Es un título espurio, que
nadie puede pretender para sí. Por lo general, según la historia cuenta, los
autodenominados protectores de una Fe, surgen cuando otra intenta imponerse o
se ha impuesto. Es decir, donde hay Protectores, hay Impositores de (otra) Fe.
Los “herejes” no carecen de fe, traen la suya, que a veces se esconde en la
Nada. Los reformistas evangélicos, por ejemplo, podían ser y a veces eran más
fundamentalistas que los católicos y que los musulmanes. Este detalle no puede
obviarse. El apelativo se ha empleado en debates recientes de la web para
designar a los burócratas que reducen “la fe” revolucionaria a una Doctrina, a
un Dogma, y que suelen ser, sin embargo, los que más rápidamente cambian de opinión,
si el “mando superior” lo orienta o quienes pierden de repente la convicción y
desertan, si los acontecimientos los rebasan. Los hay, sin dudas. Los “puros”
de la teoría, tanto en Venezuela como en Cuba, podrían derrocar la Revolución,
si esta no parece ser lo “suficientemente” doctrinaria. Los “puros” de la acción
en cambio podrían conducirla a su disolución, a su lenta entrega, por apatía
teórica, si los dejamos. Están en los extremos, es cierto, pero no de la tensa
cuerda vital, sino del conocimiento manualesco; de la vida solo necesitan saber
la dirección del viento –para adaptarse o para oponerse a él– que se percibe en
el movimiento de las hojas. Ignoran la existencia de raíces, por eso no son
radicales. Pero el apelativo es utilizado también por los Impositores de la
Nueva Fe para estigmatizar a los que defienden la Revolución. Para coartar, en
nombre de la libertad de expresión, el debate revolucionario.
Me gusta poner este ejemplo:
un dibujo humorístico aparecido en la prensa contrarrevolucionaria de Venezuela
hace algunos años, presentaba en cuatro cuadros al mismo personaje, siempre tendido
bocabajo: en el primero, titulado Fe en Dios, el hombre rezaba con las
manos extendidas, según las reglas musulmanas; en el segundo, titulado Fe en
Marx, de barbas y vestido de uniforme verde olivo, apuntaba con su rifle;
en el tercero, titulado Fe en Freud, sobre un diván, hablaba con su
psiquiatra; y en el cuarto, titulado Fe en uno mismo, sobre la arena de
la playa, compartía un daiquirí con una linda muchacha en bikini. El dibujo de
la venezolana Rayma contenía varios niveles de manipulación: primero, el
marxismo no es una fe sino una ciencia, y es sobre todo un compromiso –no con
“la teoría”, sino con los pobres–, aunque ¡ojo!, sí es cierto que requiere de
fe en los seres humanos, en la posibilidad de que puede construirse un mundo
otro; segundo, la tesis de que uno no debe confiar su suerte a los demás, a un
psiquiatra o a un Dios (claro, la cosa no es contra el Vaticano, ¡válgame
Dios!, sino contra la Meca), sino a uno mismo, es inobjetable; pero esa suerte
se confina al goce material individualista: al ocúpese de usted mismo, al olvido
de que compartimos un planeta; tercero, tener confianza en uno mismo debiera
significar lo contrario: que es posible transformar el mundo. El dibujo sintetiza (y
manipula) los polos de la guerra de ideas, de valores: por una parte, la
destrucción de toda fe, en especial de aquella que se sustenta en ideales
colectivos –la fe en Marx aparece en uno de los cuadros, como si se tratase de
una fe irracional o de un endiosamiento de la persona que fue, y se apoya en la
desinformación y el descreimiento político de los noventa–, y su conversión en
cinismo (que es fe en la nada); por la otra, el estímulo a toda conducta
cínica, al individualismo más feroz, despojado de barreras morales.
¿El marxismo es una
Doctrina de Fe?, ¿la lucha de clases, por ejemplo, es un Dogma?, ¿definir posiciones
ante el capitalismo y el socialismo, es una actitud dogmática? No somos
revolucionarios porque seamos marxistas; somos marxistas porque somos
revolucionarios. La condición primaria no es teórica, es práctica: queremos
transformar la sociedad porque es
injusta, y es transformable. El marxismo es un instrumento para la liberación
humana, pero somos revolucionarios solo en tanto peleamos por ella. He conocido
a insignes académicos marxistas que nunca han militado, que nunca han abandonado
el aula. No son revolucionarios. Un burócrata de la teoría que olvida el
significado práctico de su condición revolucionaria, está muy cerca de un
activista que desconoce la importancia de la teoría. Fidel insistía en los
primeros años de la Revolución: no pedimos que crean, pedimos que lean. El
capitalismo cultiva sus dogmas y exige fe en ellos, no confía en el pueblo,
prefiere el analfabetismo funcional; una Revolución auténtica por el contrario
exige el conocimiento, y la fe en las personas, en el pueblo. Alfabetiza y
democratiza la enseñanza de forma obsesiva.
A veces tengo la impresión
de que el fantasma de los viejos errores ha secuestrado la discusión sobre los contenidos que se socializan. Hoy
puede suceder que un director de cine o de teatro, o un escritor, reconozcan
públicamente el sentido ideológico o político de su obra, mientras que el
crítico lo ignore o lo esconda en sus comentarios para los medios nacionales. Algunos
creen o difunden la creencia de que expresar disconformidad con el contenido
ideológico o político de una obra de arte es censurarla, que el derecho de
creación se viola si se discute el contenido que se ha propuesto. Lo que se hace público, debe públicamente discutirse. Hoy más que
nunca hay que discutir, desde posiciones revolucionarias, todos los contenidos, aparezcan en
noticias, telenovelas, textos de pensamiento u obras de arte. Un periodista tan avezado como Rasvberg aprovecha un lamentable y punible incidente para lanzar el estigma. Aprovecha digo, porque lo estira hacia otras costas, y lo mezcla con tendencias y sucesos ajenos y a veces opuestos al que daba razón a su texto. No pueden permitirse acusaciones sin fundamento –de ambos lados del "canal" se producen–; la verdad siempre es revolucionaria. Pero no pueden acallarse las acusaciones fundamentadas. ¿O es que Rasvberg no sabe que la guerra de ideas en Cuba es política (pretende la toma del poder político), y tiene gruesos y muy visibles hilos conductores en el exterior?
Los Impositores
de la Nueva Fe –la del capitalismo, tenga el apellido que tenga–, pretenden desorientar
al lector u oyente acusando a los revolucionarios de Protectores de la Fe. No defienden la crítica revolucionaria que tanto necesitamos, apuestan a su posible contaminación con la crítica contrarrevolucionaria. Pretenden indiferenciarlas, amputarles el apellido, dejarnos sin referente. El
socialismo no es una fe; es a la vez el lugar y el camino hacia un lugar más
justo, más humano; es el barco que busca, a medio construir, y también lo que
el barco busca; las herramientas de navegación son todo lo científicas que la
época permite, pero se necesita de fe. En la dedicatoria al Ismaelillo, José Martí le dice a su
hijo: “Tengo fe en el mejoramiento humano, en la vida futura, en la utilidad de
la virtud, y en ti”. José Martí era un revolucionario. Desconfiemos de los Protectores –en su sentido exacto, no revolucionario– y de los nuevos
Impositores, de los supuestos cultivadores de la Nada, que llaman inquisidores
a los que defienden la justicia y la esperanza.
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