26 de agosto de 2009.
Hermanita Arleen:*
Al fin me llegó La Calle del Medio, al menos un primer paquete con los números desde el primero hasta el pasado mayo. Como has sido nuestra abogada ante la publicación te uso de vehículo, primero, para agradecer a los compañeros, y en segundo lugar para opinar –o sugerir– sin aspiraciones de publicación ni mucho menos.
El periódico me parece muy bueno por su estilo, la calidad de las entrevistas –y de los entrevistados–, así como por su correspondencia en la calidad de las opiniones de los lectores. Es un buen espacio de debate en un tono coloquial, accesible pero sin concesiones a la simplonería o al espíritu amarillista, que casi siempre se usa para simular una libertad de expresión que es puro cuento.
Me llama la atención el discernimiento y la madurez de los lectores en relación a las producciones televisivas enlatadas por acá. No obstante, tal vez el periódico pudiera profundizar en un aspecto que –afortunadamente– escapa al televidente cubano, resultado natural de no ser el público cautivo al que van dirigidos primariamente los designios –que siempre los hay– de quienes los producen.
Todos esos productos, hasta el más inocente, están diseñados con sumo cuidado para difundir algún estereotipo, valores, reacciones personales o colectivas; o para implantar ciertos reflejos o actitudes. En algunos casos esos elementos se incorporan al subconsciente colectivo norteamericano en complejos de superioridad, sentimientos de excepcionalismo, posiciones mesiánicas o la convicción falsa de ser la sociedad paradigmática, digna de imitar. El asunto, por supuesto, no termina ahí. Para completar el cuadro la imagen se exporta, contribuyendo en no poca medida a la colonización cultural.
Para serte franco, las mejores disecciones de ese fenómeno las he leído aquí, lo cual no nos demerita. Es natural que quienes lo han vivido, una vez alertas, se rebelen, analizando entonces toda su experiencia vital a la luz de esa nueva conciencia, con un conocimiento de causa del que para nuestra suerte la Revolución nos libró. Se me ocurre sugerirles que de vez en cuando pudieran acudir a colaboraciones desde el lado de la geografía en que se producen los enlatados, lo cual aportaría a la comprensión por nuestros lectores del verdadero código de conducta o reflejos que están destinados a reproducir. No sé si será una especialidad en la que Alba Rico –que aporta colaboraciones brillantes– se sienta cómodo, pero si no es él hay varios otros que pueden hacerlo.
Aquí le envío un pie de rima al amigo Wejebe, inspirado en su artículo sobre el Dalai Lama y su preceptor nazi: hace poco hallé en una National Geographic una fotografía del Lama, tomada por su preceptor británico durante el interregno entre el fin de la Segunda Guerra Mundial y la Revolución China. La imagen del niño Lama en un palanquín, mientras los campesinos se postran a su paso, es un retrato de la abominación que representaban las relaciones del pueblo tibetano con la teocracia feudal que entonces lo oprimía; pero es superada por la abominable descripción del inglés, que pinta la escena con tono idílico. Se diría que se trataba de Cristo entrando a Jerusalén y no del testimonio de brutal represión que realmente era.
Mi reto a Wejebe es que tal vez puede hurgar en el traspaso de batón de nazis a británicos –y más probablemente de estos a la CIA– completando la historia entre el fin de la Guerra Mundial y la revuelta que en 1959 mandó al exilio a la teocracia feudal tibetana. Es un tema de mucha actualidad, que ha movilizado aquí a todas las admiradoras de Richard Gere y a quienes encuentran en él –en el tema, no en el actor– una alternativa equivalente a la defensa de los embriones o de los animales, como compensación ante su indiferencia por el sufrimiento y la injusticia humanas.
En otro orden de cosas me atrevería a sugerirles un paso audaz: incorporarse al debate social en relación con el reto económico y político que enfrentamos hoy. Sería un aporte en la profundización de la cultura económica que demanda el momento, y en la comprensión de las decisiones políticas que requerirá el perfeccionamiento de nuestro socialismo. Vivimos bajo el riesgo de que el pensamiento hegemónico nos venda el espejismo de que podremos desarrollarnos copiando otras experiencias o aplicando soluciones individualistas a los retos sociales. Todo ese pensamiento liberal apela a cierta lógica que no deja de atraer al recipiente inadvertido, y sólo el conocimiento, la información y el debate pueden descubrir su esencia mitológica al ciudadano medio. He leído buenos escritos al respecto en la Revista Temas, pero se producen en un contexto más académico en relación a un mensuario de distribución masiva como La Calle del Medio.
Bueno, está bien; te he dado tremenda lata, pero tú eres una gente sensible y adivinarás lo que representa para nosotros la conexión con la realidad de la patria. La Calle del Medio me cargó las pilas. Sólo una crítica: mándenme los periódicos al menos de dos en dos. Se produce cierto desperdicio cuando tratas de asimilar una docena de un tirón, abrumado ya por una montaña de libros, periódicos y correspondencia. Cariños, René.
* La carta está dirigida a Arleen Rodríguez Derivet.
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