Enrique Ubieta Gómez
La Calle del Medio 56 (diciembre de 2012)
El pintor
pinareño Dausell Valdés me había invitado a la inauguración de su exposición Voces al viento, en la casa de Carmen
Montilla, justo frente a la sala de conciertos de la Basílica Mayor de San
Francisco. Eusebio Leal, Historiador de la Ciudad, dijo en esa ocasión:
"Si la noble inspiración que nace de los bellos parajes de su tierra ha
sido la base para el inacabado diálogo entre la vocación y el oficio; si su
arte logró hacer diferente todo concepto precedente del paisaje; si entre rocas
y nubes plasmó sueños que solo están reservados a los verdaderos artistas, con
esta muestra ingresa en un nuevo espacio absolutamente creado por él y para él".
Sigo su obra, de implicaciones filosóficas, y decidí esta vez entrevistarlo
para los lectores de La Calle del Medio.
Dausell es un guajiro lleno de sorpresas. Introvertido, parco pero preciso,
tiene una clara comprensión de lo que busca y logra en sus cuadros, que es
también lo que busca y encuentra en la vida: sinceridad, paz interior, comunión
con el universo, y con la historia humana. “Los paisajes de Dausell Valdés nos
sumergen en una visión del mundo en pleno proceso de cambio y transformación. Las
montañas, los bosques con forma de pájaro o de piedras flotantes, así como los
otros elementos que conforman la obra de este artista cubano elaboran un nuevo
imaginario”, escribía Nicolás Maduro, entonces canciller de la Venezuela
bolivariana. Practicante de artes marciales y devoto de las filosofías
orientales, expresa con sencillez la identidad de lo humano y lo natural. Su
obra puede hallarse en museos, pero también en la casa de artistas e
intelectuales, y de estadistas europeos, asiáticos, africanos o
latinoamericanos. Quede este retrato hablado de su vida artística para nuestros
lectores.
¿En tu familia hay antecedentes para tu
vocación por las artes?
Bueno, que yo
conozca, no. He indagado con mis padres, con algunos familiares, y ellos
tampoco recuerdan algún antecedente familiar, no ya en las artes plásticas,
sino en las artes en general. Mi padre toda la vida fue dirigente, director de Escuelas
del Partido en la región de Guanajay, Artemisa y Mariel, y en la Escuela
Provincial de Pinar del Río. Fue por eso
que de niño residí en Mariel. Mi mamá es ama de casa. Tuve una hermana maestra,
otra en las Fuerzas Armadas, y un hermano que trabaja en los muelles del
Mariel.
¿Dónde naciste?
Yo nací en Pinar
del Río, pero desde los cuatro meses y hasta los 15 años viví en el Mariel.
Es decir, que no creciste viendo los
famosos mogotes de Pinar, los primeros paisajes de tu vida fueron de costa, de
mar…
Sí, yo crecí
pescando jaibas, bañándome en el malecón del Mariel, paseando en bote, atrás
había montañas, las de esa zona, pero son apenas unas lomas. Recuerdo que los
muchachos del barrio nos escapábamos para bañarnos en el malecón o para empinar
papalotes en la costa. Yo hice hasta hornos de carbón. Recuerdo que frente a mi
casa vivía un señor a quien llamaban el Nene, que era carbonero, y Juan Carlos,
mi mejor amigo de esos años, y yo, nos poníamos a preparar con él el horno de
carbón. Hacíamos un saco y lo vendíamos a ocho pesos, cuatro para él y cuatro
para mí. A veces íbamos juntos al monte a buscar limones y después los
vendíamos recorriendo el pueblo con una carretilla.
¿Dibujabas ya en esos años?
Sentí
inclinación por las artes plásticas desde muy temprano, con seis o siete años
de edad. Comencé modelando animales prehistóricos en plastilina. Un día hice un
dinosaurio, y cuando llegó mi cuñado del trabajo por la noche, mi hermana se lo
enseñó, y él decía, “no, qué va, esto no lo pudo haber hecho él”. Entonces lo
rompí y lo volví a hacer delante de él. A esa edad la inclinación natural de
los niños es explorarlo todo. Lógicamente, recuerdo algunas revistas de
historietas…, quizás vi los dinosaurios en ellas. Pero también modelaba
cocodrilos, camaleones, aves, todo con plastilina. No conocía desde luego el
barro. Recuerdo a un carpintero que vivía al lado de mi casa, y yo iba a verlo
trabajar cuando llegaba de la escuela y si él estaba haciendo una cama, con la
recortería que me daba, a pequeña escala, hacía la misma cama. Es decir, que en
esos primeros años sentí más inclinación por las figuras tridimensionales que
por el dibujo.
No sé si ahora haces esculturas, pero
paradójicamente, lo que te ha dado a conocer es la pintura…
Realmente, no
hago esculturas. He sentido la necesidad, pero no he emprendido esa aventura
aún. En el mes de febrero debo hacer una exposición en el Museo de Arte de
Pinar del Río y quiero que sean piezas tridimensionales. Voy a partir de obras
bidimensionales ya elaboradas por mí que quiero llevar a ese plano, obras que
sean susceptibles de ser convertidas en instalaciones. Y voy a ser fiel al
sentido de mi obra, incluso con los materiales que voy a usar, voy a trabajar
con elementos propios de la naturaleza, me refiero a la piedra, a la madera, al
hierro que se extrae también de la naturaleza. Sé qué quiero, cómo lo quiero,
sin apartarme de lo que he venido haciendo hasta ahora. Pero el resultado final
todavía para mí es un enigma. Hay que
arriesgarse.
Pero, en algún momento descubriste que
te gustaba dibujar y que además, lo hacías bien…
Recuerdo con
mucha añoranza que cuando estaba en cuarto, en quinto y en sexto grados, en mi
grupo había un niño llamado Ariel, que dibujaba también. Ambos teníamos
libretas que eran solo para dibujar. Él vivía más pegado a la costa y hacía
barcos. Tenía los modelos muy cerca. Entonces establecimos una especie de
competencia, a ver quien hacía el barco más bonito. Esa fue mi primera escuela
y los mismos compañeritos del aula nos buscaban para que dibujáramos las primeras
hojas de sus libretas. Esos fueron también nuestros primeros admiradores y críticos.
¿Ariel no llegó a ser pintor?
No sé, cuando
salí del Mariel no volví más, hasta que ya fui un hombre y perdí todo vínculo
con mis compañeritos. No sé qué pasó con él, me gustaría saberlo. Ariel
Martínez se llamaba.
¿En esos años tomabas en serio tu
inclinación natural por las artes plásticas?
Un día mi
cuñado llevó a la casa a un primo suyo que estudiaba en San Alejandro –actualmente
es profesor de cerámica en esa academia–, para que viera lo que estaba
haciendo, y aquel hombre dijo que tenía
aptitudes y me dio algunas instrucciones que no recuerdo si seguí. Pienso que a
esa edad pesa más la espontaneidad. Terminado el sexto grado, mi papá me llevó
a la Escuela Elemental de Artes de Pinar del Río, aprobé los exámenes de
ingreso y me bequé. Ahí estuve un año.
¿Por qué abandonas los estudios
académicos?
Realmente fui
un niño muy apegado a la familia, que de pronto se vio lejos de su casa y le
hizo rechazo a la escuela. A tal punto, que no quise seguir, de ninguna manera.
Y mi padre, pienso yo que como castigo o como enseñanza, me ubica en una
escuela en Guane, setenta y tantos kilómetros más allá. Pero ese año que pasé
en la Escuela de Artes fue muy intenso, se impartían programas muy cargados,
fui alumno de Pedro Pablo Oliva en pintura, tuve otros grandes profesores como
Mario García Portela que me daba dibujo y su esposa Mari Cuqui, en fin… Y al
salir, ya traía un cierto entrenamiento académico. Pero en Guane, desde que
llegué, me vinculé a los Talleres que existían en las Casas de Cultura.
Recuerdo que encontré a Lázaro Piloto, que estuvo conmigo en la Escuela
Elemental de Artes de Pinar –cuando yo estaba en séptimo, él estaba en noveno–,
ya como instructor en la Casa de Cultura de Sandino y pasó de ser mi compañero
de estudios, a mi profesor. Y así continuó durante esos tres años mi relación con las artes plásticas, en
talleres, participando en exposiciones colectivas como aficionado.
¿Te consideras un pintor autodidacta?
Sí, desde
luego. Bueno, pienso que la escuela además de darte conocimientos te titula,
pero hay escuelas que no te titulan y son tan provechosas como las otras. Lo
importante es la aptitud. Pienso que la escuela siempre está, ya sea en un
centro docente o en el taller de otro artista que te recibe. La escuela no se
reduce a un título, pero claro, el título te acelera el camino.
Por lo general los pintores autodidactas
hacen un tipo de paisaje naif o
naturalista, pero tu cultivas un arte más conceptual, te alejas de los caminos
trillados… ¿cómo logras conformar tu estilo, tu marca?
Mira, desde muy
niño practico la filosofía oriental, la filosofía zen. Y estoy muy marcado por
ella. Comencé haciendo paisajes naturalistas, casi hiperrealistas, pero llegó
un momento en que aquello no me interesó más. Tuve muchas influencias como todo
artista. En principio los paisajistas chinos y japoneses, luego los más
contemporáneos como Esteban Chartrand, Menocal, Vladimir Shiskin y después
Tomás Sánchez, que le dio un vuelco al paisajismo. También él, por cierto, es
practicante de yoga, y todas esas filosofías están unidas, hemos bebido de las
mismas fuentes. Pero la práctica de las artes marciales, de la filosofía zen,
inconscientemente me fue llevando por un camino, me fue aportando temas que se
salían del camino inicial, de un arte más realista, más físico. Fui sintiendo
la necesidad espiritual de sacar lo que llevaba dentro. En una ocasión, un gran
artista de Pinar, Juan Suárez Blanco, me dijo, mira Dausell, ¿tú conoces a René
Magritte? Yo no lo conocía. Ve a casa de Pedro Pablo Oliva y dile que te enseñe
el catálogo de Magritte. Cuando yo vi sus cuadros me quedé petrificado, yo
pensaba que había inventado el agua tibia. Tenía una relación extraordinaria
con Magritte –yo creo que eso viene en el subconsciente, está en el eter, no
sé–, más que con Dalí. Aquello me aplastó. Pero como me dijo Fabelo en una
ocasión, todos tenemos influencias, el arte no se crea de la nada, todo es un
proceso de acumulación de ideas, de pensamientos, a lo largo de la historia, y
uno toma de esa fuente. Muchas veces lo que haces es descontextualizar la idea
de otro artista, y le pones tu propia interpretación, eso es el arte
contemporáneo.
¿Pedro Pablo Oliva ejerció su magisterio
sobre ti?
Sí, sí, siempre
lo he reconocido. Fue mi maestro en la Escuela Elemental y continúa siéndolo
cuando nos encontramos o lo visito en su casa y conversamos sobre arte.
Y sin embargo, su universo pictórico es
muy diferente al tuyo…
Uno se apodera
de íconos, de símbolos, que tienen que ver con el comportamiento de cada
individuo, con su manera de mirar el mundo. Pedro Pablo es un cronista, es un
artista que plasma sus vivencias personales, las vivencias de su entorno, y yo
trato de expresar mis inquietudes espirituales. No trato de explicarlas, sino
de darles una resonancia, o en todo caso de explicármelas a mí mismo, más que
explicárselas a otras personas. Así sucede en el arte, cada quien tiene su
poética. La manera de expresar de los creadores como Fabelo, Kcho, Rancaño,
Choco y otros es diferente como diferente pueden ser sus filosofías.
Bueno, ya que mencionas a otros artistas
plásticos, más o menos coetáneos, ¿crees que perteneces a alguna tendencia, a
algún movimiento artístico generacional?, ¿qué hay de común entre los pintores
de tu generación y qué te diferencia de ellos?
Lo que tenemos
de común, en primer término, es el compromiso con este tiempo que nos ha tocado
vivir, la necesidad de expresar o de ayudar a comprender ideas, pensamientos,
situaciones. El arte cubano contemporáneo, es un arte inteligente, fundamentado
en lo ético, en lo estético, en lo filosófico, en lo político, en lo
espiritual. Eso se lo debemos a la Revolución. Porque contamos con escuelas que
nos enseñaron a pensar y no a trabajar por trabajar, y creo que en eso
coincidimos los artistas cubanos.
Quizás tu generación más que por una
unidad esté marcada por una diversidad…
Yo pienso que sí.
Hay unidad, pero a la vez hay diversidad. Diversidad de técnicas, de
tratamientos, de expresiones… Los artistas cubanos de hoy abordan muchos más
temas de la vida cotidiana, es el momento el que nos lleva a eso. En el caso
específico del paisaje, sí hay un movimiento muy fuerte, no solo en Pinar del
Río, sino en toda Cuba, y hay muy buenos paisajistas.
¿Y tú te consideras parte de ese
movimiento de paisajistas?, tu obra, ¿no rompe con la concepción tradicional
del paisajismo?
Yo no me
considero un paisajista, al menos no en el sentido tradicional, más bien soy un
pintor de ideas, que utiliza el paisaje como medio de expresión. Que recurra al
paisaje quizás sea por el contexto en el que vivo, o también por influencia de
la escuela de paisajistas de Pinar del Río.
Probablemente a los creadores no les
guste revelar el procedimiento, la rutina creativa, pero siento curiosidad;
¿primero fotografías el paisaje?, ¿dibujas algunos apuntes frente al paisaje?,
¿o pintas de memoria?
Fotografías
nunca hago. Yo no soy botánico, a mí no me interesa que puedas identificar una
mata de mango o una ceiba…, las palmas, claro, ellas son diferentes y
representativas. Solo me interesa que al mirar la obra sepas que es un bosque.
Hace mucho tiempo que hice mío un pensamiento zen que dice “para representar la
naturaleza lo que importa es captar el espíritu de las cosas y no su aspecto
exterior”. La mejor fotografía es la memoria que uno tiene, las tantas veces
que se ha movido en ese entorno. Hago varios apuntes de la idea que quiero
expresar. De ello puede dar fe mi esposa, que es el cincuenta por ciento de mi
creación, una mujer muy bien preparada, que ha estudiado mucho y que es mi
mejor crítico, muy incisiva y directa. A veces creo que tengo una idea y ella
me dice, no, mira, la estás dando muy literal, estúdiala más.
Humanizas la naturaleza, naturalizas el
rostro humano, ¿cómo y por qué entra la historia y sus héroes en esa dinámica
entre lo natural y lo humano?
Mi maestro de Aikido,
Yamada, insistía en que cada practicante tenía que convertirse en naturaleza,
no podía verla como algo externo, pues somos parte de ella. Y que para poder
comprender los fenómenos había que vivirlos. Esta enseñanza me dejó muy
inquieto, y comencé a madurar la idea de llevarla a la obra de arte. Nace
entonces la primera figura humana pintada con y a través del paisaje, un
autorretrato que titulé “La clave budista”. En el 2002, durante la inauguración
de la exposición de los doce paisajistas pinareños en el Memorial José Martí, a
la que asistió Fidel –fue la primera ocasión en que le regalé una obra–, le comento
del Martí yacente que hay en Pinar del Río, y él me dice, ¿y tu no te atreves a
hacerlo? Sí, sí, cómo no. Pero haz tu Martí, insiste. Hice mi Martí claro, que
para todo cubano es un símbolo, y así fue surgiendo una serie de retratos, como
los del Che, Bolívar y otros. Quedé motivado por la necesidad de satisfacer, de
expresar esa experiencia espiritual, alimentada por aquella primera
conversación con mi maestro, y por la conversación que después tuve con Fidel.
Al final es inevitable, creo que todo artista cubano ha abordado en algún
momento de su obra a Camilo, al Che, a Martí, porque es nuestra historia,
estamos marcados por ella. Y como dijera Oscar Wilde “un hombre sin memoria no
pude tener porvenir, por lo tanto un hombre sin recuerdo no pude soñar”.
Hay quien rechaza los encargos o los
desvaloriza, pero la historia universal de las artes plásticas está llena de
obras maestras que fueron realizadas por encargo…
Puede darse el
caso de obras creadas por encargo que te den a conocer, o que te lancen a la
fama. Hay encargos que te permiten crear, esos son muy buenos. Pero en
ocasiones inducen al artista, acuciado por las necesidades económicas, a
alejarse de su proceso de creación y a reiterar sus obras.
En una exposición colectiva en la que no
estén los nombres de los autores, cualquiera reconocería fácilmente una obra
tuya. ¿En algún momento has sentido la necesidad de renovarte, de empezar una
etapa diferente?
Constantemente
uno siente esa necesidad que es un reto. Pero hay que hacerlo de manera tal que
siga llevando tu sello. Uno va edificando un estilo que permite que te
identifiquen, eso no lo puedes perder. Puedes moverte en otras direcciones,
puedes explorar, investigar, experimentar, pero esa esencia que te ha costado
tantos años no debe perderse.
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