Jorge Ángel Hernández
Un rasgo esencial del neosocialismo cubano que desde fuera del país intenta hostigar a los aparatos de Estado de la nación, radica en el voluntarismo ingenuo acerca del comportamiento de los individuos en el contexto de sus relaciones sociales. Tal parece que el ser social se ha cansado de determinar la conciencia social, siquiera en la instancia última que Marx le concedía. Así lo demuestra una vez más Cobas Avivar en su crítica al artículo de Anibal Garzón.
Basta con diseñar una fórmula cooperativa, o con poner un ejemplo sesgadamente analizado, para que se establezca una teoría infalible que, por supuesto, cambie el modo de producción y, lo más importante, el aparato de Estado que actualmente funciona. La presentación del cooperativismo como solución al problema de un desarrollo socialista del socialismo, se halla en general vista desde una perspectiva de funcionamiento en el interior de la sociedad de mercado, sobre todo en el ámbito del neosocialismo partidista que detenta Pedro Campos y que otros asumen como fórmula. Sus fundamentos no van más allá del carácter alternativo del cooperativismo ante las preponderantes relaciones de la oferta y la demanda.
¿Acaso las iniciativas de las cooperativas no son también una forma de propiedad que intenta aislarse del sometimiento del sistema para hacer pequeñas comunidades gregarias? ¿Pueden sobrevivir estas iniciativas fuera del contexto aislado alternativo del propio sistema de relaciones sociales o, incluso, en plan de reproducción espontánea a lo largo del sistema del cual por oposición dependen?
Se confunde así la singularidad del proyecto cooperativista en el capitalismo con la predicción voluntarista del futuro. El cooperativismo cubano del socialismo en transición fue víctima, entre otras cosas, del sedentarismo institucional que se detuvo ante la necesidad del salto dialéctico del programa revolucionario y, por demás, de la falta de una dinámica inmediata que permitiera conjugar la planificación estatal central con el autodesarrollo particular. Es un síntoma que en cierto periodo de la historia de la Revolución cubana se agudiza: sobredimensionamiento de lo general sobre lo particular. No es un mal incurable, ni, mucho menos, un mal de fondo. Se le puede erradicar con una perspectiva dialéctica inherente al sistema socialista mismo. Por el contrario, lejos de curarse con actitudes partidistas de democracia liberal, como las que se proponen desde la tendencia neosocialista, se agudiza, pues no es secreto para nadie que, antes de resolver cuestiones internas específicas de interrelación del sujeto, de intercomunicación de la comunidad con los programas centrales del Estado, se impone defender la resistencia del sistema. La soberanía de la patria es previa, y condicional, a la implementación de la República socialista.
Atrincherados en sus argumentos de que el socialismo no existe en Cuba —insistente precepto—, en que el modo de producción continúa basado en el salario, se obstina RCA, reclaman un cooperativismo que por sí mismo se aísle del modo de producción y le permita al sistema dominante continuar con su dominación. ¿Puede eliminarse la preponderancia del salario bajo la dominación global del sistema imperialista? ¿Puede la mercancía-dinero desaparecer en condiciones de rapiña imperialista? Si esta es una base del hilo rojo teórico del marxismo, ¿por qué se hunde en la arena de ese análisis que como científico se presenta? ¿Por qué no partimos de las transformaciones que el sistema socialista en transición —insisto yo— ha creado realmente, que en verdad existen, para entonces trabajar con las desigualdades, con el equilibrio del ejercicio de la participación ciudadana y de la democracia política de todo el pueblo?
Aunque no conozco un lugar donde pueda confrontarse la información acerca de los planteamientos de la población respecto al proyecto de Lineamientos del PCC, uno de los que más he percibido es precisamente el relacionado con la Libreta de abastecimiento, por cuanto choca con el problema de la marca de las desigualdades en el seno de la sociedad cubana, y, por antecedente económico-social, con la racionalidad distributiva que ha generado una cultura socialista en nuestra población. Se trata de una idea —la de eliminar la libreta— que hallamos en escritos, charlas y conferencias de analistas pertenecientes al Centro de Estudios de la Economía Cubana y que tiene más en cuenta las formas de eficiencia económica del capitalismo, creadas para camuflar con índices las desigualdades, legitimándolas, que el principio socialista de distribución que la Revolución cubana ha aplicado en toda su trayectoria. Los usos y abusos de esa distribución racional bajo restricciones reales, realmente existentes, sufridas y latentes a cada segundo, son parte de un funcionamiento institucional interno que se ha resquebrajado después de la caída del Socialismo Europeo. Son consecuencia, además, de la irrupción de modos y estrategias de sobrevivencia naturalmente antisistémicos en la vida del cubano.
La población ha participado en el debate y le ha hecho la reclamación a los economistas de nuevo cuño que, por otra parte, están justamente preocupados por desarrollar una economía lo más independiente y productiva posible, de ahí las búsquedas en los modelos asiáticos, sobre todo chino y vietnamita. Al eliminar de un tajo la libreta, se incurre en una nueva práctica de igualitarismo, aunque este privilegia a los que tienen mejor poder adquisitivo, tanto desde el punto de vista familiar como desde el punto de vista de la relativa diferencia geográfica del país en cuanto a costo de la vida.
Lo que más puede empedrar el camino de la democracia socialista, después del constante asedio y agresión del enemigo globalizado, es ese discurso de oposición convencional con que los neosocialistas buscan un espacio de micropoder. Un micropoder que, justo porque se monta en el mismo tobogán de la guerra fría cultural, con sus interminables intervenciones e injerencias mediáticas, solo atomiza las buenas voluntades de la intelectualidad, y la escasa ciudadanía a la que logra transmitirse, dentro de la nación. Son, desde su base, antisistémicas.
De modo que, a fin de cuentas y una vez que con paciencia de estoico se recorren sus líneas, no es tan ingenuo ese voluntarismo estructural funcionalista que con léxico marxista se presenta. Se sabe, pues, que sólo desde dentro el socialismo puede ser echado abajo. O sea, que ningún caballo de Troya es buen regalo.
Cobas Avivar, Roberto: «Cuba: el placebo burgués de la igualdad diferenciada», en URL:
www.kaosenlared.net/noticia/cuba-placebo-burgues-igualdad-diferenciada, y Garzón, Aníbal: «Congreso del PCC: El socialismo cubano sigue su Revolución, del igualitarismo a la igualdad», en URL:
www.kaosenlared.net/noticia/congreso-pcc-socialismo-cubano-sigue-revolucion-igualitarismo-igualdad
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