lunes, 21 de septiembre de 2009

Un megaconcierto histórico, que nunca fue polémico.

Enrique Ubieta Gómez
“¡Duélale a quien le duela, lo hicimos!”, gritó Juan Formell en el cierre del megaconcierto por la Paz, celebrado el domingo 20 de septiembre en la Plaza de la Revolución. Más de un millón de personas abarrotaron el histórico escenario –lugar de encuentros, de esperanzas, de trascendentes decisiones, de duelos: la Plaza donde estuvieron o hablaron los más importantes líderes revolucionarios del mundo en la segunda mitad del siglo XX (porque la Plaza es la tribuna histórica más relevante del Tercer Mundo), donde estuvo el Papa Juan Pablo II--, para escuchar a destacados intérpretes, algunos de moda, la mayoría definitivamente establecidos, que ofrecieron un espectáculo de más de cinco horas, sin que el sol, dueño y señor de los espacios abiertos en Cuba, doblegara la voluntad de los asistentes. Hecho histórico, que tuvo que vencer la hostilidad encarnizada del sector más reaccionario de Miami –de los Díaz-Balart, de la Ileana Ross, de los Saavedra, del fascismo “ilustrado” de algunos intelectuales de derecha--, para abrir una puerta al entendimiento, al respeto entre los pueblos. Los jóvenes cubanos fueron a disfrutar un espectáculo de la “farándula” internacional que era, también, inusitada mezcla de géneros: ¿quién puede reunir con éxito a cantautores como Aute o Silvio, ajenos al espectáculo farandulero, como Amaury o Víctor Manuel, como Carlos Varela o Miguel Bosé, a músicos que apuestan por una sonoridad más experimental, como X Alfonso, y a otros de estirpe popular como Juanes u Olga Tañón, a boleristas como Danny Rivera, a reguetoneros como Jovanotti u Orishas, a soneros de la talla de los Van Van, y contar con la presencia de un millón de espectadores? Fue, al decir de Cucú Diamantes, un espectáculo de “eclecticismo musical”. Exceptuando a Juanes, a Olga Tañón y a Miguel Bosé, los restantes invitados ya habían actuado en Cuba más de una vez. Lo cierto es que los jóvenes cubanos tienen, como es lógico, sus preferencias, pero saben disfrutar la música en todas sus variantes. Los visitantes primerizos conocían poco de Cuba, pero traían la buena fe en los ojos. La prensa extranjera suele hablar de los acontecimientos en Cuba desde una extraña perspectiva: un concierto no es polémico porque lo sea para personas que no viven en Cuba o para gobiernos extranjeros –tampoco necesita de permisos o auspiciadores ajenos--, es o no es polémico según lo sea o no para los cubanos, y este que acabamos de vivir nunca lo fue. No conozco a nadie en Cuba que haya rechazado la realización del concierto, ni a nadie en Cuba que haya dejado de disfrutarlo plenamente (más allá de gustos personales). Creo que los artistas invitados que lloraron sobre el escenario, se fueron sabiendo más de Cuba y queriéndola más. Y nosotros, los espectadores, regresamos a casa agradecidos, eufóricos por la buena música y la buena fe. Que el mundo se abra a Cuba, pidió también la Diamantes. Cuba, segura de lo que es, de lo que significa, así lo espera.

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