigí durante casi diez años una revista de pensamiento, en la que colaboró Ichikawa por cierto, llamada Contracorriente, aplaudo esa extraña previsión, que solo ahora revela con fuerza su alcance. Pero De Armas y Capote siguen “emparentados” en los elogios. Amir del Valle --que en un muy selectivo recuento de la historia literaria cubana publicado en La Jornada Semanal de México, el 8 de diciembre de 2002, incluía la novela de Capote, El caballero ilustrado (Editorial Letras Cubanas), entre las mejores obras cubanas publicadas en la década de los noventa--, no pudo al parecer prescindir de comentar las excelencias del ahora revelado agente, en una reseña paradójicamente dedicada a una obra escrita por De Armas (Otro lunes, Revista Hispanoamericana de Cultura, septiembre de 2008):
"Allá en Cienfuegos, en los inicios del 90, Armando de Armas y Raúl Antonio Capote me hablaron, una vez tras otra, de sus locuras narrativas. Ya por entonces yo, apegado a un realismo del que sólo me libraría años después, consideraba sus proyectos como perfectas locuras: Capote construía un país donde luchaban por el poder lagartos, enanos, buitres y otras animalias fabuladas a partir de los seres humanos que nos rodeaban, en un largo camino que terminó en su excelente novela El caballero ilustrado".
Plaza Mayor, a su vez, describía en su catálogo la novela El caballero ilustrado como una obra que obtuvo en Cuba “una amplia aceptación de crítica y público”. No es necesario entonces que reproduzca el intenso elogio que el crítico puertorriqueño Manuel Clavel Carrasquillo dedicara a su obra el 11 de abril de 2005 en El Nuevo Día de la isla borinqueña.
Pero quizás lo más importante es que Capote no reniega de su obra publicada. Se ríe de las interpretaciones forzadas que intentaban manipularla en función de intereses políticos ajenos a los suyos y las defiende como productos de un hombre libre que escribía –y escribirá--, para hombres libres, no para los pagados por el imperio. Aunque Hernández Busto y De Armas se retuerzan de la ira.
P.D. Encontré otro artículo de Amir Valle titulado "Un caballero ilustrado llamado Raúl A. Capote", y para no cansar al lector, reproduzco algunos breves fragmentos:
"Años después recordaría aquella tarde de 1992 en que Raúl leyó el primer capítulo de una novela que a todos pareció rara. El patio de la Casa del Joven Creador, bañado por la brisa marina que nacía de la bahía, a unos pocos metros, con un malecón tranquilo, plácido, donde se besaban algunas parejas, nada tenía que ver con la atmósfera que comenzó a brotar de las páginas que Raúl leyó, como siempre, ronca, parsimoniosamente.
Había Literatura con mayúsculas en aquellas páginas y así se lo hice saber entonces a Raúl:
'sigue, hermano', le dije, 'ése es el Raúl que buscas hace muchos años'. Y no me equivocaba.
Después, a retazos, fui conociendo algunos otros fragmentos de aquella novela, aún sin nombre, que Raúl volvió a leer en un evento literario en Cumanayagua, en su casa en Cruces o en el apartamento del fraterno amigo y también escritor Miguel Cañellas, junto a Marcial Gala y Armando Valdés, en noches de ron y confrontaciones literarias que hoy todos recordamos con la nostalgia de los buenos tiempos.
Casi siete años después Raúl vino a decirme que quién mejor que yo para presentar su novela. La leí. Me gustó mucho más que aquella primera vez y, repito, me siguió y me sigue pareciendo una novela rara, distinta, una voz con un timbre inconfundible dentro del concierto de la narrativa del 90"
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