lunes, 28 de septiembre de 2009

La novísima derecha cubana y el horror a las masas.

Enrique Ubieta Gómez.
Foto de Kaloian.
Si algún sello pudiera hallarse en ese excelso grupo de intelectuales nacido, crecido y graduado en la Cuba “castrista”, hoy en el negocio de la oposición miamense, española o mexicana, de la que Miami es pese a todo capital simbólica, es su desprecio por las masas, su desmesurado afán aristocrático. La explicación quizás esté en ese deseo de oponerse a todo lo aprendido: de la solidaridad como modo de vida, al individualismo más feroz; del “seremos como el Che” al desenfadado “somos como Bush, o como Aznar, o como Fox”. De la guerra contra el imperialismo a la guerra del imperialismo: soldados de la pluma en la contienda universal, eterna, contra los sesenta oscuros rincones del planeta, así se llamen Iraq, Venezuela o Cuba. Ichikawa delinea con claridad la línea de pensamiento que sigue: de Orestes Ferrara a Más Canosa, del que recientemente exaltara la coherencia de su pensamiento “fundador”. Sobre su desprecio por las masas, escribí en mi artículo “La reencarnación de José María Gálvez”. Si Hernández Busto se siente incómodo y paranoico rodeado de entusiastas seguidores del equipo nacional en un estadio de béisbol, y habla con desprecio de esos cubanos extrovertidos, que se exaltan con impropia desmesura ante jugadas que deben observarse con elegante frialdad sajona, por Dios, ¿qué decir de la Plaza de la Revolución? ¡Qué horror! ¡Juanes, bajo el sol de septiembre, rodeado de toda esa gentuza! Lo que más enfurece a la novísima derecha cubana es la Plaza y esa chusma que baila y baila, y se divierte, cuando debe mostrarle al mundo su tristeza. Pero no esperaba encontrar a alguien que se atreviera a defender a Miguel Saavedra, el jefecito de Vigilia Mambisa. Y he aquí que Hernández Busto lo descubre eufórico; ya que no tuvo las agallas de decir en voz alta lo que pensaba cuando creía ser el único, ahora lo presenta con gesto de triunfo: “Néstor Díaz de Villegas, con artículo brillante, sobre Miguel Saavedra y su aplanadora”. Todavía abrí el texto recomendado con incredulidad. Y sí, lo defiende. Dice más: “El concierto de Juanes entró en el libro de récords Guinnes por ser la primera instancia en la historia del mundo en que un millón de personas, reunidas al resistero del sol, se pasaban cinco horas en una plaza cerrada sin que se produjeran altercados. El público cubano merece también una mención en el cielo, como el perfecto rebaño: un pueblo de borregos”. Eso es el pueblo de Cuba. Por suerte, existen mentes superiores como la suya que nos orientan. ¡Cuánto hubiese deseado una trifulca multitudinaria que expresara toda la violencia “bárbara” y el descontento de un pueblo “oprimido”! La familia de los “Increíbles” –Ichikawa, Hernández Busto, Néstor Díaz de Villegas, et al., condes y marqueses de una aristocracia extrañamente formada por la Revolución--, esos personajes superdotados del comic, destinados por la Providencia para ser nuestros incomprendidos salvadores. Por eso, para Díaz de Villegas –una generación más vieja--, la fórmula de Ichikawa es correcta: si “una masa” (en singular) dice que sí y dos personas que no, gana el no, dos a uno. “En la Pequeña Habana –escribe el primero--, un puñado de vejetes armados de martillos encarnaba toda la libertad de que no fue capaz el millón de zombis en la plaza. El único acto libre, el único acto pacífico y significativo de estas jornadas estuvo simbolizado por esa aplanadora que hizo añicos los discos de Juanes y compañía”. Destruir discos, quemar cuadros, colocar bombas en los teatros, prender la hoguera en una pila de libros, como Hitler o Pinochet. Todo lo que sea necesario para impedir la obscenidad de ver a los cubanos bailar sin complejos bajo un sol pegajoso, desconsiderado. “Para el asombro del mundo –agregaba Díaz de Villegas con desconsuelo--, el pueblo cubano meneaba las caderitas al ritmo de la canción protesta, agitaba el culo a la mención del miedo”. Llegará el día –eso esperan ellos, pero no lo garantizo--, en que la Plaza (para entonces sería Cívica, no de la Revolución), tenga aire acondicionado, y las entradas se cobren bien caras; el día en que las personas decentes no tengan que mezclarse con la turba mulata y bullanguera. Entonces la nueva aristocracia habanera podrá pasear en sus quitrines modernos, y el conductor o chofer “de color” será considerado “como de la familia”, como en las bellas telenovelas brasileñas, un “como si” que establecería una distancia definitiva. Pero ahí se esconde el error: la novísima derecha miamense pierde el rumbo precisamente porque no se identifica con su pueblo. Porque no lo defiende. Porque no lo representa. Y eso es demasiado evidente.

3 comentarios:

  1. Te quedó muy muy muy bueno. Besos.

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  2. "Si “una masa” (en singular) dice que sí y dos personas que no, gana el no, dos a uno."

    ¡¡Felicidades Ubieta, acabas de describir el castrismo!!!

    Y no, de ninguna manera soy derechista, más bien soy la encarnación de la intelectualidad de izquierda. Como tú sabes, fui a la cárcel y pasé 5 años en Ariza, y nadie que tenga eso en su expediente por decir lo que piensa puede ser un marqués derechista.

    Está llegando el momento en que personas como tú tendrán que rendirle cuenta a la masa, o a "las masas", como prefieras. Y entonces vas a conocerlas de veras. Si dios todopoderoso lo permite yo estaré allí, con esa masa, hombro con hombro, para lanzarte el primer tomate. De frente.

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  3. Enrique Ubieta Gómez30 de septiembre de 2009, 6:33

    Me surge una duda razonable: ¿será que Néstor Díaz de Villegas es el nombre literario de Miguel Saavedra (jamás confundir con Cervantes), o al contrario, que Saavedra es el nombre de guerra de Díaz de Villegas? Lo que sí no acepta dudas y lo explica todo –a juzgar por su amenaza, y su carencia de ideas para refutar argumentos--, es que el marqués de marras es miembro de Vigilia Mambisa. La frase entrecomillada, por cierto, es de Ichikawa. Pero me jode su respuesta: yo me esfuerzo en demostrar con citas mi tesis, y después llega Néstor Saavedra de Villegas y en un solo párrafo –¡qué capacidad de síntesis!--, confirma cada palabra dicha por mí, pero con mucha más elocuencia.

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