“Antes que cejar en el empeño de hacer libre y próspera a la patria,
se unirá el mar del Sur al mar del Norte,
y nacerá una serpiente de un huevo de águila.”
José Martí
Lectura en Steck Hall, Nueva York, 24 de enero de 1880.
Carlos Rodríguez Almaguer
Vine al mundo por los campos que rodean a un pequeño batey en el límite norte entre el Camagüey y Oriente, cuando ya la Revolución Cubana había cumplido 12 años, en octubre de 1971. Año duro, como han sido casi todos los años de una Revolución que no aceptó rendirse cuando las esperanzas de que fuera “una revuelta más, liderada por un caudillo ambicioso” se vinieron abajo, y sus enemigos vieron llegada la hora de estrangularla. La obra social que ya desplegaba el nuevo proceso en el campo de la salud pública y gratuita para todos, logró salvar “milagrosamente” la vida de aquel endeble bebé que fui, nacido a destiempo, y que hubo de permanecer todavía en una incubadora bajo los cuidados intensivos de médicos y enfermeras solícitas por un período largo, hasta la sobrevida.
Mi madre, joven de 17 años, era maestra rural. Mi padre, obrero agrícola. Mi casa siempre estuvo llena a la vez de libros y estrecheces. Lo que soy y seré lo debo a la obra profundamente humana de la Revolución y a sus hombres y mujeres, porque ella no es un ente abstracto, tiene rostros y voces, tiene nombres que habrán de “tener siempre cubierto libre en nuestra mesa” y altares cariñosos en nuestros corazones, como pedía José Martí para los padres fundadores de la nación.
Cincuenta años, en tiempo histórico, es apenas un suspiro en la inmensidad de los siglos para un pueblo que ha sido en los últimos 500 años, desde la llegada de los conquistadores españoles hasta hoy, 400 años colonia de España y otros 60, neo colonia yanqui. Hace muy poco tiempo nos gobernamos a nosotros mismos, el tiempo que lleva en el poder la Revolución de enero de 1959. Por eso Fidel ha llamado, con razón, “errores de aprendizaje” a aquellos desaciertos que se han cometido en el maremagnun de presiones a que se ha visto sometido el Gobierno Revolucionario por los problemas internos heredados de cuatro siglos y medio de expoliación extranjera, y por las descomunales presiones externas venidas de los mismos que nos explotaron antes y nos quieren ahogar ahora. Algunos de esos errores, por supuesto, han dependido más de los hombres que ejecutan, que de los que preven, pues que son más aquellos.
En cambio, en tiempo humano, 50 años es más de media vida y ello ha de tenerse en cuenta por los que representan con sus nombres y sus actos, en cualquier lugar y época, a esa Revolución inspirada en los más elevados principios éticos y humanistas que ha conocido la sociedad humana hasta nuestros días. Con razón, también, Fidel expresó que “hemos hecho una revolución más grande que nosotros mismos”. Nadie, ni joven ni viejo, tiene el derecho de sentirse jamás por encima de la “revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes” por la que marcharon dispuestos a morir miles de hombres, jóvenes en su inmensa mayoría, hacia las arenas de Playa Girón, en abril de 1961. Muchos de ellos entregaron allí, enfrentando a los odiadores de este mundo, sus preciosas vidas.
Hemos hecho los cubanos en todos estos años muchas cosas para hacer y mantener a la patria libre de cualquier intromisión extranjera, tanto en el espacio físico que la sostiene, como en el espacio cultural que la compone, desde lo político hasta lo espiritual. Y Cuba es de una vez y para siempre libre, independiente y soberana. En cambio, y a pesar de todos los esfuerzos, muchos de ellos mal organizados y otros tantos peor implementados, más las zancadillas perennes de las poderosas fuerzas externas que no quieren que avancemos, no hemos logrado todavía hacer a la patria próspera como soñó el Apóstol.
Somos los responsables de nuestro destino nacional e individual, y así como la dignidad nacional no es sino la suma de la dignidad personal de cada uno de sus integrantes, y como tampoco existiría la patria sin patriotas que la sientan, la sufran y enaltezcan con su trabajo y con sus vidas, tampoco tendremos patria próspera sin ciudadanos prósperos, ateniéndonos al precepto martiano de “con todos y para el bien de todos”, que solo excluye, según él, a quienes quieren o aceptan a Cuba sometida a algún poder extranjero.
A veces pareciera que individualmente sentimos un rechazo natural a la riqueza, que poseer es sinónimo de egoísmo y de maldad, cuando en verdad los instintos biológicos de sobrevivencia están más a flor de piel en aquellos que más privados se ven de satisfacer las necesidades naturales básicas como comer, tener un techo y vestirse, como establecería, según el propio Engels, el Prometeo de Tréveris, Carlos Marx. De igual forma pareciera que ser pobre es sinónimo de sencillo, y por tanto la pobreza devendría en virtud y no la sencillez. La primera no es ni virtud ni vicio, sino desgracia de la que debe ser obligación humana esforzarse por salir y a la vez ayudar a otros a que salgan de ella. La segunda, responde a una actitud ante la vida y no al tamaño de la bolsa, y que por tanto puede encontrase en determinadas personas, independientemente de la prosperidad de que gocen o la precariedad de que padezcan.
El socialismo en sí mismo ha tenido desde sus orígenes la premisa ética de luchar contra la pobreza material y espiritual humana, y también, contra la riqueza material mal repartida o mal obtenida; pero no contra la riqueza en sí. Contra aquellas riquezas injustas habrá que luchar siempre, como habrá que luchar contra el igualitarismo, también injusto, que por proteger al holgazán desalienta al laborioso. “Tener no es signo de malvado, y no tener tampoco es signo de que acompañe la virtud”, como ha dicho sabiamente el Trovador. De hombres y de mujeres, prósperos y generosos, tenemos ejemplos sublimes en nuestra propia historia, tantos acaso como los que tenemos de personas pobres y mezquinas que, sofocadas por los apetitos, sin cultura ni instrucción que les sirvan de freno y solo con los instintos por brújula, han sucumbido a las más bajas pasiones humanas y han cometido los más horrendos crímenes en contra de la Patria y de sus hijos.
Por ello salté de alegría cuando en la clausura de la pasada Asamblea Nacional, con las mismas banderas de Yara y de Guáimaro presidiendo el Salón de Sesiones, escuché a Raúl decir que “Valoramos que la actualización del modelo económico cubano, tras las medidas iniciales de supresión de prohibiciones y otras trabas para el desarrollo de las fuerzas productivas, marcha con paso seguro y se empieza a adentrar en cuestiones de mayor alcance, complejidad y profundidad, partiendo de la premisa de que todo lo que hagamos va dirigido a la preservación y desarrollo en Cuba de una sociedad socialista sustentable y próspera, única garantía de la independencia y soberanía nacional conquistadas por generaciones de compatriotas en más de 144 años de lucha.”
A los “retranqueros” de la nueva política económica que actualiza y salva a la vez al socialismo y a la nación en Cuba habrá que tenerlos bien identificados y de cerca, para salvar al que quiera salvarse con la patria, y apartar a tiempo, sin merma de su dignidad, a los que, aún con una equivocada “buen fe”, quieran salvarse a su costa o hundirse con ella. Temer a la liberación de las fuerzas productivas en una Revolución que se ha encargado desde el primer momento de desarrollarlas y fortalecerlas, es un suicidio. Temer a la acumulación de riquezas bien habidas por los que la trabajan con sus manos o con su intelecto, bajo la sospecha de que la prosperidad engendra el egoísmo, es no tener en cuenta lo expresado por Martí de que “Ser bueno es el único modo de ser dichoso. Ser culto es el único modo de ser libre. Pero, en lo común de la naturaleza humana, se necesita ser próspero para ser bueno.”
Trabajemos cada uno la parte de deber que nos corresponde, hacia la patria y hacia la familia que es nuestra patria chica, y aprovechemos el enorme caudal de conocimientos, bondad e ingenio que hemos acumulado en estos años gracias a la Revolución que nos hicimos los cubanos y que hemos sabido conservar por más de medio siglo frente a todos los peligros. Esa será una de las mejores maneras de honrar, en el 160 aniversario de su natalicio, la memoria de aquel hombre solar que nos enseñó que “el patriotismo es un deber santo, cuando se lucha por poner la patria en condición de que vivan en ella más felices los hombres.”