Así, en estos momentos, la palabra libertad, saturada por el uso desde la creación de la Guerra Fría, viene a tener su reemplazo en la palabra democracia. Y aunque podamos entretenernos en un ejercicio de sustitución mecánica, colocando democracia allí donde en los documentos de la Guerra Fría cultural aparecía la palabra libertad, la suplantación no es solo un mecanismo de renovación comunicacional.
Los objetivos primarios que insistían en el empleo del vocablo "libertad", surgían, en una jugada de estrategia semántica, relacionados con la reacción mecánica de negación en la que ya se iba estancando el campo socialista, en tanto en el plano semiológico, en busca de atrapar una estrategia de sentido eficaz, aparecían unidos a la necesidad de llevar, en carácter de patrón psicosociológico de recepción, el modo estadounidense como un modelo para la libertad de expresión y el desarrollo de los creadores de cultura, sobre todo en el ámbito del arte y la literatura. La Europa de posguerra era aún referente modal en la supremacía del juicio cultural en tanto EE.UU., dado su pragmatismo consumista, no gozaba de un estatuto que le garantizara la acrítica aceptación en todo el mundo. A fines del siglo XX, en cambio, el modo cultural estadounidense ha conseguido conquistar aquellos objetivos, se ha convertido en referente ideal, acríticamente recibido en todo el mundo, y necesita en cambio revertir un patrón de aceptación global que parta de su propio nivel de enjuiciamiento. En alta prioridad, este patrón se centra en la conformación de los estados, sobre todo en un debilitamiento de sus estructuras que permita maniatar su capacidad de decisión. El poder imperial, desde sí mismo negado y de pronto puesto en la palestra de los especialistas con un nuevo rango de mirada benévola, de “mal menor” a fin de cuentas mejor que el bien de otras tantas naciones, se reestructura en el ámbito comunicativo y, para ello, necesita extender la caja negra que con la palabra democracia viaja.
Los objetivos primarios que insistían en el empleo del vocablo "libertad", surgían, en una jugada de estrategia semántica, relacionados con la reacción mecánica de negación en la que ya se iba estancando el campo socialista, en tanto en el plano semiológico, en busca de atrapar una estrategia de sentido eficaz, aparecían unidos a la necesidad de llevar, en carácter de patrón psicosociológico de recepción, el modo estadounidense como un modelo para la libertad de expresión y el desarrollo de los creadores de cultura, sobre todo en el ámbito del arte y la literatura. La Europa de posguerra era aún referente modal en la supremacía del juicio cultural en tanto EE.UU., dado su pragmatismo consumista, no gozaba de un estatuto que le garantizara la acrítica aceptación en todo el mundo. A fines del siglo XX, en cambio, el modo cultural estadounidense ha conseguido conquistar aquellos objetivos, se ha convertido en referente ideal, acríticamente recibido en todo el mundo, y necesita en cambio revertir un patrón de aceptación global que parta de su propio nivel de enjuiciamiento. En alta prioridad, este patrón se centra en la conformación de los estados, sobre todo en un debilitamiento de sus estructuras que permita maniatar su capacidad de decisión. El poder imperial, desde sí mismo negado y de pronto puesto en la palestra de los especialistas con un nuevo rango de mirada benévola, de “mal menor” a fin de cuentas mejor que el bien de otras tantas naciones, se reestructura en el ámbito comunicativo y, para ello, necesita extender la caja negra que con la palabra democracia viaja.
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