Enrique Ubieta Gómez
Los seres humanos aún no podemos regresar al pasado en las prometidas –por novelas y filmes de ciencia ficción– máquinas del tiempo, para intervenir en los sucesos ya consagrados y transformarlos a conveniencia. Ensayos, novelas y películas nos advierten, con una anticipación que incrementa la esperanza, de la improcedencia, más bien del peligro que acarrearía esa intervención humana en el Destino. Pero hay otras maneras de intervenir en la realidad, de acomodarla a nuestros deseos, a los particulares y a los empresariales: desde que el magnate de la prensa William Randolph Hearst pidiera –en el lejano 1897–, dibujos falsos de una guerra que él "fabricaría" desde su máquina de escribir, para propiciar la intervención estadounidense en Cuba, y vender más periódicos, las trasnacionales de la ideología saben que un hecho no es exactamente una noticia, y que una noticia de laboratorio puede convertirse en un hecho. Dicen los diseñadores de marketing de la CNN, que lo que esta no trasmite, no existe. ¿Pero existe todo lo que la CNN trasmite? Para muchos, esta es una pregunta innecesaria. Si los reporteros de guerra ya no tienen que acudir al frente de batalla, para "cubrir" los hechos que deben ocurrir en correspondencia con la política editorial del gobierno trasnacional al que pertenecen, si pueden fabricarse escenarios de tramoya donde un actor disfrazado de soldado –o un soldado convertido en actor– escenifica actos heroicos sin que su vida corra peligro, ¿para qué sirve la verdad? La verdad es lo que conviene al más fuerte, pero también lo que vende, lo que se espera. Las nuevas tecnologías no solo nos permiten "vivir" en el cine horrorosas o apasionantes aventuras de ciencia ficción, también "democratizan" el intercambio de información, a veces para descubrir miradas alternativas y denunciar la mentira de los medios trasnacionales; a veces para crear mentiras, para confundir, para esconder la verdad entre miles de pistas falsas. Un ser anti-heroico en busca de diversión puede intervenir en "los hechos" y modificarlos desde la computadora de su casa, mientras toma Coca Cola: puede hacer su propia guerra, y construir realidades que suplanten a la propia Realidad. Es casi tan apasionante como viajar en el tiempo para aparecer victorioso en el minuto exacto posterior al fin de una batalla. Pero no hay que confiar en las apariencias; en este mundo, ya lo sabemos, las apariencias están hechas para que parezcan lo que no son. Puede ser que unas imágenes presuntamente hechas por un internauta aburrido, provengan en realidad de un laboratorio de manipulación social. Así, mientras decenas de ciudadanos de tercera, los pobres que nunca cuentan, pierden sus casas y sus bienes por la furia de una tormenta y la abulia de un sistema, unas fotografias falsificadas suplantan el horror de sus vidas a la interperie por el falso horror de unos tiburones en el metro de Nueva York. Después del asombro, del susto, el ingenuo lector que ha reennviado a miles de "amigos" de su red personal la falsa noticia, descubrirá que fue un engaño chistoso, una broma ingenua, y reirá de buena gana. Pero nunca sabrá de las fotos malditas, las que podrían socavar su tranquilidad de buen ciudadano. Sentado en una butaca mullida, consumirá a la vez comida e información chatarra, y se creerá bien alimentado e informado.
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